PUDIN DE ARROZ BLANCO
Hacía tanto calor que decir que
era de justicia sería desmerecerlo. El agua del motor borbotaba como si
reclamase un mayor auxilio del ventilador. Este ponía todo de su parte, sin
darse un instante de tregua. Estábamos en carretera y, más que circular,
navegábamos encima de asfalto fundido, como sobre un río hirviente de chapapote.
Agosto y Jaén componían el peor momento y escenario posibles para una
metedura de pata como la que, específicamente yo, iba a cometer cuando, llegada
la hora del almuerzo, aparcamos el coche delante de una venta orillada a la
derecha del camino.
En la carta que nos mostró un solícito camarero decía judías con perdiz, y me pareció una
buena elección. Pese a haber estudiado filología, no caí en la cuenta de que,
fuera de Asturias, judías, a secas,
sin el añadido del adjetivo, no son judías
verdes, como sí sucede, en cambio, en tierra de Pelayo. Incluso cuando me
vi ante un platazo humeante de alubias pensé que el error había sido de quien
me había tomado nota y no mío.
Creo que en ese mismo instante empecé a soñar un recuerdo que me asalta
puntualmente cada verano, el del pudin frío de arroz blanco, invención debida a
mi madre que no podríais degustar en ningún restaurante, si no es en el que
cada uno tenéis en vuestra casa, pues a partir de ahora sabréis cómo se cocina.
Mirad si es apetecible para días de calor, y qué fácil de preparar.
Supongo que sabréis hacer el arroz, procurad que no se os pase. Disponed
en una bandeja una capa como de un centímetro de grosor y mejor si adopta forma
de un círculo, cuyo diámetro dependerá, por fuerza, del número de comensales o
de cuanto sea su afán por engullir. Encima, colocad una tortilla francesa
extendida, como si fuera una filloa (frisuelo en bable, crep en Francia o, como
galicismo, en español), recubierta a su vez con tomate frito. Luego vendrá otra
lámina de arroz y, sucesivamente, dos estratos más, estos de bonito desmigado y
mayonesa. Reaparecerá a continuación el arroz y, ya como colofón, el conjunto
se tintará de amarillo, con un nuevo toque de mayonesa, salsa en la que no
encuentro motivo para escatimar.
Servidlo bien frío, que, además
de dar gusto al paladar, os refrescará la boca. Saborearlo os reconciliará con
el estío, por asfixiante que sea. Sobre todo si os acordáis de mí comiendo
habas con perdiz en agosto y en Jaén.
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