lunes, 23 de diciembre de 2013

TRIBULACIONES DE AZNARES

“La princesa está triste, qué tendrá la princesa”, decía el poema de Rubén Darío. Salvando las distancias, podríamos parafrasear estos versos, cambiando de sujeto, hablando ahora de quien fuera presidente del Gobierno de España, José María Aznar. Solo que en tal caso desaparecería el aliciente  que siempre aporta a la ficción el misterio.
   Porque, según un correo atribuido a Mercedes de la Merced, concejala ya fallecida del PP, su estado de postración se debía a que Caja Madrid había rechazado su propuesta de que adquiriese un lote de cuadros y recuerdos del pintor Gerardo Rueda y se hiciese cargo, además, de la restauración del edificio que el ayuntamiento de Madrid, regido entonces (2008, 2009) por Gallardón, ponía a disposición para albergar la colección. El importe de lo solicitado era de 54 millones de euros por la obra (Según expertos consultados por la Fundación de la Caja, su valor no sobrepasaría los 3 millones) y más de 100 millones por el arreglo de la futura sede.
   ¿Y qué hijo no se conmueve ante la pesadumbre de un padre? Del primogénito del señor Aznar nadie podrá decir jamás que se muestra insensible al dolorido sentir de su progenitor. ¿Queréis pruebas? Fijaos en los SMS que envió al señor Blesa, máximo responsable de Caja Madrid, según publicación del diario El País:
“Con los pelos que se ha dejado por ti y han sido muchos, me parece impresentable lo que has hecho o no has hecho. No se merecia esta decepcion”.
“Si quieres pregunta a tu amigo por el mensaje que te mande. Te puedo asegurar de que existe dolor y decepcion, y no tiene nada que ver con el resultado del tema ni con tus responsabilidades. Hay muchas formas de hacer las cosas y aqui por lo que parece se han hecho muy mal”.
   Me apresuro a advertir que he transcrito estos mensajes tal cual han sido publicados. No me son imputables, por tanto, los acentos que faltan. Tampoco el horrible dequeísmo (“Te puedo asegurar de que...”) que afea y devalúa la construcción sintáctica del discurso. No sería malo que el joven Aznar Botella revisase  sus textos antes de enviarlos. Tal vez así nos ahorraría la penosa impresión que producen sus errores gramaticales. Aunque yo, por muy acendrado que sea el amor filial que lata en esa misiva, no puedo evitar que, por su contenido, experimente una todavía mayor vergüenza (ajena). En lo cual no creo que me diferencie de ninguno de quienes leáis estas líneas.

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