DEILDARTUNGUHVER (ISLANDIA, 5)
Estamos no muy lejos de
Borgarnes. Aunque suene a ficción, el día de hoy, 12 de agosto, es de sol. La
luz, viva, hiere los ojos y saca lo mejor de estos parajes. Enfilamos un
panorama en verde, bordeado de montañas oscuras pespunteadas de neveros blancos.
Distinguimos bosquetes de abetos y extensiones de abedules enanos confundibles con matorrales. No sé
cómo definir la tonalidad que han adquirido los ríos (siempre hay uno a la
vista). Decir azul es quedarse corto, pues lo son más que el cielo. Y choca
tanto más cuanto que ayer fueron, y volverán a serlo mañana, cuando retornen las
nubes, de un gris tan acerado como el frío.
En un punto del paisaje, parece concentrarse una humareda. Pero eso es
solo si la vemos de lejos. A medida que nos acercamos, ya nos vamos haciendo a
la idea de que tiene la consistencia de la bruma, y no entendemos que se
concentre en tan poco espacio, rodeado de un entorno despejado.
Pero estamos en el país de nunca jamás, donde hasta es posible que el
agua hierva sin que nadie la ponga al fuego, que es lo que sucede delante de
nuestros ojos. Burbujean los manantiales,
recién salidos de la tierra, a una temperatura que alcanza los 100º.
Seguimos a pie estrechos cauces por los que fluye, prado adelante.
Despide un vapor tan espeso como la niebla más cerrada, y nos perdemos unos de
otros en ella, por más que nos juntemos.
Huele parecido a azufre, ligeramente a huevos podridos, como cuando nos
duchamos o abrimos el grifo del agua caliente, que proviene de lugares como
este, y mucho más a lo grande, de donde la obtienen, para conducirla durante
kilómetros hasta las ciudades, con el auxilio de tuberías. Un servicio que
presta gratuitamente el subsuelo y que los islandeses aprovechan, como
podríamos hacer nosotros con el sol de España.
Acabamos de conocer la central
geotérmica Deildartunguhver, que es mucho más pequeña que su nombre y que, no
contenta con producir energía, cultiva, en un invernadero anejo, tomates. Los
venden mediante un procedimiento de dudoso resultado en otras latitudes, o sea,
sin vendedor. Están expuestos en un cajón, al abrigo de inclemencias, y al lado
hay un buzón para depositar honradamente el dinero que cuestan. No compramos, pero
quizá debimos, tenían muy buena pinta.
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