miércoles, 25 de febrero de 2015



IMPRESIONES DE DONDE LA TIERRA ACABA

Eso significa Finisterre, el gallego Fisterra, fin de la tierra, y aun hoy, cuando ya sabemos que no lo es, que muchas millas más allá otro continente aguarda al viajero,  resulta fácil comprender a quienes, antes de que Colón los desengañase, entendieron que, llegados aquí, habían alcanzado el extremo del mundo.
   Menudo vértigo debía de entrarles, cuando todavía hoy lo experimentamos nosotros. Parecería que estuviéramos suspendidos en el aire, por más suelo que pisemos. En torno, se arremolina un viento de invierno, que hace de cada uno de nuestros desplazamientos un amago de vuelo. A vista de pájaro, como solo nos es dado contemplarlo, el Atlántico, que late muy abajo, se despliega en una infinitud sin medida, a la que ningún horizonte le pone término.
   Empingorotados en lo alto del acantilado, no somos nada, entre un mar sin lisura, que es todo él un sucederse de olas grandísimas, y un cielo cenagoso, oscurecido de nubes. En nuestros oídos compiten el bramido del océano y el grito continuo del vendaval, y no sabría a ciencia cierta decir cuál vence.
   Un faro y la casa del farero, que se le adosa, humanizan algo el paisaje, casi asomados al abismo. Sin duda porque aún es de día, no hay guiños de luz que desde lo alto de la torre guíen a navegantes en la noche. Recuerdo que estamos en A costa da morte (La costa de la muerte) y no puedo evitar un estremecimiento, que en esta ocasión no es de frío, aunque lo haga.   

    Al abrigo de unos peñascos, humea el rescoldo de una hoguera. Nadie la ha encendido para calentarse. Es la huella que dejan quienes, sin dar término a su peregrinaje en Santiago de Compostela, prolongan hasta Fisterra su andadura y queman entre los riscos su impedimenta...

sábado, 21 de febrero de 2015

PUDIN CON ARROZ SOBRANTE DE PAELLA

Andaba siempre al quite cuando veía a mi madre devanándose los sesos para organizar los menús familiares. A la menor vacilación que observase, ya soltaba yo una propuesta para resolver tan ardua tarea. Una paella solía ser mi alternativa. Y solo si era bien acogida deslizaba la sugerencia de que hiciese mucha.
   “Tienes el ueyu más grande que el butiellu”, me reprendía usando de un dicho asturiano. Aludía con esas palabras a que mi gula sobrepasaba con creces mi capacidad de engullir. Por supuesto, desconocía que mi petición ocultaba un secreto designio.
   “¿Y qué pasa luego con lo que quede? ¡No vamos a estar comiendo restos durante una semana!”, apostillaba ella en ocasiones.
   ¡Los restos! Esa era la clave adonde yo pretendía llegar, la llave que me permitiría manifestar lo que verdaderamente quería. Porque en realidad no apetecía la paella en sí misma, aunque he de reconocer que también, sino, sobre todo, del plato a que darían lugar sus sobras, si no eran escasas: un pudin que, otro día, la tendría como materia prima.
   Para llegar a él, antes de nada había de desproveerse de cáscaras a los bivalvos (mejillones, berberechos o almejas) o gambas dispersos en el arroz, o privar de huesos a la carne, mayormente pollo, que se hubiera utilizado. Ya libre de sobresaltos para los dientes, se añadían unas patatas que se habían freído cortadas en fino, como si su destino fuera constituirse en tortilla, y varios huevos batidos. Con todo ello bien revuelto se rellenaban uno o más de un molde, que se introducían en el horno, hasta que la mezcla cuajase. Entonces se desmoldaban y se volvían blancos con el aporte de una capa de  bechamel.
   Después, ya solo quedaba hincarles el diente.        
 

Adenda: Ahora los moldes son antiadherentes, pero no siempre fue así. Para solventar tal contratiempo, se forraban por dentro con papel de estraza, que, a su vez, de untaba en mantequilla. Arqueología culinaria, que no deja de tener su encanto recordar... 

viernes, 13 de febrero de 2015

JUEVES, 7 DE AGOSTO DE 1998  (DE MI CUADERNO DE CAMPO)

San Román de Cervantes (Os Ancares, Lugo), desde una habitación trasera de Casa Velón, entre las 8 y las 9 de la mañana:
   Abrimos las contraventanas para encontrarnos con una masa blanquecina, en lugar de la transparencia del aire que esperábamos. La niebla nos sitúa el horizonte delante mismo de los ojos. Asoman entre ese cendal algodonoso las cabezotas de algunos árboles próximos. Solo el sonido de las campanas llega, diáfano, a informarnos de la hora que vivimos.
   Según desayunamos, la bruma, paulatinamente, cede, en una retirada lenta. De su impenetrabilidad va surgiendo lo que encerraba, como en el revelado progresivo de una fotografía. Se distingue la loma de enfrente, con su hierba amarilla y unos cuantos castaños. También un árbol desconocido, al que se le engarza un rosal cuyas flores rojas estallan entre el follaje verde, y un fragmento en gris de una calzada sin coches. Un pajarillo que esconde sus colores en el ambiente todavía plomizo de la mañana se baña en la piscina, a la que pinta de azul el fondo de su cubeta, que no el cielo, ausente aún. Comparecen además a la mirada recias construcciones de labranza, paredes de piedra con que hacer frente al frío y al calor, y tejados de pizarra.
Tiempo de carretera, de 11.00 a 12.00:
   Circulamos despacio por una carretera que dicen es la más elevada de Galicia. Alargar el camino, pues no otra cosa implica recorrerlo lentamente, nos permite observar mejor las montañas. Ha redondeado sus cumbres la edad, que ya han vivido mucho y han aprendido a no confrontar su orgullo con el viento, la lluvia, las nevadas: la resistencia que ofrecen es pasiva y doblegada.
   La niebla ocupa tan solo los valles, que nos oculta, como si fuese una tierra diferente, blanca y sin consistencia, la que se extiende entre laderas. Fuera de esa ilusión, el paisaje se nos ofrece en toda su pureza, vacío casi de árboles, colonizado por arbustos y plantas pequeñas. Localizamos escobas vestidas de amarillo, brezales ya sin flor, cardos morados, esbeltos gordolobos.
   Suspendidos en los cables de un tendido eléctrico, graznan dos cuervos, molestos, quizá, por la vecindad apacible de una pareja de tórtolas. Su presencia parece lógica donde se anuncia la proximidad de un pueblo bautizado galaicamente con el nombre de O Pombeiro.
   Solo de cuando en cuando cierra perspectivas lejanas un bosque sombrío, de pinos o de robles. Pero lo habitual es que esas especies, o el castaño, o el abeto, o el chopo, aparezcan en soledad, escoltados a menudo por toda una infantería de helechos o zarzamoras.
12.15 horas:
   Llegamos al refugio Club Ancares, punto de partida de una incursión en el acebal de Cabana Vella o de la ascensión al pico Tres Bispos (Obispos). Un poeta debe de habernos precedido en el camino y sin duda se entretuvo en sembrar de topónimos hermosos estos parajes. Vale la pena que comprobéis por vosotros mismos que los merecen… 

domingo, 8 de febrero de 2015

EN TIERRA HOSTIL (ANTENA TRES, TV)

El de este programa es un periodismo de investigación y de riesgo para sus hacedores. Los reporteros que dan la cara en él se trasladan a zonas conflictivas del mundo, viven momentos de peligro y permiten conocer al espectador, de primera mano, situaciones lejanas a su cotidianidad, que ponen los pelos de punta. Y siempre hay algún español de por medio.
   Van cuatro entregas y quedan, al menos, otras seis. En el Congo, la cámara nos ha llevado por  intransitables caminos que conducen a una recóndita mina de coltán donde, en condiciones infrahumanas, se extrae el mineral utilizado en la fabricación de  dispositivos móviles; en la barriada del Príncipe, en Ceuta, bucearon en el oscuro mundo de la marginalidad y el fanatismo, caldo de cultivo para la yihad. A Colombia fueron a husmear en entramados de bandas y sicarios, y de México eligieron como motivo al siniestro clan de los Caballeros Templarios, en el estado de Michoacán.
   Aunque los sepa sanos y salvos (el programa se emite en diferido), confieso que a menudo paso miedo por los periodistas, sobre todo cuando los veo inquietos por si los siguen, embarrancados en un barrizal, o increpados por quienes evitan ser grabados. También temo por sus confidentes y colaboradores, que a veces se presentan a cara descubierta, y, aun si aparecen de espaldas o en sombras, pueden resultar reconocibles, y se quedarán allí cuando la televisión se haya ido, más expuestos, quizás, de lo que ya lo estaban a las iras desatadas de la barbarie.
   Mayor agobio produce, sin embargo, lo que nos muestran, ambientes de una dureza extrema, que hacen de la vida mera supervivencia, donde la muerte acecha en cada esquina, territorios de abuso y de violencia, sometidos al imperio de la delincuencia. Llama la atención, además de esa tierra hostil que se desvela, la capacidad de resistencia de la gente, la entereza con que se enfrentan al sufrimiento y a la pérdida, su nobleza.
   Y estremece, en cambio, el sosiego de los criminales. Si ya resulta difícil de entender que asuman ese papel, aún más lo es que se presten, algunos, a manifestarse ante las cámaras, y no precisamente para arrepentirse de sus actuaciones. Sin la menor contrición, sin el mínimo propósito de la enmienda, se reconocen miembros de bandas, hablan con naturalidad de que han asesinado y de que van a seguir haciéndolo, ni se cuestionan el dolor que causan.  Choca esa impudicia, esa falta de conciencia, de empatía. Tamaña brutalidad.
    Pero el programa tiene segunda parte. Si la primera está centrada en las idas y venidas de los reporteros y utiliza como forma de elocución el diálogo y la entrevista, cobra fuerza después el análisis, la aportación de datos, las conclusiones. Del trabajo de campo, se pasa a la reflexión. Y entonces se nos acerca ese mundo al nuestro, percibimos que no nos es ajeno cuanto nos ha sido descubierto: el coltán se utiliza en smartphones y tabletas, la cocaína con que trafican los cárteles se consume en nuestro occidente, el radicalismo islamista cabalga también sobre la marginación y el olvido.

    Seguro que volveré a estar ante el televisor, en Antena 3, el martes a las 22.40...  

miércoles, 4 de febrero de 2015

A VUELTAS CON GRECIA, O SEA, CON ESPAÑA

Parece paradójico que entre los países que con mayor denuedo se oponen a que se hagan concesiones a Grecia en el pago de su deuda se encuentre España. Lo digo porque también a nosotros nos asfixia el débito y de los logros del país heleno podríamos beneficiarnos en futuras negociaciones (aumento de los plazos, rebaja de intereses, alguna quita tal vez...).
   Sin embargo, a poco que uno escarbe en sus posibles motivaciones, se dará cuenta de que la posición del Gobierno español no es nada contradictoria. Es más, yo diría que al partido que lo sustenta no le vendría nada bien lo que a los ciudadanos, en cambio, sí nos convendría, esto es, que Europa satisficiese las reivindicaciones griegas (tras las que irían, a renglón seguido, las nuestras).
   Si queréis verificarlo, recurrid, para empezar, a la memoria. Poneos en vuestro propio pellejo, el de quienes hemos soportado una política de austeridad que nos ha recortado la vida para cumplir, punto por punto, las exigencias de los acreedores, encabezados por Alemania. A la experiencia común me remito, por no inventariar una lista interminable de ajustes, que se han cebado en la población más desfavorecida (dependientes, jubilados, parados, jóvenes) o en los servicios sociales básicos (sanidad, educación, vivienda).
   Si Syriza consigue su objetivo, si Europa cede en sus pretensiones de cobrar lo previsto y en los plazos fijados, o las atempera al menos, y puede disponer Grecia de más dinero para aliviar el sufrimiento de sus ciudadanos, ¿en qué lugar quedan quienes, en España, han venido anteponiendo los dictados pretendidamente inamovibles de la Unión Europea a las necesidades de nuestra propia gente? El ejecutivo español ha doblado la cerviz, la nuestra, no la suya, ante los mandatos de los prestamistas sin el menor asomo de queja y sacrificando a quien hubiera que sacrificar.

   En el envite griego no es solo Grecia lo que está en juego. Es toda una política la que está sobre la mesa, la de la sumisión y la entrega. Como antes se decía, al Gobierno español y a su partido, ¡que Dios los coja confesados, y más en año electoral! Con el culo al aire, ya están.