lunes, 7 de agosto de 2023

 UNA TARDE DE PAJAREO EN MONFRAGÜE

(Mayo, 2023)


Veo un pájaro que va muy alto, pero me llama la atención, sobre todo, su velocidad. No lo pierdo de vista enseguida porque, andando el cielo, va y viene, como poseído por un afán lúdico o como si se estuviera entrenando para empresa más lucrativa. Lo busco con los prismáticos y cuando consigo esquivar al bando de buitres que sobrevuela, verifico su identidad de halcón peregrino. Un rato se está en ese aire, antes de perderse en pos de horizontes lejanos. En tanto, entre la pléyade de leonados se ha colado uno negro, que parecería otro más, de no ser por su mayor envergadura, su cola en cuña y el color. No puedo admirarlo mucho tiempo, que en el acantilado que tengo enfrente me reclama un crotorar conocido, sólo que estas cigüeñas que han buscado para anidar el Salto del Gitano, que se desploma sobre el río Tajo, no son blancas, como las de los campanarios, sino negras. A sus pollitos, en cambio, parece haberles caído nieve encima. Me regalan una imagen tierna, rebullendo entre el rojo de las patas de alambre de sus progenitores.
Siempre me cuesta abandonar este roquedo, aunque sea con la intriga de saber qué nuevos e insospechados encuentros me aguardarán. Como para premiar ese sacrificio, al poco de tomar una bifurcación que se abre en la carretera a Plasencia, en las proximidades de Villarreal de San Carlos, me llama la atención un cicleo. No iban las águilas a hurtarme su imagen en éste que parece ser mi día de suerte (en el que mucho he de agradecer a Chus y Gerardo, amigos biólogos que me acompañan). Dos culebreras, incansables, trazan círculos en las alturas. Las miro y las remiro, sin hacer caso a las advertencias que me envía el cuello, quizás amenazándome con una inminente tortícolis. Será a la postre otro avistamiento el que me arrancará de tan obsesiva contemplación.
Son también una pareja de rapaces las que descansan sobre el travesaño de una torreta de alta tensión. Una al lado de la otra, encaran un sol tardío abandonándose al roce de la brisa que viene del sur. Se dirían pacíficas vecinas del encinar que tupe las laderas y corona las cumbres de montañas bajas de un entorno verde, que se torna azul en las aguas del Tiétar, ya muy próximo a entregarse al Tajo. Engañan, no obstante, las apariencias. Su placidez esconde una agresividad que en nada envidia, si no la supera, a la de reales o imperiales. Son dos perdiceras, que deben tener el buche lleno para estar tan despreocupadas por llenarlo.
Más tarde, en las inmediaciones de las Portillas del Tiétar, la disposición en extraplomo de una roca sobre el río ofrece techo a un nido de cigüeña negra. Bajo su estructura de embudo se refugia otro, éste de alimoche. Algo hay en la pinta de este último que me evoca siempre la figura de un viejo, pero no sabría decir qué. Concierne a su físico, a su cabeza, quizás a la disposición de los ojos... Eso ando dilucidando cuando me advierten de que dirija los prismáticos al espacio que hay detrás de mí. A unos cientos de metros de jarales florecidos, un enorme buitre negro hace posadero de la quima de un árbol del que parece formar parte, tal es su quietud.
Podría ser su descubrimiento el final de una salida ornitológica ya muy afortunada. Pero será unos cientos de metros más allá, en Las Portillas del Tiétar donde nuestra suerte pondrá la guinda al pastel que llevamos horas saboreando. Colonizan las escarpaduras de este paredón buena cantidad de buitres leonados. Venimos buscando, sin embargo, otra cosa, que el telescopio nos trae. Semejan oscuras excrecencias que sobresalen de la piedra, como extrañas formas esféricas. Pero tienen ojos, muy bellos, de un color anaranjado y, convertido en aliado, el aire les remueve las plumas: ¡Son pollos de búho real!

Cuando la tarde se va, y nosotros con ella, yo me los llevo en las pupilas. Y, de fondo, a tantas aves como nos han salido al paso.

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domingo, 30 de julio de 2023

 

LA MUJER DE LA SILLA DE RUEDAS

 

Iba por el centro de la ciudad espoleado por una de mis prisas, que, no obstante, había de retener. La acera no era muy ancha y que estuviera muy concurrida no ayudaba a avanzar con rapidez. Y todavía hube de ralentizar, enseguida, aún más, mis pasos. Acababa de encontrarme con una silla de ruedas, cuya marcha era más lenta que la mía.

   En cualquier otra circunstancia, hubiera hecho malabarismos por sobrepasarla. Pero no lo hice: algo había en ella que me llevó a acompasar mi andar al suyo, y no fue su ocupante. Éste era un anciano que mostraba signos evidentes de hallarse imposibilitado para desplazarse por sí mismo. Nada que resultara extraño. La población envejece y cada vez se vuelven más notorias en las calles de nuestras ciudades las consecuencias de esa longevidad. Así que no fue eso lo que llamó mi atención y aplazó por un momento mis urgencias. Es que había reparado más en quien empujaba que en su carga.

   Todo en aquella mujer denotaba lo penoso que le resultaba el esfuerzo que hacía. Fijaba la mirada, como si la hubiera perdido en un infinito cansancio. Inclinaba el cuerpo hasta dibujar una pronunciada curvatura en el aire y las manos, nervudas y engarfiadas, se agarraban de tal modo a la barra trasera de la silla de ruedas que más parecían aferrarse a un andador buscando sujeción para no dar con sus huesos en tierra que un asidero para impulsar el vehículo hacia delante. No debía de pesar casi nada, pues la carne apenas le daba para cubrir el esqueleto. Coronaba su pequeña figura una mata de pelo ralo y blanquecino. La boca se le abría sin hablar, tan solo jadeaba por la fatiga. Calculé que no volvería a cumplir los ochenta años.

   No podría decir si había más de ternura o de patetismo en la escena. De lo que sí estoy seguro es de que la una y el otro estaban presentes.

lunes, 10 de julio de 2023

EL HOY QUE NO QUEREMOS AYER
 
Han transcurrido muchos años (estábamos en los 70 del siglo XX) y aún no lo he olvidado. Yo era un joven profesor de Literatura en el por entonces instituto femenino de Avilés. Había venido al centro un inspector de Educación, cuyo nombre no recuerdo. Se mostró francamente indignado ante varios docentes, entre los cuales me hallaba. ¿Y cuál era el motivo de tan mayúsculo enfado? No entendía cómo no habíamos dado al fuego un banco de madera que había visto en el patio de recreo. En su respaldo, alguien había escrito una leyenda que merecía no ya su desaprobación, sino la mayor de las condenas. Decía la inscripción: “La virginidad produce cáncer, vacúnate”. Me acuerdo de que no tuve que meditar la respuesta, me salió instantánea: ¿Deberíamos quemar también “La Celestina”, que descansaba en algún estante de la biblioteca y que, para mayor escándalo, dábamos a leer a las estudiantes, al menos fragmentariamente? Contaba yo con que aquellos tiempos bárbaros habían pasado a la Historia cuando veo en los periódicos noticias de este calibre: - Censurada en la programación del cine de verano la película infantil de animación de Pixer y Disney “Lightyear” por una secuencia en que aparecen besándose dos personajes femeninos. Sucedió en la localidad cántabra de Santa Cruz de Bezana. Ostenta la concejalía de Cultura VOX, y el PP la alcaldía. - En Valdemorillo (Madrid) ha sido vetada la representación de “Orlando”, adaptación de la novela homónima de Virginia Woolf que habla de un hombre que pasa a ser mujer y muestra la distinta forma de trato de la sociedad. La concejalía de Cultura recae también en este caso en VOX. Adivinad qué partido dirige el consistorio. - En Getafe, VOX exigió desde la oposición, aquí sin el resultado que apetecía, al Gobierno municipal (socialista) retirar las insinuaciones sexuales de la escenificación de “La villana de Getafe”, obra del Fénix de los Ingenios Españoles, Lope de Vega. - “El mar, visión de unos niños que no lo han visto nunca” es, también, teatro. Está basada en la figura del maestro republicano Antonio Benaiges, fusilado, como tantos otros de su profesión, en el verano de 1936. El nuevo alcalde de Briviesca (Burgos), del PP, ha cancelado la actuación. - En instituciones comandadas por el PP y VOX se han retirado banderas LGTBI. Cabe señalar que durante esas fechas se celebraba el Orgullo Gay. Y suma y sigue... ¿Y qué queréis que os diga? A mí me parece que esto es como si el bloque PP/VOX fuese desgranando medidas de su programa cultural. En la práctica del día a día, que es como mejor se entienden. Sólo les falta revelar a quién propondrían como ministro de Cultura si ganaran las próximas elecciones. Visto lo visto, el inspector que visitó en el instituto femenino de Avilés hace casi medio siglo podría ser un buen candidato al puesto. Como para no acudir a votar el 23 de julio…

viernes, 7 de julio de 2023

 

23 J: FRENTE AL PESIMISMO

Sólo si la izquierda no se moviliza ganará la derecha el 23 de julio. Una derecha muy escorada hacia el extremo, dispuesta a acabar con cualquier atisbo de progresismo que no encaje en su ideología, abiertamente reaccionaria: día tras día -en la constitución de ayuntamientos o parlamentos autonómicos, en sus declaraciones y actitudes- está dando pruebas de su talante. Me inquieta el pesimismo que parece haberse instaurado en muchos sectores de opinión, según el cual es prácticamente seguro que PP y VOX obtendrán la mayoría absoluta que necesitan para dar rienda suelta a sus desmanes. No se puede encarar una batalla con moral de perdedor. Salgamos a vencer y muy probablemente venceremos. Y no me refiero sólo a los partidos (yo no estoy en ninguno). También a las gentes de a pie, que contemplamos con horror la que podría venírsenos encima si no peleamos. Convirtámonos en militantes, no digo de carné, pero sí de ideas y de consecución de votos. Ésta no es únicamente una batalla a nivel institucional, de unas organizaciones políticas frente a otras. También lo es de la sociedad civil. Miramos a veces sucesos terribles y nos sentimos impotentes para ponerles remedio. Éste no es el caso. Todos podemos aportar algo, salir del silencio y la conformidad. Actuemos en nuestro medio, en las redes sociales, allá donde tengamos posibilidades de llegar a alguien. ¿Que somos, individualmente considerados, muy poco? Quizás. No olvidemos, sin embargo, que si un grano no hace granero, sí que ayuda al compañero…

martes, 23 de agosto de 2022

 

“El viaje a los cien universos”, de María Toca

 

   Me gustan esas novelas a cuyos protagonistas siento que podría tropezármelos cualquier día, tal ha sido el acierto con que han sido creados que los tendría por personas. Los conozco bien, porque me ha sido dado asomarme a su vida y a su mente. Sé de su carácter, sus pensamientos y valores, su relación con los demás, sus reacciones. Tampoco se me escapan los contextos que habitan.

   Viene a cuento esta digresión porque termino la lectura de “El viaje de los cien universos” y constato que Clara Pacheco es uno de esos personajes. Trae consigo, además, un entorno de gentes, pero también de situaciones históricas oportunamente aludidas, que en alguna manera la influyen y explican el mundo en que se desenvuelve: la España de posguerra y segunda mitad del siglo XX.  Nadie es sin su circunstancia, tampoco en esta ficción.

   Merecen la pena las descripciones de esta obra por su precisión, aunque a mí me llamen más la atención cuando evocan impresiones o percepciones sensoriales. En cuanto a los personajes, no se detiene María Toca en el aspecto exterior, ni relata desde fuera, como podría si adoptase el papel de mero testigo de los hechos. Estamos ante una novela introspectiva, de narrador omnisciente, que ahonda minuciosamente en caracteres y sentimientos: de la protagonista sobre todo, pero también de quienes van surgiendo en su periplo vital. Estos aportan, por otra parte, una visión particular de ella, lo cual amplía su caracterización.

   El viaje de los cien universos da cuenta de la historia de una ambición o, lo que en este caso es lo mismo, de una superación constante, de una búsqueda que no detendrá a Clara Pacheco hasta alcanzar lo más alto, con una infancia humilde en una apartada aldea cántabra como punto de partida. Me resulta llamativa su capacidad para aprovechar cualquier oportunidad que se le presente, que no le llega porque sí, sino porque va a por ella. En ese camino con iniciales e importantes renuncias afectivas que no parecen afectarla, se procurará apoyos de hombres y mujeres que vayan facilitándole la subida de peldaños. He creído ver en su forma de actuar con los demás lo que llamaría un cierto desapego sentimental, que no lleva necesariamente aparejado el desentendimiento. Hay excepciones donde sí manifiesta un profundo cariño, como la relación especial que mantiene con el viejo maestro don Justo o con el torero Morenito de Córdoba. Llamativos me han resultado también, en este sentido, los reencuentros con personajes de su pasado, aunque en los casos más trascendentes no se produzcan a iniciativa suya.

   La estructura de la novela es en general lineal, cronológica. Y digo en general porque solo avanzado el relato cede ante otro argumento, con una coprotagonista venida de un ayer que Clara Pacheco ha dejado muy atrás, y que se intercala en el guion principal, transcurriendo en paralelo. Desde mi punto de vista, constituye un acierto ese desdoblamiento. En primer lugar, porque evita la reiteración del mismo esquema narrativo, ya que en un momento dado se le presenta a la protagonista otra persona importante de sus primeros años, sin que por ello se altere la unicidad de la trama. Y, sobre todo, porque da pie a conocer con mayor detalle a este nuevo-viejo personaje. Encima, se aumenta la tensión dramática a ojos vista. Sabemos que el desenlace se aproxima y percibimos que algo va a tener que ver en ello la confluencia, por lo demás anunciada, entre las dos historias.

   No terminaré esta reseña de “Viaje a los cien universos” sin aludir a un detalle que, pese a su importancia, no he citado hasta ahora y que no habrá pasado desapercibido. ¿En qué ha triunfado Clara Pacheco? El mundo de la cosmética y el embellecimiento de la mujer (del hombre en mucho menor grado) es el ámbito donde obtiene el éxito. Poco -y me parece que exagero en mi conocimiento al utilizar ese adverbio- sé yo de ese universo. Y, sin embargo, esta novela ha prendido mi interés. Mayor elogio no le puedo hacer.

miércoles, 1 de julio de 2020


LIBRE Y SALVAJE, de Ignacio Dean

La gran aventura de la vuelta al mundo a pie, subtítulo de este libro, nos dice por dónde andaremos –nunca mejor dicho- si nos adentramos en sus páginas. No menos ilustrativa es la imagen que completa la portada. Nos mira una cabeza masculina, circundada por una gorra con protectores laterales que se cierran en el cuello y sólo dejan ver un rostro joven. La visera le sombrea los ojos, que  las gafas de sol, que cabalgan la cabeza, no ocultan. Está muy bronceada esa cara. A su espalda, una señal de tráfico representa, esquemática, la silueta de un canguro que da un brinco, como si se dispusiera a abandonar el fondo amarillo del cuadrado que lo acoge. Debajo, en tierra, descansa un carrito de hierro y lona azul, parecido a los de la compra. En las proximidades, una carretera se abre camino entre un paisaje marrón y verde. Arriba, el cielo es intensamente azul.
   Ignacio Dean, protagonista de la aventura que él mismo narra, salió de la Puerta del Sol un jueves, 13 de marzo de 2013, y retornó a ese punto de partida un sábado, 20 de marzo de 2016. Entre ambas fechas transcurrieron 1095 días, 31 países de 4 continentes lo vieron pasar, más de 33.000 kilómetros le desgastaron, uno tras otro, doce pares de zapatillas…
    No fue fácil. Al esfuerzo físico, se sumaron episodios propios de una verdadera odisea: “…presenció un atentado terrorista en Bangladesh, estuvo frente a un rinoceronte en las junglas de Nepal, escuchó dingos aullando alrededor de su tienda de campaña en Australia, probó la ayahuasca en Perú, le intentaron asaltar con machetes miembros de las maras en El Salvador, contrajo la fiebre chikungunya en México…”*.
   Al final, le esperaba Ítaca, que no era, como para el héroe homérico, tanto un lugar físico, que también, cuanto la propia superación personal, el saberse vencedor de un reto sin parangón. Como él mismo dice: “Una demostración de que no hay nada imposible, de lo que somos capaces de lograr cuando nos proponemos un objetivo y luchamos por él”.
   Atrás quedaban jornadas diarias que superaban cualquier maratón, lluvias de las que no cesan y soles que a menudo abrasan, vientos empeñados en dificultar la marcha, y todos los relieves, así de elevadas montañas como de llanuras sin más límite que un horizonte que nunca se alcanza; paisajes de tierra adentro, mares que dibujan costas… el mundo en toda su diversidad y plenitud, con su hermosura y su dureza.
   De cuando en cuando, se encuentra con gentes que le dan cuartel: lo alojan en sus casas, lo socorren con provisiones, lo auxilian en las dificultades, incluso le sirven de guías en ciudades populosas. Algunas de estas personas conocen de su aventura por la prensa de sus países, otras detienen el automóvil al encontrárselo fortuitamente en la carretera, o contactan con él on line, pues lleva consigo un ordenador. Éste es un aspecto que parece secundario, pero que adquiere un relieve peculiar. Como si nos indicara que por muy individual que sea una hazaña, siempre hay que considerar el contexto humano que la posibilita, la solidaridad que suscita.
   Aunque lo que de verdad me asombra es la capacidad que muestra Ignacio Dean para superar la soledad. El itinerario fue infinito y cambiante, casi siempre sin nadie al lado. A veces, hablaba y su voz fue su única compañía, o cantaba, como un ave más. Pero sobre todo pensaba. Qué de cosas no se le pasarían por la cabeza: el sentido de su gesta, que también quería ser un llamamiento a la conservación del planeta, verificar el estado de sus ecosistemas, ver la belleza del mundo; la fuerza de voluntad que había de derrochar, los riesgos a que se enfrentaría, el recuerdo de los suyos y la nostalgia subsiguiente. Y cuestiones prácticas (el avituallamiento, en qué apartado paraje plantaría la tienda).
   Merece la pena leerlo...

*Cita textual de la contraportada del libro, publicado por Zenith, sello editorial de Editorial Planeta.

martes, 2 de junio de 2020

“LA SOMBRA DE LA RUTA DE LA SEDA”, de Colin Thubron

Yo pensaba que ya no existía gente así: alguien que a finales del siglo XX se pusiera a recorrer 11.000 km, Asia Central adelante, solo, sin contar con la seguridad de un medio de transporte contratado previamente para el sucederse de los días; sin saber en qué cama  dormiría cada noche o qué comería y dónde, con quién  conversaría. Pero me equivocaba, sí que hay personas de ese calibre. Quien quiera comprobarlo no tiene, por ejemplo, más que meterse en las páginas de este libro y encontrarse con Colin Thubron y su peripecia.
   Se dará cuenta, entonces, de que ser viajero implica, necesariamente, entregarse a la aventura, con un espíritu que oscila entre la temeridad y la confianza en uno mismo y en los demás. Cómo, sin partir de esa premisa, podría alguien emprender una ruta que discurre desde Xian hasta Anatolia, atravesando Kirziguistán, Uzbekistán, Afganistán, Irán. No hacer ascos a un autobús, por destartalado que esté, a la caja de un camión, a vehículos privados que piden a gritos el retiro, a trenes que conducen a lo que parece ser ninguna parte. Alojarse donde pinte, ya sea como único huésped de un hotel sin estrellas de un pueblo perdido, ya en casas particulares. Interesarse por cómo viven y obtener respuestas de quienes, a su vez, esperan las suyas. Desafiar una epidemia de neumonía atípica, que se hace viral durante su travesía y lo detiene más de lo que quisiera en las fronteras. El lector constata cómo se las arregla, no sólo para entenderse en idiomas dispares, también para salir adelante en las situaciones que se le plantean. Ello no sería posible sin contar con la hospitalidad, o al menos el respeto, de las gentes con quienes va entrando en contacto. El afán por saber del otro también lo tienen ellos.
   Transita, por carreteras que a menudo no son tales, paisajes de montañas enormes, inacabables planicies, desiertos y oasis, ciudades y aldeas. Desde el presente de sus encuentros, con las frustraciones y expectativas de los habitantes, hace incursiones a un pasado rico en historia y leyendas. Habla de los pueblos que allí habitaron, de quienes los acaudillaron, de las huellas que dejaron, Y no sólo lo cuenta, también lo ve. Se interna en monasterios budistas, habla con monjes; se desplaza hasta olvidados mausoleos o tumbas, fortalezas en ruinas.
   Con él, descubrimos un mundo ignoto,