lunes, 26 de noviembre de 2018


“LA TIENDA IMPROPIA”,  nuevo montaje teatral de la Agrupación Escénica Unos Cuantos, el viernes 30 en Santander


En una tienda, cabe un mundo. Suceden tantas cosas en su interior que sólo con imaginar uno de estos espacios surge una infinidad de argumentos. Pero ¿qué ocurrirá si a esa tienda le damos una vuelta de tuerca y la convertimos en impropia? Eso pasa con la que se presenta en esta ocasión. La regentan dos personajes novelescos, el dueño y un dependiente. Para ambos, los objetos a la venta significan mucho, los implican afectivamente, son algo más que mercancías. ¿Qué no podría acontecer tras la aparición de dos clientas que ambicionasen hacerse con parte de ese universo mítico?
   “La tienda impropia” se subtitula como juguete cómico. Ojo, sin embargo. Porque con un juguete se juega a veces a cosas serias, y tras la risa pueden asomar asuntos graves. Tal vez a ello se deba la variedad de interpretaciones a que ha dado lugar. Hay quien ha tildado esta obrita –de alrededor de hora y cuarto de duración- de comedia amorosa, y quien la ha visto como, burla burlando, una sátira del mercantilismo instalado en nuestra sociedad. No faltan los que, bajo su apariencia de disparate, aprecian que late el afecto hacia esos objetos que se convierten en prolongación de nuestro yo. La literaturización de la vida salta a cada paso, según otros.
   Pero aunque sólo sea por disfrutar de un buen rato y alejarnos de las (pre)ocupaciones habituales, ya valdrá la pena acercarse al salón de actos del instituto Villajunco de Santander el viernes próximo, 30 de noviembre, a las 8 de la tarde...
   La entrada será libre, hasta completar aforo.

lunes, 19 de noviembre de 2018

LUCES DE BOHEMIA, de Ramón María del Valle-Inclán

Esta vez no la leí, como sí había hecho en ocasiones anteriores. La escuché, la vi sobre el escenario del María Guerrero, en Madrid. El recinto es un elogio a la hermosura, con palcos que vuelan sobre la platea, butacas vestidas de rojo y dorados adornando frontales y techumbre. A uno, que es un clásico, le gustan sobremanera estos teatros concebidos al modo italiano.
   Me arrellané en mi asiento, con la curiosidad de averiguar cómo el Centro Dramático Nacional llevaría a escena una obra que siempre he considerado grande entre las grandes, maestra, y de muy difícil representación.
   Luces de Bohemia da cuenta del viaje desgarrado de un poeta ciego –Max Estrella- por los entresijos del Madrid de los primeros años del siglo pasado, con la guía de un canalla ilustrado, don Latino de Híspalis. Durante la noche en que transcurre el recorrido le saldrán al encuentro, o él mismo los buscará, variados y a menudo estrafalarios personajes (desde la marquesa del Tango, que vende lotería por las calles, a don Paco, ministro de la Gobernación; desde un preso, obrero catalán que sabe que le aplicarán la ley de fugas, a Rubén Darío o unas prostitutas), se sumergirá en ambientes diversos (la librería de Zaratustra, la taberna de Pica Lagartos, un calabozo, las calles), y vivirá situaciones que, si a veces son grotescas, por momentos se revisten de un extremo dramatismo.
   Sorprende la técnica utilizada por Valle-Inclán, de un expresionismo feroz, y que él mismo bautizaría como Esperpento. En palabras del propio Max Estrella: “Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada […] Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas”.
   Véase, por ejemplo, cómo se presenta al ministro de la Gobernación:
“Su Excelencia abre la puerta de su despacho y asoma en mangas de camisa, la bragueta desabrochada, el chaleco suelto, y los quevedos pendientes de un cordón, como dos ojos absurdos bailándole sobre la panza.
   Un retrato que nada tiene que envidiar al de don Filiberto:
“Al extremo, fuma y escribe un hombre calvo, el eterno redactor del perfil triste, el gabán con flecos, los dedos de gancho y las uñas entintadas”.
   O al de El Conserje, del mismo periódico, “vejete renegado, bigotudo, tripón, parejo de aquellos bizarros coroneles que en las procesiones se caen del caballo. Un enorme parecido que extravaga”. (Adviértase, de paso, cómo la degradación afecta también a los coroneles con que se compara al Conserje).
   ¿Toda “la vida miserable de España” de la época aparece tratada de igual modo? No. Llaman la atención personajes trágicamente ennoblecidos, como el Preso o la “mujer, despechugada y ronca” que “tiene en los brazos a su niño muerto, la sien traspasada por el agujero de una bala”. Aquí no hay fanttoches, muñecos de guiñol: hay gentes que sufren la España bárbara y brutal. Como sucede con la mujer y la hija del propio Max Estrella, o con éste mismo. Y hace aún mayor el drama que se representa saber que quienes lo protagonizan en la ficción tuvieron su correlato, su alter ego, en la vida real. Es al país a quien se caricaturiza y desfigura, para, paradójicamente, poner de relieve su ser.
    ¿Qué decir del lenguaje? Tanto en las acotaciones como en los diálogos, destaca por su riqueza y por la variedad de sus registros. Gitanismos y modismos del habla popular madrileña conviven con latinismos y expresiones que son citas literarias. Valle-Inclán era un verdadero estilista, que trabaja la lengua como un artesano y deviene en artista. ¡Cuánto me gusta! Quizás ese sentimiento me ha hecho olvidar que mi primera intención al escribir esta entrada del blog era hablar de la escenificación que de esta obra vi en el María Guerrero. Lo recuerdo ahora, cuando ya es tarde. 

martes, 6 de noviembre de 2018

REBURBIAR

Reburbiar es una palabra que no existe, ni siquiera como onomatopeya. Eso no obsta para que yo lleve utilizándola media vida (y ya soy mayor). La última vez, como acotación en el parlamento de un personaje de “La tienda impropia”, un texto teatral que acabo de escribir, si bien en este caso aparece en su forma adjetiva, reburbión. ¡Ya veis, un término que aún no ha nacido y ya cuenta con derivados de su raíz!
   Supe de su inexistencia porque alguien a quien había dejado a leer el libreto de la obra me preguntó por su significado. Se trata de persona docta en filología y al pronto me extrañó que lo ignorase. Si no me alarmé fue porque pensé de inmediato que era vocablo gallego, que inadvertidamente había incorporado al castellano. Cuando, hechas las indagaciones oportunas, que me llevaron a consultar diccionarios y expertos, hube de desechar esa posibilidad, sí que empecé a preocuparme.
   Mi mujer, que es de ascendencia cántabra, sí conocía esa voz, y en esa constatación creí hallar una tabla de salvación a que agarrarme. No obstante, ella no la había aprendido del lenguaje familiar, ni la había oído en el entorno regional. “Tú la trajiste contigo”, me dijo, y mi perplejidad se incrementó.
   Si nadie más que yo, o quien me había oído, era conocedor de esa expresión, lo más probable es que me la hubiera inventado. Empecé a sentir algo similar al vértigo. Eso de haber creado una palabra, aunque fuera, por el momento, de uso exclusivamente personal, comenzó a parecerme motivo de orgullo. Y una cosa trajo otra, y pensé que, si tal había hecho con reburbiar, ¿quién me decía a mí que no sucedería lo mismo con más términos? ¿cuánto del vocabulario que utilizaba no sería de cosecha propia? Tan atractiva me resultó la idea que me propuse someter a revisión mi habla o poner una mayor atención al corrector cuando escribía, por si pillaba en mí alguna originalidad lingüística más.
   A punto estaba de entregarme a la tarea, cuando una colega asturiana a quien di cuenta del caso me informó de que, no reburbiar, pero sí reburdiar, era bable. Lo que no cambiaba era el significado, rezongar o protestar por lo bajo. Así que de lo que yo suponía invención mía, no quedaba sino la deformación de una voz astur-leonesa. Menuda cura de humildad.
   Aunque hubo segunda parte, y ésta fue mejor. Porque mi informante me preguntó a su vez por el sentido de saltupar, que había leído en mi novela “Desde el cuarto de Amadora”, de reciente publicación. En ninguna lengua, más que en la que yo hablaba, tenía ella noticia de que existiera saltupar…