viernes, 16 de agosto de 2013

EN GODAFOSS, DONDE EL AGUA SE VUELVE LEYENDA (ISLANDIA, 3)

Acabamos de dejar atrás un lago lleno de encanto y de sosiego. Su superficie se aquieta hasta tal punto que semeja una pintura realista del monte que se eleva a uno de sus costados. Su identidad es para mí un misterio, no encuentro en el mapa el topónimo que lo rescate del anonimato. Está viniendo de Akureyri a Myvatn, próximo a Godafoss, que es donde detenemos nuestra prisa para ser testigos de la que traen otras aguas.
   Como no podía ser menos dado su nombre (en islandés significa “cascada de los dioses”), tiene esta catarata su leyenda, que ya la volviera hermosa si de por sí no lo fuera. Cuenta esa historia que un personaje del año 1000, responsable como orador de leyes de que Islandia abrazase el cristianismo, arrojó allí las imágenes de las antiguas divinidades. Pero aunque no haya sido así, merecería llamarse igual, pues quien la contemple presenciará un espectáculo digno de una deidad.
   La  observamos frente por frente, cercanos, desde arriba, manteniendo un equilibrio precario. El terreno que nos sustenta es, como volcánico, rocoso y cortante, y está siempre húmedo, además. Y es inútil buscar el apoyo de una pasarela o una barandilla, que no hay otra protección que la que cada uno se brinde a sí mismo tomando precauciones para no precipitarse en el abismo. Estamos en medio de una naturaleza en estado puro, que es como más gusta admirarla.
   El agua, erigida en protagonista absoluta, se detiene un instante en la altura y, antes de caer, se arremolina, vuelta toda ella impaciencia. Pronto se precipita con fuerza al vacío que la aguarda, escindida en tres colas de diversa anchura por un roquedo con el que aún no ha podido. Parte de su caudal se transmuta en vapor y asciende de lo profundo, como un cendal que velara levemente el cantil que ha saltado. El resto, que es lo más, como animado por haber salvado el obstáculo, corre sin mesura y entre fragores, emparedado por la lava, sobre un lecho pedregoso.
   Que Thor y Odín me perdonen, pero por hoy nada tengo que envidiar a los dioses.

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