jueves, 12 de diciembre de 2013

AL DICTADO

Por la boca muere el pez.
   “Lo que me preocupa es que Alemania sepa adónde vamos”, declaró quien ocupa la presidencia del Gobierno en una entrevista periodística. ¿La presidencia de Alemania? No, que el preguntado era el presidente español.
   A quien debería inquietarle saber adónde vamos, ¿no es a él? Pues no, a lo que se ve. Al señor Rajoy lo que le causa desazón es que sea Ángela Merkel quien lo ignore.
   Estamos en sus manos, entiendo yo que viene a decir. Como equivoque la ruta, lo tenemos claro. El papel de España es puramente subsidiario, estamos a lo que se nos mande, en el furgón de cola, sin posibilidad alguna de alterar el rumbo, o, cuando menos, de participar en la toma de decisiones, por mucho que nos afecten. No queda siquiera el derecho al pataleo.
   ¿Podría ser de otra manera? Desde luego, no lo será, si desde un principio se asume como irremediable semejante dejación de funciones.
   Quizás haya quien piense que más vale ser cola de león que cabeza de ratón. Que alguna migaja nos caerá, si nos ponemos tras el poderoso. Otro que gobernó nuestro país pareció también creerlo así. Aznar. ¿Quién no recuerda su servil actuación ante los Estados Unidos, en pro de la invasión de Irak? Tal vez hasta llegó a imaginar, mientras posaba sus pies sobre una mesita en el rancho de Bush, que España (y él) estaba saliendo del anonimato en el concierto de las naciones. Adónde nos condujo su cortedad de miras, su iluso proceder, resulta innecesario recordarlo, por sobradamente conocido (y aún más, por lo sufrido).
   Han pasado los años, cambian las circunstancias, pero algo permanece inalterable. Por encima de las mudanzas que imponen nuevas situaciones, sigue latiendo idéntico espíritu de vasallaje en nuestros gobernantes. Y sin que nos quede siquiera el consuelo de que tengan buen señor.

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