martes, 28 de abril de 2015



EN EL ALTO TAJO (1)

La fotografía no es fiel, o solo escasamente lo es, a lo que ven mis ojos. No refleja con exactitud la hondura del cañón que abarca la mirada, la grandiosidad de los cantiles que se constituyen en sus límites. Ni siquiera cómo el cielo azul se torna extrañamente verde al reflejarse en las aguas del Alto Tajo. Camina el río en zigzag, como si quisiera darse un tiempo, retrasar su salida de estas hoces, tal vez labrarla entre la oscuridad de los pinos que se aprietan tanto que no dejan ver la tierra. Tan abajo fluye que apenas llega su fragor al observatorio donde estamos empingorotados, tan solo un murmullo, que podríamos confundir con el sonido leve de una suave brisa. Qué decir del sosiego que experimentamos, instalados al borde del quebrado que se despeña bajo nuestros pies, compitiendo con los buitres leonados que vuelan en círculo a una altura menor que la nuestra, sin que un batir de alas perturbe el silencio. Es un nirvana que satisface a la pupila y a la mente, al oído y a la piel. Antes, y para alcanzarlo, estuvo una pista que anduvimos monte arriba, dejándonos llevar por entre un jardín que nada debía a la mano del hombre, pues él solo a sí mismo se hizo.


Aclaración: Está este mirador próximo al pueblo de Zaorejas, en Guadalajara. Por si no os lo queréis perder...

viernes, 24 de abril de 2015



CON LAS HIJAS Y SOBRINAS DE DOÑA RUIDERA


Cada loco, con su tema. En las profundidades de la cueva de Montesinos, soñó don Quijote con encantadas dueñas a las que el hechicero Merlín, compadecido, liberó de su encierro a cambio de que fueran, ya por siempre, lagunas en Ruidera. Y aún de añadidura hizo, del escudero de Durandarte, Guadiana. Esos espacios acuáticos yo los veo ahora, ya en la distancia, desde lo alto de un cerro que camino por la senda del Pie de Enmedio, ya pateando riberas. El río se embosca en las lagunas, como si, olvidado de que su naturaleza le exige fluir, detuviese, por disimularse, su curso cada poco. Entre unas y otras, se levantan barreras de sedimentos tobáceos que han traído los siglos, y que operan a modo de diques de contención, que, no obstante, el agua salva para precipitarse en cascadas. Una orla de juncos y espadañas traza un cordón protector en las orillas y a su encuentro bajan, desde los montículos vecinos, carrascas y matojos de romero florecido. En mi vagabundeo, sorprendo a esquivos habitantes de estos parajes. Un porrón común se hace dos al reflejarse en el agua. Me cuesta localizar a su pareja, que confunde su color con el de la tierra donde empolla sus huevos. Un ánade real nada y corteja a una hembra,  un seguimiento que casi es persecución y que se acompaña de constantes encogimientos y estiramientos de cuello. Y un somormujo lavanco se acerca a su nido, que está en una isleta flotante, con una fineza que ofrecer en el pico. En cambio, no doy con la identidad de la decena larga de limícolas que emprenden el vuelo para retornar obstinadamente al mismo posadero. Las asusta alguna gente, que se les aproxima sin guardar distancias. Nuestros ojos se van, al fin, ahítos de este paisaje deleitoso, que tan solo velan algunos chiringuitos y urbanizaciones que estorban, en ocasiones, la pureza de la mirada.

lunes, 20 de abril de 2015



EN UNA LAGUNA CON NOMBRE DE ARROYO

Hemos venido a este apartamiento albaceteño  empujados por el viento, siguiendo una pista de tierra que, desde el pueblo serrano de Cotillas, cabalga montañas y se abre camino entre un sinfín de pinares. Es artificial la laguna de Arroyo Frío, pero la naturaleza esconde ese artificio y la hace suya. Del pie de una ladera brota, entre piedras, el manantial que la surte. En el extremo opuesto un dique enano impide que se vaya sin dejar más huella en el paisaje que la de su paso. Tiene el minúsculo embalse el encanto de lo pequeño, cuando es hermoso. Lo acogen, solidarios, los montes vecinos, que trazan un semicírculo en un entorno tintado de colores. Las hojas de los álamos van del amarillo al ocre. Parecerían señales de otoño y son, sin embargo, brotes nuevos de primavera. Predomina, no obstante, en derredor el verde, con diversidad de tonos, oscuro el de los pinos, apagado en las encinas, glauco en el agua, pese a su llamativa transparencia. Bajo la superficie, árboles caídos semejan crecer en horizontal, mágicamente. De una rama que aflora, cuelgan dos nidos de pájaro, y es que está habitado este espacio recóndito. La silueta grácil de una lavandera cascadeña acaba de dejar en el aire el trazado de la estela gualda de su pechera. Y un mirlo acuático, que contra sus hábitos permanecía inmóvil posado en una piedra, escapa a nuestra mirada y se oculta en una mata de juncos de la orilla. Todo es sosiego, nada nos perturba mientras circundamos esta recóndita laguna. Si es caso, solo saber que hemos de abandonarla en breve…

jueves, 16 de abril de 2015



DONDE NACE EL MUNDO

Caminamos por la albaceteña Sierra del Segura, entre una masa arbórea, cuidando de no resbalar en las acículas caídas de los pinos que nos rodean. Se yerguen innúmero  por todas partes, así en el llano, que se retrae, escaso, como en las laderas de las montañas, verdaderos farallones, agujereados de oquedades. Sube el sendero y nosotros con él, y enseguida la cuesta, muy empinada, se dobla en rudimentarios escalones, de madera a veces, a menudo tallados en roca. Lo que para nosotros es ascensión es descenso para el riachuelo que fluye a nuestro costado y concentra nuestro interés. Salva en ocasiones desniveles con un salto, o se remansa en pozas pequeñas, que llaman con acertada metáfora cazuelitas. Si miramos arriba, todo son cortados verticales de gran altura; y si abajo, sucesiones de montes. El resultado es que parece difícil no sentirse hormiga, y de las pequeñas. Del paredón enorme que limita nuestro frente, sale, hacia su mitad, un chorro escindido en varias colas, un agua que el viento deshilacha cuando se precipita a tierra. Este es el origen del río al que en el súmmum de las hipérboles han dado en llamar Mundo. Nace como parido por la cueva de la que mana, en un parto que dura siglos y no tiene visos de acabar nunca.


domingo, 12 de abril de 2015



UNA DIVAGACIÓN LITERARIA EN LA MANCHA


Consuegra es un pueblo dispuesto horizontalmente en la llanura como tantos que se nos van quedando atrás en la memoria de La Mancha, con calles estrechas y casas de escasa altura cuyos portales se entrevén tras cortinas. A primera vista, nada hay que llame a detenerse, si no es que en uno de sus extremos se levanta un montículo, cuya cima ocupa un castillo en no muy buen estado, pero que goza de una excelente compañía. A modo de custodios, ofician, si no los 30 o 40 desmesurados gigantes que viera Don Quijote, sí varios molinos de viento de la misma hechura de los que Sancho divisaba. Cierto que el viento, que hoy sopla huracanado en esta altura, no mueve un ápice sus aspas, como sí sucedió, en cambio, cuando los embistiera el Caballero de la Triste Figura, con el que dieron en tierra, pero eso no disminuye en nada su prestancia. El paso de los siglos ha trastocado su papel, de útil maquinaria para la molienda han devenido en monumentos y acaso el Ingenioso Hidalgo, otorgándoles prestigio literario, los haya vuelto inmortales. Una vasta planicie se despliega a sus pies, tan inmensa que semeja carecer de horizontes, y la mirada se emociona al contemplarlos.

domingo, 5 de abril de 2015

EL COPILOTO

Vaya por delante que no soy psiquiatra, psicólogo tampoco. Y que, por tanto, lo que sigue son, más que explicaciones, solo un intento de transmitir las vivencias que experimento cuando evoco la tragedia acaecida en los Alpes franceses.
   Siento espanto al pensar en el copiloto que, según todos los indicios, estrelló voluntariamente el avión con 150 personas a bordo. Las investigaciones apuntan a que su actuación no fue producto de un momento de ofuscación, sino el desenlace de todo un proceso previo.
   Siempre que me subo a un avión, me vienen a la memoria las cualidades que atribuyo a la tripulación, sobre todo a la de cabina. Algo similar me ocurre con los cirujanos cuando ingreso en un quirófano. Los veo casi como a seres de otro mundo, inasequibles a las perturbaciones que a todos nos aquejan. En mi imaginario, no pueden permitirse haber dormido mal, o agobiarse con alguna preocupación que los distraiga de su cometido. Los supongo con la cabeza fría y el pulso firme, manifestando un autocontrol fuera de lo común.
   “Yo no valdría para piloto”, suelo decir. Y ahora ha venido Andreas Lubitz a romper mis arquetipos.
   Van saliendo a la luz datos que hablan de depresiones, de tendencias suicidas, de su incapacidad de asumir que no podía volar, de una personalidad narcisista malvada. Estaba en tratamiento psiquiátrico y planeaba un gesto espectacular que todo el mundo recordaría. Cómo pudo ser de frío para buscar en internet información sobre las puertas de cabina que luego cerraría a cal y canto para impedir el regreso del piloto, o para acceder al avión estando de baja médica. Para mantener inalterada la respiración mientras encaminaba el aparato a la destrucción…
   Lo que horroriza más de este desastre aéreo es que no haya sido un accidente.

   Es obvio que Andreas Lubitz no se puso en el lugar de los 149 pasajeros y tripulantes que confiaban en él, de la gente a la que iba a matar, o de su propia familia. O que, aun haciéndolo, le dio igual acabar bruscamente con sus vidas, provocar un inmenso dolor en sus allegados. Uno se pregunta qué oscuras leyes rigen a veces la conducta humana y lo peor es que no halla respuesta.