UNA LAGUNA AZUL (ISLANDIA, y 12)
Vamos al aeropuerto, a Keflavik,
distante unos 50
kilómetros de Reykjavik, hacia el oeste. Reconoceríamos
el paisaje como ya visto si, a la venida, no lo hubiéramos recorrido de noche,
y menuda impresión nos hubiéramos llevado entonces, cuando todavía nuestra
memoria de Islandia era un libro en blanco, sobre el que nos disponíamos a
escribir. Ahora, la luz del día nos revela lo que las sombras nos ocultaron
antes. Un terreno volcánico niega la vida y hechiza la mirada, que, por más que
se dilate en busca de lejanías, no consigue liberarse de lo oscuro.
Lo insospechado surge, sin embargo, donde menos lo esperamos. Acabamos
de ver un imposible, desecharíamos esa imagen como un mero espejismo, de estar
en el Sáhara. Y, no obstante ser aquí tan improbable como allí, sabemos que es
real el green del campo de golf que pasa veloz ante nuestros ojos.
Más ficción parece aún la Laguna Azul ,
donde, por unas horas, retrasamos nuestro retorno a España. Imagináosla,
entrometida en el espacio enlutado que nos circunda, en medio de un desierto de
roquedos cenicientos. Es poco profunda y humea, cálida, que sus aguas proceden
de otro elemento extraño al paisaje, una central geotérmica próxima.
Enseguida os llamará la atención otra cosa, no menos sorprendente para
un lego en cuestiones islandesas. En la superficie, sobresalen un montón de
cabezas y, ocasionalmente, alguna espalda, un pie, un brazo que sin tardanza se
sumergen. Es lo único que asoma, porque fuera hace un frío invernal.
Muchas caras lucen blanquísimas, como si les hubieran dado una mano de
cal. Se han embadurnado con un barro lechoso, bueno para la piel.
Nadie nada, pues es escasa la hondura del lecho fangoso. Dicen que es
muy relajante este baño al aire libre, y debe de ser cierto, porque hay
expresiones felices, de nirvana. Para mayor placidez, una pequeña cascada
masajea a quien se le ponga debajo.
De todo tomo nota yo, desde el interior de unas instalaciones en que
domina el cristal.
Tal vez me parezca el lugar más
turistizado de la Islandia
que hemos conocido. Y sin embargo, cómo me cautivó ese entorno, tan lleno de
contrastes...
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