THE VOLCANO SHOW (ISLANDIA, 11)
Un poco más y perdemos el bus, o
eso creemos, pues saldrá más tarde de lo que pensábamos. El culpable es “The volcano show”, el espectáculo de
los volcanes. Hemos divisado muchos con su torva pinta, subimos algunos
cráteres, lastimamos la mirada en el despropósito de sus campos de lava. Ahora
que se nos presenta la oportunidad de verlos en acción, no vamos a
desaprovecharla. Sobre todo, cuando podemos hacerlo cómodamente sentados en una sala que es como un minicine de bolsillo, en Reykjavik.
Es una muestra ante la que resulta difícil no rendirse. Un documento que
son muchos entrelazados, con erupciones filmadas en vivo, a lo largo de años, y
explicaciones. El reportaje es obra de un fotógrafo, quiero registrar su
nombre, Villi Knudsen, un señor ya mayor, que sonríe con simpatía cuando le
contestamos, en respuesta a una pregunta suya, en medio de un auditorio lleno,
que venimos of Spain. Él mismo
introduce la proyección.
No esperábamos encontrar, pese al título con que se anuncia, un show a la americana, con efectos
especiales y ritmo trepidante, y, por suerte, acertamos en la predicción. El
autor oficia de notario, y lo primero que admiramos es a él, por más que casi
siempre se oculte tras la cámara. A veces, sí que aparece, solo o con algún ayudante.
Pero aunque no se le vea, deviene de testigo en protagonista. Lo sabemos ahí,
delante de todo lo que graba, desafiando el riesgo, adentrándose en el peligro,
quizás tan fascinado por lo que contempla que se olvida hasta de sí mismo.
Imposible no pensar en ello ante esos jeeps cuyos bajos se acercan al
metro de altura, que vadean, casi sumergidos, cauces desbocados; o sintiendo
como propio el suplicio de unos pies que apenas soportan el calor de la roca
que los sustenta.
La pantalla se llena de imágenes perturbadoras: oleadas de lava
ardiente, que avanza inexorable y ciega; camiones de evacuación, adonde van a
parar los enseres que nadie quiere dejar atrás; granjas, pueblos enteros que se
vienen abajo o encuentran en el maremágnum una inesperada sepultura; canchos de
considerable tamaño desencajados de su sitio, perdida su grandeza, arrastrados
como corchos por una corriente desencajada, fuera de madre.
Y montañas que escupen llamaradas, fuego que sale del mar océano, cielos
que se entintan de rojo, cuando no dejan de verse, ocultos tras un velo de
ceniza.
Salimos de estampida, cuando la luz se
enciende en la sala, como si el magma nos persiguiese. Antes de embarcar en el
avión, se imponía relajarse. Y qué mejor que en la Laguna Azul , última estación en
nuestra visita a Islandia, adonde nos llevará un bus que creemos ya se está a
punto de ir. Pero esa es ya otra historia, y será otro artículo.
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