sábado, 16 de febrero de 2013


UNA SOLIDARIDAD INSOSPECHADA

Recién amanecido, ya se oían por toda la ciudad voces infantiles, que no dejarían de sonar hasta bien entrado el crepúsculo, como si no necesitaran de la reparación del sueño sus emisores. Aunque poco tendrían que soñar aquellos cuyo tiempo se hacía de vender zumos de frutas o periódicos a quienes subían a autobuses atestados o cruzaban la calle en un semáforo...
   La ciudad era Managua, la capital nicaragüense, y los niños, que eran legión, no haría mucho que habían aprendido a hablar, dada su pequeñez. Daban ganas de comprarles su exigua mercadería, aunque en nada interesara, solo para que pudieran irse a jugar, si bien en tal caso sus mayores, espoleados por su éxito, muy probablemente les repondrían los productos agotados y los lanzarían de nuevo a las calles. Nunca sabe uno qué es mejor hacer, en tales circunstancias.
   A nosotros nos lo puso fácil una criatura (no parecía haber cumplido los seis años) que, a la salida de un restaurante, no vendía nada, solo pedía.
   Habíamos cenado una pizza para dos, y la habíamos elegido grande para saciar el apetito, ya que, casi agotados nuestros fondos viajeros, nos habíamos ahorrado el almuerzo. Hacíamos, además, de la necesidad virtud, ya que utilizábamos el tiempo de la comida para ver más cosas. Con todo, no imaginamos que fueran a servirnos una rueda de molino. Dimos cuenta de algo más de la mitad y solicitamos que nos envolvieran el sobrante.  Por eso lo llevábamos cuando, al salir del local, aquella pequeña nos interpeló.
   “¿Te gusta la pizza?”, le preguntamos. Recuerdo que su cabeza y su boca contestaron con un sí esperanzado. Enseguida pasó de nuestras manos a las suyas, con la condición de que aplacara ella su hambre antes de compartirla. Queríamos evitar que la llevara a casa y hubiera de contentarse con unas migajas.
   Apenas habíamos reiniciado el camino, cuando oímos que nos llamaba. Allí estaba, con la porción de pizza, mirándonos desde abajo. “¿Puedo darle un poco a mi hermanito?”, preguntó, y solo entonces vimos que tras su figurilla había un niño aún menor, porque se había vuelto para mostrarlo.
   Y nosotros que ya nos íbamos, pensando haber sido los solidarios aquel día...

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