martes, 30 de diciembre de 2014

FELIZ 2015

Nos van a prometer el oro y el moro, y hasta es posible que suelten alguna migaja, que previamente nos habrán arrebatado, por ver si nos contentan y, olvidados de sus fechorías, vuelven a votarlos quienes antes lo hicieron o nos quedamos en casa, sumidos en el desencanto, los que nos inclinamos por otras opciones que no hayan sido de gobierno.
   Mi primer deseo para 2015, que, como sabéis, será electoral, es que no perdamos la memoria. Sus promesas no se escribirán sobre hojas en blanco, qué más quisieran, sino emborronadas por incumplimientos y engaños, cuando no, casi siempre, por intereses espurios, que no casan con los de la inmensa mayoría de la población, esto es, con todos los que no somos ellos.
   No desconocen que tontos no somos, ni amnésicos, y van a tratar de meternos miedo, ya lo están haciendo. Como si no nos hubieran dado incontables motivos para sentir pánico con sus medidas de gobierno y sus actuaciones.
   A este 2015 que ahora empieza yo le pido que le demos gusto al cuerpo y, colectivamente, abramos camino a una nueva etapa en nuestras vidas. No es poco, y además no depende de la suerte. Está en nuestras manos.

sábado, 27 de diciembre de 2014

NOCHEBUENA, EN 1970

Fue la primera Nochebuena que no celebré con mis padres y hermanos, y la culpa la tuvo el general Franco, o sus acólitos de uniforme.
   Me había tocado hacer la mili, que, como casi todo bajo la dictadura, era obligatoria, en la Marina. 18 meses, un año y medio de vida perdidos.
   Como coruñés, los meses de instrucción, los últimos del año, debía pasarlos en  Ferrol, que por aquel entonces completaba su denominación con el apelativo “del Caudillo”, por haber nacido allí tal personaje, como si de ello constituyera timbre de gloria para la ciudad.
   Cuando, concluido aquel período iniciático, llegaron los destinos asignados a cada cual, el mío y los de siete vascos, estaban en blanco, y no en cualquier navío o base del Cantábrico, como cabía esperar. Tal anomalía obedecía a que se consideraba que en la vida civil habíamos mostrado desafección al régimen imperante.
   A mí ningún juez me había condenado, ni siquiera había sido procesado. Pero antecedentes policiales sí que debía tener. En aquel tiempo siniestro, bastaba ser delegado estudiantil en la universidad, haberse declarado favorable a las libertades que no había, o participar en asambleas o manifestaciones para que se te considerase un peligro para el sistema.
   Me acuerdo de que ya había mediado diciembre cuando nos quedamos solos. Nos alojábamos los ocho en un sollado enorme, dormitorio, hasta que se fueran, de muchos  más. Nos faltaba el calor humano. Yo acumulaba mantas con que combatir el frío y poco más conseguía que sepultarme bajo un enorme peso, que me oprimía. La humedad se nos metía en el alma.
   Los días se sucedían y no sabíamos qué sería de nosotros, adónde nos enviarían, ni cuándo. Así, hasta que llegó el 24, Nochebuena. Como normalmente a los residentes en localidades próximas nos concedían autorización los fines de semana para estar con nuestras familias (franco de ría, se llamaba), me dirigí al oficial al cargo para ver si podía cenar en mi casa alguno de mis compañeros.
   Me dijo que no iba a ser posible, ni siquiera para mí, ese permiso. Aquella misma noche, Nochebuena, salimos en tren para Madrid. Desde allí, al día siguiente, Navidad, cuatro iríamos para Cartagena y otros tantos para Cádiz.     

   No recuerdo que nos deseara felices fiestas.

martes, 23 de diciembre de 2014

“NOS VEMOS ALLÁ ARRIBA”, de Pierre Lemaitre

Qué tendrá esta novela para que le hayan otorgado el premio Goncourt y la hayan leído hasta la fecha medio millón de franceses...
    Albert Maillard y Édouard Pericourt son dos soldados, combatientes en la I Guerra Mundial. Sus dramáticos avatares en una última batalla de la contienda los unirán más allá de la finalización del conflicto. La acción principal, tejida en torno a ellos, cuenta con una trama paralela, protagonizada, a partir de determinado momento, por familiares de Édouard y el siniestro capitán Pradelle.
   A veces, los dos planos se interrelacionan. Y al amparo de ambos surge toda una constelación de individuos secundarios, de paso fugaz en ocasiones, con mayor presencia en otras. A menudo son caracteres cuya pintura se compone de un solo trazo, lo que los reduce un tanto. Esa simplificación, que alcanza su culmen en el retrato del malo, que es malísimo, que peor no puede ser, halla su correlato en los protagonistas principales cuyas actuaciones, en particular en el caso de Albert, se contradicen de cuando en cuando con la naturaleza que se le atribuye. Si la simplificación facilita la lectura (y el despertar de emociones), las actitudes paradójicas llevan al lector a la sorpresa, que tal vez le sirva de incentivo.
  El trasfondo en que ocurren los sucesos se constituye en tema de evidente interés. Asoman un mundo que negocia con el sentimiento de los familiares de las víctimas, o con las mismas víctimas, supercherías sin cuento, una miseria moral que emerge bajo la altisonancia de los discursos patrióticos. Y desfila algún héroe de guerra que si no se mira en los espejos deformantes del callejón del Gato será porque Valle-Inclán todavía no había escrito “Luces de Bohemia”. Como la narración se inspira en un contexto real, tiene esta novela mucho de denuncia y de catarsis colectiva. Y el  lavado de trapos sucios, máxime si afecta a toda una sociedad, atrae como imán.
   Otra cuestión es cómo se va desenvolviendo el argumento. Aunque se disponga en un antes y un después, un desarrollo cronológico en el sucederse de los acontecimientos, la linealidad se rompe al alternar el protagonismo de los personajes, al ir de uno a otro la acción (o el pensamiento, pues el narrador es omnisciente). Ese constante vaivén, que fragmenta la novela en capitulillos de escasas páginas, supone un aliciente más para mantener la atención.
   Caracteriza por lo demás a la fabulación un disparatado discurrir, donde se torna habitual lo inesperado, pleno de intrigas, con un punto de thriller, que no huye de la truculencia o el detalle espeluznante, antes bien, se recrea ocasionalmente en su descripción.
   No suelen gustarme los best-séllers, pero he de reconocer que con frecuencia me atrapan.

jueves, 18 de diciembre de 2014

BRUSELAS (y 2), CAPITAL DE DOS EUROPAS

Éramos dos más entre el gentío que paseaba las inmediaciones de la Grand Place. En una calle peatonal, vi que se nos acercaba una señora muy mayor, con trazas de haber sido zarandeada por la vida. Al allegársenos, extendió una mano pedigüeña y musitó unas palabras que no necesité entender, o que entendí aunque no dominara su lengua, e hice lo que pensé que debía, y después correspondí a su sonrisa con la mía.
   Pero no bien había andado tres pasos cuando de entre la multitud salió otra anciana, que se auxiliaba de un bastón y dirigía una mirada implorante a los viandantes. Y poco después nos aguardaba una más, y más luego. Viéndolas, costaba poco ponerse en su lugar y sentir un estremecimiento que no era solo de frío. Me parecía obvio que al padecimiento físico sumaban las presiones, quizás los malos tratos, y seguro que el despojo de cuanto obtenían, por parte de algún grupo mafioso que las obligaría a mendigar.
   El final de una vida forjada a base de duelos y quebrantos no se merece algo así. Más que una limosna, necesitan esas mujeres, y todos necesitamos que la tengan, una residencia que las cobije, y palabras de cariño y caricias que las consuelen de los males de la edad y de los que han sufrido para llegar hasta aquí.
   Más tarde, visitamos la catedral. Al salir, un cámara de televisión filmaba a una periodista, que preguntaba a algunas personas, imaginamos que por su sentir ante el fallecimiento de la exreina Fabiola, acaecido aquellos días. Hacía tanto frío que debía de costarles mucho que alguien se detuviese. A su alrededor, únicamente permanecían quietos varios indigentes ateridos, que se defendían de las bajas temperaturas temblando, abrazados a sí mismos o con movimientos espasmódicos. Recuerdo que uno se mostraba tan inánime como si se anticipase a su propia muerte.
    Estábamos en la capital de la Unión Europea.

lunes, 15 de diciembre de 2014

BRUSELAS (1): LA GRAND PLACE

Estaba fría, pero era bella, el primer fin de semana de diciembre, la capital belga. El sábado fue de sol y el domingo llovió casi sin parar, con una intensidad que iba del orballo al aguacero, y un aire gélido, que hacía flamear banderas y hurgaba en los huesos de los viandantes.
   Si por mí fuera, no habría dejado de pisar el adoquinado de la Grand Place. Es de una hermosura imposible, que, desde el arte, habla del poder y de la gloria. Aun no siendo de dimensiones escasas, la grandeza que anuncia su nombre no le viene de su tamaño, sino, me parece a mí, de la magnificencia de los edificios que establecen sus límites. Por los cuatro costados se levantan construcciones palaciegas o soberbias mansiones de piedra. En las fachadas hay una armonía de ventanales verticales, series de arcos ojivales, un sinfín de esculturas antropomorfas, que en ocasiones dibujan frisos. Y, presidiendo el conjunto, prendiendo la mirada, la filigrana de una torre gótica busca el cielo y lo encuentra, de tan alto que sube.
   A las cinco, se acababa la tarde y se venía la noche, pero no cesaba la Grand Place de ejercer su poder de atracción. Simplemente, cambiaba de motivo. Enseguida la luz se combinaba con la música, que era clásica. A sus compases, variaba, al unísono, el color de los monumentos, que la iluminación vestía por entero de malva, de carmesí, de verde, arrancando entre los espectadores flashes de móviles y exclamaciones ahogadas de un júbilo que nacía de la admiración.
   De día o de noche, era difícil sustraerse a su embrujo, por más que valiera la pena perderse en las callecitas aledañas. Siempre atestadas de gente,  nos conducían a lugares que parecían hechos a medida de los mercadillos surgidos a su amparo. Husmeábamos entre los puestos del dedicado a antigüedades, sin querer nada en concreto, solo por ver qué nos salía al paso; si su precio no nos disuadiese, tal vez podríamos apetecer de una figura de belén en los tenderetes navideños que, en otro punto, nos llaman, como ecos de tiempos de infancia. Dejándonos conducir, en fin, a donde el olfato nos lleve, llegamos a casetas que se multiplican para tentar al paladar con efluvios de comida callejera.
   Pero siempre acabamos por volver a la Grand Place, y es curioso, porque los ojos no se cansan, en cada ocasión, de descubrir algo nuevo, o, si no, de recrearse en lo ya conocido… 

martes, 9 de diciembre de 2014

UNA GEOGRAFÍA INVENTADA

Ignoro de dónde había sacado aquel invento, aunque bien pensado, dada su capacidad para imaginar y su natural afectivo, no me extrañaría que proviniese de su propio magín. En cualquier caso,  a mí siempre me admiraba ver aquel mapa en una de las paredes de su casa. No estaba colgado de un clavo, sino dibujado a lápiz sobre una mano de cal, y no era siempre el mismo, o lo era y no lo era a la vez, porque, si por lo general conservaba lo ya delineado, a medida que pasaba el tiempo el diseño primigenio se expandía, iba engrandeciéndose con añadidos.  Un día te sorprendía encontrar una cordillera que antes no estaba,  un océano nuevo, el contorno de un lago.
   Como cabría esperar, no había espacio allí inventariado que no tuviera nombre, incluso a veces apellido. Porque, en efecto, se hacía la toponimia de antropónimos y patronímicos. Podía haber una bahía que se llamara de Marta López, un río Gonzalo Pedrálvez, o un archipiélago de las hermanas Candín, que en tal caso debían de ser muchas, pues numerosas islas lo compondrían.
   No recuerdo con precisión si me había dedicado un cabo o una cumbre, o si era un país lo que había bautizado con el apelativo de Juan Manuel Freire, pero sé que también yo estaba allí, ocupando un lugar en aquella geografía de los afectos, donde cada persona cercana a su ánimo tenía un sitio.
   Hace tiempo que no veo a este amigo mío. Pero me gusta pensar que sigue actuando a modo de demiurgo, creando, a partir de los sentimientos, un mundo emotivo, un microcosmos de estimas y querencias. Aquel hábitat entrañable.     

   

viernes, 5 de diciembre de 2014

“RELATOS SALVAJES”, dirigida por Damián Szifron

Había ido al cine con mucha prevención, renuencia incluso. No me apetecía pasar las dos últimas horas de la tarde de un sábado sufriendo, y el título de la película no me auguraba otra cosa que padecimiento y quizás también sobresaltos. Pero es lo que tiene no ser uno solo, que no han de priorizarse las apetencias personales y hay que saber ceder (dicho sea de paso, esas concesiones me han deparado hallazgos que, si de mi voluntad hubiera dependido, nunca se hubieran producido).
   Los relatos eran seis y, en efecto, sitúan al espectador ante situaciones extremas. Los protagonistas son seres corrientes que pasan, en un momento dado y acaso sin proponérselo, al otro lado, el lado oscuro de la existencia, aquel donde habitan nuestros demonios. De los personajes se enseñorean, entonces, el deseo de venganza, el resentimiento, la crueldad, los celos, la corrupción, la ira.
   Todo parecía acomodarse a mis previsiones  y me dispuse a pasar un mal rato. Para lo que no estaba preparado era, en cambio, para el placer que iba a experimentar. Y fue una pena, porque tardé un tiempo en abandonar mis temores, y mi suspicacia no me permitió gozar plenamente lo que veía hasta ya avanzada la proyección.
   Solo sé que en determinado momento empecé a dejarme llevar por una forma de contar que no fija mucho la cámara, como si escapase de dar relevancia a lo que, sin embargo, la tiene. La dureza de los acontecimientos, por fuertes que sean, que lo son, se aminora, la atención no se agobia y tras cada esquina aguarda una sorpresa, que, a despecho de la temática (trágica, propicia para la asfixia), no nos mete la angustia en el cuerpo. No es este un cine que prime la lentitud, o los efectos especiales, que busque sobrecoger al espectador o convulsionar su ánimo. Por el contario, la ligereza narrativa, la presencia de cierto desenfado cuando la sangre está llegando al río, diluyen el dramatismo. Y a ello contribuye eficazmente una dosis de humor bien traído, que nos descoloca y nos arranca una risa con lo que no contábamos.
   Todo lleva a que no nos involucremos, a que nos distanciemos emotivamente del desastre humano que contemplamos. Mira tú por dónde he ido a descubrir a Brecht en una película argentina.

    Y, en fin, pensándolo bien, si mis recelos impidieron que saboreara sin desconfianza alguna el espectáculo, también me ayudaron a degustarlo. ¡Cuánto lo enalteció a mis ojos que no fuera lo que preveía, cómo disfruté el alivio que sentí!

lunes, 1 de diciembre de 2014

CATALUNYA, CATALUÑA

La escribo con dos palabras porque es así como la siento, en catalán y en castellano, en su singularidad y con encaje en ese país de países que, lejos de toda concepción esencialista, es para mí España.
   Yo no pienso España sin Cataluña, pero no a cualquier precio, no de cualquier manera. Sobre todo cuando casi dos, de los algo más de seis millones de potenciales votantes, se declaran partidarios de la segregación. Me descorazona que el Gobierno lo esté haciendo tan mal, y que los partidos y organizaciones independentistas aprovechen esa circunstancia para llevar el agua a su molino, con artes en mi opinión non sanctas.
   El Partido Popular ha echado en Catalunya  leña al fuego, encendiendo los ánimos con sus recursos ante el Constitucional, primero contra la modificación del Estatut (pese a su previa aprobación por los parlamentos catalán y español y en referéndum), y más recientemente frente a la consulta instada por la Generalitat. Y se enroca en que nada es posible fuera del statu quo marcado por la Constitución.
   Por el otro lado, Convergencia y Unió y Esquerra Republicana han tenido la habilidad de acabar equiparando, si no formalmente, sí en la realidad, el derecho a decidir con el derecho a decidir la independencia, que obviamente no es lo mismo. Y, amparándose en esa identificación, han hecho de las instituciones de la Generalitat, que representan a todos los catalanes, y no solo al tercio que votó por la segregación el 9-N, correa de transmisión de sus fines.
   Cuentan, además, con un beneficio añadido. Si desde el Gobierno español se utiliza exclusivamente el argumento de la legalidad, el campo les queda libre para hacer campaña en favor de sus objetivos, sin nadie enfrente que la confronte. Un hipotético estado catalán independiente se presenta como remedio a todos los males –por cierto, buena parte de ellos compartidos por todos los españoles-, a modo de paraíso de leche y miel.
   Yo soy partidario de poner todas las cartas sobre la mesa, para que cada uno pueda jugar su mano, sin imposiciones ni exclusivismos. El fin no es la independencia o la unidad, sino conocer qué es lo que se quiere. Y no se me ocurre mejor manera de saberlo que preguntarlo y negociar a partir de las respuestas. El recurso a O lo tomas o lo dejas, en que ambas partes en conflicto se están empeñando, no es válido con todo lo que está en juego.