ANDADURAS
JAPONESAS (9): KYOTO EN PAZ
En
Kyoto me acordé de fray Luis de León. También nosotros huimos del mundanal
ruido, solo que a través de un bosque de bambú. Lo precedía un jardín zen, donde
la belleza se concentra en lo pequeño, en sus arbustos y su laguna, sus plantas
aromáticas y salutíferas, algún árbol que se mira en el agua. Únicamente
interrumpe el sosiego, o tal vez sea parte de él, la reiterada salmodia de las
cigarras, como una melodía interpretada por músicos ocultos, que no quisieran
dejar mudo el paisaje.
Los bambúes innúmero que vienen después son
solo tronco, hasta que, muy arriba, se coronan con penachos de hojas verdes;
cañas que se adivinan huecas, y cuyo perímetro desafía en grosor la
circunferencia que trazan nuestros dedos corazones. Semejan tallos desnudos de
ramaje que, olvidados de su condición, buscasen el cielo. Anclados con firmeza
en tierra, se encaminan, ligeros de equipaje en su lisura, hasta una altura que
la suya propia parece volver más lejana a nuestros ojos. Abajo, a sus pies, la
mirada pasa entre ellos y se pierde al encuentro de un horizonte que siempre
está más allá.
A ambos lados del camino, se rozan las copas
o se entretejen en una bóveda vegetal que origina pasillos de sombra. A su
amparo, como si pretendieran competir en finura con esa original arboleda, pasean parejas
delicadas, como surgidas de ilustraciones de antaño, con el atavío exquisito de
sus kimonos y la levedad de sus andares, y acaso una risa que en nada envidia
al gorjeo de los pájaros.
Abandonamos el bambudal, pero seguimos en
calma. Andamos una extensión plácida de casitas bajas y ajardinadas, por calles
que destierran de sí el ruido y aman la soledad. Nuestro vagar sin rumbo y sin
ansia nos conduce a sus límites, allá
donde asoma el contorno de un templo. Es el mismo donde en la mañana detuvimos
la prisa observando cómo unos fieles se envolvían en el humo de unas barritas
que previamente encendían, y permanecían un instante estáticos, quizás solo el
tiempo que les llevaba la formulación un deseo. Pienso que el mío hubiera sido no
salir ya nunca de ese bosque que me ha llenado de tanta paz…
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