sábado, 31 de agosto de 2019

RIBADELAGO, DONDE OLVIDÉ AL LOBO  (y 3)

Fui un fin de semana primaveral al noroeste de Zamora a ver si me topaba con el lobo ibérico y, al relatar esas andanzas, ya pasado un tiempo, sigo anclado en la catástrofe de Ribadelago, cuyas huellas sí encontré, aun sin buscarlas.
   Yo era todavía imberbe en 1959, cuando el derrumbe del muro de contención de una presa mal edificada se había cobrado la vida de 144 personas,  y, aunque por fuerza oiría hablar del suceso a mis mayores –todo el país se condolía por el desastre y se solidarizaba con los supervivientes-, fue como si, tantos años después, la desgracia me pillara de nuevas. Si hubiera estado más atento en aquel entonces, quizás recordaría un dato que estaría presente en las conversaciones familiares, como en los periódicos o las emisiones radiofónicas. Desde luego, hoy sería imposible que me pasara desapercibido.
   Tal vez empujado por la oleada de solidaridad nacional e internacional que se había despertado, el régimen de Franco se había sentido dadivoso, dicho sea con ironía amarga y la peor de las intenciones. Anunció indemnizaciones a los deudos de las víctimas, que, encima de su racanería, no siempre llegaron a sus destinatarios. Por otra parte, llama la atención en estas ayudas el talante discriminatorio que evidencian, la concepción brutalmente patriarcal que traslucen. Sin complejos, se informaba de que se concederían 95.000 pesetas por hombre fallecido, 80.000 por mujer y 25.000 si el muerto era niño. Como si el vacío que dejaban en la vida  variase dependiendo del género o de la edad. Como si no se privase a los supervivientes por igual del cariño que los desparecidos daban o se les daba.
   La risa de un pequeño, la ternura que inspira, el futuro que supone… son de por sí impagables. Pero, además, ¿qué especie de iniquidad justificaría que su pérdida se valorase en menor medida que la de sus mayores? Claro que, si de éstos hablamos, no disminuye el desafuero. Las compensaciones que se ofrecieron diferían, como se ha visto, según el sexo de la víctima.
   ¿Impacta, no?
   Incluso después de la muerte pervivía la consideración de la mujer como ser inferior al hombre...

jueves, 22 de agosto de 2019

RIBADELAGO, DONDE OLVIDÉ AL LOBO (2)

Bajando de Ribadelago hacia el lago de Sanabria, somos presas de un espejismo. Volvemos a encontrar una localidad del mismo nombre, pero en nada parecida a la que acabamos de dejar atrás. La alucinación no consiste únicamente en la homonimia, apenas rectificada por el añadido de un adjetivo, “Nuevo”, que lo diferencia del  “(Ribadelago) Viejo” donde estuvimos.
   Es como si de pronto en el norte peninsular irrumpiera el sur, como si alguien le hubiera dado la vuelta al mapa y la realidad que representa se hubiese invertido también. No sorprendería menos al viajero encontrar en estos montuosos parajes del noroeste de Zamora una pagoda, una pirámide o un templo griego. O sea, un elemento tan fuera de sitio, tan ajeno al entorno que semejara salido de una mente dislocada, aunque con el suficiente poder como para plantificarlo ahí. Y una cosa y otra –sinrazón y autoritarismo- fueron moneda corriente durante el franquismo.
   El encalado en blanco se impone para hacer de este paisaje urbano un epítome del absurdo. Desentonan las casas con las montañas, con el verde que todo lo circunda, con los quehaceres de los ganaderos que habían de habitarlas. Cuando lo edificaron, se olvidaron de todo ello y, de añadidura, de las condiciones climáticas de la zona.
   Fue la solución que impusieron los jerarcas del régimen a los supervivientes de la desgracia que se abatió sobre Ribadelago con la rotura de una presa mal construida. Traerles, para realojarlos, un pueblo diseñado para el plan Badajoz, que nada pintaba allí. Con viviendas que hubieron de costear. La generosidad, valga el sarcasmo, del dictador quedó registrada, eso sí, en el nomenclátor: ordenó que la aldea se denominase “Ribadelago de Franco”, un derroche de condescendencia del que no hace tanto, y ley de Memoria Histórica mediante, nos hemos librado vecinos y visitantes.
   En cuanto al lobo, sigue sin aparecer, y ya no lo buscamos.