BALZAC Y LA JOVEN COSTURERA CHINA, de Dai
Sijie
Hay en esta novela una gran
delicadeza en el contar. Tiene el encanto de la transparencia, como esos ríos
cuyas aguas nos muestran un fondo claro de guijarros, que es aquí un país
lejano, China, en un momento histórico ya pretérito, el de la Revolución Cultural
de Mao Tse Tung.
Contra lo que cabría esperar, el foco no se centra, sin embargo, en
cuestiones ideológicas o políticas, por más que estén siempre en el contexto,
subyacentes.
La mirada del lector, guiada por uno de los protagonistas, sigue la
peripecia de dos adolescentes, hijos de profesionales, que son obligados a
dejar la ciudad e ir al campo, para ser reeducados.
Como si la dureza de esa existencia les enseñara algo que no fuera,
simplemente, a subsistir y desear volver cuanto antes a su entorno habitual.
Aprendemos de su andadura cómo transcurre la existencia en las montañas
del Fénix del Cielo, su rigor, su
atraso, sus costumbres también, incluso apuntes de su folklore. Y el valor de
la amistad y del amor.
Pero mi atención quedó prendida en la aparición de la literatura, con
diversidad de registros, de finalidades. A los campesinos les sirve para
sobrellevar la crudeza de su mundo, como al jefe de la aldea, siempre dispuesto
a concederles alguna prebenda a cambio de un relato bien contado, que lo
entretenga. O ese viejo molinero, habitante del acantilado de los Mil Metros, que conserva en la memoria
estribillos tradicionales y remotos, en absoluto santos.
Luo y su compañero, el narrador, valoran, por su parte, como el más preciado de los bienes, los libros que clandestinamente guarda en una
maleta el Cuatrojos, individuo también represaliado y muy mezquino. A su través,
se hacen con realidades tan fuera de su alcance como las reflejadas por
escritores occidentales (Balzc, Stendhal, Baudelaire, Dostoievski, Dickens,
Kipling...). Curiosamente, nosotros nos acercamos a su vida leyéndola en una
novela mientras ellos atisban la nuestra
con el auxilio de otros argumentos. Como si todos, lectores y personajes, nos
asomásemos cada quien a una ventana y unos a otros nos observáramos.
Todo esto me pareció hasta que
llegué al desenlace. Entonces me encontré ante una fabulación acerca del poder
transformador de la literatura, que, si despierta sueños, a veces también anima
a materializarlos. Y ese final me cautivó más que todo lo demás.
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