domingo, 29 de junio de 2014

EL FUERO, UN DESAFUERO

Ya lo sabéis.  El Gobierno y su mayoría parlamentaria aforan a Juan Carlos de Borbón, un señor que ha sido rey de España durante casi 40 años. Eso significa que solo podría juzgarlo el Tribunal Supremo, cuyos componentes han sido elegidos por el Consejo General del Poder Judicial. Los miembros de este último, por cierto, deben su cargo a propuestas de los partidos políticos (curiosa separación de poderes).
   El privilegio rige para lo que el dimisionario monarca haya podido hacer antes o pueda perpetrar en el futuro, tanto en el ámbito penal como en el civil, sin excluir delitos privados.
   El primer dislate consiste en cómo se aprueba la norma, que no existía. Como parece que la cosa urgía (pero –esa es otra- ¿por qué?), el PP ha aprovechado el debate de una ley, que nada tenía que ver con esta, para colarla… ¡como enmienda! Es verdad que resulta incomprensible, pero así fue.
   Si vamos al fondo del asunto, el despropósito no parece menor. Estamos hablando de justicia. Si el personaje en cuestión fuese acusado de la comisión de un delito u objeto de alguna reclamación, al disponer de fuero no podría encausarlo el juez natural, aquel al que correspondiera el caso, como sucedería a cualquier español de a pie.
   Se mire como se mire, esta merced que se le otorga conlleva un trato discriminatorio con respecto al conjunto de los ciudadanos. Pero también se menoscaba a los jueces ordinarios, a quienes se les impide entender de causas que deberían ser suyas. Suena como si se diese a entender que se duda de su capacidad o, peor aún, de su imparcialidad. ¿Por qué, si no, quitarles, en función de quien sea el acusado, la potestad de enjuiciar?
   Se perjudica, además, a quien, considerándose dañado por alguna actividad del ya ex-monarca, entablase una demanda contra su persona. ¿O me equivoco y no implicaría mayor dificultad presentarla ante el Tribunal Supremo y, además, impediría la posibilidad de recurso si el dictamen fuese desfavorable?

   Para mayor contrasentido, antes de abdicar, el entonces rey recordó en un discurso la máxima de que todos somos iguales ante la ley. Yo, a la vista de la prerrogativa legal con que se le obsequia, me acuerdo de las palabras atribuidas falsamente a El Quijote: “Cosas veredes, amigo Sancho, que farán fablar las piedras”. Serán apócrifas, pero cuánta razón tienen.

miércoles, 25 de junio de 2014

MAL EMPEZAMOS (O SEGUIMOS)

Vi en la televisión a la policía parando a una chica en una calle de Madrid. Le dan el alto porque lleva, prendida en la camisa, una minúscula insignia republicana, de metal. Si no se desprende de ese aditamento, no puede pasar. Poco después, en el mismo programa, oigo a la delegada del Gobierno en esa comunidad autónoma reconocer que pudo algún agente subir voluntariamente (¿?) a alguna vivienda para solicitar a sus inquilinos que retirasen de su balcón la referida enseña, en esta ocasión de tela y de tamaño mayor.  Habían sucedido ambos hechos  el día de la proclamación del nuevo monarca. También ocurrieron otras cosas, estas solo fueron la guinda que coronó (¡cuán traicionero es a veces el lenguaje!) el pastel.
   Empecemos por el principio. Exhibir una bandera de la República es una señal de identidad que se desea compartir con los demás, un indicador de lo que opina quien la muestra. Somos lo que pensamos, y en esa medida censurar una manifestación de nuestra ideología implica no dejarnos ser nosotros mismos, cercenar la personalidad, negar la individualidad. Es propio de regímenes o actitudes dictatoriales actuar de ese modo. Está en juego algo tan esencial en una democracia como la libertad de expresión.
   Se ha dicho, por otra parte, que el problema residía en el día, que no era momento para semejantes alardes, y menos en el centro de la capital, donde desfilaría la comitiva real. No deja de ser un pobre argumento, que podría volverse fácilmente del revés. Resulta obvio que la  oportunidad la pintaban calva para visualizar que no toda la ciudadanía es monárquica, que existen disidencias en cuanto a la forma de Estado que se prefiere. Algo incómodo para quienes desean que impere una imagen tan uniforme como falsa de nuestra sociedad.

   Se ha llegado a argüir que la presencia de esos símbolos constituía una provocación. Pero ¿alguien puede sentirse molesto o irritado porque otro exteriorice ideas contrarias a las suyas? Pues ese, y no el que manifiesta su desacuerdo, debería ser merecedor de la sanción pública. La democracia casa mal con la intolerancia y el rechazo de la pluralidad que esta trae consigo. Y a las autoridades compete velar por el derecho de todos, y no solo por el de algunos, sean estos muchos o pocos. Claro que a lo mejor es a ellas a quienes perturbó esa  reivindicación republicana.

jueves, 19 de junio de 2014

NATURALEZA SALVAJE EN ASTURIAS

Hay momentos en que a uno le entra la tentación de creer en lo increíble. Sobre todo, cuando se tiene al alcance de los ojos. No lo vieron en esta ocasión los míos, sino los del fotógrafo Eric Paussin, que, además de presenciarlo, lo grabó. Así, consiguió que el prodigio nos tuviera a todos como espectadores.
   Sucedió en el parque asturiano de Somiedo, donde estuve muchas veces, sin que me alcanzara la fortuna de toparme con algo tan insólito. Yo me imagino al documentalista francés escondido, porfiando por volverse invisible, tembloroso de emoción tras su cámara, con la respiración contenida, apurando el zoom, porque no se concebiría algo así sin que mediara distancia entre él y su objetivo.
   Encontrarse con un oso en estado salvaje es casi imposible, por mucho que en su busca se patee la Codillera Cantábrica, donde habita. Únicamente muy de tarde en tarde nos regala la huella de su paso, si el viento o la lluvia no la han borrado y si sabemos leerla en tierra o en la corteza de los árboles. Pero Eric Paussin sí dio con un ejemplar a primeras horas de una mañana primaveral. Y, encima, el animal no estaba solo.
   En la filmación se aprecia un paraje que haría las delicias de aquel Fray Luis que huía del mundanal ruido, con un monte bien poblado de espesura y un riachuelo que a su paso todo lo vuelve verde. Para que nada idílico faltara, se oían el sonido de la corriente y cantos de pájaros.
   El plantígrado se movía en torno a un ciervo muerto, pero no comía con sosiego. Próximos, tres lobos de buen tamaño aguardaban, tensos. Si divisar a una de estas criaturas legendarias es maravilla, tropezarse con ambas debe ser el acabose. No sé cómo no se le cayó la cámara de las manos al reportero o cómo él mismo no dio con su cuerpo en tierra.
    El oso se acercaba a veces a los cánidos salvajes. No lo hacía con un trote amenazador, ni parecía agresivo. Pero esta opinión tranquilizadora no la compartían sin duda los lobos, que no las tenían todas consigo y ponían pies en polvorosa, aunque no tardasen en retornar e iniciar alguna maniobra para llevarse alguna tajada de la presa, a fin de cuentas ellos le habían dado caza aquella noche.
   Antes de abandonar lo que quedaba del cadáver, todavía observamos cómo el oso, precavido, entierra esos restos. Es trabajo que hace en balde, pues sus oponentes, en viendo que el campo está libre, excavan y se sacian, al fin.
   No es, sin embargo, todavía, el desenlace de esta historia. Del aire, llegan carroñeros alados, que son en principio cuervos, y enseguida un alimoche y buitres leonados, que montan su habitual trifulca por hacerse con los últimos desechos. Entonces vuelve a suceder lo inesperado, porque entre ellos se destaca la desmedida figura de uno negro, una extraordinaria rareza en estos paisajes.
   Cuánta vida cabe en un ciervo muerto...

P.D. No quiero privaros del enlace que da fe de tanta maravilla:   
http://youtu.be/lmxgq62cYeM

domingo, 15 de junio de 2014

UN REENCUENTRO EMOTIVO

¿Tú quién eres?, nos preguntábamos mutuamente quienes no nos habíamos visto desde aquella, para, nada más escuchar la respuesta, reconocernos.
   No sé si os ha sucedido. Claro está que para que sea así deberíais haber alcanzado ya cierta edad. La suficiente como para encontraros a gente con quien hayáis compartido estudios cuarenta y nueve años atrás. En tal caso, tal vez tal vez comprobaríais, como me ha ocurrido a mí recientemente, que en una cosa al menos no  pasa el tiempo.
   Me refiero a la buena sintonía que trae consigo la amistad. Descubrí que ha permanecido vivo en nosotros el calor de entonces, de aquellos primeros años de la década de los 60. En torno a mesa y mantel, fueron aflorando varios pasados que recordar. El primero, el recorrido en común, en aquella Escuela Normal (de Magisterio) con dos puertas de entrada, una, la principal, para las chicas y los profesores; la otra, un poco alejada, por la que accedíamos nosotros, el elemento masculino, pues hombres y mujeres estudiábamos en aulas diferentes. Una tristura de vida, a la que ciertamente le poníamos color, como certificaban las mil anécdotas que salieron a colación.
    Juntos, habíamos sido convocados a asistir a nuestra primera manifestación reivindicativa, contra la subida del precio de los billetes de autobús, que había terminado con los grises midiéndonos las costillas: el inicio de un aprendizaje que, fuera de las aulas, nos conduciría a ser ciudadanos, frente a la servidumbre que nos imponía el franquismo.
   Tampoco dejamos en el olvido la creación, por varios de nosotros, del grupo de teatro Tespis, artífice de la puesta en escena de Escuadra hacia la muerte, de Alfonso Sastre, cuyo antimilitarismo pudo costarnos caro.
   Habíamos sido una promoción bien avenida. De esas que se ayudan mutuamente en las tareas académicas, que hacen de la coexistencia convivencia. Con tales mimbres tejimos cestos que, durante una sobremesa de horas, colmamos con recuerdos gratos. Solo surgía la melancolía al citar a tantos compañeros idos, nueve de diecinueve ya no están. También ellos, evocados desde el cariño, tuvieron su momento en este reencuentro. Y los profesores, y las peripecias académicas…

   Luego estuvo el otro pasado, el que cada uno trazó por separado, desde que terminamos la carrera, y que nos condujo por caminos diversos. La conversación saltaba animadamente de un momento a otro, de la biografía común a la posterior, individual, y todos supimos los unos de los otros y llenamos un vacío de casi cincuenta años y nos volvimos por entero reconocibles. Así, nos recuperamos como amigos.

jueves, 12 de junio de 2014

PARADOJA PSOE

El Partido Socialista se decanta por la Monarquía, eso sí, sin perder sus esencias republicanas. Solo que estas últimas son de naturaleza espiritual y, como tales, invisibles.
   Es mejor sistema la República, pensarían los diputados socialistas, y, a continuación, votaron uno tras otro la ley de abdicación, que posibilita la entronización del nuevo rey. A lo mejor alguno se desmandó, diréis. Y sí, hubo alguna desobediencia que, en todo caso, fue menor, una abstención y un par de ausencias, no un no o un sumarse a la petición de referéndum, qué menos en asunto de tanta trascendencia.
   Disidencias, las justas, y, además, penalizadas. No se concede libertad de voto, pese a tratarse de una cuestión donde la conciencia de cada uno debería primar. Se pretende unanimidad en el rebaño, que no haya oveja negra a la vista que contradiga la voz de mando de los mayorales. Sobran dedos en una mano para contar el número de quienes en el patio socialista, si no votan como sus compañeros, callan al menos para manifestar su discordancia.
   De facilitar tal imposición se encarga el sistema electoral vigente, de listas cerradas, que, si fueran abiertas, cada diputado sería dueño de sí mismo, y decidiría según su pensamiento se lo demandase, o sus electores, y no siguiendo los dictámenes del partido. Y, en tal caso, tal vez, otro gallo cantaría.
   Luego se quejan. 

viernes, 6 de junio de 2014

REPÚBLICA

Están los periódicos pesadísimos, con la abdicación del rey. Vengan páginas y páginas dedicadas a glosar su figura. Se emplean a fondo en el panegírico, caen desvergonzadamente en la hagiografía, son pródigos en la alabanza y olvidadizos en la crítica.
   Se retira él, pero nos deja a su hijo, a quien también se dirigen los ditirambos de esa prensa a la que el calificativo de complaciente se le queda corto. Está muy preparado, dicen, y es posible que sea cierto. Pero iguales o mayores méritos poseen miles de jóvenes, y ello no les exime de verse obligados a traspasar nuestras fronteras en busca del futuro que se les niega en España. Lo que no tienen es un padre que pueda dejarles en herencia la jefatura del Estado de todo un país. A eso sí que se le podría llamar desigualdad de oportunidades.
   Nadie debería quedar excluido de poder desempeñar durante un tiempo ese cargo, así, a priori, si cuenta con una mayoría de electores que lo respalden. Pertenecer a una determinada familia no constituye, en cambio, aval democrático alguno para ostentarlo.
   Hablamos de monarquía o de república, de una sucesión asentada en arcanos linajes (como si los demás careciéramos de antepasados) o de una elección fruto de la libre voluntad de la gente .y con fecha de caducidad.
   A lo que se ve, a similares conclusiones ha llegado buena parte de la ciudadanía. En un solo día, muchos son los que se han manifestado en diversos lugares para reclamar la celebración de un referéndum, es de suponer con qué intenciones. Quizás ese sea uno de los motivos para los elogios desmesurados de los medios: meter con calzador y a machamartillo la idea de la bondad de la sucesión dinástica.
   Ya sabemos que coronarán rey a Felipe VI. Pero no se me escapa –y tampoco a ellos- lo que puede significar de cara al futuro que afloren las protestas y exigencias hoy. Tal vez algún día, con otro Parlamento...

   Ojalá.

domingo, 1 de junio de 2014

TORTILLA DE BACALAO

Aún lo estoy viendo, al bacalao, colgando del techo del ultramarinos de Andrés Viñal, en la calle Adelaida Muro, en La Coruña de entonces (hoy, A Coruña).
   Estaba allí, salado y seco, nadie diría que era un pez. En el tránsito del océano al colmado, había perdido su prestancia de criatura marina, y era ahora una lámina un algo gruesa que remedaba la figura de un triángulo.
   Cuando se lo solicitábamos, el tendero lo bajaba a tierra ayudándose de un palo largo, acabado en gancho. Recuerdo cómo abandonaba la vecindad de otros víveres y artilugios variopintos y se venía hacia nosotros, oscilando en el vacío, siempre a punto de caérsenos encima. Antes de que un papel de periódico lo envolviera, nos dejaba en las manos un tacto a superficie irregular y áspera, como de madera sin desbastar.
   A la mesa no llegaba  como tortilla, quizás porque, en la penuria de la posguerra, no le fuera posible a mi madre combinarlo con huevos, y se viera forzada a elegir entre ambos productos, de tal modo que donde estuviera uno no se hallara el otro. A la gallega, con patatas que evitaran el hambre a una prole numerosa, lo preparaba.
   Y hubieron de pasar muchos años y ser yo ya muy mayor para que pudiese degustarlo en la forma entonces desechada. Pero no transcurrirán otros tantos antes de que podáis vosotros saborearlo, para lo cual mucho me temo que será necesario indicaros cómo cocinarlo.
    Con unos 150 gramos de bacalao será suficiente, si al convite se sentaran cuatro comensales y no fuera este el único plato. Como no querremos pasar la tarde bebiendo, mejor lo dejaremos a remojo desde el día anterior, y desmigado. Culminado ese proceso de desalación, le cambiaremos el agua y pondremos el puchero a fuego lento. La espumilla que empiece a soltar nos advertirá que ha llegado el momento de retirarlo de la cocina. Una vez enfriado, le extraeremos las espinas sobre una tabla, y lo desmenuzaremos.
   Una sartén relevará a la olla como utensilio. Nos servirá, antes de nada, para freír un diente de ajo y un poco de cebolla, picados uno y otra. La tonalidad dorada que adquirirán al poco será la señal que aguardábamos para sumarles el bacalao. Entonces lo revolveremos todo y dejaremos que se haga durante unos 10 minutos.
   Irá a parar luego a un bol, donde habremos batido cuatro huevos y espolvoreado unos trocitos de una ramita de perejil. En la sartén cuajaremos la mezcla, como si fuese una tortilla de patata.
   Os parecerá nouvelle cuisine, pero estoy en condiciones de asegurar que tiene ya sus (muchos) años. Y qué rica está…