EN GODAFOSS, DONDE EL AGUA SE VUELVE LEYENDA (ISLANDIA, 3)
Acabamos de dejar atrás un lago
lleno de encanto y de sosiego. Su superficie se aquieta hasta tal punto que
semeja una pintura realista del monte que se eleva a uno de sus costados. Su
identidad es para mí un misterio, no encuentro en el mapa el topónimo que lo
rescate del anonimato. Está viniendo de Akureyri a Myvatn, próximo a Godafoss,
que es donde detenemos nuestra prisa para ser testigos de la que traen otras
aguas.
Como no podía ser menos dado su nombre (en islandés significa “cascada
de los dioses”), tiene esta catarata su leyenda, que ya la volviera hermosa si
de por sí no lo fuera. Cuenta esa historia que un personaje del año 1000,
responsable como orador de leyes de
que Islandia abrazase el cristianismo, arrojó allí las imágenes de las antiguas
divinidades. Pero aunque no haya sido así, merecería llamarse igual, pues quien
la contemple presenciará un espectáculo digno de una deidad.
La observamos frente por frente,
cercanos, desde arriba, manteniendo un equilibrio precario. El terreno que nos
sustenta es, como volcánico, rocoso y cortante, y está siempre húmedo, además.
Y es inútil buscar el apoyo de una pasarela o una barandilla, que no hay otra
protección que la que cada uno se brinde a sí mismo tomando precauciones para
no precipitarse en el abismo. Estamos en medio de una naturaleza en estado
puro, que es como más gusta admirarla.
El agua, erigida en protagonista absoluta, se detiene un instante en la
altura y, antes de caer, se arremolina, vuelta toda ella impaciencia. Pronto se
precipita con fuerza al vacío que la aguarda, escindida en tres colas de
diversa anchura por un roquedo con el que aún no ha podido. Parte de su caudal
se transmuta en vapor y asciende de lo profundo, como un cendal que velara
levemente el cantil que ha saltado. El resto, que es lo más, como animado por
haber salvado el obstáculo, corre sin mesura y entre fragores, emparedado por
la lava, sobre un lecho pedregoso.
Que Thor y Odín me perdonen,
pero por hoy nada tengo que envidiar a los dioses.
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