lunes, 30 de marzo de 2015

UN AUDITORIO INESPERADO

Fue una de las actuaciones más señaladas de cuando dirigía el Colectivo de Dramatización del IES “Ría del Carmen”, de  esas que no se olvidan.
   Nos habíamos desplazado de Camargo a Torrelavega, desde nuestro instituto al “Marqués de Santillana”, en cuyo salón de actos, un verdadero teatro, íbamos a representar aquella tarde nueve cuentos clásicos, a cuyos personajes pondríamos cara y daríamos voz y movimiento.
   Ya en destino, lo preparamos todo para encandilar al público. Montamos las torres de luz, dispusimos ordenadamente los decorados, llenamos los camerinos de risas y de prisas, de las maletas salieron vestidos de época y los músicos se aprestaron a afinar sus instrumentos. Luego nos subimos al escenario y ensayamos para ir metiéndonos en harina, corrigiendo errores y festejando aciertos, y comprobamos que se nos oía en la última de las butacas. Nada que no hiciéramos habitualmente. Lo extraordinario empezó a suceder a medida que se acercaba el inicio de la representación.
   Con algo de antelación se abrieron las puertas de acceso a la platea, pero, contra lo que solía ocurrir, no había gente que esperase afuera ese momento. El patio escolar que había delante, parecía, según pasaba el tiempo sin que persona alguna lo cruzase, ir haciéndose cada vez más grande y vacío. En un momento dado, alguien que ejercía de vigía comentó que un padre con dos niños acababa de entrar en el local. Diez minutos después de la hora de inicio, nos convencimos de que serían los únicos espectadores. Actores y equipo técnico multiplicábamos su número por diez.
   Estaba claro que quien había organizado la función –que no era el centro donde íbamos a actuar- había sobrevalorado la capacidad de convocatoria de los medios de comunicación, o había supuesto que bastaba distribuir algún programa con los datos de una muestra de teatro escolar que se llevaría a cabo en toda Cantabria.
   Nunca nos habíamos visto en una como aquella. Yo, que dirigía al grupo, los reuní a todos, sin tener que andar en esta ocasión detrás de ninguno para que acudiera. Delante de mí, se desplegaba una treintena de caras adolescentes cuyas expresiones mostraban cualesquiera de los matices imaginables que van de la perplejidad al pesar, de la decepción al enfado. No era solo que no tuvieran la audiencia esperada, es que, para estar allí, habían dejado de asistir al Conservatorio, o  a clases de ballet o de refuerzo de alguna que otra materia de estudio...
   “En casos así, se pone a prueba la profesionalidad”, dijo, de repente, una chica, sin darme oportunidad de hablar. Y se produjo una transformación, fue como si todos a una hubieran encontrado sentido a aquella tarde. “Si salís a escena –advertí yo entonces-, tenéis que ir a por todas, como hacéis siempre, como si el patio de butacas estuviera a rebosar...”.
   Y ante los ojos de aquella única familia, el patito feo danzó como si fuera un cisne, y de una cajita de música salió la bailarina a enamorar al soldadito de plomo, la pequeña cerillera ofreció fósforos a los viandantes y Cenicienta fue a la fiesta en carroza…

   Casi dos horas más tarde, no sé, quizás se trató únicamente de una sugestión, pero los aplausos de nuestros tres espectadores se convirtieron en mis oídos en una clamorosa ovación.

martes, 24 de marzo de 2015

UNA HISTORIA EXTRAORDINARIA

No sé si esta historia es verdad o mera ficción, pero merece haber sucedido. El amigo  que me la contó no tenía motivo alguno para mentirme y la narró como cierta y, además, vivida en primera persona. Sabía de mi afición por la naturaleza y eso fue lo que le indujo a revelarme la experiencia que había protagonizado.
   Situaos hace 15 o 20 años, en el norte de Extremadura, con él como personaje y el campo de escenario. Lo que no recuerdo es qué buscaba allí, si hacía senderismo o huía de agobios urbanos perdiéndose entre dehesas de encinares o alcornoques. Ni siquiera descarto que estuviera cazando, pues era cazador, si no muy devoto, sí practicante ocasional.
   Fueran cuales fueran aquel día sus afanes, lo habían conducido a un espacio llano y aclarado de árboles, en uno de cuyos extremos se abría una vaguada. Aún no estaba tan cerca de esta hendidura en el paisaje como para que le llegase el rumor del agua de un riachuelo que corría en su fondo, pero en cambio sí oyó nítidamente un alarido animal que provenía de aquel paraje.
    Todavía no le había dado tiempo a reponerse de la sorpresa, cuando vio emerger de la depresión fluvial a una cierva y una cría. “Parecían muy alteradas, de hecho ni repararon en mí”, me dijo. Enseguida pusieron tierra por medio, con un trote que era de prisa y desaparecieron en la lejanía. A su mirada no escapó, sin embargo, un detalle que incrementó su asombro. De la grupa del cervatillo, manaba la sangre de una herida.
   Iba a aproximarse a lo alto del pequeño valle de donde habían salido, comido por la intriga y deseoso de dar con el agresor. Fueron cien metros de cábalas. “Pensé en un lobo, aunque desconocía que los hubiera en la zona; o en un águila grande que, no obstante, no había vuelto al cielo ante mis ojos...”.
   En esas estaba cuando una visión súbita cortó en seco su avance. De allí a donde él se dirigía, acababa de surgir la respuesta a sus pesquisas, que lo hubiera enmudecido aun si tuviera a quien transmitirle su asombro. A diferencia de los cervidos, el lince que acababa de aparecer sí se percató de su presencia, pese a que un poste no se diferenciaría de él por su quietud.
   No puso el felino pies en polvorosa. Se lo tomó con calma, casi se diría que con displicencia, como si lo ignorase o, peor aún, lo ningunease. “Se fue yendo poco a poco, con esos ademanes perezosos de los gatos, despreocupado totalmente de mí”, rememoró, con los ojos idos de quien estuviera sacando de su memoria un fantasma. Y tal debía de ser, pues ya en aquellas fechas se daba a este animal por extinguido en Extremadura…

lunes, 16 de marzo de 2015

¡MIRA QUE LLAMARSE ALBERT...!

Podía haber sido su nombre Pepe, o Manolo, o incluso Alberto... Pero Albert suena tan a catalán... Van por ahí provocando y, claro, luego pasa lo que pasa. Por ejemplo, lo del delegado del Gobierno (español) en Andalucía, comunidad que, como se sabe, anda inmersa en proceso electoral.
   En el curso de un acto de su partido, y en pleno uso de la palabra, compuso este personaje el gesto grave de quien se apresta a formular una declaración trascendente y a renglón seguido se soltó la melena.
“Lo voy a decir muy claro –se engalló-. Yo no quiero y no me gusta que a Andalucía se le mande desde Cataluña ni que su futuro político lo decida un político llamado Albert”.
   Avispado como debe de ser, a este sujeto no se le pasaría por alto que el nombre de ese líder despide un tufo a catalán de no te menees. Y su partido, Ciudadanos, que compite con el PP por el voto de la derecha, ¡nació en Cataluña!
   ¡Como para no aprovechar, echando mano del sentir anticatalán de parte del electorado!
   ¿Que algún malintencionado vería en ese discurso resabios xenófobos? ¿Que  podía alentar en Cataluña las posiciones antiespañolas? ¡Peccata minuta, mal menor!
   Suele sucederles, a quienes en determinado momento utilizan la cabeza más para la embestida que para el razonamiento, que no miden que, en lugar de menoscabar al adversario, solo consiguen quedar en evidencia ellos mismos. Y cuando después, forzados por las circunstancias y las críticas, no tienen otra que disculparse, sus excusas suenan a todo excepto a convincentes.
“Lamento la confusión con mis palabras. Máximo respeto y admiración por Cataluña. Una cosa es hablar de un partido político y otra de una comunidad autónoma”, escribió en Twitter, horas después de su metedura de pata.
   Se mire por donde se mire, no hay por dónde cogerlo. Porque para meterse con Ciudadanos y con su dirigente... ¿qué hizo, si no fue achacarles su carácter catalán?
   Hubiera resultado más oportuno que alegase que sus manifestaciones habían seguido la estela marcada por su partido, el PP. ¿O acaso sus preclaros mandamases no han enfatizado en fechas recientes con la procedencia catalana de esa organización, pronunciando su nombre en catalán (Ciutadans, que, con chusco error, el inefable Floriano convirtió en Siutadans, Siudatans y Siutatans)?
   Claro que, si lo hubiese recordado, no habría colado (o intentar que colase) eso de la confusión. Por cierto, ¿confusión de quién? ¿Suya? ¿De los periodistas? ¿O, simplemente, de quienes sabemos leer?

miércoles, 11 de marzo de 2015

ENFERMOS DE FANATISMO

Ahora la toman con los testigos mudos del pasado. Después de haber mostrado al mundo su crueldad, documentada en vídeos grabados por ellos mismos, donde se exhibían mientras degollaban a sus víctimas indefensas, los autoproclamados como Estado Islámico (E.I.) la han emprendido con restos arqueológicos de la antigua Asiria.
   Con bulldozers y excavadoras han demolido la ciudad de Nimrod, fundada en el siglo XIII antes de Cristo; arrasaron el palacio, el templo y la muralla interna de la también milenaria Hatra (Patrimonio de la Humanidad), destrozaron estatuas y relieves en el museo de Mosul, se sirvieron de una taladradora para acabar con un gigantesco toro alado con cabeza humana, que guardaba la entrada de Nínive y que había sobrevivido 2500 años a sus creadores…
    Siguen el camino de otros como ellos, que los precedieron en esta feroz iconoclastia, y no hace tanto. Así, los Budas gigantes de Bamiyán, esculpidos en las montañas, fueron abatidos por los talibanes en Afganistán, y las huestes integristas de Ansir el Din destruyeron mausoleos sufíes en Tombuctú (Malí).
   Unos y otros han arrasado o están arrasando lo que ya no ha de volver, sus hacedores llevan ya siglos muertos. Y si no pueden eliminar la Historia, por más que esta no se ajuste a su conveniencia, ¿de qué les sirve privar al mundo de unos testimonios que el paso del tiempo ha convertido en irrepetibles?
   Me gustaría decirles que no se precisa ser budista, o musulmán sufí, o cristiano o animista para indignarse ante esos atentados contra una herencia milenaria. Solo hace falta ver en cada estatua, en cada construcción o manuscrito la obra de arte que son, valorarlos como reflejo de una cultura o de una sociedad, sentir cómo un pálpito, una emoción se materializaron en piedra, en madera, en barro.
   No es suyo lo que destruyen, que es de todos, también de quienes no profesamos sus creencias.

   Sé que ningún argumento los convencerá, por persuasivo que resulte. La razón se compadece mal con el fanatismo y la intolerancia, por más que los deje en evidencia, y en esa medida los combata.

viernes, 6 de marzo de 2015

“LOS POLÍGLOTAS”, de William Gerhardie

Qué novela más rara. La protagoniza una familia un tanto peculiar, que vive en una ciudad china próxima a la Unión Soviética, recién salido el mundo de la Gran Guerra y con una Rusia que acaba de estrenar su revolución. Son occidentales, pero vienen de Japón y se irán a Inglaterra en una travesía que durará semanas, si bien el cambio de escenario –de tierra firme a barco de pasajeros- no traerá consigo grandes alteraciones en el relato. Forman parte de ese clan o pululan en su entorno varios personajes que o son militares o lo han sido, dedicados a tareas inútiles y empeñados en favorecer a los amigos o en obtener sus favores, según los casos.
   El narrador oficia de cronista, mayormente de sucesos fútiles. Pasan muchas cosas y no ocurre, realmente, casi nada. Buena parte de las 378 páginas, se dedica a dar cuenta de hechos intrascendentes, entre los que, a partir de determinado momento, tienen generosa cabida actividades y parlamentos infantiles.
   Las referencias al contexto son mínimas. Fuera de algún comentario ocasional sobre la situación internacional, tal pareciera que estuvieran en Babia, de puro centrados en sí mismos que se hallan quienes conviven en el hogar, sean parientes o allegados. Eso sí, lo anodino de esas existencias no nos priva del mayor detallismo descriptivo, y más que reiterado.
   El amor, que surge y podría subvertir el orden establecido en el reducido ámbito de la acción, no rompe la atonía dominante. Antes bien, pese a que vulnera alguna norma, se presenta desleído, como un elemento más de la sosería general. El conflicto que parece ir a generarse se queda en nada, por más que ello nos deje boquiabiertos.
   Son muy escasos los momentos emotivos que escapan a la banalidad y vienen de la mano de algún suceso trágico, como la muerte de un adulto o la de una niña. Del primer caso recuerdo cómo me estremeció la pintura del entierro, y del segundo una sensación de pena y de ternura. Pero pasan en un vuelo y no dejan huella.
   Rompen también, y con más frecuencia, la insulsez de la historia divagaciones filosóficas, que me han resultado francamente insufribles. Me obligué a no saltarme ni una sola de las palabras con que el narrador, que es a la vez protagonista destacado, reflexiona acerca  del amor o de la eternidad, aunque confieso que tal vez las leí mecánicamente, perdido en una argumentación que para mí carecía de interés, cuando no de sentido.
   Lo que sí me ha cautivado es el retrato que se hace de determinados personajes, para mí, con mucho, lo más valioso de este libro. Sobresalen por algún rasgo que los caracteriza: la hipocondría de la matriarca, y su egocentrismo sin límites; la manía persecutoria del capitán Negodyaev, la evidente perturbación del general de ojos enloquecidos... Su desquicie o sus peculiaridades prestan algo de color a la grisura de la trama.
   No sé yo si recomendar la lectura de esta obra.

lunes, 2 de marzo de 2015

DICEN QUE ESPAÑA VA BIEN

Una cascada de declaraciones nos anuncia a los españoles que estamos saliendo de la crisis. Todo se va arreglando y ya empieza a amanecer sobre nuestras vidas, según los prebostes del Gobierno y del partido que lo sustenta. Ciertamente, tienen un problema y no se lo miran.
    Eso que dicen solo se lo creen ellos. La gente del común miramos a nuestro alrededor con asombro y no nos reconocemos en sus palabras. Tal pareciera que estuvieran hablándonos de otras personas y de otro país, no de nosotros, no de nuestros amigos, familiares o vecinos.
   Su discurso se desmonta por sí mismo, al contraponerlo a las vidas de tantos. ¿Qué puede pensar, oyéndolos, quien está en paro, o el que tiene un trabajo mal pagado, y encima hoy sí y mañana no, el joven profesional que permanece mano sobre mano o que ha de emigrar con su flamante título en el bolsillo, el dependiente en espera de subsidio, el profesor o el sanitario que día a día han visto empeorar sus condiciones laborales?
    A la experiencia de cada cual me remito, que no en vano se dice que el ver es padre del saber. Los datos malos que nos ofrece la vida se multiplican e invalidan las buenas noticias que llenan las bocas de Rajoy y de los suyos.
   Uno comprende las razones de tan forzado optimismo, pues estamos en año electoral y convendría a nuestros mandatarios que las cosas fuesen bien, para que se les votase y seguir campando por sus respetos, haciendo de las suyas. Por eso repetirán mil veces la misma salmodia, con la esperanza de que así acabemos por creerla. Pero una falsedad no da en verdad por mucho que se reitere. Es más, en la medida en que continúen agarrándose a ella, la agravarán y engrandecerán la brecha que los separa de la ciudadanía.

   Salvo que hablemos de ciencia ficción o de literatura, nadie ignora que el lenguaje está para nombrar lo existente, no para inventarlo. Aunque a algunos les guste olvidarlo, lo cierto es que su política nos ha conducido a donde estamos, que no es precisamente donde nos dicen.