miércoles, 27 de febrero de 2013


LA INDEMNIZACIÓN EN DIFERIDO

Daba lo mismo que se tratara de responder a un examen que de formular una declaración de amor o encarar una entrevista de trabajo: dediqué más de media vida a insistir a los estudiantes en que debían cuidar su expresión en cualquier situación que se les planteara. Y ahora me encuentro con esto: 
“La indemnización que se pactó fue una indemnización en diferido en forma efectivamente de simulación, simulación de lo que hubiera sido en diferido en partes de lo que antes era una retribución... Aquí se quiso hacer como hay que hacerlo, es decir, con la retención a la seguridad social”.
   Lo ha dicho, tal cual, la secretaria de organización del PP en rueda de prensa. Pretendía aclarar en función de qué concepto su partido pagó al Sr. Barcenas durante los dos últimos años una cuantiosa cantidad de dinero. Le habían preguntado si se trataba de una indemnización o una nómina, si lo habían despedido o seguía trabajando en la casa durante ese tiempo.
   No cabe generalizar, pero ya sabíamos que en el mundo de la política, y sobre todo por quien ejerce el poder, es frecuente el uso del eufemismo, que evita llamar a las cosas por su nombre, para así dulcificarlas o encubrirlas.
   A eso estamos acostumbrados, forma parte de nuestro paisaje nacional. Lo sorprendente en las palabras de Dolores de Cospedal es su falta de lógica, su lenguaje inconexo, su incoherencia léxica, que lo invalidan como discurso. Claro que si se hubiera expresado con corrección, la habríamos comprendido. Y tal vez de eso se trate, de que no se la entienda, de utilizar la lengua no como medio para comunicar, sino para la incomunicación. Hay cosas que, realmente, no tienen explicación o, si la tienen, es demasiado demoledora para aclararla.
   Tal y como está el patio, no sería extraño que se extendiera este tipo de elocución, gramaticalmente inválida. Ya imagino una prensa llena de anacolutos y otros absurdos del habla. Todo será que ciertos políticos vean la utilidad de no decir nada sin quedar callados.

sábado, 23 de febrero de 2013


EL DESAHUCIO QUE NO FUE

No soy yo nada de banderas, ni de exaltación de la patria chica siquiera. Y no obstante, habiendo nacido en A Coruña, tengo un motivo especial para sentirme bien últimamente. Lo digo porque he leído que parte de mis paisanos decidieron que una mujer de 86 años no se iba a ir obligatoriamente de la casa donde había vivido cuatro décadas porque la desahuciaran.
   Abandonaron esas personas sus trabajos, los que los tenían, o la práctica de sus aficiones, o aunque solo fuera el dolce far niente, y se plantaron, con la terquedad y decisión que produce saberse defensor de una causa justa, en el portal y aledaños de la vivienda de la señora octogenaria. Y por tres veces impidieron a la comitiva judicial desalojar a la anciana, que quiere vivir el tiempo que le quede en su barrio.
   Cuentan los papeles que ella se emocionó aún más cuando supo que los bomberos se negaron a obedecer la orden de cortar las cadenas colocadas por los vecinos para dificultar su expulsión. Tampoco me extraña. A mí también me conmueve ese gesto de solidaridad. Todavía existe la luz, parecen decirnos esas actitudes, como señales que iluminan la oscuridad que nos rodea. ¿Son pocas? Una chispa, no lo olvidemos, puede incendiar una pradera. 

miércoles, 20 de febrero de 2013


ESPAÑOLES EN EL MUNDO

Españoles afincados en el extranjero sirven a la Primera de TVE para ofrecer al telespectador una visión de otros países. La personalidad o las aficiones del entrevistado condicionan, lógicamente, la naturaleza de lo que aparece en pantalla.
   También se busca que el sujeto dé testimonio de sus motivaciones, qué lo movió a alejarse de España y encontrar acomodo en otros mundos. El amor es, con mucho, la razón que más se arguye, aunque no falten quienes confiesen haber emigrado en procura de aventura o de hacer lo que les viene en gana en el terreno laboral.
   Choca lo felices que se les ve, cómo les sonríe la vida, lo bien que les va a todos. Las cámaras nos introducen a menudo, y aunque sea de pasada, en sus domicilios o centros de trabajo y comprobamos que tienen abundantes motivos  para  la complacencia.
   Es, por supuesto, una cuestión de perspectivas. O de intenciones. Lo digo porque españoles por el mundo hay muchos, cada vez más, y no todos están tan satisfechos como los que salen en esas imágenes, entre otras cosas porque se han ido de aquí acuciados por el desempleo y a menudo se frustran en trabajos que no se corresponden con su cualificación profesional o sus expectativas de futuro.
   Claro que de lo que se trata no es de mostrar miserias. Eso explica también que se acote lo que se mira, que es habitualmente grato o llamativo. Las realidades incómodas quedan fuera de plano, con el resultado de que la visión de los países se edulcora, es más propia de un turista que colecciona postales que de un viajero deseoso de conocer el mundo.
    Pero a nadie le amarga un dulce. Con las reservas antedichas, este espacio es, en cualquier caso, entretenido. El cambio de interlocutor –son varios los residentes que ejercen de guías en cada programa- ayuda a que la atención no decaiga y facilita que se nos descubran diversas facetas: no es la misma mirada la del  frecuentador de la noche que  la del amante de la naturaleza, la gastronomía o el arte. La desventaja está en la superficialidad con que suele mostrarse lo enseñado.

sábado, 16 de febrero de 2013


UNA SOLIDARIDAD INSOSPECHADA

Recién amanecido, ya se oían por toda la ciudad voces infantiles, que no dejarían de sonar hasta bien entrado el crepúsculo, como si no necesitaran de la reparación del sueño sus emisores. Aunque poco tendrían que soñar aquellos cuyo tiempo se hacía de vender zumos de frutas o periódicos a quienes subían a autobuses atestados o cruzaban la calle en un semáforo...
   La ciudad era Managua, la capital nicaragüense, y los niños, que eran legión, no haría mucho que habían aprendido a hablar, dada su pequeñez. Daban ganas de comprarles su exigua mercadería, aunque en nada interesara, solo para que pudieran irse a jugar, si bien en tal caso sus mayores, espoleados por su éxito, muy probablemente les repondrían los productos agotados y los lanzarían de nuevo a las calles. Nunca sabe uno qué es mejor hacer, en tales circunstancias.
   A nosotros nos lo puso fácil una criatura (no parecía haber cumplido los seis años) que, a la salida de un restaurante, no vendía nada, solo pedía.
   Habíamos cenado una pizza para dos, y la habíamos elegido grande para saciar el apetito, ya que, casi agotados nuestros fondos viajeros, nos habíamos ahorrado el almuerzo. Hacíamos, además, de la necesidad virtud, ya que utilizábamos el tiempo de la comida para ver más cosas. Con todo, no imaginamos que fueran a servirnos una rueda de molino. Dimos cuenta de algo más de la mitad y solicitamos que nos envolvieran el sobrante.  Por eso lo llevábamos cuando, al salir del local, aquella pequeña nos interpeló.
   “¿Te gusta la pizza?”, le preguntamos. Recuerdo que su cabeza y su boca contestaron con un sí esperanzado. Enseguida pasó de nuestras manos a las suyas, con la condición de que aplacara ella su hambre antes de compartirla. Queríamos evitar que la llevara a casa y hubiera de contentarse con unas migajas.
   Apenas habíamos reiniciado el camino, cuando oímos que nos llamaba. Allí estaba, con la porción de pizza, mirándonos desde abajo. “¿Puedo darle un poco a mi hermanito?”, preguntó, y solo entonces vimos que tras su figurilla había un niño aún menor, porque se había vuelto para mostrarlo.
   Y nosotros que ya nos íbamos, pensando haber sido los solidarios aquel día...

miércoles, 13 de febrero de 2013


TINTA, Y NO DE CALAMAR

Hay calamares y calamarones. Y no me refiero con el aumentativo a los cefalópodos gigantes que viven en las profundidades abisales, dicen que en perpetuo combate con los cachalotes, que apetecen de su carne.
   Hablo de los que habitan entre nosotros y tienen nuestra misma apariencia, encarnados, según sople el viento, en unos u otros, y últimamente en ciertas personalidades de la vida pública española. Los vincula a la especie marina  citada su afición a soltar tinta a las primeras de cambio, con la finalidad de sustraerse a las miradas de quienes ellos perciben como predadores, llámense en su caso periodistas, adversarios o, sobre todo, ciudadanía en general. Y los hace ser grandes (calamarones) la posición social que ocupan.
   Ante la publicación de supuestos datos que comprometen su buen nombre o el de la organización en la que militan, acuden al subterfugio de acusar a sus acusadores. La tinta que utilizan es el consabido ¡Y tú más! Al decirlo, tal vez pretendan quedar fuera de foco, fijarlo en los otros y quedar, así,  relegados, ocultos a la atención pública.
   Una variante de esa forma de proceder surge cuando, para negar la mayor, es decir, su supuesta implicación en casos de corrupción, la toman con el mensajero y, adoptando aires victimistas, le hacen acreedor de los más turbios intereses y merecedor de  infiernos procesales adonde quisieran arrojarlos con querellas.
   Por enlodadas que bajen las aguas, conviene no dejarse liar en esa ceremonia de confusión. Y no olvidar que, si el calamar se oculta tras la tinta, la aparición de esta suele dar fe de la presencia de aquel.

domingo, 10 de febrero de 2013


 AGRUPACIÓN ESCÉNICA UNOS CUANTOS

De cuando en cuando, alguien me pregunta si continúo haciendo teatro o si lo he dejado tras mi jubilación como profesor de instituto. Quiero dar noticia de que sigo en la brecha, y en muy buena compañía, como se verá por las líneas que vienen a continuación y que figuran a modo de presentación en la web de la asociación cuyo nombre encabeza este artículo:

   “UNOS CUANTOS nacemos como grupo en Santander en el último tramo del año 2012, si bien bastantes de los miembros fundadores proceden del Colectivo de Dramatización del IES “Ría del Carmen” (Muriedas) o han participado durante los últimos cinco años en el Taller de Teatro de la Universidad de Cantabria.
   Somos un colectivo numeroso y variopinto, diverso en sus edades - los hay que apenas han cumplido los veinte, pero no faltan los que se adentran en los sesenta- y en ocupaciones: estudiantes universitarios, profesionales en activo o en paro y varios profesores jubilados.
   Nos une la común afición por el arte dramático y el deseo de propagarla. Tenemos vocación de permanencia y afán de perfeccionamiento, en un proyecto de futuro compartido a golpe de ensayos y representaciones.
   Nuestro director, Juan Manuel Freire, ha dirigido teatro a lo largo de los últimos veinticinco años y ha estrenado quince montajes escénicos de los cuales es también autor.
   Como Federico García Lorca estamos convencidos de que el teatro es la poesía que se levanta del libro para hacerse humana. En consecuencia, nos proponemos llevarlo a los escenarios y a la calle, a los centros de enseñanza y a las plazas donde se reúnen los públicos y las gentes.
   Nuestra actual oferta lo constituyen tres espectáculos: Teatro en crisis, Colorín colorado (una de cuentos) y Una obra de arte (dramatizaciones a partir de cuadros de Van Dyck, Goya y Cézanne). Para dar vida a este repertorio, conjugamos la interpretación puramente actoral con el ballet, el canto y la música en directo.

   Acudimos allá donde se nos llama, tanto dentro como fuera de Cantabria y estamos abiertos a intercambios con compañías de otras comunidades. No cobramos, pues surge nuestra asociación como teatro aficionado y sin ánimo de lucro. Será, en todo caso, la ganancia que obtengamos el aplauso que merezca a los espectadores la calidad de nuestro trabajo. Y, eso sí, nadie podrá quitarnos nunca lo bailado”.


NOTA- La fiesta de presentación de la Agrupación Escénica Unos Cuantos tendrá lugar en el bar Bolero de Santander el viernes 15 de febrero a las 20.30. Y el día 21 de febrero, a las 19.30, y en el salón de actos del IES Villajunco representaremos "Teatro en crisis".

jueves, 7 de febrero de 2013


CORRUPCIÓN (PRESUNTA, DESDE LUEGO)

Empezamos a maliciar quiénes eran los que vivían en este país por encima de sus posibilidades. Y, sorpresa, no pensamos en quienes se compraban un piso o un coche, o viajaban al extranjero y daban estudios superiores a sus hijos, aun a costa de empeñarse hasta las cejas.
   Es un suponer, naturalmente, pero hubo, al parecer, quienes no se contentaron con los fondos de su partido político, que eran insuficientes para que fuera lo poderoso que lo querían. Incluso deseaban que abonara a parte de sus dirigentes un sueldo mayor, aunque el que recibían no fuera pequeño.
   Ante las sospechas de que todo ello se consiguiera con procedimientos nada santos, hierve la ciudadanía de indignación. Dicen que volaron sobres con dinero negro en busca de ciertos bolsillos. Y que algunas empresas, contra la que es su costumbre cuando tratan con trabajadores, premiaron con cuantiosas dádivas a ese partido político, sin que se conozca el porqué de generosidad tan desmedida, aunque más de una conjetura haya.
   Hablan los afectados de su honor herido y quisieran demostrar su recto proceder con auditorías internas y publicidad de declaraciones de renta y patrimonio que, a mi entender, sin embargo, poco pueden aportar al caso, pues nada prueban. Si existiera una contabilidad B, donde constasen las prácticas ilegales, parece evidente que no se presentaría al escrutinio. Y es de sentido común imaginar que quienes recibieran un sobresueldo no lo revelarían a Hacienda.
   Así las cosas, muchos pensamos que es llegada la hora de que se manifieste la justicia para esclarecer la verdad. Y, entretanto hace sus averiguaciones, que se tomen medidas políticas. Yo, si fuera alguno de los citados como presuntos pecadores en los papeles que han sido publicados, dimitiría del puesto que ocupara, por importante que fuera. Lo haría por sentido de la responsabilidad, por no perjudicar más de lo que ya lo está la credibilidad de los políticos e incluso la del país.
   Y, como resultaría inocente tras el proceso de indagación judicial, porque en efecto lo sería, me presentaría de nuevo ante los electores y a ver quién me iba a parar, con la conciencia tan limpia como la tendría y la apariencia ajustándose indubitablemente a la realidad..
   Eso haría yo si fuera ellos, pero como sé que no lo harán, me sumo a quienes se lo demandan.

domingo, 3 de febrero de 2013


LA MEZQUITA AZUL

Está en Estambul, cercana al mausoleo del sultán Ahmed I, que la mando edificar.
  Estilizados como agujas, sus seis minaretes juegan a ser aire. El patio, que atravesamos, es inmenso y porticado. En una fuente hexagonal, algunos fieles, todos hombres, practican sus abluciones: antes de orar han de limpiar de impurezas su cuerpo.
   Con los zapatos en una bolsa de plástico, pasamos adentro del templo. Las mujeres se embuten, además, en velos que les cubren la cabeza y los hombros, y que les han proporcionado en la entrada. Si fuesen musulmanas, habrían de separarse de los hombres para orar, ocultándose a sus ojos tras celosías.
   Sin imágenes ni reclinatorios, sin altares que la importunen, la mirada se expande en libertad y el espacio se agranda. El suelo es alfombra mullida, a la que solo ponen coto   muros lejanos. No suenan nuestros pasos y el silencio se amalgama con el aire. Apenas un susurro aislado, una tos reprimida, un grito de admiración que se sofoca enturbian esta paz muda. Ni siquiera los rezos la estorban, pues las plegarias se hacen de gestos o de palabras que la mente piensa.
   El protagonismo es del vacío y la claridad. Toda la mezquita es un inmenso receptáculo de luz. Solo nos faltan alas para creernos en mitad del firmamento. Un entramado de cúpulas llama a elevarse a la mirada y parece traer el cielo a la tierra. A acrecentar esa sensación etérea contribuye el sol, que pasa de amarillo a azul cuando se introduce en el interior de la mezquita. Artífices de ese milagro, numerosísimas vidrieras y azulejos pintados en tonos celestes domeñan sus rayos, alterando su color natural. A cambio, el astro rey subraya los más de cincuenta diseños de tulipanes, los cipreses, las flores o las frutas representados en la cerámica que manos desconocidas modelaron casi cuatro siglos atrás. O las letras arábigas que, escritas por los más afamados calígrafos, reproducen pasajes coránicos. Y, como si hiciera falta, el sol ve reforzada su labor de iluminación por lámparas de araña que penden de los techos y ocultan entre las perlas de cristal huevos de avestruz con que repeler a los insectos a los que se asemejan y a sus telas.