martes, 30 de diciembre de 2014

FELIZ 2015

Nos van a prometer el oro y el moro, y hasta es posible que suelten alguna migaja, que previamente nos habrán arrebatado, por ver si nos contentan y, olvidados de sus fechorías, vuelven a votarlos quienes antes lo hicieron o nos quedamos en casa, sumidos en el desencanto, los que nos inclinamos por otras opciones que no hayan sido de gobierno.
   Mi primer deseo para 2015, que, como sabéis, será electoral, es que no perdamos la memoria. Sus promesas no se escribirán sobre hojas en blanco, qué más quisieran, sino emborronadas por incumplimientos y engaños, cuando no, casi siempre, por intereses espurios, que no casan con los de la inmensa mayoría de la población, esto es, con todos los que no somos ellos.
   No desconocen que tontos no somos, ni amnésicos, y van a tratar de meternos miedo, ya lo están haciendo. Como si no nos hubieran dado incontables motivos para sentir pánico con sus medidas de gobierno y sus actuaciones.
   A este 2015 que ahora empieza yo le pido que le demos gusto al cuerpo y, colectivamente, abramos camino a una nueva etapa en nuestras vidas. No es poco, y además no depende de la suerte. Está en nuestras manos.

sábado, 27 de diciembre de 2014

NOCHEBUENA, EN 1970

Fue la primera Nochebuena que no celebré con mis padres y hermanos, y la culpa la tuvo el general Franco, o sus acólitos de uniforme.
   Me había tocado hacer la mili, que, como casi todo bajo la dictadura, era obligatoria, en la Marina. 18 meses, un año y medio de vida perdidos.
   Como coruñés, los meses de instrucción, los últimos del año, debía pasarlos en  Ferrol, que por aquel entonces completaba su denominación con el apelativo “del Caudillo”, por haber nacido allí tal personaje, como si de ello constituyera timbre de gloria para la ciudad.
   Cuando, concluido aquel período iniciático, llegaron los destinos asignados a cada cual, el mío y los de siete vascos, estaban en blanco, y no en cualquier navío o base del Cantábrico, como cabía esperar. Tal anomalía obedecía a que se consideraba que en la vida civil habíamos mostrado desafección al régimen imperante.
   A mí ningún juez me había condenado, ni siquiera había sido procesado. Pero antecedentes policiales sí que debía tener. En aquel tiempo siniestro, bastaba ser delegado estudiantil en la universidad, haberse declarado favorable a las libertades que no había, o participar en asambleas o manifestaciones para que se te considerase un peligro para el sistema.
   Me acuerdo de que ya había mediado diciembre cuando nos quedamos solos. Nos alojábamos los ocho en un sollado enorme, dormitorio, hasta que se fueran, de muchos  más. Nos faltaba el calor humano. Yo acumulaba mantas con que combatir el frío y poco más conseguía que sepultarme bajo un enorme peso, que me oprimía. La humedad se nos metía en el alma.
   Los días se sucedían y no sabíamos qué sería de nosotros, adónde nos enviarían, ni cuándo. Así, hasta que llegó el 24, Nochebuena. Como normalmente a los residentes en localidades próximas nos concedían autorización los fines de semana para estar con nuestras familias (franco de ría, se llamaba), me dirigí al oficial al cargo para ver si podía cenar en mi casa alguno de mis compañeros.
   Me dijo que no iba a ser posible, ni siquiera para mí, ese permiso. Aquella misma noche, Nochebuena, salimos en tren para Madrid. Desde allí, al día siguiente, Navidad, cuatro iríamos para Cartagena y otros tantos para Cádiz.     

   No recuerdo que nos deseara felices fiestas.

martes, 23 de diciembre de 2014

“NOS VEMOS ALLÁ ARRIBA”, de Pierre Lemaitre

Qué tendrá esta novela para que le hayan otorgado el premio Goncourt y la hayan leído hasta la fecha medio millón de franceses...
    Albert Maillard y Édouard Pericourt son dos soldados, combatientes en la I Guerra Mundial. Sus dramáticos avatares en una última batalla de la contienda los unirán más allá de la finalización del conflicto. La acción principal, tejida en torno a ellos, cuenta con una trama paralela, protagonizada, a partir de determinado momento, por familiares de Édouard y el siniestro capitán Pradelle.
   A veces, los dos planos se interrelacionan. Y al amparo de ambos surge toda una constelación de individuos secundarios, de paso fugaz en ocasiones, con mayor presencia en otras. A menudo son caracteres cuya pintura se compone de un solo trazo, lo que los reduce un tanto. Esa simplificación, que alcanza su culmen en el retrato del malo, que es malísimo, que peor no puede ser, halla su correlato en los protagonistas principales cuyas actuaciones, en particular en el caso de Albert, se contradicen de cuando en cuando con la naturaleza que se le atribuye. Si la simplificación facilita la lectura (y el despertar de emociones), las actitudes paradójicas llevan al lector a la sorpresa, que tal vez le sirva de incentivo.
  El trasfondo en que ocurren los sucesos se constituye en tema de evidente interés. Asoman un mundo que negocia con el sentimiento de los familiares de las víctimas, o con las mismas víctimas, supercherías sin cuento, una miseria moral que emerge bajo la altisonancia de los discursos patrióticos. Y desfila algún héroe de guerra que si no se mira en los espejos deformantes del callejón del Gato será porque Valle-Inclán todavía no había escrito “Luces de Bohemia”. Como la narración se inspira en un contexto real, tiene esta novela mucho de denuncia y de catarsis colectiva. Y el  lavado de trapos sucios, máxime si afecta a toda una sociedad, atrae como imán.
   Otra cuestión es cómo se va desenvolviendo el argumento. Aunque se disponga en un antes y un después, un desarrollo cronológico en el sucederse de los acontecimientos, la linealidad se rompe al alternar el protagonismo de los personajes, al ir de uno a otro la acción (o el pensamiento, pues el narrador es omnisciente). Ese constante vaivén, que fragmenta la novela en capitulillos de escasas páginas, supone un aliciente más para mantener la atención.
   Caracteriza por lo demás a la fabulación un disparatado discurrir, donde se torna habitual lo inesperado, pleno de intrigas, con un punto de thriller, que no huye de la truculencia o el detalle espeluznante, antes bien, se recrea ocasionalmente en su descripción.
   No suelen gustarme los best-séllers, pero he de reconocer que con frecuencia me atrapan.

jueves, 18 de diciembre de 2014

BRUSELAS (y 2), CAPITAL DE DOS EUROPAS

Éramos dos más entre el gentío que paseaba las inmediaciones de la Grand Place. En una calle peatonal, vi que se nos acercaba una señora muy mayor, con trazas de haber sido zarandeada por la vida. Al allegársenos, extendió una mano pedigüeña y musitó unas palabras que no necesité entender, o que entendí aunque no dominara su lengua, e hice lo que pensé que debía, y después correspondí a su sonrisa con la mía.
   Pero no bien había andado tres pasos cuando de entre la multitud salió otra anciana, que se auxiliaba de un bastón y dirigía una mirada implorante a los viandantes. Y poco después nos aguardaba una más, y más luego. Viéndolas, costaba poco ponerse en su lugar y sentir un estremecimiento que no era solo de frío. Me parecía obvio que al padecimiento físico sumaban las presiones, quizás los malos tratos, y seguro que el despojo de cuanto obtenían, por parte de algún grupo mafioso que las obligaría a mendigar.
   El final de una vida forjada a base de duelos y quebrantos no se merece algo así. Más que una limosna, necesitan esas mujeres, y todos necesitamos que la tengan, una residencia que las cobije, y palabras de cariño y caricias que las consuelen de los males de la edad y de los que han sufrido para llegar hasta aquí.
   Más tarde, visitamos la catedral. Al salir, un cámara de televisión filmaba a una periodista, que preguntaba a algunas personas, imaginamos que por su sentir ante el fallecimiento de la exreina Fabiola, acaecido aquellos días. Hacía tanto frío que debía de costarles mucho que alguien se detuviese. A su alrededor, únicamente permanecían quietos varios indigentes ateridos, que se defendían de las bajas temperaturas temblando, abrazados a sí mismos o con movimientos espasmódicos. Recuerdo que uno se mostraba tan inánime como si se anticipase a su propia muerte.
    Estábamos en la capital de la Unión Europea.

lunes, 15 de diciembre de 2014

BRUSELAS (1): LA GRAND PLACE

Estaba fría, pero era bella, el primer fin de semana de diciembre, la capital belga. El sábado fue de sol y el domingo llovió casi sin parar, con una intensidad que iba del orballo al aguacero, y un aire gélido, que hacía flamear banderas y hurgaba en los huesos de los viandantes.
   Si por mí fuera, no habría dejado de pisar el adoquinado de la Grand Place. Es de una hermosura imposible, que, desde el arte, habla del poder y de la gloria. Aun no siendo de dimensiones escasas, la grandeza que anuncia su nombre no le viene de su tamaño, sino, me parece a mí, de la magnificencia de los edificios que establecen sus límites. Por los cuatro costados se levantan construcciones palaciegas o soberbias mansiones de piedra. En las fachadas hay una armonía de ventanales verticales, series de arcos ojivales, un sinfín de esculturas antropomorfas, que en ocasiones dibujan frisos. Y, presidiendo el conjunto, prendiendo la mirada, la filigrana de una torre gótica busca el cielo y lo encuentra, de tan alto que sube.
   A las cinco, se acababa la tarde y se venía la noche, pero no cesaba la Grand Place de ejercer su poder de atracción. Simplemente, cambiaba de motivo. Enseguida la luz se combinaba con la música, que era clásica. A sus compases, variaba, al unísono, el color de los monumentos, que la iluminación vestía por entero de malva, de carmesí, de verde, arrancando entre los espectadores flashes de móviles y exclamaciones ahogadas de un júbilo que nacía de la admiración.
   De día o de noche, era difícil sustraerse a su embrujo, por más que valiera la pena perderse en las callecitas aledañas. Siempre atestadas de gente,  nos conducían a lugares que parecían hechos a medida de los mercadillos surgidos a su amparo. Husmeábamos entre los puestos del dedicado a antigüedades, sin querer nada en concreto, solo por ver qué nos salía al paso; si su precio no nos disuadiese, tal vez podríamos apetecer de una figura de belén en los tenderetes navideños que, en otro punto, nos llaman, como ecos de tiempos de infancia. Dejándonos conducir, en fin, a donde el olfato nos lleve, llegamos a casetas que se multiplican para tentar al paladar con efluvios de comida callejera.
   Pero siempre acabamos por volver a la Grand Place, y es curioso, porque los ojos no se cansan, en cada ocasión, de descubrir algo nuevo, o, si no, de recrearse en lo ya conocido… 

martes, 9 de diciembre de 2014

UNA GEOGRAFÍA INVENTADA

Ignoro de dónde había sacado aquel invento, aunque bien pensado, dada su capacidad para imaginar y su natural afectivo, no me extrañaría que proviniese de su propio magín. En cualquier caso,  a mí siempre me admiraba ver aquel mapa en una de las paredes de su casa. No estaba colgado de un clavo, sino dibujado a lápiz sobre una mano de cal, y no era siempre el mismo, o lo era y no lo era a la vez, porque, si por lo general conservaba lo ya delineado, a medida que pasaba el tiempo el diseño primigenio se expandía, iba engrandeciéndose con añadidos.  Un día te sorprendía encontrar una cordillera que antes no estaba,  un océano nuevo, el contorno de un lago.
   Como cabría esperar, no había espacio allí inventariado que no tuviera nombre, incluso a veces apellido. Porque, en efecto, se hacía la toponimia de antropónimos y patronímicos. Podía haber una bahía que se llamara de Marta López, un río Gonzalo Pedrálvez, o un archipiélago de las hermanas Candín, que en tal caso debían de ser muchas, pues numerosas islas lo compondrían.
   No recuerdo con precisión si me había dedicado un cabo o una cumbre, o si era un país lo que había bautizado con el apelativo de Juan Manuel Freire, pero sé que también yo estaba allí, ocupando un lugar en aquella geografía de los afectos, donde cada persona cercana a su ánimo tenía un sitio.
   Hace tiempo que no veo a este amigo mío. Pero me gusta pensar que sigue actuando a modo de demiurgo, creando, a partir de los sentimientos, un mundo emotivo, un microcosmos de estimas y querencias. Aquel hábitat entrañable.     

   

viernes, 5 de diciembre de 2014

“RELATOS SALVAJES”, dirigida por Damián Szifron

Había ido al cine con mucha prevención, renuencia incluso. No me apetecía pasar las dos últimas horas de la tarde de un sábado sufriendo, y el título de la película no me auguraba otra cosa que padecimiento y quizás también sobresaltos. Pero es lo que tiene no ser uno solo, que no han de priorizarse las apetencias personales y hay que saber ceder (dicho sea de paso, esas concesiones me han deparado hallazgos que, si de mi voluntad hubiera dependido, nunca se hubieran producido).
   Los relatos eran seis y, en efecto, sitúan al espectador ante situaciones extremas. Los protagonistas son seres corrientes que pasan, en un momento dado y acaso sin proponérselo, al otro lado, el lado oscuro de la existencia, aquel donde habitan nuestros demonios. De los personajes se enseñorean, entonces, el deseo de venganza, el resentimiento, la crueldad, los celos, la corrupción, la ira.
   Todo parecía acomodarse a mis previsiones  y me dispuse a pasar un mal rato. Para lo que no estaba preparado era, en cambio, para el placer que iba a experimentar. Y fue una pena, porque tardé un tiempo en abandonar mis temores, y mi suspicacia no me permitió gozar plenamente lo que veía hasta ya avanzada la proyección.
   Solo sé que en determinado momento empecé a dejarme llevar por una forma de contar que no fija mucho la cámara, como si escapase de dar relevancia a lo que, sin embargo, la tiene. La dureza de los acontecimientos, por fuertes que sean, que lo son, se aminora, la atención no se agobia y tras cada esquina aguarda una sorpresa, que, a despecho de la temática (trágica, propicia para la asfixia), no nos mete la angustia en el cuerpo. No es este un cine que prime la lentitud, o los efectos especiales, que busque sobrecoger al espectador o convulsionar su ánimo. Por el contario, la ligereza narrativa, la presencia de cierto desenfado cuando la sangre está llegando al río, diluyen el dramatismo. Y a ello contribuye eficazmente una dosis de humor bien traído, que nos descoloca y nos arranca una risa con lo que no contábamos.
   Todo lleva a que no nos involucremos, a que nos distanciemos emotivamente del desastre humano que contemplamos. Mira tú por dónde he ido a descubrir a Brecht en una película argentina.

    Y, en fin, pensándolo bien, si mis recelos impidieron que saboreara sin desconfianza alguna el espectáculo, también me ayudaron a degustarlo. ¡Cuánto lo enalteció a mis ojos que no fuera lo que preveía, cómo disfruté el alivio que sentí!

lunes, 1 de diciembre de 2014

CATALUNYA, CATALUÑA

La escribo con dos palabras porque es así como la siento, en catalán y en castellano, en su singularidad y con encaje en ese país de países que, lejos de toda concepción esencialista, es para mí España.
   Yo no pienso España sin Cataluña, pero no a cualquier precio, no de cualquier manera. Sobre todo cuando casi dos, de los algo más de seis millones de potenciales votantes, se declaran partidarios de la segregación. Me descorazona que el Gobierno lo esté haciendo tan mal, y que los partidos y organizaciones independentistas aprovechen esa circunstancia para llevar el agua a su molino, con artes en mi opinión non sanctas.
   El Partido Popular ha echado en Catalunya  leña al fuego, encendiendo los ánimos con sus recursos ante el Constitucional, primero contra la modificación del Estatut (pese a su previa aprobación por los parlamentos catalán y español y en referéndum), y más recientemente frente a la consulta instada por la Generalitat. Y se enroca en que nada es posible fuera del statu quo marcado por la Constitución.
   Por el otro lado, Convergencia y Unió y Esquerra Republicana han tenido la habilidad de acabar equiparando, si no formalmente, sí en la realidad, el derecho a decidir con el derecho a decidir la independencia, que obviamente no es lo mismo. Y, amparándose en esa identificación, han hecho de las instituciones de la Generalitat, que representan a todos los catalanes, y no solo al tercio que votó por la segregación el 9-N, correa de transmisión de sus fines.
   Cuentan, además, con un beneficio añadido. Si desde el Gobierno español se utiliza exclusivamente el argumento de la legalidad, el campo les queda libre para hacer campaña en favor de sus objetivos, sin nadie enfrente que la confronte. Un hipotético estado catalán independiente se presenta como remedio a todos los males –por cierto, buena parte de ellos compartidos por todos los españoles-, a modo de paraíso de leche y miel.
   Yo soy partidario de poner todas las cartas sobre la mesa, para que cada uno pueda jugar su mano, sin imposiciones ni exclusivismos. El fin no es la independencia o la unidad, sino conocer qué es lo que se quiere. Y no se me ocurre mejor manera de saberlo que preguntarlo y negociar a partir de las respuestas. El recurso a O lo tomas o lo dejas, en que ambas partes en conflicto se están empeñando, no es válido con todo lo que está en juego.  

jueves, 27 de noviembre de 2014

MICRORRELATOS (IV)


Este relato, en sí mismo tal vez irrelevante, no es de ficción porque sea inventado. Es más, sucedió lo que dice. Pero rompe con las normas de la lógica de los afectos, trastoca de tal modo el mundo que me resulta imposible reconocerlo, como si alguien lo hubiera recreado para sorprenderme. La frontera que separa la realidad de la fantasía no parece, a la luz de este caso, fija. Antes bien, la segunda se introduce a menudo en los dominios de la primera y hace de la vida un espacio confuso.

Yo hacía cola en la panadería, atento a que no se acabasen las minibaguetes que apetecía. Vagamente, entreví que una señora, que iba de salida, pasaba a mi lado. A mis espaldas, sonaron, nítidas, sus palabras:
-         Ay, cariño, perdona, con lo que te gusta a ti el currusco... Mira que olvidarme... Toma, cielo, ya lo siento…
Me volví, esperando encontrar a una madre pija y a un niño antojadizo y mimosón. Ella quizás respondiera al arquetipo. En cambio, me equivoqué al atribuirle la maternidad de la criatura. A sus pies, se relamía, aguardando la dádiva, un perrito blanco y retozón.

                                   …………………………………………………


Quiso vivir un mundo distinto, una realidad paralela a su existencia gris. Se puso a escribir y le salió un personaje que ni siquiera veía anodina su cotidianidad.

                                   …………………………………………………

Se disponía a cruzar la calle, pero el semáforo se había puesto en rojo. Estuvo a punto de presionar el pulsador, para que el disco cambiara a verde. Pero solo venía un coche y aún estaba lejos. Se lanzó a la calzada, sin tocar el botón, por no forzar al conductor a detenerse. En la acera de enfrente le abordó un guardia, y lo multó. Por comportamiento incívico, le dijo.

                                   …………………………………………………

“Cuántas horas de cuántos días te pasas, Albertina, en la ventana, mirando a la calle, absorta, como si el mundo no existiera, y tú para él tampoco”, la recriminaban familiares y amistades. No sabían que  muchas transeúntes se quedarían sin más historia que la vivida, si dejaba de fabularles a cada instante nuevas existencias.


lunes, 24 de noviembre de 2014

EL DESAHUCIO DE LA SEÑORA CARMEN

Fue una noticia que me humedeció los ojos y me revolvió la mente. Desalojaron a una anciana de 85 años el viernes pasado de su piso en Vallecas (Madrid). Su hijo  lo había aportado como aval para que un prestamista privado le concediera un crédito, que hasta el momento no había conseguido pagar.
   Ella es la señora Carmen. Un reportero la había fotografiado poco antes de que la hiciesen abandonar su vivienda. Se la ve en ropa de casa, como si no fuesen a echarla de un momento a otro, encorvada, con un bastón, la cara llena de arrugas, de aristas y de pena. Seguramente no entendía nada, le sería imposible creer que alguien pudiese comportarse así. Decía que había pedido a sus amigas que fuesen a la iglesia y rezasen por ella; que había trabajado toda su vida en el campo y como limpiadora y percibía la pensión mínima... Confieso que al contemplarla me entraron ganas de abrazarla.
   En la calle, decenas de personas solidarias protestaban, una fue detenida. Había mucha policía, siete u ocho furgones. Podría parecer desproporcionado ese despliegue, pero según cómo se mire. Nunca se sabe cómo va a responder la población ante una injusticia como la que se iba a perpetrar.
   Me llamó la atención que algunos agentes fueran embozados o con los rostros apenas perceptibles tras la visera de sus cascos. Un mando impidió al periodista que lo fotografiara. Yo imagino que querían protegerse, pero no de posibles agresiones futuras, sino de la vergüenza. Debe de ser terrible que te vea un hijo, un vecino, en semejante actuación. Incluso supongo que no será fácil encararse  uno a sí mismo así en  un periódico.
   Aunque quienes más oprobio tendrían que sufrir no estaban allí. Faltaban actores en este drama. Quienes iban a quedarse con el piso, desde luego. Pero también otros. Se estaban aplicando unas leyes que alguien instauró y que nadie cambió, y que penden como espada de Damocles sobre los más débiles. Quienes las ampararon con su voto o las toleraron con su silencio deberían formar parte de la comitiva judicial. Así podrían asomarse a los ojos a la señora Carmen y sentir adónde conduce su política.
   Yo confieso que deseé que venga cuanto antes esa España de la rabia y de la idea que tanto se está haciendo esperar. 

jueves, 20 de noviembre de 2014

ASIGNATURAS AFINES AYER Y HOY

Lo que sigue es una recreación de tiempos pretéritos, que si no vuelven es porque nunca han dejado de estar ahí. Reproduzco un artículo publicado en la revista del SUATEA (Sindicato Unitario de Trabajadores de la Enseñanza de Asturias) en noviembre de 1985. Se lo había enviado desde Laredo (Cantabria). Lo rescato porque, leyéndolo, quizás alguien piense que, si se pudo, se puede.

Extrañas afinidades, las de las asignaturas bautizadas por la Administración como “afines”. Profesores de Historia hay obligados a distinguir esforzadamente, y quizás en vano, ante sus perplejos alumnos de Música entre un violonchelo y una viola; no faltan quienes estudiaron Matemáticas y ejercen de dibujantes, y puede llegar a ser el Inglés considerado a estos efectos hermano gemelo de la Geografía.
   A mí mismo, este curso que empieza, me ha tocado sufrir una kafkiana experiencia en el Instituto de Bachillerato de Laredo, en Cantabria [...].
   Durante cerca de dos semanas, el Ministerio de Educación y Ciencia –su Dirección Provincial en Cantabria, su Inspección- se ha empeñado en convencernos a los integrantes del Departamento de Lengua Española y Literatura, y en particular al último al que se le ha adjudicado plaza definitiva, que soy yo, de que impartiésemos la disciplina de Lengua Francesa, un horario completo que quedaba sin cubrir.
   Hubo, por nuestra parte, públicas declaraciones acerca de lo irrazonable de semejantes proyectos, reuniones con los padres, negativas en redondo.
   Por el lado del Ministerio, lo de siempre: llamadas y más llamadas, “advertencias”, recitados de normativas.
   Finalmente, una profesora de Francés fue enviada al instituto a dar Francés.
   ¿Dónde ir a buscar el motivo de tanta sinrazón?
   El Ministerio alude constantemente a preceptos legales que apoyan, dice, sus pretensiones. Tales preceptos chocan, no obstante, con tozudas realidades. La más llamativa suele constituirla la falta de preparación de la que adolecemos en materias fuera de nuestra especialidad. Pequeño detalle, que a la ley y a sus celosos guardianes se les escapa.
   No es el único despropósito de esta historia. Argumentaban en defensa de las Oposiciones que para dar clase de una asignatura de la especialidad habíamos de demostrar ante un tribunal nuestra capacitación, e intentan ahora que enseñemos –sin Oposición, por supuesto- otras disciplinas, lejanas a nuestra dedicación y conocimientos, cuando no definitivamente ajenas a ellos.
   Ya lo sé. Estas contradicciones forman parte de la realidad cotidiana que habitamos, hasta tal punto que puede parecer extraño que nos extrañemos de su existencia. Pero creo que no debemos resignarnos a que lo anormal, por el mero hecho de repetirse, pase a ser considerado como normal.


ADENDA: Ojo al nuevo real decreto de especialidades del Ministerio de Educación. Permite que profesores no especialistas puedan impartir materias para las que carecen de preparación… ¿A que os suena, después de leer este artículo? 

viernes, 14 de noviembre de 2014

VIVENCIAS LINGÜÍSTICAS

De vez en cuando, me acuerdo de dos situaciones que viví, una de ellas hace ya décadas, más reciente la otra, ambas sin relación aparente entre sí y que, sin embargo, algo deben de tener en común, porque siempre que evoco la una se me aparece, también, simultáneamente, la otra.
   Para describir  la primera, he de retornar en la memoria a Cartagena. Era el inicio de los 70 del siglo pasado y allí estaba yo, haciendo la obligada mili. Como coruñés, me debería haber correspondido algún destino en la demarcación marítima del Cantábrico, pero  no fue así y esa es otra historia, que algún día contaré. Lo que ahora quiero traer a colación es que el paisanaje que encontré en la Escuela de Submarinos de Cartagena,  donde acabé, era casi en su totalidad mediterráneo. Había marineros de Cataluña, del País Valenciano, algún isleño (de Baleares). Me metía a menudo en sus conversaciones, como un contertulio más. Al principio, cuando apenas nos conocíamos, dejaban de hablar en catalán y pasaban al castellano, en deferencia a mí. Se sorprendían cuando les decía que no era necesario, que, en general, los entendía (había estudiado filología románica). Para lo que no estaba capacitado era para dirigirme a ellos en catalán, a tanto no llegaban mis competencias. En adelante, resultaba curioso oír cómo en aquel minibabel que componíamos reinaba la concordia, sin que para ello hubiera de renunciar ninguno de nosotros a sus hábitos lingüísticos.
  El segundo momento en que a menudo pienso tuvo a Galicia por escenario. Ocurrió en la librería Arenas, de A Coruña, donde acudí a presentar “Y don Quijote se hace actor”, una  versión teatral que escribí del clásico cervantino. La introducción al acto corrió a cargo de un profesor que se manifestaba en gallego, cuyo estudio, además, enseñaba. Yo podría, esforzándome y aun así malamente, mantener un diálogo coloquial en gallego, pero carezco de registros suficientes para los matices que requiere una exposición pública, nada menos que con El Quijote como objeto. Cuando le comuniqué mis dificultades a quien iba a presentarme, me contestó que dónde estaba el problema, que cada uno podía expresarse cómo le resultase más cómodo y mejor le conviniese. A fin de cuentas, el público era bilingüe y nos comprendería bien a los dos, como así fue.
   Me traen estas vivencias un sabor a diversidad y a respeto mutuo, a multiculturalidad y a consideración del otro. Lo que no sé es por qué las recuerdo estos días, justo cuando la cuestión catalana (y la española) están en el candelero... 

domingo, 9 de noviembre de 2014


“BROTES VERDES” EN SANTANDER




Poco falta para que podáis ver esta nueva obra sobre el escenario del salón de actos del instituto Villajunco (el jueves 13 de noviembre, a las 20.00 horas). La entrada es libre, hasta completar aforo.
   La representación correrá a cargo de nuestra Agrupación Escénica Unos Cuantos.  Una veintena de sus miembros  dará vida a más de ochenta personajes. Diréis que son muchos, y no os falta razón. Aunque un número tan excesivo tiene también sus ventajas. Para empezar, supone enfrentarse a un reto tan propio de un actor como el del transformismo, el de trocarse en otros, asumir diversas identidades, y hacerlo de tal forma que en cada una de ellas resulte convincente, pese a que, en la mayor parte de los casos, su aparición y sus parlamentos hayan de ser necesariamente breves. Cuando todos los personajes parecen secundarios, todos devienen en protagonistas, y encarnar a cada uno –sucesivamente a varios- implica poner toda la carne en el asador, dar pruebas de una gran versatilidad.
   ¿Y de dónde sale tanto papel a interpretar?, os preguntaréis. Se trata de una obra coral, como lo es el mundo al que imita. La ficción se torna espejo, y en su azogue se refleja toda una serie de tipos que emergen de una sociedad en estado de crisis. Pero no para resignarse o dar rienda suelta al lamento, por más justificado que estuviera. El foco se centra en quienes se niegan a pagar el pato de tanto desafuero. Emerge de la sinrazón el afán de justicia, ante el abuso nace la rebeldía, la solidaridad frente al atropello. De tales actitudes se nutre el guion de esta obra, que no hace sino copiar el argumento de nuestra cotidianidad.
   La primera escena nos presenta a una compañía teatral a punto de ser desahuciada de su local de ensayo. Algo sucederá, sin embargo, y les llevará a replantearse su quehacer escénico, que mostrará cómo en tierra quemada acaban viendo la luz brotes verdes que han de abrir camino a la esperanza.
   En la estética de este teatro documental, a veces descarnado, hay momentos  para la ternura,  tintes surrealistas, un humor que, cuando aparece, linda con el sarcasmo.

   Me encantaría veros entre el público (si estáis en Cantabria, claro).

martes, 4 de noviembre de 2014

RAJOY (ERÍAS)

El presidente del PP (y del Gobierno) habla poco. Pero cuando rompe su habitual mutismo, aunque solo sea para decir cuatro palabras, resulta más locuaz de lo que pudiera parecer. Por ejemplo, declaró en Murcia, pocas horas antes de que saltara a la prensa la operación Púnica, que “unas pocas cosas no son 46 millones de españoles”.
   Fijémonos en primer lugar en cómo evita hablar de corrupción. Queda muy disminuido el delito, si se la llama con un término tan abstracto, y por ende tan impreciso, como cosas, con el que podríamos referirnos a cualesquiera objetos, generalmente de escasa monta. Y ya si son unas pocas, entonces casi reduce el latrocinio público a la nada, al menos en la dicción, que no en la realidad que percibe la ciudadanía. Y luego está esa referencia a los 46 millones de españoles, a los que nadie imputa. Otro intento de engañifa verbal. ¿Por qué atrincherarse en toda la población cuando los acusados del saqueo son  prebostes de la política y no gente del común?
   Poco tiempo después de que la operación Púnica cayese como un mazazo sobre la población, el discurso de Rajoy pareció cambiar. “En nombre del PP –proclamó en el Parlamento- quiero pedir disculpas a todos los españoles por haber situado en puestos de los que no eran dignos a quienes en apariencia han abusado de ellos. […] Responden a la codicia personal de los cargos públicos y no a las organizaciones a que pertenecen”.
  Solicita el perdón, pero sigue escurriendo el bulto, continúa minimizando el problema. Porque su gravedad no radica tan solo en que haya políticos de su partido que hayan incurrido en prácticas delictivas. Lo más trascendente está en otro lado, justamente en aquello que desmiente. No olvidemos que existen fundadas sospechas de que el propio PP como tal se pudo haber beneficiado de actividades corruptas, que le habrían aportado un dinero ilegal (trama Gúrtel, caso Bárcenas…). No son únicamente conductas individuales las que están en entredicho, contrariamente a lo manifestado por Mariano Rajoy. Hay momentos en que las excusas suenan a intento de huida, siquiera sea verbal. Sobre todo cuando lo exigible es que se asuman responsabilidades. 

viernes, 31 de octubre de 2014

EN MEMORIA DE JOSÉ MIGUEL CAVIA

Mucha gente lamenta en Cantabria una pérdida. Todos los que conocimos al profesor José Miguel Cavia, que falleció anteayer. Era una persona que se hacía querer sin pretenderlo, simplemente siendo él mismo.
   Tuve la suerte de ser compañero suyo en el instituto “Ría del Carmen” durante años, hasta que le llegó la jubilación. Eché entonces en falta su apariencia sólida, su bonhomía, la sonrisa apenas esbozada en los ojos, el valor de sus opiniones.
   Impartía matemáticas a sus alumnos y se ganaba su atención y su respeto no desde el distanciamiento y la severidad, sino desde el trato afable y el saber. Entre clase y clase, con los dedos todavía blancos de tiza, buscaba el calor de una conversación, se sumaba a la complicidad de una risa, evaluaba con mirada crítica y social la España que vivíamos.
   Fuera del aula, hacía del tiempo un espacio que compartir. Acaso sin proponérselo, seguía siendo un enseñante.
   Un sábado al mes, cambiaba la escritura de números en el encerado por las botas y un chubasquero y nos llevaba a docentes y estudiantes, también a padres, a la montaña, a aprender de Cantabria y sus caminos. Nunca le oí reivindicar, en cada una de esas salidas, las horas de preparación previa y minuciosa, cristalizadas en apuntes sobre la comarca adonde íbamos, que siempre nos entregaba; pero resultaba evidente para todos que allí había mucho trabajo callado, laborioso, impagable.
   Estarán ya notando su ausencia sus compañeros de tertulia, las mujeres de la asociación Quima, donde difundía su amor por la naturaleza, o los oyentes del programa de radio Camargo que convertía en una cátedra dialogante y cálida. A todos alcanzaba el abrazo de ese ser entrañable que fue, que seguirá siendo en nuestros corazones. Porque Miguel Cavia nos ha dejado, pero su impronta permanece en cuantos lo tratamos. En la pena por haberlo perdido, nos queda el consuelo de haber disfrutado de su amistad.
   Descanse en paz. 

domingo, 26 de octubre de 2014

EL PEQUEÑO NICOLÁS

Una vez vi en Barcelona una obra teatral donde los actores salían de una pantalla de cine o volvían a ella desde el escenario. Personajes que eran imágenes se volvían de carne y hueso, o viceversa, creando una extraña sensación de continuidad entre ficción y  realidad.
   Traigo a colación esta anécdota para hablar de nuestro hoy. Es como si en España, estuviéramos viviendo en una película, cuyos intérpretes viniesen, de cuando en cuando, a habitar entre nosotros. Son seres inverosímiles, que protagonizan tramas imposibles, de no ser en un contexto literario, y que, no obstante, cuando menos lo esperamos, se materializan, se hacen verdad.
   Un caso es el del Pequeño Nicolás. Llama la atención por lo muy descabellado del argumento que ha venido protagonizando. Un chico de veinte años que desempeña un papel de agente secreto, con contactos al más alto nivel en el mundo de la economía y de la política. Que viaja a bordo de coches oficiales con chófer (y, al menos en una ocasión, en una caravana de tres, el suyo en medio). Que alquila un chalet en la mejor zona de Madrid, por una millonada. Que un buen día pone protección a un miembro de Manos Limpias, bajo pretexto de que podría correr peligro a manos de sectores del catalanismo. Que le muestra al susodicho grabaciones de conversaciones familiares, como si tuviera el teléfono intervenido y él accediera al fruto de ese espionaje. Que le pide que su organización retire la acusación contra la infanta Cristina, como cuestión de Estado. Que aparece en fotografías al lado de grandes empresarios, o de Aznar, de Aguirre, de Rajoy, de Dolores de Cospedal, de Arias Cañete, saludando al Rey en un besamanos…
   Era un farsante, diréis, pero ¿puede haber farsante sin farsa? Yo, cuanto menos, lo dudo. Sobre todo cuando caigo en que alguien hubo de proporcionarle cobertura para su actuación (dinero, automóviles, contactos…). No parece que estuviera interpretando un monólogo, sino un texto coral, aunque aún ignoremos si sus compañeros de reparto eran coprotagonistas o meros comparsas…
   Su pretexto era hacer gestiones, ¿de qué tipo, en beneficio de quién, a cambio de qué (se le acusa de solicitar comisiones, aprovechando sus relaciones)?. Ahí es donde la película se torna realidad. O quizás no, tal vez es la realidad la que se vuelve guion disparatado. A nosotros, la gente del común, nos toca el papel de espectadores. Lo peor es que, como siempre, la función no es gratuita, es a nuestra costa.  

martes, 21 de octubre de 2014

PATATAS RELLENAS

Cuando menos lo espero, me vienen a la mente imágenes de El Fontán. Llegan y se van, dejando en mi ánimo sensaciones gratas y un deseo casi incontenible de comer patatas rellenas.
   El Fontán tal vez sea la plaza más emblemática de Oviedo. Es como un corral de comedias alargado, donde refiere la historia que actuó en su día La Barraca de García Lorca. Un espacio limitado por casitas coloreadas, porticado por dentro y por fuera, que ofrece refugio ante la lluvia y encanta a los sentidos.
   En ese entorno se aposentan a diario y desde hace siglos mercaderes, mayormente de fruta y hortalizas, que dan fe, en la diversidad siempre cambiante de sus productos, del sucederse de las estaciones.
   Yo me recuerdo picardeando entre los puestos, acercándome a las tiendinas que se abren bajo los soportales, haciendo un alto para beber un culín de sidra en algún chigre. Al filo del mediodía, mis pasos me conducían inevitablemente a un restaurante pequeño, casi de forma inconsciente, como si fuera una de esas reses que salen de o retornan al establo a una hora convenida, sin que nadie las conduzca, solo porque saben lo que quieren, sea descanso o pación en los prados.
   En mi caso, buscaba averiguar si en el menú ofertaban patatas rellenas. Si era así,  me sobrevenía un callado contento, y a continuación me tentaba el bolsillo, por ver si estaba al alcance de mi economía saborearlas. Al entrar en aquel local, no solo quería satisfacer al paladar; también rendía tributo a mi pasado. Yo ya las había comido antes, cuando niño, como un gozoso complemento a las vacaciones estivales, que en los años de infancia me llevaban a la casona de mis abuelos maternos, allá donde Asturias  casi se vuelve Galicia.
   Pero cómo se preparan, os preguntaréis, deseosos, tal vez, de gustarlas, y no voy a dejaros con la miel en los labios.
   Dice mi madre que lo primero es elegir bien las patatas, que no han de ser ni  grandes ni menudencias. Toca, después de quitarles la piel, ahuecarlas, procurando que sea pequeño el agujero por el que sacamos la pulpa. Esta, que sale en forma de diminutas semiesferas, se reservará para luego.
   Ya sabemos que pelar cebolla humedece los ojos, pero no queda otra, pues la vamos a necesitar. Y si no queremos llorar dos veces, mejor guardar una parte para luego, cuando la receta nos la reclame de nuevo. En trocitos, ella y el ajo que la acompañará irán a una sartén con fondo de aceite. Aguardaremos a que cambien su color natural por el dorado y les añadiremos carne o jamón picados, o restos incluso de carne asada...
   Ese será el relleno de las patatas. Para sellarlas e impedir que se les salga, se pasa la parte del agujero por harina y huevo batido, y se fríen por dicho lugar, para que el rebozo adquiera consistencia y ejerza de tapón. De ahí, pasarán a una cazuela, junto a los trozos que antes les habíamos extraído. A la sartén le queda un servicio más que prestar: pochar la cebolla restante, ahora con un poco de perejil. Es sofrito que se verterá en la olla, donde se agregarán también un vasito de vino blanco y algo de caldo limpio, si lo hubiera, y si no, agua para que cuezan lentamente, con una pizca de azafrán y de sal.
   Si no las probáis, que no sea porque no las sabéis cocinar... 

jueves, 16 de octubre de 2014

LOS DOS MISIONEROS

 “Hicimos lo correcto al repatriar a los religiosos”. La autoría de esa afirmación es del Ministro de Asuntos Exteriores, que ha desaprovechado una  excelente oportunidad de mantener la boca cerrada. Aunque mentiría si dijera que me ha extrañado. Mantenella y no enmendalla parece formar parte del ADN del Partido Popular. Véase, si no, otro ejemplo, este protagonizado por la Ministra de Sanidad, que, entre una lluvia de peticiones de dimisión por su desastrosa gestión de la crisis del ébola, acaba de declarar que ha actuado “con toda diligencia”. Bien, ya sabemos lo que entiende por diligencia el PP. Ahora solo falta que nos aclaren qué es para ellos, en el vocabulario de Margallo, lo correcto. Porque algo hubo de  fallar en el caso de los dos misioneros traídos a España por el Gobierno para que estemos como estamos.
   Nadie niega que debía prestárseles auxilio. Ellos arriesgaron sus vidas –hasta tal punto que finalmente las perdieron- por salvar las de otros. Y también, como de rebote, protegían las nuestras. Al luchar contra el virus en África, no solo ayudaban a quienes lo padecían: contribuían, además, en la medida de sus escasas fuerzas, a contener su expansión, a dificultar, siquiera sea un poco, su llegada a nuestro mundo.
   Doble motivo, pues, para corresponder a su generosidad (y, si fuera el caso, a la de otros que, desde distintas ONGs sin fines religiosos, guiados únicamente por criterios humanitarios y de justicia social, empeñan sus fuerzas en combatir la enfermedad).
   Otra cosa es que hubiera que hacerlo como se hizo. Porque cabía otra posibilidad fuera de la disyuntiva de trasladarlos a España o abandonarlos a su suerte. Enviar un equipo sanitario y montar un hospital de campaña para que los atendiera in situ parece que habría sido la opción más sensata y también la más solidaria.
   Se habría evitado de ese modo jugar con fuego (y quemarse, como luego se ha visto). Y de los medios aportados para tratar de curar a los misioneros españoles podrían haberse beneficiado otros afectados, que se cuentan entre los muy desasistidos africanos.
   Una gota de agua no apagará un incendio, pero sí puede contribuir, al menos, a atenuarlo. Se seguiría así un camino que otros ya han emprendido y que necesita de que muchos más pies lo recorran, el del apoyo a quienes sufren la enfermedad en origen.

viernes, 10 de octubre de 2014

ÉBOLA EN ESPAÑA

Todos los años, en el último instituto donde trabajé, se repetía el mismo ceremonial. Un día cualquiera, nos sorprendía una sirena sonando de continuo. Entonces interrumpíamos la clase y abandonábamos ordenadamente las aulas. Recuerdo que dejábamos libros y mochilas, incluso prendas de abrigo, por no retardar la marcha. El profesor velaba por que no quedasen ventanas abiertas y apagaba la luz si estaba encendida y, si era el último de su pasillo, debía comprobar, además, que nadie estuviera en los servicios. Cada zona tenía asignada una línea de salida, y había que ir en fila india y pegados a  una de las paredes. Ya fuera, nos dirigíamos a las pistas deportivas y cada docente verificaba que estaban todos sus alumnos. El proceso se remataba con unas palabras del responsable del desalojo, que nos informaba de si  se había detectado algún error. Ese ritual se repetía tres veces cada curso.
   Me ha venido esto a la memoria a cuenta de lo sucedido con el protocolo seguido con el ébola. Esa enfermedad acaba de llegar a España, tras la repatriación de dos misioneros que la padecían y que fallecieron pese al tratamiento que se les dispensó. No voy a entrar ahora en si fue oportuno traerlos o si hubiera sido preferible trasladar a donde estaban a un equipo que los atendiera in situ, a ellos y a otros afectados. Quiero hablar sobre la formación que se impartió aquí a los profesionales para enfrentarse a casos como esos. Ellos mismos la han calificado de insuficiente. Se les dio una charla de cuarenta minutos, cuentan. Y yo me he acordado de cómo se nos preparaba al personal y al alumnado para desalojar el centro si sobrevenía un incendio o alguna eventualidad similar, y he sentido como un escalofrío.
   Por informaciones de prensa y declaraciones de sanitarios, sabemos que el momento más delicado para la prevención es el de vestirse o, sobre todo, quitarse el traje que  impermeabiliza e impide el contagio cuando se entra en contacto con el enfermo. Cualquiera pensaría que, a fin de evitar errores que pudieran resultar fatales, se sometería a los trabajadores a un entrenamiento exhaustivo, con ensayos reiterados, que, controlados por expertos, corrigiesen fallos. Cualquiera, a lo que parece, menos los máximos responsables de velar por la salud de ese personal y de la población en general. ¡Qué lejos quedan los cuarenta minutos que les dieron de las dos semanas que, según un médico español que combate al ébola en Sierra Leona, dedican allí a tales menesteres!
   Otra cosa es si los trajes eran los adecuados, o el control externo del proceso de vestirse o desvestirse resultaba suficiente. Y una cuestión inquietante más: dados los avatares por los que pasó la auxiliar de enfermería infectada, antes de ser ingresada en el Carlos III, ¿se había preparado al conjunto del personal sanitario para actuar contra el ébola ante el más mínimo síntoma que presentase quien hubiera entrado en contacto con él?  ¿Cómo se explica, entonces, que se la derivara a un ambulatorio o a un hospital no especializado? ¿o que la trasladase a este una ambulancia carente de medidas de aislamiento y que, para mayor inri, continuó recogiendo después a otros pacientes?

   Lo peor quizá no sea la evidencia de que el ébola ya está aquí, sino esta sensación de ineptitud que percibimos, y no, precisamente, en los trabajadores de la sanidad, que son los primeros paganos...

lunes, 6 de octubre de 2014

LA TELEVISIÓN QUE ERA DE TODOS

Aún me acuerdo de la indignación que me produjo una medida adoptada por el PP nada más iniciar la legislatura. A ese enfado seguirían muchos más, que son Rajoy y los suyos pródigos en darnos disgustos a los españoles. Sin embargo, ninguna de sus fechorías consiguió que olvidase aquella, que fue de las primeras. Y difícil me pusieron caer en la desmemoria, pues ahora mismo están reincidiendo en el despropósito de entonces.
   Era un recorte, sí., pero no de los que, con posterioridad, afectaron a nuestros bolsillos o las prestaciones de los servicios públicos, que entre todos costeamos. Lo que se amenguaba con esa norma era la calidad democrática: en eso, en democracia, se ahorraba, se aplicaba la poda.
    Y así fue que, en adelante, a la dirección de radiotelevisión española ya no la elegirían los dos tercios del Congreso de los Diputados,  con la mitad más uno sería suficiente.
   La diferencia es sustancial. Una mayoría reforzada, como la que se exigía en la legislatura anterior y el PP derogó, obligaba al consenso y descartaba, o al menos dificultaba, la designación partidista de quien estuviera al frente del ente público. El acuerdo para nombrarlo pasaba necesariamente por la búsqueda de un personaje con marchamo de neutralidad. El criterio no sería Este es de mi cuerda, sino Con que sea objetivo me basta, o sea alguien del que se espere que a priori no beneficiará ni buscará las vueltas a nadie.
    Está visto que esas razones no satisfacían al Partido Popular, él sabrá por qué, y, ¡ay!, muchos con fundadas sospechas lo maliciamos. Es el caso que, ungidos con su mayoría absoluta, hicieron como si no existieran más votos que los suyos. A partir de ahí, nuevos cargos sustituyeron a profesionales de reconocido prestigio y puede que sea pura casualidad, pero se han sucedido pérdidas millonarias de audiencia y una que otra acusación de parcialidad informativa.
   La cuestión es que su director general acaba de dimitir. ¿Volverá el PP a do solía? ¿Hará de nuevo uso de su mayoría parlamentaria para imponer a su candidato? Si mal estuvo que lo hiciera antes, peor sería aún ahora, cuando, según todas las encuestas, de celebrarse elecciones, se le esfumaría la ventaja numérica con que cuentan. Pero, en tratándose de esta tropa, cosas tenedes, Cid, que farán fablar las piedras…

jueves, 2 de octubre de 2014

ÉBOLA

Yo me imagino viviendo ahora en África Occidental y esa suposición basta para que experimente una considerable ansiedad. Aunque no esté allí, puedo llegar a sentir con los ciudadanos de Sierra Leona, de Liberia, Guinea-Conakry, Nigeria o Senegal, el mismo miedo, idéntica impotencia.
   En nada de tiempo, ya  contabilizan 3000 fallecimientos por Ébola, una enfermedad vírica sumamente contagiosa y con elevadísima tasa de mortalidad (56%). La Organización Mundial de la Salud la ha declarado emergencia pública sanitaria internacional. Y la Agencia para el Control de Enfermedades (EEUU) calcula que los afectados podrían alcanzar la cifra de 1,4 millones de personas el próximo enero, de continuar el actual ritmo de expansión.
   Se transmite por contacto con órganos o fluidos corporales como el sudor, la sangre, la saliva o la orina y otras secreciones, pero eso mucha gente no lo sabe y, aunque lo supiera, la situación de esos países no facilita las cosas.
   Falta formación, y también elementos para atender a los pacientes. La OMS estima que solo los hospitales de Liberia precisan de 1550 camas y pide 770 millones de euros para mejorar el combate contra la pandemia. 50 científicos instan a Europa a desplazar personal médico que prepare a sanitarios locales, y al envío de desinfectantes, jabón, cloro y ropa adecuada. La lista de peticiones es tan amplia como la de los medios que no tienen: laboratorios de campo, recursos de vigilancia epidemiológica, equipos de diagnóstico, generadores eléctricos, combustible.
   Claro que la primera carencia que han de enfrentar los gobiernos occidentales tal vez sea su falta de solidaridad, de empatía hacia el otro. Eso, por no hablar de su cortedad de miras. Porque son muchos los organismos que advierten contra la idea de que el virus del ébola se quedará en África esta vez. De hecho, ya acaba de llamar a las puertas de Estados Unidos…

lunes, 29 de septiembre de 2014

ANDADURAS JAPONESAS (A MODO DE COLOFÓN)

Tantas cosas se me han quedado en el tintero de mi viaje a Japón, tantas vivencias experimenté y no he descrito, que, pese a que había dado ya el relato por terminado, vuelvo sobre mis pasos y escribo un último artículo.
    Para decir, por ejemplo, que en Tokio fuimos al teatro, a ver una escena de kabuki, una dramaturgia tradicional. El montaje era simple, con largos monólogos, a menudo semicantados, y  esbozos de danza. Me gustó el decorado, un árbol que cobijaba todo el escenario con sus grandes ramas, y lo elaborado del vestuario. Sentí no entender el japonés, seguro que habría compartido las risas con que el público festejaba la actuación.
    Y desde lo alto de una torre de comunicaciones, que se anuncia como la más elevada del mundo, supimos cómo es una ciudad en cuyo centro viven 13 millones de habitantes, o lo entrevimos, porque ni desde allí arriba se abarcaban por completo sus límites.
   También en el mercado de pescado encontramos materializada la noción de desmesura. Es una nave tan inmensa que caben en su interior calles y calles, que se entrecruzan o se pierden en perspectivas lejanas. Las dibujan puestos donde, más que vender al cliente, deben de redistribuir mariscos y peces a todos los restaurantes y pescaderías de la capital y aun del país. El muestrario es infinito, y no entendemos cómo los océanos pueden dar tanto de sí, ni cómo hay suficientes japoneses para comérselo todo, por mucho que les guste el sushi.
   En Matsumoto visitamos un  antiquísimo castillo de madera. Ningún español pensaría al verlo en una fortaleza. Parece una pagoda de seis pisos, aunque uno, el secreto mejor guardado, no se distinga desde fuera. Los tejados van disminuyendo progresivamente en tamaño y con ellos las estancias diáfanas que techan. Las escaleras son de agárrate, y no es hipérbole, que recurrir al pasamanos resulta indispensable. Al exterior se mira por unas ventanas diminutas y cuadradas, o alargadas, si son troneras. A su través vemos lo que antaño fue foso y es hoy muy ancho estanque, vivero de grandes carpas, donde, además, algún cisne se pavonea.
   Hicimos una incursión a los Alpes Japoneses. Tomando primero un tren y luego un autobús no apto para cardíacos, llegamos a Kamikochi. La estrella paisajística se sitúa donde un puente atraviesa el ancho de un río rodeado de cumbres. Un haz de senderos parte hacia bosques donde los árboles se cuentan por millones, salva aguas limpísimas mediante una red de rústicas pasarelas, nos acerca a los patos salvajes que nadan la superficie. Del sotobosque nos llama la atención una planta, parecida al maíz que no es, y que no deja ver el suelo durante kilómetros. Pero sin duda lo más espectacular es elevar la vista a las alturas y encontrarse con el cúmulo de cimas que, siempre verdes, nos circundan.
   El cementerio budista, con apuntes sintoístas, de Koya-san pondrá punto final a estas evocaciones. Nos recuerdo paseándolo una mañana de paz, entre cedros gigantescos que elevaban al cielo los ojos y monumentos funerarios que los devolvían a tierra, y entre estos últimos, infinidad de estatuillas de piedra con baberos de tela y ofrendas a sus pies… 

viernes, 26 de septiembre de 2014

ANDADURAS JAPONESAS (y 13): DE UN TIEMPO AIRADO

¡Qué susto! Eran nuestras últimas horas en el santuario budista de Koya-san. Por la noche, como el edredón abriga más de la cuenta y no hay aire acondicionado, dejamos abierto un ventanal.
   Yo no lograba conciliar el sueño. La culpa la tenía la lluvia, que caía sin pausa desde el atardecer, y con una intensidad que no recuerdo igual. En ocasiones parecía disminuir, pero como para dar pie a una ilusión vana, pues cuando ya cerraba los ojos, tranquilizado, volvía a arreciar. No llovía a cántaros, sino a raudales, azotando con fuerza cuanto hallaba a su paso. Un par de veces me levanté del futón para comprobar que el enorme alero del tejado impedía que se inundase la habitación.
   Pero lo que me preocupaba sobremanera era la que podía armar fuera semejante diluvio. Estábamos en unas montañas recónditas, alejadas de todo. Para descender a los valles que nos llevarían a Osaka en nuestra penúltima jornada en Japón, debíamos tomar un autobús, que transitaría una carretera estrechísima, llena de curvas y cuesta abajo, con muy acusadas pendientes, que se harían vértigo en el funicular que las seguiría, y el primer tren que vendría a continuación, si conseguíamos llegar hasta él, trasegaría por una vía en la que solo él tenía cabida, pues se abría paso con dificultad entre laderas plenas de espesura.
   Yo temía el desbordamiento de arroyos, la salida de madre de los ríos, que algún árbol gigantesco, reblandecida su base, se desplomase sobre la carretera o las vías, o un argayo, y que no pudiéramos salir de donde estábamos.
   En otra circunstancia, con más tiempo por delante, solo sería un inconveniente en el viaje. Pero es que debíamos llegar a Osaka al día siguiente, sábado, pues el domingo, previo paso por Tokio, teníamos que embarcar en el avión.
   Así transcurrió la noche, ojo avizor, sin apenas una cabezada que me alejara, así fuera brevemente, del miedo y con toda el agua que puede albergar el cielo precipitándose en un chorro continuo sobre la tierra.
   Sin embargo, tuvimos suerte. Sobre todo, porque no nos enteramos hasta alcanzar nuestro destino de que habíamos vivido la experiencia de un tifón. Así, nos evitamos ser presa de una angustia aún mayor. 

martes, 23 de septiembre de 2014

ANDADURAS JAPONESAS (12): CON BUDISTAS EN KOYA-SAN

Solo se explica que no hubieran cantado los gallos porque no debía de haberlos. Pero a las 6 ½ de la madrugada ya hacía tiempo que había amanecido en Koya-san. Descalzos, nos aprestábamos a presenciar una ceremonia en un templo budista. Nos acomodábamos sobre el suelo, entre decenas de personas, atentos a lo que sucedía delante de nosotros. Yo confieso que la mirada se me iba de cuando en cuando a los demás espectadores, cuyas actitudes me interesaban. Había fieles innegables, que se distinguían por el fervor de la mirada; aunque predominaban los curiosos con ganas de conocer algo ajeno a sus vidas. Algunos, incluso, se disponían a registrar el acontecimiento en móviles o cámaras fotográficas.  
   Oficiaban tres monjes, uno de mediana edad y mayor masa corporal, y dos más jóvenes y espigados. El espacio no es muy amplio y está lleno de cosas. Soportan ese barroquismo oriental columnas coloreadas, y un baldaquín se yergue en su centro. Protege un altarcillo, ante el cual, de espaldas al público, se sienta el clérigo principal. A su derecha e izquierda, bastante separados, ocupan su lugar los ayudantes.
   Arden velas. El trío entona a coro un canturreo monocorde. A veces solo salmodia el que está a la diestra. Es el mismo que, luego de un tiempo, llama al público a participar. Interpela a una señora con pinta de beata, que se levanta y va a un sitio adelantado. La vemos coger algo de un cofrecillo y llevárselo ritualmente a la frente. Lo deposita luego sobre un recipiente y junta las palmas de las  manos en actitud piadosa.
   Cuando vuelve con todos, anima a quien está a su lado a seguir su ejemplo. Hay un movimiento general de desconcierto, si no es de susto, ante el giro que toma el ceremonial, que amenaza con que pasemos de confiados espectadores a insospechados actores. Con más o menos desenvoltura, unos van relevando a otros. Yo, por si la cadena llega hasta mí, me fijo en los movimientos de quienes me están precediendo. Hasta que alguien renuncia a su turno y quiebra la rueda y nos libera a los que quedamos de interpretar un papel cuyo sentido desconocemos.
   En el aire, junto a la cantinela de los monjes, resuena de cuando en cuando la estridencia de unos platillos o el tañido solemne de una campana. Dura este ritual alrededor de media hora. Los minutos finales se consumen en una charla que nos imparte en japonés el fraile principal, a quien despedimos entre reverencias. De lo que dijo obviamente no entendí nada, pero su voz era muy tranquilizadora.
   De allí nos trasladamos a otro edificio menor donde se celebró liturgia bien diferente. Se trataba de quemar las tablillas de los deseos. En ellas habíamos escrito cada huésped el suyo, previo pago de unos yenes. Ahora, el monje que dirige es uno de los que antes auxiliaban. Actúa con una serie de gestos a los que dota de extraordinaria trascendencia.  Primero forma con los pequeños listones un prisma de maderas, tarea en la que se ayuda de unas tenacillas. Luego les prende fuego, que aviva esparciendo sobre la pira líquidos que extrae de cuencos dorados. Cada movimiento, muy cuidado, parece poseer una finalidad esotérica, casi mágica. En las cercanías, otro religioso recitaba textos y percutía una campana.
   Creo que, atento a registrar lo que sucedía, desaproveché una excelente ocasión para convertirme.