martes, 31 de diciembre de 2013

2014

   Así, a bote pronto, en estos momentos propicios para los buenos deseos, se me vienen a la mente muchos de cara al nuevo año. Buscad amar y ser amados, leed buenos libros, salid al campo, que ya caminamos hacia la primavera, id al cine, al teatro, a un concierto, a disfrutar del arte y a apoyarlo, practicad deporte y estad sanos... Es tiempo de quererse, de cuidarse, siempre lo es, pero tal vez más ahora, cuando nos sabemos víctimas de quienes, con el pretexto de la crisis, acechan nuestro bienestar y fustigan nuestro sosiego, procurando nuestra perdición.
   Protejamos lo nuestro, en primera persona, pero del plural también, lo que es de todos, eso que se nos llevarán, que convertirán en su negocio a poco que nos descuidemos. No les pasemos ni una, al Gobierno y a los suyos, que ellos ya se han pasado tres pueblos con nosotros.
   Salimos de un año malo, pero -¿sabéis?- algo positivo ha habido en sus 365 días. Muchos son los que han conservado la dignidad, los que han mantenido el espíritu de resistencia, la capacidad de rebelarse.
   Llenemos las calles, disolvamos en ellas la sensación de impotencia buscando el calor de los otros, aumentando su fuerza y la nuestra. Recordad –recordemos- que si un grano no hace granero, sí que ayuda al compañero.
    Por mal dadas que nos las quieran dar, no nos dejemos llevar por el desánimo, saquemos fuerzas de flaqueza. No permitamos que escriban por nosotros esta página en blanco que es el 2014 y, si lo hacen, que sea al menos con renglones torcidos, porque hayamos conseguido torcer sus planes.

viernes, 27 de diciembre de 2013

LA PRIMERA PEDRADA

Este poema, que escribí cuando aún no había cumplido los 21 años, recrea un momento anterior, de mi infancia. Vivíamos en una calle que daba a otra, dominio de niños pobres que, celosos de su territorio, no veían con buenos ojos que otros pequeños traspasasen sus lindes. Sobre todo, si disponían de la bicicleta y las canicas que a ellos les faltaban.

Cuando alguien tiene en la
mano
una piedra
puede comenzar allí mismo su casa.
Con una ventana grande que mire a la
calle
y una gran cocina.
Pero si entre los dedos no hay
también
            -y son pequeños-
bicicleta, bola de
barro
y sonrisa, entonces
el brazo puede extenderse hacia
atrás
y la piedra chocar contra alguna piel.

Yo estaba aquel día más
cerca.

Pero la pedrada no fue
suya. Mía,
tampoco.
Yo pensaba:
  - ¿Por qué va a tirarme esa
      piedra?
  - No le he hecho nada...
  - Le voy a decir...
Y alargaba mi brazo adelante.
Él no pensaba
nada.
Solo decía:
  - No te acerques, no te
     acerques.

Y al fin se hizo su mueca asustada, mi mueca
asustada,
su gesto de desamparo, y el
mío.
Nuestra sorpresa
y la sangre corriendo
en la piel.

Este es ya otro
día.
Me han tirado otras piedras,
las he arrojado también.
Ninguna
me ha dolido más.


                                   A Coruña, 29 de marzo de 1968

lunes, 23 de diciembre de 2013

TRIBULACIONES DE AZNARES

“La princesa está triste, qué tendrá la princesa”, decía el poema de Rubén Darío. Salvando las distancias, podríamos parafrasear estos versos, cambiando de sujeto, hablando ahora de quien fuera presidente del Gobierno de España, José María Aznar. Solo que en tal caso desaparecería el aliciente  que siempre aporta a la ficción el misterio.
   Porque, según un correo atribuido a Mercedes de la Merced, concejala ya fallecida del PP, su estado de postración se debía a que Caja Madrid había rechazado su propuesta de que adquiriese un lote de cuadros y recuerdos del pintor Gerardo Rueda y se hiciese cargo, además, de la restauración del edificio que el ayuntamiento de Madrid, regido entonces (2008, 2009) por Gallardón, ponía a disposición para albergar la colección. El importe de lo solicitado era de 54 millones de euros por la obra (Según expertos consultados por la Fundación de la Caja, su valor no sobrepasaría los 3 millones) y más de 100 millones por el arreglo de la futura sede.
   ¿Y qué hijo no se conmueve ante la pesadumbre de un padre? Del primogénito del señor Aznar nadie podrá decir jamás que se muestra insensible al dolorido sentir de su progenitor. ¿Queréis pruebas? Fijaos en los SMS que envió al señor Blesa, máximo responsable de Caja Madrid, según publicación del diario El País:
“Con los pelos que se ha dejado por ti y han sido muchos, me parece impresentable lo que has hecho o no has hecho. No se merecia esta decepcion”.
“Si quieres pregunta a tu amigo por el mensaje que te mande. Te puedo asegurar de que existe dolor y decepcion, y no tiene nada que ver con el resultado del tema ni con tus responsabilidades. Hay muchas formas de hacer las cosas y aqui por lo que parece se han hecho muy mal”.
   Me apresuro a advertir que he transcrito estos mensajes tal cual han sido publicados. No me son imputables, por tanto, los acentos que faltan. Tampoco el horrible dequeísmo (“Te puedo asegurar de que...”) que afea y devalúa la construcción sintáctica del discurso. No sería malo que el joven Aznar Botella revisase  sus textos antes de enviarlos. Tal vez así nos ahorraría la penosa impresión que producen sus errores gramaticales. Aunque yo, por muy acendrado que sea el amor filial que lata en esa misiva, no puedo evitar que, por su contenido, experimente una todavía mayor vergüenza (ajena). En lo cual no creo que me diferencie de ninguno de quienes leáis estas líneas.

jueves, 19 de diciembre de 2013

“SAN MANUEL BUENO, MÁRTIR”, de Miguel de Unamuno

Revolviendo en los libros de mi biblioteca, me he tropezado con esta novela corta que en tantas ocasiones comenté a mis alumnos de 2º curso de bachillerato, y he cedido a la tentación de releerla.
   Su protagonista es un sacerdote que ha perdido la fe. Sin embargo, se esfuerza en mantenerla viva entre los fieles de su comunidad, el pueblo (ficticio) de Valverde de Lucerna.
   No actúa así por hipocresía o conveniencia propia, sino por compasión hacia los demás. Pretende ahorrarles el sufrimiento de saber que nacemos para morir,  que ningún sentido finalista puede trascender a la mera existencia.
   El hombre es un “ser para la muerte”, como diría Heidegger. Y de tamaña fatalidad únicamente puede escaparse echando mano del engaño. De la certeza de nuestra finitud, paradójicamente deduce don Manuel la necesidad de que los habitantes de su aldea crean en la inmortalidad. La felicidad de sus feligreses estribará en que no se enfrenten a la verdad.
   Su embuste es, pues, una mentira piadosa, un opio del pueblo, tomando esa expresión en un sentido muy diferente al que le daba Carlos Marx. No trata el cura de adormecer a los socialmente desfavorecidos para que no se rebelen frente a sus opresores, sino de anestesiarles la herida de haber nacido. Para él, el verdadero problema de la vida no está en cómo se viva, sino, precisamente, en la pesadumbre que causa el hecho mismo de vivir.
   A quien no puede mentir el sacerdote es a sí mismo, queda excluido de ese bálsamo, él, que se autoimpone la misión de aplicárselo a los demás. Página tras página, asistimos a su suplicio, de efectos devastadores. Como el propio Unamuno, se debate entre lo desiderativo y lo racional, entre la voluntad de creer y la imposibilidad de convencerse. He aquí la otra cara de la moneda, su reverso, el tema por excelencia de la obra, el desgarro interior, la contradicción insalvable que enfrenta al yo público y el yo íntimo del protagonista. Como le sucede a un cómico que actúa en el pueblo, mientras su mujer agoniza, procura contento a su público, en tanto experimenta un inmenso dolor.
   ¿Qué interés puede tener para la gente de hoy este conflicto, cuando el carpe diem, el disfrute inmediato de la vida, dirige la conducta del mundo? Yo no lo sé. Solo confieso que me atrae de esta novela no tanto el sentimiento trágico de la existencia, casi existencialista, que late en su trasfondo, como el conflicto que embarga al párroco de la aldea, su ser agónico. Léala, en fin, aquel a quien agraden, más que la acción, la complejidad psicológica y las tramas basadas en ideas, filosóficas, éticas.

domingo, 15 de diciembre de 2013

CONVIDADOS DE PIEDRA

Yo, si fuera periodista, me presentaría en las  ya de por sí escasas comparecencias públicas del señor Rajoy con un esparadrapo en la boca. Esa imagen manifestaría mi disconformidad con que se me amordazara. Dicho de otra forma, expresaría mi negativa a aceptar que se me impidiese cumplir con lo debido a mi profesión, estaría defendiendo el derecho de los lectores (y electores) a saber.
   Tenemos un Presidente que no gusta de dar la cara. En su negativa a ofrecer explicaciones de sus actos, ha protagonizado situaciones grotescas, de esas que harían las delicias de Valle-Inclán, si no como ciudadano, que le indignarían, sí en su calidad de creador del esperpento.
   ¿Os imagináis a tan alto cargo girándose en oprobiosa media vuelta por escapar de los informadores cuando se topa con ellos de frente? O hablándoles, sí, pero ¡desde una televisión de plasma! Bueno, no es imaginar exactamente lo que debéis hacer; basta con que recordéis, porque ambos episodios se produjeron.
   Es proverbial su aversión a las ruedas de prensa, como famosas son sus meteduras de pata en ellas. Sin embargo, cuando algún dignatario extranjero visita nuestro país, se ve obligado a responder en su presencia a dos cuestiones que le plantean los reporteros, previo consenso entre ellos, que también acuerdan quiénes se las formularán. Debe de parecerle un dispendio de liberalidad, semejante intromisión en sus silencios.
   No hace mucho, hubo como una advertencia de lo que estaba por venir. En uno de esos actos públicos, en lugar de dar la palabra a los elegidos por sus compañeros,  se la concedió a otro, de un periódico que le es afín. Era una forma de burlar cuestiones incómodas, que no obtuvo, sin embargo, una respuesta contundente en la profesión.
   Y de esos polvos, cortos en la protesta, vienen estos lodos. Ahora, serán instancias gubernamentales quienes seleccionarán a los encargados de dirigirse al señor Rajoy. ¿También las preguntas?

   No sabe ya uno qué le sorprende más, si la desfachatez del presidente y su entorno o las tragaderas de los periodistas. ¿A qué esperan estos últimos para plantarse? El suyo, ¿no era el Cuarto Poder?

jueves, 12 de diciembre de 2013

AL DICTADO

Por la boca muere el pez.
   “Lo que me preocupa es que Alemania sepa adónde vamos”, declaró quien ocupa la presidencia del Gobierno en una entrevista periodística. ¿La presidencia de Alemania? No, que el preguntado era el presidente español.
   A quien debería inquietarle saber adónde vamos, ¿no es a él? Pues no, a lo que se ve. Al señor Rajoy lo que le causa desazón es que sea Ángela Merkel quien lo ignore.
   Estamos en sus manos, entiendo yo que viene a decir. Como equivoque la ruta, lo tenemos claro. El papel de España es puramente subsidiario, estamos a lo que se nos mande, en el furgón de cola, sin posibilidad alguna de alterar el rumbo, o, cuando menos, de participar en la toma de decisiones, por mucho que nos afecten. No queda siquiera el derecho al pataleo.
   ¿Podría ser de otra manera? Desde luego, no lo será, si desde un principio se asume como irremediable semejante dejación de funciones.
   Quizás haya quien piense que más vale ser cola de león que cabeza de ratón. Que alguna migaja nos caerá, si nos ponemos tras el poderoso. Otro que gobernó nuestro país pareció también creerlo así. Aznar. ¿Quién no recuerda su servil actuación ante los Estados Unidos, en pro de la invasión de Irak? Tal vez hasta llegó a imaginar, mientras posaba sus pies sobre una mesita en el rancho de Bush, que España (y él) estaba saliendo del anonimato en el concierto de las naciones. Adónde nos condujo su cortedad de miras, su iluso proceder, resulta innecesario recordarlo, por sobradamente conocido (y aún más, por lo sufrido).
   Han pasado los años, cambian las circunstancias, pero algo permanece inalterable. Por encima de las mudanzas que imponen nuevas situaciones, sigue latiendo idéntico espíritu de vasallaje en nuestros gobernantes. Y sin que nos quede siquiera el consuelo de que tengan buen señor.

domingo, 8 de diciembre de 2013

VUELOS EXTREMEÑOS

Son cerca de las cuatro de la tarde y vamos en coche por carreteras que son cacereñas y nos llevan por el oeste y el sur.
   Bajando hacia donde está Alcántara, un alcaudón se aquieta sobre un vallado y una pareja de cigüeñas vuela, lejana y grácil. Los prismáticos nos dicen que son negras, de esas que, contra los usos de sus congéneres blancas, no apetecen de la compañía humana y prefieren para anidar espacios donde mirarse en el agua como en un espejo.
   Un indicador anuncia una bifurcación, que lleva a Membrío. Paramos para espiar a un cernícalo común, que está en el aire. Durante un buen rato observamos su técnica de caza. Como si quisiera hacer bueno su nombre, se cierne a unos quince o veinte metros de altura, moviendo mucho las alas, con la cola desplegada en vistoso abanico y la cabeza, escrutadora, muy vuelta hacia abajo. Una vez y otra se lanza al suelo, donde solo permanece unos segundos.
   El río Salor nos sale al paso. Echamos pie a tierra y andamos sus márgenes. El verde de cerca de sus orillas parece aquí y allá, por lo agujereado, topera. Pero solo es que antes que nosotros han visitado estos parajes los jabalíes, que han hozado en procura de raíces.
   Tras una loma se dejan ver primero un alimoche e inmediatamente luego un buitre común, que desaparecen tan pronto como han aparecido. Vuelve a estar vacío el cielo, pero en un remanso del curso fluvial nos aguarda la oscura imagen de varios cormoranes. Deben de encontrarse muy a gusto, cuando desechan la prisa por huirnos, hasta que estamos muy próximos. Ya en el aire, los acompaña, antes de que se pierdan aguas abajo, una garza cenicienta que nos había pasado desapercibida.
   Después de un trecho, descubrimos que nos vigilan. El oteadero desde el que nos miran es un gran árbol, enhiesto en la ladera. Dos enormes aves están fijando en nosotros su mirada rapaz. Como si nos hubieran dado el alto, detenemos la marcha. Seguro que ya antes nos habían localizado, pero solo se alarman cuando se sienten el centro de nuestra atención. Tratando de no incrementar esa inquietud, disimulamos nuestro alborozo con una inmovilidad que nos resulta casi imposible. Cuando buscamos, con gesto medido, los prismáticos, dejan su posadero y, sobrevolando encinas, se van con soberbios aletazos.
   Eran águilas y eran reales. Nunca habíamos tenido tan cerca otras de su especie y, sin embargo, nuestra ambición por traerlas delante mismo de los ojos nos impidió prolongar este momento mágico.
   Todavía, ya de vuelta, el campo nos regala visiones fugaces. Pastan, no muy lejanos, ciervos que se cuentan por decenas, y nos salen al paso no sabemos cuántas perdices.
   Ocurría todo esto un día 1 de marzo de 1992. Por cierto, las escobas florecían de blanco y el brezo y el romero despuntaban en morado y azul.  En los jarales, los capullos estaban prontos, también, a abrirse.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

UN GUISO MUY MARINERO, DE CABRACHO

Sucedió en un pueblo asturiano, hace ya mucho tiempo.
   Iban las pescantinas de casa en casa, anunciando a voces su mercadería, que llevaban sobre la cabeza, en una cesta de mimbre asentada sobre una rodea o trapo enrollado. Venían de una localidad vecina, que tenía mar.
   De la noche a la mañana, la clientela se vio sorprendida porque a su pregón habitual  sumaban un nuevo nombre. Sin embargo, cuando fueron a indagar por el pez al que correspondía, se encontraron con que se trataba de un viejo conocido: el cabracho había pasado a denominarse hilario (o don hilario, según quien lo dijese).
   Don Hilario era el cura de donde vivían las vendedoras y, al parecer, algún que otro queme tenía con él la feligresía, que andaba muy alborotada. Os preguntaréis qué relación guarda eso con el cabracho. Recordad que se trata de un bicho feo, con mucha cabeza, rojizo de color y muy espinoso.
  Pero ¿por qué lo re-bautizaron con el nombre del clérigo? A mí la cuestión me da para mucho fabular (porque de eso no me informaron). ¿Era el sacerdote un algo borrachín y, como consecuencia, colorado de cara? Diréis qué poco respeto el mío, pero otras soluciones que se me ocurren tampoco mejoran mucho la cosa. Podían querer llamarlo cabezón, porque fuese grande su jeta, o, en sentido figurado, cabezota si destacara por su tozudez. Aunque confieso que me atrae especialmente la conexión con las espinas, que inducen a pensar en un individuo áspero de carácter y de trato hiriente.
   Pero dejemos al cura y volvamos al animal, que es pez roquero, de carne fina, muy sabroso, aunque haya que extremar al ingerirlo las precauciones, por evitar sus púas. Puede prepararse este hilario de muy diversas formas, y la que sigue no es sino una de ellas.
   Elegidlo de buen tamaño, 1 kg o 1 ½ kg. Ya en la cocina, proceded a separarle del cuerpo la cabeza y cocedla, para tirarla luego, que es el agua lo que interesa reservar.
   En una sartén, haced un sofrito, para el que, además de aceite, precisaréis cebolla y ajo, y que no falte alguno de esos pimientos verdes y alargados a los que conocemos como italianos. Rehogad sin tardanza en tal potingue unas patatas cortadas en gajos gordos, que se sazonarán luego con un algo de pimentón del dulce. A ello se ha de añadir, convenientemente colado, el caldo resultante de la cocción de la cabeza, para que cuezan a su vez en su seno las patatas, y, transcurrido un tiempo conveniente, el cuerpo del pez, cortado en rodajas.
     Cuando lo comáis, recordad la historia que os he traído a colación. Seguro que así  disfrutaréis doblemente de este guiso.

domingo, 1 de diciembre de 2013

EL PROGRESO, LA HUMANIDAD Y ANA BOTELLA

¡Mira que parecía difícil, con lo alto que había puesto el listón y la cantidad de candidatos a desbancarla que surgen día a día! Pero a todo hay quien gane. Y a  Dolores de Cospedal le ha salido, dentro de su mismo partido, una competidora muy seria en las inconveniencias del decir, esas que cualquiera tildaría de disparates.
   En efecto, si la secretaria general del Partido Popular hizo célebre, por citar solo un ejemplo, aquello del finiquito en diferido, su contrincante, ni más ni menos que la alcaldesa de Madrid, acaba de soltar  que el PP y su reforma laboral son "la ideología que ha traído mayor progreso a la Humanidad".
   ¡Y los trabajadores sin enterarse, manifestándose en su día contra esa normativa, y habitualmente, desde que fue aprobada, contra sus efectos! ¿Será que no entienden el bien que se les hace?
   Me replicaréis que se trata de una manifiesta exageración, propia de un rifirrafe entre políticos. Y en efecto la frase fue pronunciada en un pleno municipal, en medio de una discusión sobre el conflicto de la recogida de la basura. Hipérbole es, no queda duda. Pero tan extremada, tan distante del mundo de lo real, que deviene de inmediato en barbaridad. 
   Aunque a lo mejor no es una desmesura lingüística, motivada por un calentón. Igual es que se lo cree. Que piensa de verdad que es más trascendente esa ley, por ejemplo, y sin salirnos del ámbito laboral, que el establecimiento de la jornada de 8 horas, el derecho de los trabajadores a sindicarse o a disponer de seguridad social.
   ¿Tan pagada de sí misma y de su partido está? ¿O es pura ignorancia lo suyo?
   Pánico produce imaginar, por otra parte, en qué entenderá esta señora por “progreso”. O por “Humanidad”, sin ir más lejos. Humanidad deben de ser en su imaginario los banqueros y empresarios de toda laya. En ese caso, el progreso ha de referirse sin duda al beneficio que obtienen despidiendo trabajadores o bajándoles salarios ya de por sí escasos, que es lo que “mejoró” (imposible no escribirlo entre comillas) la mentada reforma laboral.
   A mí no me cabe en la cabeza que esta señora esté de alcaldesa en Madrid. Que milite en el PP ya me parece más comprensible.