DIMMUBORGIR, UN PAISAJE
DISLOCADO (ISLANDIA, 2)
Estamos en medio de un laberinto
de lava negra.
Un cataclismo de erupciones mayúsculas hubo de ocurrir hace milenios
para que exista el espacio atormentado que pisamos. Lo revelan el color
negruzco del guijo bajo nuestros pies, que es el mismo que el de los peñascos
que nos rodean, y las formas de esos canchos, como salidas de una tortura. Parece
que la tierra pidiera auxilio.
Hay cavernas que, más que ofrecernos refugio, anuncian la morada de
algún ser infernal. Quizás no en vano se atribuyera en tiempos pretéritos a
Dimmuborgir ser punto de enlace entre el mundo y el submundo. Y es que hay
leyendas que, aunque no sean verdaderas, merecerían que se les otorgase una
cierta credibilidad
Se tuercen y se retuercen las rocas, como en un grito telúrico. Sus aristas
hieren las pupilas, que, miren a donde miren, siempre acaban por tropezarse en
ellas.
Sentimos que una vigilancia inquietante se cierne sobre nosotros. Ojos
huecos dibujados en la lava nos observan desde sus cuencas vacías, que son del
color gris que hay hoy en el cielo.
En derredor, se extienden campos que duran kilómetros, donde la hierba
ha sido sustituida por la oscuridad del magma, y todo es desolación. Tanta, que
extraña no ver aparecer de pronto el Curiosity de la NASA explorando estos
parajes.
A DENDA. No lejos de este lugar
carbonizado habita, sin embargo, la vida. Un lago de inusuales proporciones la
cobija. La misma hecatombe que produjo Dimmuborgir modeló a Myvatn, que así le llaman. Es un
verdadero mar interior, que abraza montes y alberga cisnes trinadores, y no se
deja abarcar por otra mirada que no sea la de las oscuras cumbres volcánicas
que lo rodean, lejanas y sobrecogedoras.
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