viernes, 14 de noviembre de 2014

VIVENCIAS LINGÜÍSTICAS

De vez en cuando, me acuerdo de dos situaciones que viví, una de ellas hace ya décadas, más reciente la otra, ambas sin relación aparente entre sí y que, sin embargo, algo deben de tener en común, porque siempre que evoco la una se me aparece, también, simultáneamente, la otra.
   Para describir  la primera, he de retornar en la memoria a Cartagena. Era el inicio de los 70 del siglo pasado y allí estaba yo, haciendo la obligada mili. Como coruñés, me debería haber correspondido algún destino en la demarcación marítima del Cantábrico, pero  no fue así y esa es otra historia, que algún día contaré. Lo que ahora quiero traer a colación es que el paisanaje que encontré en la Escuela de Submarinos de Cartagena,  donde acabé, era casi en su totalidad mediterráneo. Había marineros de Cataluña, del País Valenciano, algún isleño (de Baleares). Me metía a menudo en sus conversaciones, como un contertulio más. Al principio, cuando apenas nos conocíamos, dejaban de hablar en catalán y pasaban al castellano, en deferencia a mí. Se sorprendían cuando les decía que no era necesario, que, en general, los entendía (había estudiado filología románica). Para lo que no estaba capacitado era para dirigirme a ellos en catalán, a tanto no llegaban mis competencias. En adelante, resultaba curioso oír cómo en aquel minibabel que componíamos reinaba la concordia, sin que para ello hubiera de renunciar ninguno de nosotros a sus hábitos lingüísticos.
  El segundo momento en que a menudo pienso tuvo a Galicia por escenario. Ocurrió en la librería Arenas, de A Coruña, donde acudí a presentar “Y don Quijote se hace actor”, una  versión teatral que escribí del clásico cervantino. La introducción al acto corrió a cargo de un profesor que se manifestaba en gallego, cuyo estudio, además, enseñaba. Yo podría, esforzándome y aun así malamente, mantener un diálogo coloquial en gallego, pero carezco de registros suficientes para los matices que requiere una exposición pública, nada menos que con El Quijote como objeto. Cuando le comuniqué mis dificultades a quien iba a presentarme, me contestó que dónde estaba el problema, que cada uno podía expresarse cómo le resultase más cómodo y mejor le conviniese. A fin de cuentas, el público era bilingüe y nos comprendería bien a los dos, como así fue.
   Me traen estas vivencias un sabor a diversidad y a respeto mutuo, a multiculturalidad y a consideración del otro. Lo que no sé es por qué las recuerdo estos días, justo cuando la cuestión catalana (y la española) están en el candelero... 

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