viernes, 30 de enero de 2015

“CANDO PETAN NA PORTA POLA NOITE”, de Xabier P. Docampo

 O lo que es lo mismo, pero en castellano, Cuando llaman a la puerta por la noche, no es una novela, sino cuatro relatos, más bien breves, de terror.
   Antes de entrar en materia, el autor nos ofrece una sucinta introducción. Le gustan, nos dice, las historias orales. Escuchó muchas en casa cuando niño. Sentía miedo y permanecía despierto hasta que la luna (con su luar, qué hermosa palabra) le iluminaba el cuarto. Pero lo que en realidad lo tranquilizaba era hacerlas suyas, ahí estaba su truco y, aventuro, tal vez el inicio de su vocación de escritor.
    Miedos ancestrales, que desde el principio de los tiempos nos acechan, han dado lugar a narraciones que los pueblos han creado y que han transmitido de generación en generación. De ese material han bebido en ocasiones novelistas y poetas, y, entonces, al ponerlo por escrito, han añadido al misterio y la tragedia la perfección formal, que no es solo estilo, que también comporta adiciones e invención, arte.
   Los relatos de Xabier P. Docampo se ambientan en Galicia, tierra de leyendas, si no es ella misma legendaria. Tres se ubican en un entorno rural, y solo el cuarto y último transcurre, se diría que por exigencias del guion, en emplazamientos urbanos. No son espacios imaginados, son geográficamente localizables, identificados por su toponimia.
   Los personajes son gentes del común; un herrero, caminantes de paso, mozos de pueblo, una vieja, campesinos... A causa de sus malas acciones o porque se les imponen situaciones que están por encima del devenir natural de las cosas, se ven abocados a protagonizar hechos que trastocan dramáticamente sus vidas.
   En los sucesos interfieren elementos sobrenaturales y sobrecogedores, presentes en un mundo que, por otra parte, se nos pinta de una forma muy realista, desde la descripción de los caminos en noches de tormenta a los instrumentos de una fragua o los utensilios que cualquiera esperaría hallar en un corral. La sensación de verosimilitud se incrementa cuando es el padre del autor quien le cuenta, como verdaderamente ocurrido, en dos de los casos, lo que a su vez escuchó de su protagonista – O Fornadas- o de una anciana que los conoció – A loba-.
   Todo coadyuva para que, en el ánimo del lector, se vuelva verdad lo extraordinario, y de esa credibilidad (literaria, cierto, pero credibilidad al fin) a la vivencia del miedo solo hay un paso.
   Y no es solo la trama de los cuentos lo que nos perturba. El autor dosifica con maestría las intrigas, originando expectativas constantes, que elevan la tensión narrativa; a veces, lo hace deteniéndose en un momento (como cuando retarda el acto de abrir una carta en O compremortes). O fuerza a que fijemos la mirada espantada en situaciones tan atroces como las que experimenta O Fornadas.
   Algo que me ha llamado especialmente la atención es el retrato de personajes. Pese a que el cuento obliga a ser escueto en la pintura de caracteres, y a que Docampo respeta esa norma, consigue matices (por ejemplo, con las enumeraciones que nos acercan a la psicología de una condenada de una vieja, en O Fornadas) e incluso no se priva de una aproximación paulatina, hecha de sucesivos descartes, para descubrirnos un rasgo físico de un herrero en O espello do viaxeiro.

   ¿Y de qué trata cada historia, cuáles son sus argumentos? Nada diré acerca de eso. No quiero privaros del placer y el temblor que obtuve yo al leerlos. Creedme: vale la pena experimentar la sensación inigualable de descubrirlos poco a poco, de latir a su compás...

miércoles, 21 de enero de 2015

DE CARLOS JEREZ  (IN MEMÓRIAM)

No puede ser que uno se quede sin palabras tras su muerte, después de las que él prodigó para nosotros. Por eso escribo, queriendo vencer la pesadumbre que nos ha dejado quien tanto nos alegró en vida. Y solo conozco una forma de sobreponerme a este  sentimiento de ausencia, que es recordarlo.
   Aún me parece oír su voz cuando alguien, sin que importase su condición académica, llamaba a la puerta del aula o del departamento de Lengua: “Pase y desnúdese”, respondía impertérrito. El desconcierto del recién llegado corría parejo al regocijo de sus alumnos, que llenaban la clase de risas.
   Creador de expresiones, inventor de decires, a todos enseñaba a bien hablar con el ejemplo, y a la vez transmitía algo tan esencial para la vida como es el humor, a menudo con un punto de provocación del que no se excluía siquiera a sí mismo.
   Siempre ocurrente, con esa maestría que proporcionan la inteligencia y una vasta cultura, lo mismo corregía errores con ironía que incrementaba en sus explicaciones el vocabulario de sus oyentes. Y siempre les pedía a sus alumnos que leyesen. Más de uno, de una, a quienes inoculó el gusto por la literatura, aun sin ser conscientes de ello, le estarán rindiendo un homenaje cada vez que encaren con placer las páginas de un libro.
    A sus colegas nos legó un tesoro, que preservamos en el mismo paño en que guardaríamos el oro.
   Se jubilaba alguno de nosotros y todos esperábamos sus palabras, que en tales ocasiones adquirían forma de versos, que nos recitaba. Sonetos donde no escatimaba ingenio y entre bromas y veras dibujaban el ser del personaje que abandonaba el instituto, con imágenes que eran tan sorprendentes por su originalidad como atinadas en su fondo. En alguna ocasión le vi componerlos en cuestión de minutos, sin que faltase una sílaba al endecasílabo o fallase una rima en el cuarteto.
    Siempre se le encontraba donde se le necesitaba, dentro y fuera del centro, ya fuera como organizador de actos, ya como maestro de ceremonias o como un partícipe más. Echaba el resto en la cocina si de comidas solidarias se trataba, sumaba su voz a las del coro Mateo Escagedo, practicaba a manos llenas el ejercicio de la amistad. A mí, me ayudó en el teatro cuando se lo pedí.

   Era un amigo al que he querido mucho, seguro que se habrá dado cuenta. Hoy necesito hablar de él, aunque solo sea para evitar que se nos vaya del todo.

jueves, 15 de enero de 2015

MICRORRELATOS (V)


Consideración previa: En un microrrelato a menudo no se concibe lo que se ha escrito sin lo que ha quedado sin escribir. Y esa contradicción solo al lector le será dado salvarla. Ha de enfrentarse a cada narración con tiempo, despaciosamente. La labor creativa se cuece a fuego lento. Pero el resultado bien merece el esfuerzo. La historia que se obtiene solo la disfruta quien le pone el punto final, que será uno en cada caso... 

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Sonó un tiro y un pájaro dejó su vuelo. Llegó todavía vivo a tierra. Tal vez borrosamente, vio un insecto que se movía con torpeza a su lado. Todavía tuvo fuerzas para atraparlo con el pico. El cazador nunca supo que su disparo había provocado una víctima colateral.

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Se miró en el espejo, y era otro.

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A veces siento no coger el teléfono a la quinta o sexta llamada. Sobre todo porque tampoco han sonado las anteriores.

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Eran un par de tímidos con oído musical, pero tardaron un tiempo en saberlo. Cuando coincidían en el ascensor, no se atrevían a mirarse. Poco después, “Para Elisa” resonaba en todo el edificio. Era él al piano, que interpretaba arrebatado, esperando que ella entendiese su mensaje. Una y otra vez aguardó en vano una señal de reconocimiento. Hasta que un día, cuando ya tocaba más como desahogo para sí mismo que para la muchacha, a través de las paredes le llegaron las notas de un violín, que venían a fundirse con las suyas.

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Dios creó el mundo en seis días, y al séptimo quiso reinterpretarse a sí mismo. Pero no hubo manera, siempre volvía a salir como era. A lo mejor, habría tenido que prescindir de alguna de sus perfecciones, pero no cayó en la cuenta. Y ahí está, más solo que la una.

domingo, 11 de enero de 2015

SOLO CONSIGUIERON MATAR  GENTE

La Historia está llena de malos ejemplos. Tantos que a veces, en momentos de pesimismo, le da a uno por pensar que no son la excepción, sino la regla. Y los hermanos Kouachi o Coulibaly parecen haber bebido de todos ellos, como sus mentores de Al Qaeda o del Estado Islámico.
   Mataron a personas indefensas, hirieron a otras tantas, perdieron sus propias vidas. Mostraron al mundo adónde puede conducir el fanatismo. Esa perturbación que no acepta ver en los demás sino un calco de uno mismo lleva aparejada, además de la cerrazón y el empobrecimiento mentales, la intolerancia.
   El sectario no es, por definición, partidario de confrontar ideas. Discutir implica un cierto nivel de empatía, aunque solo sea porque, para oponerse, hay que conocer los porqués del adversario. Pero, convencido de que su verdad es La Verdad, escrita con mayúscula por única y absoluta, sin resquicio para la duda, el fanático hace del discrepante un enemigo a abatir.
   Podrían no estar de acuerdo con la revista satírica Charlie Hebdó, considerar irreverentes o, en su lenguaje religioso, impías las caricaturas de sus portadas, contradecirlas usando de humor e inteligencia. Pero no, naturalmente, negar su derecho a existir, eliminar físicamente a sus creadores. Y, sin embargo, eso es lo que han hecho.
    En su crimen se documenta una derrota. Si se vengaban por la publicación de las viñetas, solo han conseguido que los medios de todo el mundo las hayan reproducido, que hayan llegado a muchísimas personas que ni siquiera habíamos tenido, antes de ahora, noticia de ellas. No las han silenciado, las han multiplicado.
   ¿Querían acabar con la revista? Je suis Charlie!, escribimos, gritamos a coro por doquier gentes con diversas, a veces contradictorias, formas de concebir la vida. Y del próximo número se anuncia ya que se imprimirá un millón de ejemplares, cuando su tirada habitual era mucho más modesta.
    Los hermanos Kourachi –y su cómplice Coulibaly- asesinaron a gente, es cierto. Pero a la vista está que no acabaron con la libertad de expresión, ni han conseguido que nos atenazara el miedo. Esperemos que sus crímenes tampoco logren atizar el racismo, la xenofobia, la intolerancia. Los musulmanes no se lo han puesto fácil. Todavía resuenan las voces de condena de los imanes en las mezquitas, sus descalificaciones contra quienes se sirven de sus creencias para ocupar un puesto en la historia de la infamia.

miércoles, 7 de enero de 2015

NO, MERKEL, NO…

Grecia estaría fuera de la zona euro, si el  próximo día 24 vota mayoritariamente a Syriza, que según los sondeos tiene todas las de ganar esos comicios. Son palabras que le atribuye a Ángela Merkel el diario Der Spiegel, y que ella no ha desmentido, pese al revuelo que han levantado, dentro y fuera de Alemania. O sea, que debe de ser verdad que lo ha dicho.
   A mí esas supuestas declaraciones me llenan, primero, de perplejidad, y, acto seguido, de indignación. ¿Cómo se atreve?
   Entiendo perfectamente que no le guste Syriza. Su rechazo hacia esa coalición de izquierdas bebe de las mismas fuentes que me llevan a mí a valorarla. La enfada que piensen primero en los griegos que en el pago a rajatabla de la Deuda, que pretendan renegociar esta para disponer de dinero con que sacar a su gente de la ruina en que están. Que se opongan, en fin, a una política de salvaje austericidio, que deja en la cuneta a millones de personas, condenadas a la nada. Poniéndose en la mente de un banquero,  o de quien los representa como la señora Merkel, resulta comprensible que le horroricen las intenciones de Syriza.
   Lo que no me cabe en la cabeza es que del disgusto pase a la acción amedrentadora. Que sus intereses la lleven a interferir, con amenazas, en el proceso electoral de otro país, conminando a sus ciudadanos a que no  voten a determinada opción, contraria a sus planteamientos. O, lo que viene siendo lo mismo, exigiendo que se inclinen por otras, que son sus preferidas, por fieles a sus dictados.
  Meter miedo a todo un pueblo que se dispone a acudir a las urnas debería estar penalizado por ley. Descalifica, en todo caso, a quien lo hace, y fácilmente puede salirle el tiro por la culata. Ojalá el 24 de enero los griegos den una lección  a Ángela Merkel y a su Troika y les demuestren, en el ejercicio de su libertad, que la democracia excluye la coacción.

sábado, 3 de enero de 2015

LOS OTROS REYES MAGOS

Yo, de pequeño, creía también en los Reyes Magos.
Tenían unas barbas muy largas
y había uno que era negro y me tiznaba
la cara, si no había sido bueno.
Entraban en grandes caballos voladores por
la chimenea,
caminaban el pasillo,
junto a mi zapato dejaban acaso
un camión de madera, un caballo de cartón,
un cuento.
Y debía de gustarles el vino
o quizás tenían mucho frío,
sus copas,
que yo llenaba hasta el borde,
siempre aparecían vacías.
Todavía hoy me sonrío
recordando
aquellas noches, cuando trataba de sorprender
el menor ruido,
un mueble que cruje o la contraventana
            -¿Estarán ahí...?-
Abría los ojos a la mañana
con un vago sentimiento de felicidad
y un resquicio de sueño en la mirada.
Papá, papá, mamá: ¡un caballo de cartón!
Un instante me detenía
elevando las manitas
a lo alto,
¡Gracias, Reyes Magos!
A mi lado, mi padre, sonriendo, casi
de alegre como yo,
y varias horas de trabajo más viejo, justo
el dinero de un caballo de cartón,
lo empujaba, y empujaba, y empujaba. ¡Cómo
nos reíamos los dos!


P.D. En una carpeta carcomida por el paso de los años, he encontrado este poema sin datar, que seguramente escribí en mi primera juventud. Hace referencia a un momento en que ignoraba, todavía, que mis padres eran magos. No estaba solo en este sentir, que somos ocho hermanos.