miércoles, 31 de octubre de 2012


CARTA ABIERTA A ÁNGELA MERKEL (Y 3)
(Lea usted la 1ª y la 2ª, antes de esta 3ª y última, por no perder la perspectiva)

   Otro buen pellizco podría dársele al presupuesto del ministerio de Defensa. Están por las nubes los artificios bélicos, y si un pueblo no pretende dominar a otros y se conforma con protegerse a sí mismo, ha de sobrar mucha inversión en este capítulo. Esos sofisticados aparatos para la guerra resultan a la postre peligrosos, porque de su posesión siempre podrá derivarse la tentación de utilizarlos. Y un buen tajo a los gastos militares redundaría en el ahorro que ahora el Estado busca por otras vías (léanse recortes en educación, sanidad o subsidio de paro, por ejemplo).
   Al césar lo que es del césar, y a Dios lo que es de Dios es máxima evangélica de poco uso por estos lares. En tiempo de sacrificios, nadie debería quedar al margen, la Iglesia tampoco. Es más, aunque no se vivieran momentos difíciles, no tendría que cobrar la clerecía del Estado, ni se justifica que no abone el impuesto de bienes inmuebles quien tanto edificio, y tan valioso, posee. La cantidad de dinero que se dilapida en esas y otras canonjías es, forzosamente, cuantiosa. Observe usted que no hablo de creencias, que respeto, sino de economía, de dinero que podría recaudarse sin necesidad de quitárselo a quien menos tiene.
   De corruptos andamos tan sobrados como poco provisto de fondos el Estado. Campean por doquier, como vacas sin campano. Y no faltan los casos en que no se devuelve lo cobrado indebidamente (circunloquio, este último difícil de superar). Convendrá conmigo en que dejar sin blanca a estos sujetos, por muy encumbrados que estén, redundaría  en la moralidad  y el erario públicos.
   Comprenderá que no es mi intención pergeñar un programa de reformas completo, máxime cuando no soy economista. Pese a ello, me resisto a no señalar lo obvio: también la casa del Rey y los propios políticos habrán de reducir, y muy drásticamente, sus emolumentos y costosas prebendas, para que el Estado haga caja, sin que sea a costa de los de siempre.
   Me objetará usted que no puede interferir en la política de un país soberano. Con el debido respeto, eso me parecen pamplinas. Porque, ¿qué otra cosa, si no es meterse en la política nacional, hacen cuando condicionan el rescate al cumplimiento de una serie de medidas, a cada cual más lesiva para el español de a pie? No solo pueden vulnerar usted y los suyos nuestra autonomía como Estado: es que ya  están en ello.
   Termino, no sin enviarle un burocrático saludo. Recíbalo de este firmante, que ni es ni aspira a ser su seguro servidor.

martes, 30 de octubre de 2012


CARTA ABIERTA A ÁNGELA MERKEL (2)

Vaya por delante que, si de mí dependiera, la deuda la pagarían los deudores, o sea, los bancos, que son quienes mayormente la han contraído, y no el Estado, doblando aún más las espaldas ya muy encorvadas de la ciudadanía. Sin embargo, como preveo que no entrarán ustedes a ese trapo, y quienes se hacen la ilusión de que gobiernan España van detrás de todos los capotes que les tienden, tengan a bien cambiar, al menos, de estilo y de intenciones.
   Le haré, pues, algunas consideraciones, que ustedes podrían convertir en “recomendaciones” (tómelo cono puro eufemismo), que sustituirían a las que vienen formulando a nuestro Gobierno, y que  tanta devastación, tantas penurias, están provocando entre la población.      
   Un buen filón para recaudar fondos con que hacer frente al débito lo tendrían en quienes evaden capitales y, por tanto, impuestos. Aquí, en lugar de perseguirlos con saña y una buena tropa de inspectores, se les amnistía, como lo lee, lo acaban de hacer, por cuatro perras.
   Sume su voz al clamor de los funcionarios de Hacienda y exija que se incremente su número, que se combata el fraude fiscal en todas sus manifestaciones, que son muchas.
    La economía sumergida, por ejemplo, que no cotiza ni declara, campa por sus respetos en España. Podrían ustedes tirar de esos hilos, en lugar de machacar al contribuyente honrado.
   Y ya puesta, haga usted uso de su poder sobre nuestros dirigentes para que se lleve a cabo una reforma fiscal en condiciones, que obligue a aportar más al que más tiene.
   Luego, o antes creo yo, usted verá, están los bancos. ¿Sabe usted que, además de lujosas sedes, tienen cientos de miles de pisos confiscados a sus propietarios, que ni alquilan ni venden? Podrían habérselos arrendado a las familias a las que dejaron en la calle: aunque les cobrasen módicamente, algo más de dinero tendrían para hacer frente a lo que deben y, encima, ahorrarían sufrimiento. Naturalmente, a los banqueros habría que exigirles que respondiesen con sus fortunas de su mala gestión. Demande usted, además, que no les dejen irse de rositas o, más inconcebible aún, con indemnizaciones millonarias. Y a los que se quedan, reajústenles los sueldos.
   Fíjese si hay de donde sacar. Pero si todavía le parece poco, siga leyendo, que, mañana, encontrará más.

viernes, 26 de octubre de 2012


CARTA ABIERTA A ÁNGELA MERKEL (1)

   Le escribo a usted, y no al presidente del Gobierno de mi país, porque lo veo tan entregado a sus dictámenes que dirigirme a él sería desperdiciar pólvora en salvas. Además, la política de recortes que se está llevando a cabo en España se produce en buena medida para rescatar a sus bancos (los suyos, los alemanes, sobre todo), que prestaron dinero a los de aquí sin considerar los riesgos que corrían (o sí, como lo prueba que les van a devolver hasta el último céntimo, aun a costa de la ruina de nuestra sociedad). Y antes de nada, quisiera aclararle que entre los paganos estamos muchos que no cedimos a los cantos de sirena con que embaucaron los banqueros a muchos ciudadanos, o sea, que no vivimos por encima de nuestras posibilidades. Lo cual, ciertamente, no nos está eximiendo de contribuir a satisfacer la deuda.
   Los dedos se les vuelven huéspedes a usted y a sus adláteres, a la hora de imponernos sacrificios para que no queden sin cobrar sus banqueros. Fíjese: nos prestan dinero para que los bancos españoles paguen a los suyos con prontitud. No les exigen a esos bancos  que abonen de su peculio lo adeudado, como sí hacen ellos con sus morosos, que se quedan sin casa si no pueden abonar las cuotas de la hipoteca. No, que hemos de ser todos los que lo satisfagamos, sometiéndonos a un durísimo plan de ajuste. Y nada les parece suficiente.
   Nos obligan a medio desmantelar nuestra sanidad pública, a empeorar las condiciones de la enseñanza, a restringir gastos en investigación y a mal atender a los dependientes. Disminuyen nuestros salarios a la vez que aumentan nuestros impuestos, se facilitan los despidos y se desboca el número de parados y no hay, como diría Quevedo, uno de nuestros clásicos, calamidad que no nos ronde.
   Y es que, por mor de sus imposiciones, que nuestro Gobierno, obediente, se esfuerza en cumplir al pie de la letra, la mayoría de los españoles somos cada vez más pobres. Créame, sin embargo, que ser más humilde no conlleva transformarse en lelo (por el contrario, existe en España un adagio que enseña que el hambre aviva el ingenio). Y somos cada vez más los que nos preguntamos por qué, si no queda otra que devolver el débito bancario, no sacan el dinero de donde lo hay sin que sea a costa de arruinar al país y de hacer pagar a justos por pecadores. Así que me permitiré sugerir unas cuantas medidas que podría usted  presentarle como de obligado cumplimiento al Gobierno de España, en la confianza de que, dados los precedentes, estos que nos están convirtiendo a todos en súbditos suyos le harán caso.
                        (Continuará...)

domingo, 21 de octubre de 2012


RECUERDO DE TEVERGA

Nunca había escrito esta historia. Alguna vez la conté de viva voz, pero ya se sabe que las palabras se las lleva el viento, y yo quiero que no se pierda en los desaguaderos de la memoria, porque es bella y, además, es comunitaria. Aunque, pensándolo bien, tal vez me expreso mal y lo que la hace hermosa es justamente el que sea colectiva.
   Quizás haya quien, leyendo estas líneas, la recuerde conmigo. Alguien que haya estudiado o dado clase en aquel centro escolar minúsculo, que no debía de superar entre los tres cursos del bachillerato de entonces –hablamos de 1984, si no me falla la memoria- el exiguo número de 60 alumnos, y que ni siquiera alcanzaba la categoría de instituto, solo era una extensión del que sí había en Grado.
   Teverga, una localidad asturiana de montaña, cobijada por la pena (peña) Sobia, a la que no le faltan su laguna y su leyenda, fue escenario de un espectáculo donde el público actuó antes de que lo hicieran los actores.
   El desencadenante de todo fue la intención de celebrar una muestra de teatro escolar, que a los profesores se nos pasó por la cabeza y que había de abrirse al pueblo. Se trataba de traer a grupos de institutos de Asturias, ofreciéndoles el pago del transporte y la oportunidad de actuar fuera de sus localidades. Cerraría la semana una compañía profesional, Margen, con una obra que volvía escenario la calle.
   Aunque el presupuesto que hicimos era muy ajustado, cómo conseguir el dinero donde no había un céntimo se reveló de inmediato un problema. Me acuerdo de que el ayuntamiento respondió a nuestro requerimiento de apoyo económico con la promesa de completar la cantidad, lo cual era obvio que significaba que habíamos de disponer de un buen punto de partida, incluso casi del de llegada.
   Después de desechar iniciativas mucho más factibles para recaudar el montante necesario, optamos por una que nos cautivó nada más enunciarla: íbamos a hacer una suscripción pública. A los profesores, que no llegábamos a diez, nos correspondería predicar con el ejemplo e iniciarla. Luego el turno pasó a los maestros del colegio público, a los que visitamos y expusimos el proyecto, y a los médicos con quienes solíamos tomar un vino al mediodía. También se dejaron convencer los tasqueros y los de la casa de comidas donde almorzábamos, y el farmacéutico.
   La lista de contribuyentes engrosaba a ojos vista cada día. La colocábamos en lugares públicos, y circulaba también de mano en mano entre los estudiantes, hasta que no quedó nadie en el pueblo que no la conociera. Con tales mimbres, no es extraño que pronto alcanzáramos la cantidad deseada.
   Entonces, de repente, nos dimos cuenta de que, de los grupos contactados, solo Margen necesitaba únicamente de buen tiempo para su representación, por desarrollarse esta al aire libre. Los demás habían de subirse a un escenario, pero ¿a cuál?
   Nos entregamos al pánico, que duró poco. Justo hasta que alguien recordó el viejo cine, que justificaba su existencia funcionando como salón de baile. Conservaba el escenario, pero habían desaparecido las butacas, obstáculo para su nueva andadura. Naturalmente, a estas alturas no iba a detenernos un quítame allá esas pajas. Si no había asientos, se inventaban. En realidad, ya estaban inventados e inventariados en el centro escolar, solo había que transportarlos. Y como manos sobraban, se hizo una cadena humana y volaron las sillas del uno al otro hasta llegar al salón y amueblarlo.
   Así fue cómo llegó a celebrarse la I Muestra de Teatro Escolar en Teverga. No me diréis que no merecía la pena contarlo.

miércoles, 17 de octubre de 2012


UN INTERMEDIO EN LA TELEVISIÓN

Es mi “telediario” favorito: no solo nos sitúa ante lo que pasa; es que, encima, y por deprimente que resulte la realidad, nos hace reír, sin edulcorarla, poniéndola en el punto de mira, más bien.
  Quien oprima el botón de La Sexta a eso de las 21.30, de lunes a jueves, se encontrará con las palabras  que inician El Intermedio, esas que dicen: “Ya conocen las noticias, ahora les contaremos la verdad”.
  Le esperan, tras ese sumario juicio, que es a la vez una declaración de intenciones, comentarios satíricos, risas cómplices, un formato ágil, que no escatima ingenio ni retrocede ante el absurdo, antes bien, se mete de cabeza en situaciones de surrealismo puro.
   En el peculiar repaso a la actualidad al que asistirá el televidente, a la hora de sacar punta a los sucesos, el humor, vario en matices, se erigirá en inseparable compañero de viaje.
   Buena parte del mérito le corresponde a un personaje singular, que usa tirantes y apicara o agrava el gesto según sea el caso, y siempre afila la lengua. Es el Gran Wyoming, irreductible superviviente de mil batallas, que no se corta un pelo. El mismo que lleva a Sandra Sabatés, que ejerce de presentadora, a dar muestras de su versatilidad, y a transitar de la seriedad a la risa, en respuesta a las puntadas con que apostilla sus informaciones.
   Está bien acompañado el Gran Wyoming en su buen hacer. Y, pese a su madurez, no lo amilana -se diría incluso que lo incentiva- la juventud de sus colaboradores, con quienes constantemente interactúa.
   Un si es no es provocadora, juega a hacerse la atrevida Thais Villas y entrevista a gente conocida, a la que en ocasiones pone en un brete. Suele aportar  Dani Mateo en sus intervenciones un punto expresionista. Y Usun Yoon, la surcoreana andaluza, sale a la calle, siempre dispuesta a descolocar al personal. A Gonzo, le cae a veces en suerte hablar con personalidades inmersas en conflictos, a quienes a menudo pone contra las cuerdas, incisivo aunque sin perder nunca la templanza.
   Asoman en la pantalla individuos un tanto estrambóticos, que, sin embargo, son reales, y salen, sin que medie previo ensayo, pillados en medio de su cotidianidad. Otras veces, milagros de la técnica, vemos cantar a personajes tan revestidos de su importancia que seguramente no lo hacen ni en la ducha; o presenciamos diálogos imposibles, sin que estén juntos sus protagonistas ni hayan imaginado estarlo. Y por si fuera poco, El intermedio convoca a los espectadores a participar en originales movilizaciones, algunas muy secundadas, como la que recientemente llamaba a permanecer en casa el domingo pasado a las 7 de la mañana para protestar por los recortes.
   Quien apenas encuentre sitio ante el televisor y no carezca de sentido del humor, tiene aquí un espacio donde refugiarse.

viernes, 12 de octubre de 2012


DRAMATURGIA POLÍTICA

Desde hace un tiempo, no se me quita de la cabeza la idea de que nuestros políticos se han transformado en dramaturgos.
   Todo empezó cuando, un día, observé que la intervención de la protagonista de una escena teatral coincidía más o menos con otra de la ministra de Sanidad. Ambas ponderaban las virtudes curativas de los productos naturales, en un contexto de ahorro de gasto farmacéutico. Lo curioso es que en la obra aludida no se pretendía reflejar el mundo real, sino caricaturizarlo.
   Como el discurso teatral era anterior al de la ministra, podría pensar lo que no pienso, o sea, que ella elaboró sus declaraciones a partir de un texto literario. Sin embargo, lo que verdaderamente me preocupa no es que estemos ante un plagio, sino que, por el contrario, se trate de una mera coincidencia. Desde entonces, albergo la sospecha de que buena parte de nuestros políticos, entre los que ocuparían un lugar destacado quienes asientan sus posaderas en los sillones de los consejos de ministros, nos toman a los ciudadanos por actores que representamos sus ideaciones. 
   La ficción se ha apoderado de España, o sea que los mejores guiones, particularmente en la modalidad del teatro del absurdo, o los más llamativos al menos, nos los ofrece la vida que se nos impone. No importa cuánto de incrédulo se sea, siempre desafía cualquier capacidad de asombro y hace verdad lo que siempre se tuvo por fantasía. Pero si la literatura es creación y la realidad presente se empeña en superar lo imaginable, esta última no deja espacio a aquella, se lo arrebata.
   He aquí otro daño colateral, otro efecto secundario propiciado por la situación de crisis que sufrimos. Ahora resulta que, no contentos con reducir salarios, recortar prestaciones sociales, aumentar impuestos, facilitar despidos..., nuestros dirigentes también nos quitan la capacidad de fabular.
   Ellos inventan y escriben en el libro de la vida, trasladan a esta sus ficciones, ignorando que cada plano tiene sus propias normas. Y encima les da por cultivar la tragedia. Solo que,  al parecer, olvidan que sus personajes son personas de carne y hueso.

domingo, 7 de octubre de 2012


“ENCUENTROS EN LA BADÍA”, de Fernando Llorente


 La badía es el espacio del Sahara que los marroquíes no pisan, que está fuera de su control, más allá de las murallas donde han pretendido, y no logrado, encerrar el espíritu libre de los saharauis. Hasta esa zona desértica, habitada por unos miles de personas, con gobierno del Frente Polisario, se trasladó el autor, que nos ofrece su testimonio.

   Estamos ante un meritorio ejercicio de lucha contra el olvido, que en este caso afecta a todo un pueblo. Fernando Llorente nos habla del Sahara o, más precisamente, de los saharauis expoliados de su tierra por el reino alauí, con la displicencia, cuando no la complacencia, del mundo occidental, incluida la España de antes y aun la de ahora.
   Para hacerlo, no ha elegido la forma del ensayo, sino la narrativa. Ha creado un personaje, el del “viajero”, que recorre la parte de la badía que le enseñan y habla en tercera persona. Este desdoblamiento facilita un juego de perspectivas: el autor se muestra a sí mismo preguntando, con más frecuencia escuchando o, incluso, omnisciente, pensando. Se objetiva, así, una visión que, sin embargo, responde a una vivencia personal. Cuenta desde la empatía, como acaso no haya otra manera de hacerlo dado el caso, y su discurso se tiñe de afectividad, solidario con quienes encuentra en el camino, enfrentado a quienes los despojan de su derecho.
  Y la empatía no se manifiesta solo con la causa: también afecta a las costumbres y a los paisajes. El lirismo con que se contempla lo descrito -véase el ceremonial de los tres tes-, elimina cualquier tinte costumbrista. Algo similar sucede con el territorio, su mirada lo humaniza, lo descubre como depositario de tradiciones y de mitos: magnífica, por ejemplo, pero hay muchas más, la evocación en el capítulo que titula El encuentro. Y está también el lenguaje, otro medio de acercamiento, que nos permite aproximarnos a la gente  viendo cómo  nombra en hassania: deyar o buscador de camellos perdidos, wilaya, campamento o provincia, hammada o desierto pedregoso…
   A mí, en fin, me parece que una buena forma de reivindicar a un pueblo es hacerlo carne y darle voz, y de eso muestra saber mucho Fernando Llorente en este libro. Son esas, en mi opinión, sus mejores páginas, literariamente hablando. Porque hay otras, cuyo valor no pongo en duda, que, más que por lo poético de la palabra, destacan por la denuncia directa de la injusticia que soporta este pueblo entrañable. Entonces, el lenguaje se vuelve mucho más crudo y descarnado.  

    P.S.: “Encuentros en la badía” está editado por la ONG Cantabria por el Sahara y lleva como subtítulo Gdeim Izik, presente, en homenaje al campamento saharaui de protesta que el 8 de marzo de 2010 fue desmantelado violentamente por las fuerzas de ocupación marroquíes y que llegó a albergar a más de 20.000 personas.

jueves, 4 de octubre de 2012


NUESTROS JÓVENES

Estudiaron matemáticas o historia, se graduaron, completaron sus carreras con másteres o cursos de posgrado que sus padres costearon, a menudo pasando estrecheces para que tuvieran un mejor futuro, acorde con su esfuerzo. Ahora, cuando al fin han terminado su preparación como profesores, ven cómo otros que los precedieron salen de colegios e institutos, no para dejarles el sitio a ellos, sino porque, simplemente, se quedan, también, sin trabajo.
   Y arquitectos, ingenieros, sanitarios, licenciados en Bellas Artes, economistas y un largo etcétera de titulados jóvenes, incluidos los de formación profesional, formulan y reformulan sus currículos y los envían a esta empresa, a aquel organismo público, cuidando de no omitir ningún dato que pudiera favorecerlos en sus demandas de empleo, esmerándose en la presentación, que para eso dominan, además, la informática.
   Es fácil imaginarlos día a día ante la pantalla del ordenador, los ojos muy abiertos, inquietos, atentos a la aparición del mensaje que acaso responda a sus desvelos, siquiera sea con la invitación a una entrevista laboral. A las primeras citas, si llegan, irán con la mirada limpia y una actitud esperanzada, ni muy arreglados ni poco, que hay que estar en todo, y quizás hasta se beban una taza de tila; luego, cuando se amontonen las malas experiencias y las expectativas se diluyan, procurarán, además, no dejarse vencer por el desánimo.
   Hay otros -¿o son los mismos?- preparando oposiciones que, sin embargo, apenas convoca ya nadie; o que se afanan por dominar el inglés aun mejor de lo que ya lo hablan, o continúan haciendo cursos de perfeccionamiento, sumando saberes, como si les pareciera imposible que, siendo tan sabios, nadie los fuese a contratar. O que, siguiendo un camino, no exista una meta que se pueda alcanzar. Y se entiende, porque no son precisamente ellos los que han equivocado la ruta.