domingo, 30 de abril de 2017

GARBANZOS CON BACALAO

Principiaban los 80 del siglo XX. Había ido a Andalucía a enseñar a leer y escribir a gentes del mundo jornalero, pero, aunque eso lo desconocía, también a aprender tantas cosas como ellos sabían y yo ignoraba. Por ejemplo, cómo se cosechaban los garbanzos, incluso de dónde salían, que a mi olla llegaban siempre de la tienda, ya limpios de polvo y paja. Y el aprendizaje no se realizaría mediante observaciones del laboreo in situ, sino participando en la recolección.
   Me lo anunciaron la tarde anterior.  Cuando apenas rompiera el día siguiente, iríamos a echar una mano a un campesino que cultivaba esa legumbre y que asistía a nuestra campaña de alfabetización. En su parcela, cambiaríamos las tornas: él pasaría de alumno a maestro, y los enseñantes nos volveríamos aprendices.
   Y en efecto, recién alboreaba la mañana cuando nos metimos en un campo sembrado de  plantas que levantaban escasamente medio metro del suelo. Entre las hojas escondían unas vainas cuyo abultamiento revelaba el fruto que encerraba su interior.
   Lo primero que supe fue el porqué del madrugón. No se pretendía, como yo erróneamente había supuesto, evitarnos el castigo del sol, que vendría después a asfixiar a cualquier ser vivo que no fuese cigarra. Es que a hora tan temprana pillaríamos a las matas todavía tiernas por el frescor de la noche, sin dar ocasión a que el calor las endureciera.
   Nos entregaron unos calcetines, e hice lo que vi que hacían los demás. Enfundé en ellos las manos. Entendí la utilidad de esta aparente sinrazón tan pronto comprobé que las plantas pinchaban. Había, literalmente, que arrancarlas, cuidando de que ni siquiera la raíz quedase en tierra. Agarrábamos su tallo con la diestra y tirábamos de él hasta abrir el suelo en que se asentaba. Según lo sacábamos, lo sumábamos a los ya extraídos, formando, en la mano izquierda, un ramillete. Cuando éste adquiría un grosor que estorbaba su sujeción, lo depositábamos en un montón. Desgranarlos era tarea que se dejaba para otro momento, del que no puedo dar fe.
   Pasadas unas pocas horas, desdoblamos las espaldas que el trabajo había encorvado y nos encaminamos a una casita, encalada y limpia, donde nos aguardaba el mejor desayuno del mundo: pan fresco con aceite y sal, y un café de puchero con leche, en taza que recuerdo tazón.
   Se me ha venido a la mente este episodio lejano cuando me disponía a echar un vistazo a un cuaderno de recetas familiares y antiguas. La casualidad quiso que lo abriera justo por la página donde se explicaba la manera de proceder para cocinar garbanzos con bacalao. Y ya que os he referido cómo se cosechan los primeros, por qué no hablar de uno de tantos platos como  se pueden elaborar con ellos:
   Han de remojarse, al igual que el pescado que les servirá de compaña, aunque en distinto recipiente y con diferente fin, que si en su caso será el de reblandecerlos, en el del otro perseguirá el desalado. Por espacio de una hora cocerán al día siguiente los garbanzos, que se echan en agua ya caliente, que no recubrirá más allá de un tercio de la olla. El bacalao esperará a que ese tiempo haya transcurrido para, convenientemente desmigajado, unírseles. La cocción conjunta no durará más que los minutos empleados en hacer un refrito con aceite, cebolla picada, un diente de ajo, un vasito de salsa de tomate y un poco de pimentón dulce. Escurrimos el contenido de la cazuela para que no esté con más líquido que el que corresponda a un plato de cuchara, lo aderezamos con el refrito y, ya al final y previa prueba, lo sazonamos al gusto.
   Aunque no hayáis participado en la recolección de la legumbre ni hayáis pescado el pez, seguro que disfrutaréis con su sabor.

viernes, 21 de abril de 2017

REALISMO MÁGICO (CARPETOVETÓNICO)

Al principio no me lo creí. Me resultaba tan excesivo que pensé en una original muestra del talento hispano. Donde menos se espera, me dije, salta como liebre  nuestra afición a la caricatura, que induce a la risa y pone en solfa al poder. Y a fe que la juzgué muy lograda. Había en su fondo mucha desmesura y un algo de verdad. Me pareció que la imaginación del redactor ponía de relieve una forma de ser y una actitud, la beatería y la chulería (me resisto a llamarla soberbia), de un personaje de la vida pública española que, para el caso, semeja escapado de los esperpentos de Valle-Inclán.
   Dolores de Cospedal, ministra de Defensa en ejercicio, había dispuesto, anunciaba la noticia increíble, que la bandera nacional ondease a media asta en la misma sede de su departamento, desde el Jueves Santo hasta el Domingo de Resurrección, cuando se conmemora, en el calendario católico,  la pasión y muerte de Cristo
   “¡Inventan cada cosa!”, dije, divertido, para mí. Y a punto de esbozar una sonrisa estaba cuando caí en la cuenta de que ni era 28 de diciembre, señalado día para esa otra costumbre de nuestra vieja piel de toro que son las inocentadas, ni tenía ante los ojos un semanario satírico. Entendí, entonces, que era verdad lo que en un primer momento había considerado broma.
   Y a fin de cuentas, ¿de qué me sorprendía? Sin duda, había concedido una importancia que no tenía a que la Constitución consagrara el principio de la no confesionalidad del Estado. ¿No nos advierte un adagio popular que media distancia entre el dicho y el hecho?
   ¿Acaso no era conocedor de que todo un exministro de Interior había condecorado con la Medalla de Oro al Mérito Policial a Nuestra Señora María Santísima del Amor, una de las muchas Vírgenes que pueblan el santoral? ¿No recordaba yo, asimismo, que la titular de Empleo encomendara a otra, la del Rocío, el auxilio para salir de la crisis? Por ejemplo…

   Olvidadizo en extremo como soy, había pasado por alto que esto sucedía en España. En nuestra cotidianidad, no hay lugar para lo inverosímil, que a la primera de cambio se materializa a nuestro lado como efectivamente existente. Aquí cabalgamos la modernidad a lomos de la Edad Media. Vivimos en un país de novela, en la modalidad de realismo mágico. Sólo que carpetovetónico.

domingo, 16 de abril de 2017

INMIGRANTES: MUERTES QUE NO CESAN

Recientemente se ahogaron 97 personas en aguas de un Mediterráneo encrespado. Eran hombres, mujeres y niños subsaharianos. Habían salido de la costa libia en busca de Europa.
   No se contaba esa tragedia en la primera página del periódico donde la leí. Acaso piense el equipo de redacción que pierden relevancia informativa sucesos que se repiten. Ya sabéis: lo llamativo no es que un perro muerda a su dueño, sino que el amo haga presa en el can.
   Pero en este caso (en estos casos) la noticia no deja de serlo porque se reitere. Por el contrario, su trascendencia aumenta precisamente debido a la frecuencia con que se produce. No puede aceptarse como normal sólo aquello que es corriente que ocurra. Porque lo anómalo es que sucedan una y otra vez esos naufragios. Que día tras día se pierdan tantas vidas, ésa es la verdadera novedad, que debería abrir todas las portadas y sacudir las conciencias.
    Pretenden alcanzar Europa los migrantes y caen en manos de las mafias. De esos individuos que se aprovechan de la desesperación que nace de la necesidad o del pánico; malas personas, delincuentes que obtienen sus beneficios a costa de la desgracia ajena, gentes sin ética ni escrúpulos, que embarcan hacia un destino incierto a quienes lo dan todo –“todo”, qué palabra más engañosa, que encubre lo poco que les queda- por dejar atrás el hambre, o la persecución, o la guerra. Escapando de la muerte, se encomiendan sin saberlo a los que pueden acabar en sepultureros.
    Las mafias...Parece un juego siniestro, de malvados y de buenos, donde asoma el lado más perverso del ser humano, encarnado en unos pocos traficantes.

   Y, sin embargo, quién dice que son ellos los únicos malos de esta desgraciada historia. No estarían ahí, al acecho, de no ser por otros. ¿Existirían si Europa fuese más solidaria con los que vienen, o con quienes se quedan en sus países? ¿Habría traficantes si no hubiera mercancía con la que traficar?

lunes, 10 de abril de 2017

RÉQUIEM  II

Cuando una voz
anónima
dijo:
hermano blanco, hermano
negro.
Vamos con la
pena
y la cadena
de nuestro pueblo
encadenado.
Que la vean todos y la
rompan
y se desprendan
también.
Porque toda cadena tiene
dos extremos.
[…]
De cansancio, al lado
de
la estatua de la
Libertad
muere
siempre
un
negro.
[…]
Hasta que uno pensó
e hizo
que para terminar con el gemido
sólo
es preciso
acabar con el que gime.
Hoy
fue
en América Luther
King
en abril.
Levántate negro, levántate
blanco.
                                   Juan Manuel Freire
                                   A Coruña, 10-IV-67


Nota- Escribí este poema hace 50 años. Era muy joven entonces. Ahora no escribo poesía. Pero mi sentimiento sigue siendo el mismo.
En su versión en gallego, cantado por la voz grave y profunda de Xerardo Moscoso, de Voces Ceibes, fue editado por EDIGSA.

domingo, 2 de abril de 2017

ISABEL CARRAGAL DA COSTA

Es una información que leí en el periódico El País del  pasado 29 de marzo, firmada por Sonia Vizoso. El titular era tan llamativo que me fue imposible pasarla por alto. Decía: “Con metástasis y obligada a trabajar”. Lamentablemente, no se trataba de sensacionalismo, de un reclamo hiperbólico que buscase la atención del público. El cuerpo del artículo en todo se adecuaba al encabezamiento. A medida que iba leyendo, me parecía estar masticando ortigas.
    Ella era gallega y trabajaba en una fábrica de pescado. Se llamaba Isabel Carragal da Costa y tenía 46 años. Hablo en pasado porque ya no vive. Falleció el 13 de marzo, aquejada de cáncer. Desde 2013 peleaba por sanar.
   Tres meses antes de su muerte, le habían denegado la incapacidad absoluta, con el argumento de que su estado de salud le permitía trabajar para ganar más de los 388 euros mensuales de la prestación que le concedían.
   Criaba a dos hijos, había cotizado 20 años, estaba tan mal que enseguida se murió. Pues nada, al tajo, aunque fuera “dolorida”, como ella decía.
   Me meto en la piel de esta mujer y siento un oscuro espanto.
   Lo que no consigo es ponerme en el lugar del tribunal que sentenció; del Instituto Nacional de la Seguridad Social, que, antes de la decisión judicial había alegado que no invalida por sí sola una enfermedad grave; de, en fin, quienes dieron rango de ley a una normativa cuya aplicación produce consecuencias tan faltas de humanidad (el Partido Popular se negó a cambiarla en 2014, cuando el Bloque Nacionalista Galego lo propuso en el Congreso de los Diputados con el aval de 500.000 firmas de apoyo).
   Me acordaré de Isabel Carragal da Costa cada vez que vea lazos rosas en las solapas de según qué políticos, que se las pondrán en días señalados. De cómo ella misma –“Callarse es cosa de cobardes”, decía- "se movilizaba para denunciar públicamente la `tortura´ socioeconómica que se oculta entre los lazos rosas y  y las campañas institucionales en favor de la lucha contra el cáncer".

   Hace mucho tiempo que renuncié a compender el mundo. Sin embargo, sigo pensando que eso no debe impedir que continuemos peleando por cambiarlo.