¿Sabíais que se puede “conversar
un vino”? Yo lo he hecho muchas veces, pero desconocía que se le llamara así.
Es una manera de decir el español en Chile, que he aprendido leyendo esta
novela.
Con o sin botella delante, dialogan casi sin pausa sus protagonistas. Acaban
de reencontrarse, muchos años después de cuando eran jóvenes y militaban en
organizaciones de izquierda en tiempos de Allende y fueran condenados a la represión y el exilio por la dictadura de Pinochet. Se la van a jugar
en una última misión cuyo objetivo no se desvela hasta las últimas páginas. Pero
qué importa, si disfrutamos con cada cosa que dicen o que les pasa. A ellos y a
otros, porque el argumento no se escribe solo al compás de sus voces.
Sin descuidar a los personajes secundarios, que adquieren singular relevancia, desde el otro lado, el de la
Ley , que desconoce lo que van a hacer los conjurados, hay un devenir
paralelo, el de dos ratis
(detectives, policías) no menos entrañables que ellos. En esta peculiar pareja,
se amalgama la experiencia, teñida de bonhomía, de él, ya próximo a jubilarse, con
la ingenuidad de ella, recién salida de la academia. Ambos propiciarán un
segundo desenlace, tan en clave de justicia poética como el primero, con el que
culmina la acción de los actores principales.
Antes de alcanzar ese punto y final que son dos, salen a la luz
revelaciones de un pasado de represión y abusos (se queda corta la palabra),
traídos a cuenta en ocasiones de una forma un tanto original: imaginando un
crucigrama que pone nombres a las fechorías del golpismo, por ejemplo; o rememorando
a víctimas que desfilan como Santa Compaña en Galicia.
Pero esa evocación de la infamia, y sin que pierda por ello dramatismo,
coexiste con el relato de anécdotas y comentarios, que nos hacen sonreír. La
comicidad viene de la mano de un humor que, de no ser por la ternura que lo
envuelve, entraría a menudo en el surrealismo. Cómo no tachar de tal, por
ejemplo, la conversación, vía correo electrónico, entre dos de los sexagenarios
personajes, con su mezcla de maquinaciones clandestinas e improbables búsquedas
de amor...
Su maestría descriptiva, con un detallismo llamativo, centrado a menudo
en aspectos un tanto peculiares, la polifonía de sus voces o sus tramas en
paralelo, no impiden que esta obrita se lea rápido. Pero mejor no hacerlo así,
porque hay que saborear su lenguaje (y, si viene al caso, las comidas que se
mientan), responder a los guiños del narrador, dar tiempo a que se nos
humedezcan los ojos o a que aflore la risa.
A mí, contraviniendo la máxima
de que lo bueno, si breve, dos veces
bueno (Baltasar Gracían dixit), se me ha hecho corta. Me lo estaba pasando
muy bien mientras duró. Claro que enseguida me di cuenta de que podía poner
remedio a haber llegado al final: con la relectura verifiqué, una vez más, que
siempre es posible descubrir algo nuevo en lo ya visto, que merece la pena ahondar en el disfrute.
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