miércoles, 25 de septiembre de 2013

BALZAC Y LA JOVEN COSTURERA CHINA, de Dai Sijie

Hay en esta novela una gran delicadeza en el contar. Tiene el encanto de la transparencia, como esos ríos cuyas aguas nos muestran un fondo claro de guijarros, que es aquí un país lejano, China, en un momento histórico ya pretérito, el de la Revolución Cultural de Mao Tse Tung.
   Contra lo que cabría esperar, el foco no se centra, sin embargo, en cuestiones ideológicas o políticas, por más que estén siempre en el contexto, subyacentes.
   La mirada del lector, guiada por uno de los protagonistas, sigue la peripecia de dos adolescentes, hijos de profesionales, que son obligados a dejar la ciudad e ir al campo, para ser reeducados. Como si la dureza de esa existencia les enseñara algo que no fuera, simplemente, a subsistir y desear volver cuanto antes a su entorno habitual.
  Aprendemos de su andadura cómo transcurre la existencia en las montañas del Fénix del Cielo, su rigor, su atraso, sus costumbres también, incluso apuntes de su folklore. Y el valor de la amistad y del amor.
  Pero mi atención quedó prendida en la aparición de la literatura, con diversidad de registros, de finalidades. A los campesinos les sirve para sobrellevar la crudeza de su mundo, como al jefe de la aldea, siempre dispuesto a concederles alguna prebenda a cambio de un relato bien contado, que lo entretenga. O ese viejo molinero, habitante del acantilado de los Mil Metros, que conserva en la memoria estribillos tradicionales y remotos, en absoluto santos.
   Luo y su compañero, el narrador, valoran, por su parte,  como el más preciado de los bienes,  los libros que clandestinamente guarda en una maleta el Cuatrojos, individuo también represaliado y muy mezquino. A su través, se hacen con realidades tan fuera de su alcance como las reflejadas por escritores occidentales (Balzc, Stendhal, Baudelaire, Dostoievski, Dickens, Kipling...). Curiosamente, nosotros nos acercamos a su vida leyéndola en una novela mientras ellos  atisban la nuestra con el auxilio de otros argumentos. Como si todos, lectores y personajes, nos asomásemos cada quien a una ventana y unos a otros nos observáramos.
   Todo esto me pareció hasta que llegué al desenlace. Entonces me encontré ante una fabulación acerca del poder transformador de la literatura, que, si despierta sueños, a veces también anima a materializarlos. Y ese final me cautivó más que todo lo demás.

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