jueves, 27 de noviembre de 2014

MICRORRELATOS (IV)


Este relato, en sí mismo tal vez irrelevante, no es de ficción porque sea inventado. Es más, sucedió lo que dice. Pero rompe con las normas de la lógica de los afectos, trastoca de tal modo el mundo que me resulta imposible reconocerlo, como si alguien lo hubiera recreado para sorprenderme. La frontera que separa la realidad de la fantasía no parece, a la luz de este caso, fija. Antes bien, la segunda se introduce a menudo en los dominios de la primera y hace de la vida un espacio confuso.

Yo hacía cola en la panadería, atento a que no se acabasen las minibaguetes que apetecía. Vagamente, entreví que una señora, que iba de salida, pasaba a mi lado. A mis espaldas, sonaron, nítidas, sus palabras:
-         Ay, cariño, perdona, con lo que te gusta a ti el currusco... Mira que olvidarme... Toma, cielo, ya lo siento…
Me volví, esperando encontrar a una madre pija y a un niño antojadizo y mimosón. Ella quizás respondiera al arquetipo. En cambio, me equivoqué al atribuirle la maternidad de la criatura. A sus pies, se relamía, aguardando la dádiva, un perrito blanco y retozón.

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Quiso vivir un mundo distinto, una realidad paralela a su existencia gris. Se puso a escribir y le salió un personaje que ni siquiera veía anodina su cotidianidad.

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Se disponía a cruzar la calle, pero el semáforo se había puesto en rojo. Estuvo a punto de presionar el pulsador, para que el disco cambiara a verde. Pero solo venía un coche y aún estaba lejos. Se lanzó a la calzada, sin tocar el botón, por no forzar al conductor a detenerse. En la acera de enfrente le abordó un guardia, y lo multó. Por comportamiento incívico, le dijo.

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“Cuántas horas de cuántos días te pasas, Albertina, en la ventana, mirando a la calle, absorta, como si el mundo no existiera, y tú para él tampoco”, la recriminaban familiares y amistades. No sabían que  muchas transeúntes se quedarían sin más historia que la vivida, si dejaba de fabularles a cada instante nuevas existencias.


lunes, 24 de noviembre de 2014

EL DESAHUCIO DE LA SEÑORA CARMEN

Fue una noticia que me humedeció los ojos y me revolvió la mente. Desalojaron a una anciana de 85 años el viernes pasado de su piso en Vallecas (Madrid). Su hijo  lo había aportado como aval para que un prestamista privado le concediera un crédito, que hasta el momento no había conseguido pagar.
   Ella es la señora Carmen. Un reportero la había fotografiado poco antes de que la hiciesen abandonar su vivienda. Se la ve en ropa de casa, como si no fuesen a echarla de un momento a otro, encorvada, con un bastón, la cara llena de arrugas, de aristas y de pena. Seguramente no entendía nada, le sería imposible creer que alguien pudiese comportarse así. Decía que había pedido a sus amigas que fuesen a la iglesia y rezasen por ella; que había trabajado toda su vida en el campo y como limpiadora y percibía la pensión mínima... Confieso que al contemplarla me entraron ganas de abrazarla.
   En la calle, decenas de personas solidarias protestaban, una fue detenida. Había mucha policía, siete u ocho furgones. Podría parecer desproporcionado ese despliegue, pero según cómo se mire. Nunca se sabe cómo va a responder la población ante una injusticia como la que se iba a perpetrar.
   Me llamó la atención que algunos agentes fueran embozados o con los rostros apenas perceptibles tras la visera de sus cascos. Un mando impidió al periodista que lo fotografiara. Yo imagino que querían protegerse, pero no de posibles agresiones futuras, sino de la vergüenza. Debe de ser terrible que te vea un hijo, un vecino, en semejante actuación. Incluso supongo que no será fácil encararse  uno a sí mismo así en  un periódico.
   Aunque quienes más oprobio tendrían que sufrir no estaban allí. Faltaban actores en este drama. Quienes iban a quedarse con el piso, desde luego. Pero también otros. Se estaban aplicando unas leyes que alguien instauró y que nadie cambió, y que penden como espada de Damocles sobre los más débiles. Quienes las ampararon con su voto o las toleraron con su silencio deberían formar parte de la comitiva judicial. Así podrían asomarse a los ojos a la señora Carmen y sentir adónde conduce su política.
   Yo confieso que deseé que venga cuanto antes esa España de la rabia y de la idea que tanto se está haciendo esperar. 

jueves, 20 de noviembre de 2014

ASIGNATURAS AFINES AYER Y HOY

Lo que sigue es una recreación de tiempos pretéritos, que si no vuelven es porque nunca han dejado de estar ahí. Reproduzco un artículo publicado en la revista del SUATEA (Sindicato Unitario de Trabajadores de la Enseñanza de Asturias) en noviembre de 1985. Se lo había enviado desde Laredo (Cantabria). Lo rescato porque, leyéndolo, quizás alguien piense que, si se pudo, se puede.

Extrañas afinidades, las de las asignaturas bautizadas por la Administración como “afines”. Profesores de Historia hay obligados a distinguir esforzadamente, y quizás en vano, ante sus perplejos alumnos de Música entre un violonchelo y una viola; no faltan quienes estudiaron Matemáticas y ejercen de dibujantes, y puede llegar a ser el Inglés considerado a estos efectos hermano gemelo de la Geografía.
   A mí mismo, este curso que empieza, me ha tocado sufrir una kafkiana experiencia en el Instituto de Bachillerato de Laredo, en Cantabria [...].
   Durante cerca de dos semanas, el Ministerio de Educación y Ciencia –su Dirección Provincial en Cantabria, su Inspección- se ha empeñado en convencernos a los integrantes del Departamento de Lengua Española y Literatura, y en particular al último al que se le ha adjudicado plaza definitiva, que soy yo, de que impartiésemos la disciplina de Lengua Francesa, un horario completo que quedaba sin cubrir.
   Hubo, por nuestra parte, públicas declaraciones acerca de lo irrazonable de semejantes proyectos, reuniones con los padres, negativas en redondo.
   Por el lado del Ministerio, lo de siempre: llamadas y más llamadas, “advertencias”, recitados de normativas.
   Finalmente, una profesora de Francés fue enviada al instituto a dar Francés.
   ¿Dónde ir a buscar el motivo de tanta sinrazón?
   El Ministerio alude constantemente a preceptos legales que apoyan, dice, sus pretensiones. Tales preceptos chocan, no obstante, con tozudas realidades. La más llamativa suele constituirla la falta de preparación de la que adolecemos en materias fuera de nuestra especialidad. Pequeño detalle, que a la ley y a sus celosos guardianes se les escapa.
   No es el único despropósito de esta historia. Argumentaban en defensa de las Oposiciones que para dar clase de una asignatura de la especialidad habíamos de demostrar ante un tribunal nuestra capacitación, e intentan ahora que enseñemos –sin Oposición, por supuesto- otras disciplinas, lejanas a nuestra dedicación y conocimientos, cuando no definitivamente ajenas a ellos.
   Ya lo sé. Estas contradicciones forman parte de la realidad cotidiana que habitamos, hasta tal punto que puede parecer extraño que nos extrañemos de su existencia. Pero creo que no debemos resignarnos a que lo anormal, por el mero hecho de repetirse, pase a ser considerado como normal.


ADENDA: Ojo al nuevo real decreto de especialidades del Ministerio de Educación. Permite que profesores no especialistas puedan impartir materias para las que carecen de preparación… ¿A que os suena, después de leer este artículo? 

viernes, 14 de noviembre de 2014

VIVENCIAS LINGÜÍSTICAS

De vez en cuando, me acuerdo de dos situaciones que viví, una de ellas hace ya décadas, más reciente la otra, ambas sin relación aparente entre sí y que, sin embargo, algo deben de tener en común, porque siempre que evoco la una se me aparece, también, simultáneamente, la otra.
   Para describir  la primera, he de retornar en la memoria a Cartagena. Era el inicio de los 70 del siglo pasado y allí estaba yo, haciendo la obligada mili. Como coruñés, me debería haber correspondido algún destino en la demarcación marítima del Cantábrico, pero  no fue así y esa es otra historia, que algún día contaré. Lo que ahora quiero traer a colación es que el paisanaje que encontré en la Escuela de Submarinos de Cartagena,  donde acabé, era casi en su totalidad mediterráneo. Había marineros de Cataluña, del País Valenciano, algún isleño (de Baleares). Me metía a menudo en sus conversaciones, como un contertulio más. Al principio, cuando apenas nos conocíamos, dejaban de hablar en catalán y pasaban al castellano, en deferencia a mí. Se sorprendían cuando les decía que no era necesario, que, en general, los entendía (había estudiado filología románica). Para lo que no estaba capacitado era para dirigirme a ellos en catalán, a tanto no llegaban mis competencias. En adelante, resultaba curioso oír cómo en aquel minibabel que componíamos reinaba la concordia, sin que para ello hubiera de renunciar ninguno de nosotros a sus hábitos lingüísticos.
  El segundo momento en que a menudo pienso tuvo a Galicia por escenario. Ocurrió en la librería Arenas, de A Coruña, donde acudí a presentar “Y don Quijote se hace actor”, una  versión teatral que escribí del clásico cervantino. La introducción al acto corrió a cargo de un profesor que se manifestaba en gallego, cuyo estudio, además, enseñaba. Yo podría, esforzándome y aun así malamente, mantener un diálogo coloquial en gallego, pero carezco de registros suficientes para los matices que requiere una exposición pública, nada menos que con El Quijote como objeto. Cuando le comuniqué mis dificultades a quien iba a presentarme, me contestó que dónde estaba el problema, que cada uno podía expresarse cómo le resultase más cómodo y mejor le conviniese. A fin de cuentas, el público era bilingüe y nos comprendería bien a los dos, como así fue.
   Me traen estas vivencias un sabor a diversidad y a respeto mutuo, a multiculturalidad y a consideración del otro. Lo que no sé es por qué las recuerdo estos días, justo cuando la cuestión catalana (y la española) están en el candelero... 

domingo, 9 de noviembre de 2014


“BROTES VERDES” EN SANTANDER




Poco falta para que podáis ver esta nueva obra sobre el escenario del salón de actos del instituto Villajunco (el jueves 13 de noviembre, a las 20.00 horas). La entrada es libre, hasta completar aforo.
   La representación correrá a cargo de nuestra Agrupación Escénica Unos Cuantos.  Una veintena de sus miembros  dará vida a más de ochenta personajes. Diréis que son muchos, y no os falta razón. Aunque un número tan excesivo tiene también sus ventajas. Para empezar, supone enfrentarse a un reto tan propio de un actor como el del transformismo, el de trocarse en otros, asumir diversas identidades, y hacerlo de tal forma que en cada una de ellas resulte convincente, pese a que, en la mayor parte de los casos, su aparición y sus parlamentos hayan de ser necesariamente breves. Cuando todos los personajes parecen secundarios, todos devienen en protagonistas, y encarnar a cada uno –sucesivamente a varios- implica poner toda la carne en el asador, dar pruebas de una gran versatilidad.
   ¿Y de dónde sale tanto papel a interpretar?, os preguntaréis. Se trata de una obra coral, como lo es el mundo al que imita. La ficción se torna espejo, y en su azogue se refleja toda una serie de tipos que emergen de una sociedad en estado de crisis. Pero no para resignarse o dar rienda suelta al lamento, por más justificado que estuviera. El foco se centra en quienes se niegan a pagar el pato de tanto desafuero. Emerge de la sinrazón el afán de justicia, ante el abuso nace la rebeldía, la solidaridad frente al atropello. De tales actitudes se nutre el guion de esta obra, que no hace sino copiar el argumento de nuestra cotidianidad.
   La primera escena nos presenta a una compañía teatral a punto de ser desahuciada de su local de ensayo. Algo sucederá, sin embargo, y les llevará a replantearse su quehacer escénico, que mostrará cómo en tierra quemada acaban viendo la luz brotes verdes que han de abrir camino a la esperanza.
   En la estética de este teatro documental, a veces descarnado, hay momentos  para la ternura,  tintes surrealistas, un humor que, cuando aparece, linda con el sarcasmo.

   Me encantaría veros entre el público (si estáis en Cantabria, claro).

martes, 4 de noviembre de 2014

RAJOY (ERÍAS)

El presidente del PP (y del Gobierno) habla poco. Pero cuando rompe su habitual mutismo, aunque solo sea para decir cuatro palabras, resulta más locuaz de lo que pudiera parecer. Por ejemplo, declaró en Murcia, pocas horas antes de que saltara a la prensa la operación Púnica, que “unas pocas cosas no son 46 millones de españoles”.
   Fijémonos en primer lugar en cómo evita hablar de corrupción. Queda muy disminuido el delito, si se la llama con un término tan abstracto, y por ende tan impreciso, como cosas, con el que podríamos referirnos a cualesquiera objetos, generalmente de escasa monta. Y ya si son unas pocas, entonces casi reduce el latrocinio público a la nada, al menos en la dicción, que no en la realidad que percibe la ciudadanía. Y luego está esa referencia a los 46 millones de españoles, a los que nadie imputa. Otro intento de engañifa verbal. ¿Por qué atrincherarse en toda la población cuando los acusados del saqueo son  prebostes de la política y no gente del común?
   Poco tiempo después de que la operación Púnica cayese como un mazazo sobre la población, el discurso de Rajoy pareció cambiar. “En nombre del PP –proclamó en el Parlamento- quiero pedir disculpas a todos los españoles por haber situado en puestos de los que no eran dignos a quienes en apariencia han abusado de ellos. […] Responden a la codicia personal de los cargos públicos y no a las organizaciones a que pertenecen”.
  Solicita el perdón, pero sigue escurriendo el bulto, continúa minimizando el problema. Porque su gravedad no radica tan solo en que haya políticos de su partido que hayan incurrido en prácticas delictivas. Lo más trascendente está en otro lado, justamente en aquello que desmiente. No olvidemos que existen fundadas sospechas de que el propio PP como tal se pudo haber beneficiado de actividades corruptas, que le habrían aportado un dinero ilegal (trama Gúrtel, caso Bárcenas…). No son únicamente conductas individuales las que están en entredicho, contrariamente a lo manifestado por Mariano Rajoy. Hay momentos en que las excusas suenan a intento de huida, siquiera sea verbal. Sobre todo cuando lo exigible es que se asuman responsabilidades.