miércoles, 1 de julio de 2020


LIBRE Y SALVAJE, de Ignacio Dean

La gran aventura de la vuelta al mundo a pie, subtítulo de este libro, nos dice por dónde andaremos –nunca mejor dicho- si nos adentramos en sus páginas. No menos ilustrativa es la imagen que completa la portada. Nos mira una cabeza masculina, circundada por una gorra con protectores laterales que se cierran en el cuello y sólo dejan ver un rostro joven. La visera le sombrea los ojos, que  las gafas de sol, que cabalgan la cabeza, no ocultan. Está muy bronceada esa cara. A su espalda, una señal de tráfico representa, esquemática, la silueta de un canguro que da un brinco, como si se dispusiera a abandonar el fondo amarillo del cuadrado que lo acoge. Debajo, en tierra, descansa un carrito de hierro y lona azul, parecido a los de la compra. En las proximidades, una carretera se abre camino entre un paisaje marrón y verde. Arriba, el cielo es intensamente azul.
   Ignacio Dean, protagonista de la aventura que él mismo narra, salió de la Puerta del Sol un jueves, 13 de marzo de 2013, y retornó a ese punto de partida un sábado, 20 de marzo de 2016. Entre ambas fechas transcurrieron 1095 días, 31 países de 4 continentes lo vieron pasar, más de 33.000 kilómetros le desgastaron, uno tras otro, doce pares de zapatillas…
    No fue fácil. Al esfuerzo físico, se sumaron episodios propios de una verdadera odisea: “…presenció un atentado terrorista en Bangladesh, estuvo frente a un rinoceronte en las junglas de Nepal, escuchó dingos aullando alrededor de su tienda de campaña en Australia, probó la ayahuasca en Perú, le intentaron asaltar con machetes miembros de las maras en El Salvador, contrajo la fiebre chikungunya en México…”*.
   Al final, le esperaba Ítaca, que no era, como para el héroe homérico, tanto un lugar físico, que también, cuanto la propia superación personal, el saberse vencedor de un reto sin parangón. Como él mismo dice: “Una demostración de que no hay nada imposible, de lo que somos capaces de lograr cuando nos proponemos un objetivo y luchamos por él”.
   Atrás quedaban jornadas diarias que superaban cualquier maratón, lluvias de las que no cesan y soles que a menudo abrasan, vientos empeñados en dificultar la marcha, y todos los relieves, así de elevadas montañas como de llanuras sin más límite que un horizonte que nunca se alcanza; paisajes de tierra adentro, mares que dibujan costas… el mundo en toda su diversidad y plenitud, con su hermosura y su dureza.
   De cuando en cuando, se encuentra con gentes que le dan cuartel: lo alojan en sus casas, lo socorren con provisiones, lo auxilian en las dificultades, incluso le sirven de guías en ciudades populosas. Algunas de estas personas conocen de su aventura por la prensa de sus países, otras detienen el automóvil al encontrárselo fortuitamente en la carretera, o contactan con él on line, pues lleva consigo un ordenador. Éste es un aspecto que parece secundario, pero que adquiere un relieve peculiar. Como si nos indicara que por muy individual que sea una hazaña, siempre hay que considerar el contexto humano que la posibilita, la solidaridad que suscita.
   Aunque lo que de verdad me asombra es la capacidad que muestra Ignacio Dean para superar la soledad. El itinerario fue infinito y cambiante, casi siempre sin nadie al lado. A veces, hablaba y su voz fue su única compañía, o cantaba, como un ave más. Pero sobre todo pensaba. Qué de cosas no se le pasarían por la cabeza: el sentido de su gesta, que también quería ser un llamamiento a la conservación del planeta, verificar el estado de sus ecosistemas, ver la belleza del mundo; la fuerza de voluntad que había de derrochar, los riesgos a que se enfrentaría, el recuerdo de los suyos y la nostalgia subsiguiente. Y cuestiones prácticas (el avituallamiento, en qué apartado paraje plantaría la tienda).
   Merece la pena leerlo...

*Cita textual de la contraportada del libro, publicado por Zenith, sello editorial de Editorial Planeta.