lunes, 28 de agosto de 2017

MÁS QUE UN ABRAZO

Que un hombre y una mujer, vestidos ambos a la usanza occidental, se fundan en un  abrazo y compartan lágrimas con alguien a quien sus ropajes señalan como musulmán, ya sería de por sí destacable en estos días convulsos. Transmite un mensaje fraterno, de unidad, tras los atentados de Barcelona y Cambrils. Cobra aún mayor relieve cuando se conoce  la identidad de los protagonistas. La pareja son los padres de Xavi, un niño de tres años, que fue uno de los que perecieron en el atentado de La Rambla el jueves 17 de agosto. El otro es Dris Salym, imán en una mezquita de Rubi. La imagen está tomada durante una concentración de repulsa y de solidaridad, que congregó a unos setecientos vecinos, a los que se ve aplaudir.
   Están diciendo al mundo que no es el islam quien mata. Se lo dicen al Estado Islámico, para quien sería un regalo que nos dividiésemos en dos bloques, que considerásemos enemigos a los millones de seguidores de esa fe. ¿Imagináis lo que pensarán los del ISIS al ver esa fotografía? Se aviene tan mal con sus planes… Los condena al ostracismo, los aísla, los deja donde tienen que estar, solos, y, por ende, vulnerables.
   Qué más quisieran, que su crimen sirviese para que se señalase a la comunidad musulmana con dedo acusador, haciendo que pagasen justos por pecadores, propiciando sentimientos de exclusión y hostilidad mutua.
   No son los únicos que se llevarán las manos a la cabeza en señal de disgusto ante esa imagen. A rebufo del brutal atentado, se multiplican en nuestra sociedad actitudes y discursos islamófobos, con alguna agresión incluida. A menudo asoma detrás la torva faz de grupos extremistas de derecha.
   Pero esas reacciones alcanzan también a sectores de la población que, sin simpatía por esos ultras, se dejan llevar por sentimientos primarios. No se detienen a pensar. Si así lo hicieran, verían que bombas o atropellos masivos no distinguen de culturas cuando matan. Más aún: si así es en nuestro suelo, qué no sucede en África o en Asia, donde los musulmanes damnificados por el Daesh o sus secuaces se cuentan por millares.
   Es injusto culpar de la barbarie a quienes también la padecen. Y además, peligroso. Desenfocando el objetivo –los terroristas- éste se vuelve más ilocalizable. Y al culpabilizar a toda una creencia, se pierden entre sus fieles aliados para combatirlo, tal vez se favorezca incluso que algunos, resentidos, se sumen a las filas del odio y la sinrazón.

   Hay mucho de humanidad en ese abrazo. Pero también de lección. Gracias. 

lunes, 21 de agosto de 2017

BARCELONA


Tanto dolor inútil, tanto odio buscando sangre inocente en que satisfacerse... La Edad Media irrumpe, matando, en el mundo. Con siglos de retraso, vienen a enturbiar el presente palabras olvidadas (¡infieles, impíos, cruzados!). Salen de bocas que acusan y condenan, dogmáticas y sectarias. Mentes simples determinan que en la diversidad radica el mal. En su estrechez de miras, únicamente cabe una concepción de la vida, regida por principios inamovibles; y no sólo para ellos, para todos. Cualesquiera que no sigan sus dictados son enemigos y se arriesgan a convertirse en víctimas. Tras de sí dejan un reguero de cadáveres, de heridas en el sentimiento, de desolación. Pero también de voces que, por el ancho mundo adelante, se yerguen frente a ese fanatismo y la barbarie de que se acompaña, solidarias con quienes los padecen. La mía, una más.

lunes, 14 de agosto de 2017

HAY UN BARCO RACISTA EN EL MARE NOSTRUM  (y 2)

Desconozco qué habrá sido del  C-Star, el barco tripulado por racistas que se dirigía al Mediterráneo en busca y captura de migrantes o de quienes aspiran a obtener refugio en Europa. Tal vez se le haya dado el alto, impidiéndole así continuar adelante con sus siniestros propósitos, no sé.
   Podría parecer inconcebible su existencia, por fugaz (¿?) que fuera. O sentir la tentación de considerarla una excrecencia, un tumor surgido en una sociedad sana, a extirpar y ya está. Muerto el perro, se acabaría la rabia. Pero es de temer que las cosas no sean tan sencillas. La pregunta sería cómo es posible que aparezca semejante horror en el aquí y ahora que vivimos. O, dicho de otro modo, esos individuos ¿están solos o constituyen la punta visible de un iceberg de dimensiones mucho mayores?
   Un dato poco tranquilizador: según sus propias declaraciones, los cien mil euros que necesitaban para fletar el buque los consiguieron mediante suscripción pública. O sea, que estos desalmados no se cuentan únicamente por decenas. Admitamos, sin embargo, que, aunque tengan detrás a unos cuantos miles de mentes enfermas, no pasan de ser una exigua minoría en un continente poblado por millones de personas (507 en la Unión Europea). Lo verdaderamente preocupante aparece, no obstante, si consideramos otra cuestión.  A esos indeseables les conviene, más que a nadie, la máxima que enunciara en su día Ortega y Gasset: “yo soy yo y mi circunstancia”.
   Dondequiera que pueda arribar una patera, se levantan vallas, se ponen en funcionamiento radares y policías, se persigue a los que lleguen, se les encierra en centros de internamiento que en poco o en nada envidian de las cárceles. Proliferan los muros que impiden la libre circulación a quienes peregrinan por nuestro continente en busca de un país que los acoja y les permita laborar por una vida mejor. Últimamente, incluso se hostiga a las ONGs que evitan muertes en el Mediterráneo.
    No nos llamemos a engaño, ni miremos hacia un único punto. Con ese caldo de cultivo, el C-Star viene a ser como la espuma de las olas cuando llegan a las playas. Una espuma sucia, desprovista de toda estética que no sea la de lo feo, porque el agua de que proviene está contaminada.