domingo, 8 de febrero de 2015

EN TIERRA HOSTIL (ANTENA TRES, TV)

El de este programa es un periodismo de investigación y de riesgo para sus hacedores. Los reporteros que dan la cara en él se trasladan a zonas conflictivas del mundo, viven momentos de peligro y permiten conocer al espectador, de primera mano, situaciones lejanas a su cotidianidad, que ponen los pelos de punta. Y siempre hay algún español de por medio.
   Van cuatro entregas y quedan, al menos, otras seis. En el Congo, la cámara nos ha llevado por  intransitables caminos que conducen a una recóndita mina de coltán donde, en condiciones infrahumanas, se extrae el mineral utilizado en la fabricación de  dispositivos móviles; en la barriada del Príncipe, en Ceuta, bucearon en el oscuro mundo de la marginalidad y el fanatismo, caldo de cultivo para la yihad. A Colombia fueron a husmear en entramados de bandas y sicarios, y de México eligieron como motivo al siniestro clan de los Caballeros Templarios, en el estado de Michoacán.
   Aunque los sepa sanos y salvos (el programa se emite en diferido), confieso que a menudo paso miedo por los periodistas, sobre todo cuando los veo inquietos por si los siguen, embarrancados en un barrizal, o increpados por quienes evitan ser grabados. También temo por sus confidentes y colaboradores, que a veces se presentan a cara descubierta, y, aun si aparecen de espaldas o en sombras, pueden resultar reconocibles, y se quedarán allí cuando la televisión se haya ido, más expuestos, quizás, de lo que ya lo estaban a las iras desatadas de la barbarie.
   Mayor agobio produce, sin embargo, lo que nos muestran, ambientes de una dureza extrema, que hacen de la vida mera supervivencia, donde la muerte acecha en cada esquina, territorios de abuso y de violencia, sometidos al imperio de la delincuencia. Llama la atención, además de esa tierra hostil que se desvela, la capacidad de resistencia de la gente, la entereza con que se enfrentan al sufrimiento y a la pérdida, su nobleza.
   Y estremece, en cambio, el sosiego de los criminales. Si ya resulta difícil de entender que asuman ese papel, aún más lo es que se presten, algunos, a manifestarse ante las cámaras, y no precisamente para arrepentirse de sus actuaciones. Sin la menor contrición, sin el mínimo propósito de la enmienda, se reconocen miembros de bandas, hablan con naturalidad de que han asesinado y de que van a seguir haciéndolo, ni se cuestionan el dolor que causan.  Choca esa impudicia, esa falta de conciencia, de empatía. Tamaña brutalidad.
    Pero el programa tiene segunda parte. Si la primera está centrada en las idas y venidas de los reporteros y utiliza como forma de elocución el diálogo y la entrevista, cobra fuerza después el análisis, la aportación de datos, las conclusiones. Del trabajo de campo, se pasa a la reflexión. Y entonces se nos acerca ese mundo al nuestro, percibimos que no nos es ajeno cuanto nos ha sido descubierto: el coltán se utiliza en smartphones y tabletas, la cocaína con que trafican los cárteles se consume en nuestro occidente, el radicalismo islamista cabalga también sobre la marginación y el olvido.

    Seguro que volveré a estar ante el televisor, en Antena 3, el martes a las 22.40...  

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