lunes, 25 de mayo de 2015

EL DÍA DESPUÉS

Pareció que no fueran a llegar nunca, pero al fin pasó el día de las elecciones municipales y autonómicas. Y sucedió lo que tantos esperábamos, un quebranto para el Partido Popular, una debacle. Tratan de sacudirse el muerto y de cara a la galería dicen que las han ganado, porque han obtenido más votos que cada uno de sus rivales. Callan que ser los más votados no significa que la mayor parte de los electores les haya otorgado su confianza. La mayoría absoluta de que disfrutaban se les ha esfumado. Bastantes de sus otrora partidarios de urna les han dado la espalda y los han dejado en la cuneta.
   Les toca abandonar puentes de mando y adoptar el papel de segundones en ayuntamientos y gobiernos regionales. Se quejarán en días venideros de que los demás partidos se coaliguen entre sí para negarles el pan y la sal y así desalojarlos del poder. Oh memoria frágil, que olvida lo vivido, por más próximo que esté. ¿Cuántas veces hizo el PP oídos sordos a otras propuestas que no fueran las suyas, laminó a la oposición valiéndose de su mayoría absoluta, impuso sus puntos de vista reaccionarios, sin la más leve concesión al diálogo? Dejó  de gobernar para quienes no fueran los suyos, e incluso contra buena parte de estos últimos, pues donde dijo digo en el programa por el que fue votado en 2011 pasó a decir Diego en su acción legislativa. Nadie se les quiere acercar ahora, y lo peor es que aún les quedan lágrimas que llorar, seguramente en noviembre conseguiremos que nos dejen en paz.

   En cuanto a los que vienen, solo se me ocurre recordarles ese refrán tan nuestro que habla de escarmentar en cabeza ajena: en la vida política, los cheques en blanco no existen. O, lo que viene siendo lo mismo, lo prometido es deuda.   

jueves, 21 de mayo de 2015

GUÍA PARA ORIENTARME ELECTORALMENTE

Vivimos en tiempo electoral. Todo parece fácil: qué hay, en principio,  más sencillo que decidir quiénes serán nuestros representantes. Lo que pasa es que luego la cosa se complica.
   En una sociedad marcada por las desigualdades, a los ciudadanos no se nos presentan las opciones que compiten por nuestro voto con las mismas posibilidades. Hay quienes lo tienen muy difícil para que sus propuestas lleguen a los electores, y a la inversa, a estos  se les hace casi imposible conocerlas y, por tanto, otorgarles su confianza.
  Así que yo  no me oriento por los rostros que veo más profusamente multiplicados en carteles,  folletos o vallas. Eso solo significa que cuentan con más dinero para publicitarse, para martillear en nuestras mentes. Buena parte de tales recursos podrían provenir, además, de orígenes non santos, sabemos de cajas B que presuntamente han financiado campañas, o de créditos bancarios que luego quizás se olvidan.
   Una vez que paso de anuncios, lo primero que hago es no hacer el mínimo caso a ninguna encuesta. A fin de cuentas, no se trata de apostar, ni de apuntarse a caballo ganador. ¿De qué me valdría a mí arrimarme al sol que más calienta, si no ese calor lo que busco? La verdadera utilidad del sufragio está, desde mi punto de vista, en apoyar a quien se considere digno de recibir ese apoyo.
  Me interesa quien defiende una política de izquierda, o sea, social y progresista en cualquier ámbito de la vida de que se trate, que profundice en la democracia y aliente la participación, que se enfrente a la corrupción.
   Claro está que no nos ponen fácil la cosa, porque estamos cansados de promesas incumplidas, de que se nos diga esto para hacer luego lo otro, de que, una vez alcanzado el poder, el hecho se contradiga con el dicho. Por eso, para mí es muy importante no solo el texto, sino el contexto, que los candidatos me ofrezcan credibilidad. Aunque suene bien la letra, ¿qué hay del músico que la interpreta? ¿No la cambiará si después? ¿Cómo saberlo?
   La vida política no empieza en los comicios, partidos y candidatos no son páginas en blanco, tienen su historia. Aquí nos conocemos todos. Hay quien puede poner sobre la mesa una honradez probada y su participación en mil batallas. Quien no solo puede decir que va a hacer esto y lo otro, sino que ha venido peleando por ello en los foros más diversos, o en las calles, al lado de los desahuciados o de los despedidos, siendo parte de mareas blancas y verdes. Esa firmeza en las convicciones, ese espíritu de lucha, ese compromiso probado con causas justas será para mí la prueba del algodón cuando el próximo domingo me acerque a las urnas.

lunes, 18 de mayo de 2015

UN GUIÑO MÁS A VOTANTES INCAUTOS

Hace unos días, contra toda evidencia, frente a toda lógica,  me creí en un país nórdico. Acababa de ver en primera página de un periódico la imagen del presidente del Gobierno  montado en una bicicleta, pedaleando espacios que me parecieron madrileños, y lo eran sin duda, porque no circulaba solo, sino que lo flanqueaban las candidatas del Partido Popular a la alcaldía y a la presidencia de la Comunidad de Madrid. Iban sonrientes, casi se diría que alborozados, tan pimpantes como si fuese para ellos habitual desplazarse sobre dos ruedas, lo que, ciertamente, no casaba con mis recuerdos. Por mucho que escarbara en la memoria, y mira que hice esfuerzos, ni siquiera salían de ella estos sujetos como usuarios de transporte público, a no ser que adjudiquemos categoría de tal a los coches oficiales.
   Cabalgan ahora sobre el sillín como quien quiere aparentar lo que no es y, encima, pretende que nos lo creamos. Y, no obstante, en ese gesto para la galería, yo veo algo más que una impostura. Algo así como descubrirse en lo que no son. Se disfraza de lagarterana quien no lo es, y se rodea, además, de una mojiganga festiva buscando una cercanía momentánea con el elector, el cuerpo a cuerpo, la distancia corta que logre su empatía para cuando vaya a la urna.
   Pero deberían andarse con cuidado estos inopinados ciclistas, no vaya a salirles el tiro por la culata. Igual que la fiebre revela la existencia de una enfermedad, su guiño velocípedo a votantes incautos puede, por contraste, constituirse en síntoma. Hacer en tiempo electoral lo contrario a lo que se hace durante la legislatura no proporciona, precisamente, credibilidad. Sobre todo, cuando llueve sobre mojado. Y, para postre, se corre el riesgo de que el elector, por inocente que les parezca, considere que se le toma por tonto. Y no hay engañabobos que funcione sin bobos...

jueves, 14 de mayo de 2015

MICRORRELATOS  (VI)

 
“¡Que viene el lobo, que viene el lobo!”, gritaba el lobo.

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En el balcón de un edificio en ruinas, al que todo el mundo consideraba hacía tiempo amortizado, se alineaba una hilera de tiestos. A ninguno le faltaba una flor, y todas eran rojas.

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Quiso permanecer incólume al paso del tiempo y se prohibió los espejos, para que  no sintiera el corazón lo que no veían los ojos. Un día su mirada tropezó en la barbería  con mechones de cabello caídos al suelo. Eran suyos y eran blancos. Fue como si la vejez hubiera entrado repentinamente en su vida.

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De pronto, lo vio todo oscuro. El mundo se sumió en las sombras y se volvió indistinguible, así lo próximo como lo lejano. Aguardó pacientemente a que se disipara aquella noche. Por fin comenzó a caminar a tientas.

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Al tragarse el cebo, una trucha quebró la inmovilidad de la tarde. En su empeño por liberarse del anzuelo, se entregó a una serie de violentas contorsiones. Al pescador le pareció aquel un esfuerzo inútil, convencido como estaba de que acabaría en el caldero. Pero el pez no entendía que el hombre pusiera tanto empeño en sacarlo del agua, si, al fin y al cabo, no le iba en ello la vida.

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Un buen día, decidió abandonarlo todo y se fue a donde nadie pudiera localizarlo. Arguyó que solo quería preservar su corazón de sentires inquietos. El infeliz desconocía que solo iba al encuentro de sí mismo.

domingo, 10 de mayo de 2015

SI YO FUERA AFRICANO…

... o de Siria, o iraquí, es posible que ya estuviera muerto. Quizás de sed, en un desierto que debería atravesar en la búsqueda de un mundo mejor. El viento habría borrado las huellas de mi extravío, bajo la arena yacerían mis huesos igual que los de otros, sería como si nunca hubiera existido. O tal vez el final me aguardaría en alguna ciudad que me saldría al encuentro en el tránsito hacia la Europa soñada, víctima de la clandestinidad y del hambre, o enfermo sin médico ni medicinas. Difícilmente podría escapar, si así no fuera, a los malos tratos de las policías de tantos países como habría de cruzar, ser invisible para las mafias que, en ese camino interminable, secuestran a los miserables para exprimir su miseria.
   Si yo estuviera entre esos desposeídos, no entendería que los gobiernos de Europa se conchabaran para levantar más barreras a mi paso que las que ya habría de sortear. Lo último es que van a hundir los barcos en el norte de África antes de que se embarque, que aumentarán la vigilancia costera. Argumentan que así combatirán a los que trafican con seres humanos y evitarán que tantos perezcan ahogados. Que disuadirán a quienes quieran alcanzar nuestras costas. Pero es tan difícil convencer a nadie de que debe resignarse a que acaben con él y su familia el hambre, la guerra, el ébola, el fanatismo de los otros… Que deben abandonar todo atisbo de esperanza y conformarse con lo que no tienen…
   ¿Qué haríamos nosotros, de ser ellos, si lo que les pasa nos pasara? (Ya sé que hay mucho de retórico en la pregunta, porque ellos son como nosotros).
   



miércoles, 6 de mayo de 2015

EUROPA, EUROPA…

Anoche soñé que en el límite entre España y Francia el gobierno galo había levantado una valla. Era tan alta que parecía tocar el cielo y la remataban concertinas, esas cuchillas afiladas que desguazan a quien las toca. Veía a muchos de nuestros jóvenes intentando escalar ese muro y conseguirlo a pocos. De estos últimos, buena parte nos eran devueltos.
   Mi pesadilla no terminaba ahí, porque otros muchachos, juzgando imposible sortear ese obstáculo, se ponían en manos de quienes, a cambio del dinero recaudado entre familiares y amigos, se ofrecían a ayudarles a burlar las fronteras por vía marítima. Y en buques viejos y atestados, los traficantes los entregaban al Cantábrico, o al Mediterráneo. Y se adentraban en sus aguas, movidos a partes iguales por la desesperación y la esperanza. Ignoraban que el mar también puede ser un muro, que no siempre el cielo lo pinta de azul y que en cualquier momento pueden los vientos romper su lisura, o sus ojos y ellos mismos perderse en una infinitud sin horizontes. Soñé que eran muchísimos los que no llegaban, ni volvían a donde habían partido. En el colmo de aquel desvarío, a algunos que estaban a punto de tocar tierra foránea se les recibía con disparos de pelotas de goma y botes de humo.
   Qué no imaginará nuestro cerebro cuando duerme...

sábado, 2 de mayo de 2015



EN EL ALTO TAJO (y 2)

Eran las últimas horas de una tarde de abril. Aún no se había venido la noche, pero tampoco podía decirse cabalmente que fuera de día. Habíamos detenido el coche en una carretera secundaria, estrecha y  agujereada, que no acabábamos de creer que condujera a ninguna parte, y que, sin embargo, debía llevarnos al pueblo montano de Zaorejas, en Guadalajara. En torno se sucedían llanos y cerros, ralos herbazales y arbustos, encinas y pinares. Fue al levantar los ojos del mapa que consultábamos cuando tropezamos en la distancia, que no era mucha, con un ciervo, que no se diferenciaba apenas de un caballo por su alzada, tan grande era. Atravesó con pereza la calzada y cuando, ya ido, nos hacíamos cruces a costa de su envergadura y de nuestra fortuna, volvió sobre sus pasos y aún se estuvo un instante quieto, como si posara, antes de perderse definitivamente en el campo. Dimos por bueno nuestro posible extravío y pensamos que aventura que tan bien comenzaba no podía acabar en mal final. Creíamos haber sido testigos de un milagro y no sabíamos que aquel hallazgo no sería sino una ínfima muestra de lo que estaba por venir. En pocos kilómetros, más de cincuenta ejemplares comparecieron ante nuestra atónita mirada. Al principio, si íbamos despacio era por no asustar a individuos esquivos que pudieran huirnos. Luego, ya, temerosos de no atropellarlos, pues fueron muchas las ocasiones en que aparecían en el asfalto, tan dedicados a lamerlo que ni nos veían venir hasta que estábamos casi encima. Eran grupos de tres o cuatro, pero no faltó una manada de una treintena, que pastaba en los aledaños de una cuneta. Y, para mayor contento nuestro, prácticamente entre sus patas, vislumbramos cómo correteaban perdices… La naturaleza se transmutaba a cada paso en espectáculo. Nada tiene de extraño que perdiéramos la prisa por llegar a Zaorejas, que no parece estar de más en este apartamiento del mundo. De sus casas y casonas de piedra salía el silencio; en sus calles empedradas imperaba la soledad, como en las placitas que, no obstante, llamaban al encuentro. Y el hostal que nos alojó en nada desentonaba de aquella paz amable. Esa noche, soñé que era feliz y, como si formara parte del sueño, continué siéndolo una vez despierto. Y es que a aquel paraje de ensueño ni siquiera le faltaban miradores desde los que, en los límites del pueblo, asomarse desde la altura al infinito, ni los restos de un acueducto que los romanos levantaron hace ya dos milenios…