miércoles, 29 de enero de 2014

“EMMA”, de Jane Austen    
  
Quisiera saber qué hago yo leyendo esta novela. Es más, por qué, encima, me gusta. A ver qué puede tener este libro para que sienta dejarlo cuando ya me vence el sueño y me contente reiniciarlo cada mañana.
   No creo que sean el argumento o el ambiente lo que me atrae, uno y otro me resultan bastante insulsos. Todo sucede en un pueblo inglés, y gira en torno a un sector social ocioso, de la buena sociedad del lugar, dominada por los prejuicios y sumamente endogámica. Un reino de banalidad, que nunca sale de sí mismo, cuyos integrantes agotan sus preocupaciones sin abandonar nunca su pequeño universo, constituido por escaso número de familias. Nunca se les ve haciendo nada que no sea visitarse mutuamente, y conversar.
   Hablan mucho, nunca de grandes temas, como no sea del amor. O, más que del amor, de los posibles emparejamientos de los que están, en su círculo, solteros. Ese es el leit motiv verdadero. Y quien actúa de catalizador es la que da título a la novela, Emma, una joven de 21 años, la crême de la crême. La trama gira en su torno, con una linealidad casi absoluta.
   Pero estoy refiriendo lo que me repele y, sin embargo, ya he dicho que la autora me ha ganado para su causa. ¿Por qué? No hay duda de que su escritura es fluida, pues de lo contrario se haría insoportable seguir sus constantes diálogos, o sus profusos análisis del sentir de los protagonistas. Literariamente está muy logrado el juego de pareceres y suposiciones, y también la contraposición de caracteres.
   Tal vez lo que más me ha atraído sea la intriga por conocer qué va a pasar, adónde conducirá la trama. Y ciertamente el final sorprende, por más que la autora nos haya ido dejando pistas, a menudo falsas, pero a veces veraces, como aquellas miguitas de pan que sembraba Pulgarcito, o a la manera de lo que ocurre en el género policíaco.
   No sé. Después de todo quizás no esté yo tan libre del placer que proporciona a muchos hurgar en las vidas ajenas (aunque vivan su ficción a comienzos del siglo XIX) como yo pensaba. Eso sí, y sírvame de descargo, siempre y cuando el cotilleo esté bien contado, como es el caso.

sábado, 25 de enero de 2014

TWITTEANDO

Aunque mi intención era mostrar algunos tweets que he escrito, cedo a la tentación de comenzar la serie con uno ajeno. Es del Gran Wyoming y lo leí hace ya días:
“Dice Gallardón que os desea una feliz salida de 2013 y mejor entrada en 1950”.
   Alguien podría pensar en un error. Estamos en 2014. Ya, nosotros sí. Pero él, no... Me parece difícilmente superable esa mala uva, esa ironía.
   Tampoco a mí me pasó desapercibido el ministro de Justicia:
“Gallardón: `Mi ley es la más progresista del Gobierno´. ¿Querrá decir que las promovidas por sus colegas son todavía más retrógradas?”.
   Hay que reconocer que a veces nos lo ponen, como suele decirse, a huevo. No le bastaba con quedar mal él…
   La réplica malhumorada la sustituí por el humor en otros casos:
“`Como puede ser Valencia, como puede ser Málaga, como puede ser Bilbado´ (Ana Botella). Casi la prefiero hablando en inglés...”.
   Es una malévola propuesta, lo reconozco. No menor que la que se encierra en esta pirueta verbal, donde se da la vuelta a lo dicho por Dolores de Cospedal, con el resultado de que no solo queda mal el personaje al que se pretendía arropar, sino también quienes presuntamente lo acogen:
“Cospedal dice que Wert cuenta con todo el apoyo de su partido. Ya barruntábamos que ese señor andaba en compañías poco recomendables”.
   Pocas palabras bastan, también, para denunciar el modelo social que emerge de la crisis. Solo que, entonces, no hay lugar siquiera para la complicidad de una sonrisa:
“Contratos por horas, salarios bajos, despidos fáciles, millones de parados. Estamos saliendo de la crisis, dicen. Callan adónde nos llevan”.
   No les interesa a quienes gobiernan que percibamos la situación como la ven nuestros ojos. Y a menudo pretenden remediarlo con el artificio del lenguaje. El twet sale al vuelo:
“Dios creó el mundo al nombrarlo. El PP querría que dejásemos de ver las cosas como son cambiándoles el nombre”.

   Son opiniones, juegos con las posibilidades expresivas de la lengua, bromas que ocultan veras. Seguiré trabajándolas en twitter y de vez en cuando las traeré al blog...

miércoles, 22 de enero de 2014

TWEETS

No hace mucho, abrí cuenta en twitter. Lo hice, más que nada, por informar de cada nueva entrada que publicaba en el blog. Pero, como reza el dicho, inescrutables son los designios del Señor, y pronto descubrí la oportunidad de practicar con un subgénero literario, el del tweet.
   En mi imaginario, algo tiene en común con las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, si le buscamos semejanzas en la tradición culta; o, sin salirnos de ella, en los pensadores que cultivaron el aforismo. Y si rastreamos parentescos más a pie de calle, o de plaza pública, cómo olvidar el refranero, el dicho popular, la frase hecha.
   Es una forma de decir muy breve que busca impactar al lector con el ingenio, sorprender con un hallazgo verbal inesperado, que a veces se acompaña del humor y procura la risa, y casi siempre es acerado en su intención crítica.
   Hablo, claro, de cómo me va a mí en la feria, de mis pretensiones. Porque el que se asome a twitter verá que cada quien procura encontrar una utilidad acorde a sus intereses a los 140 caracteres que se le dan por mensaje.A menudo, se usan para difundir convocatorias o para protestar ante cualquier atropello de los muchos que se nos vienen encima, sin ninguna preocupación por la originalidad y el cuidado de la expresión. Son, en muchos casos, mera respuesta a demandas que nacen de la actualidad, en la que quieren influir, sin detenerse en consideraciones formales.
   Porque escribir lleva su tiempo. A veces no, a veces interviene eso tan difuso a lo que llamamos inspiración, y entonces surge de improviso, como un fogonazo, el tweet,  trino en inglés, qué metáfora tan afortunada, porque es como un toque musical, espontáneo y fugitivo. Aunque más frecuente es que haya que trabajárselo y devenga tras un sufrido recorrido.
   Yo estoy aprendiendo a componerlos. Lo hago, sobre todo, al hilo de las noticias, y son para mí más un desahogo poético que un intento de crear opinión en el lector. Aunque, qué duda cabe, no exista mejor forma de comunicación que encontrar complicidad del otro lado.

Post scríptum: En el próximo artículo, reproduciré algunos de mis tweets.

domingo, 19 de enero de 2014

EL AFAMADO LÍDER VISITA AMÉRICA

Si no fuera porque a Obama no se le escapó la risa, pensaríamos que bromeaba cuando calificó de gran liderazgo el de Rajoy en España. ¿Ese es el nivel de información que se le supone al Presidente de la primera potencia mundial? Quien nos espía a todos, ¿desconocía  quién se sentaba  delante de él?
   ¿Ni siquiera sabe que suspende, con bajísima puntuación, en todas las encuestas que se nos hacen a los españoles?
   Lo que trae consigo la vanidad. El nuestro, en lugar de ruborizarse como correspondería a quien debiera experimentar una sensación de ridículo, obró como si se lo creyese. Escuchar palabras tan desaforadas y sentirse niño con zapatos nuevos fue, para él, todo uno.
   Corre la leyenda de que, en tal estado de gracia, preso de la emoción, se elevó tanto su espíritu que perdió pie en el mundo de lo real. Y mientras honraba el estilo de vida americano comiéndose una hamburguesa, rodeado de adláteres y paniaguados, de tan arriba como se hallaba su ánimo, olvidó que gobernaba un país que no sale del paro y que protesta el largo etcétera de recortes que impone su política.
   En esa suerte de éxtasis, fue a vender humo a los empresarios norteamericanos, hablando de sus éxitos en macroeconomía.
   Aunque es harto probable que ellos, para hacer negocio a este lado del Atlántico que habitamos, tuvieran más presentes otros logros suyos. Por ejemplo, cómo han disminuido los derechos laborales en nuestros lares, con salarios a la baja, facilidades para el despido, contratos a la carta y otros duelos y quebrantos para los trabajadores,  que son tan del gusto de las grandes multinacionales.

   Fueron, aquellas horas americanas, de vino y rosas, muy diferentes a las que por aquí acostumbra a vivir, donde las cañas a menudo se le vuelven lanzas. Luego de transcurridas, como sucediera a aquel valentón del soneto cervantino, fuese (vínose, ay, en su caso) y no hubo nada.

miércoles, 15 de enero de 2014

GRACIAS, TEATREROS

Algunos docentes y antiguos alumnos dejaron días atrás sus comentarios a un artículo de este blog (“Profesores y bedeles que fueron actores”). Sus textos me han conmovido. Tanto, que hoy seré yo quién escriba sobre lo que ha supuesto para mí hacer teatro en el instituto.
   Para empezar, ha dado pie a palabras como las suyas. ¡Resulta tan satisfactorio ver la huella que ha dejado esa experiencia en sus jóvenes vidas! ¡Como para no sentir el contento de haberla propiciado...!
   Quizás no lo sepan, no puedan imaginar lo que significó para mí contar con sus aportaciones. Muchas veces, al salir de ensayos o actuaciones, me he considerado un privilegiado. Casi nadie tiene ocasión de estar entre artistas de condición tan diversa y, encima, dirigirlos: músicos y bailarinas, cantores, mimos, actores, iluminadores, magos o entendidos en sonido. ¡Qué confluencia de talentos, de aficiones…! Hubiera sido imposible no sacar lo mejor de ellos, cuando ellos eran lo mejor. Tan dúctiles, tan espontáneos, tan sabios, tan responsables. En ocasiones también tan revoltosos, pero hasta eso me daba vida, me devolvía una juventud ya ida.
    ¿Y me hubiera puesto yo a escribir teatro si no fuera por ellos? Eran tantos, siempre, que no había forma de dar con una obra que tuviera papel para todos. Así que, si no la encontraba, tenía que inventarla. ¡No iba a dejarlos allí plantados, después de su generosa respuesta a mi llamamiento!
   Luego está la confianza que me otorgaban. Sirva de muestra un botón. No les entregaba el texto completo, como  mandan los cánones y se hace en las compañías teatrales, sean estas profesionales o de aficionados. Yo lo iba pergeñando según transcurrían los días y pasándoselo así,  fragmentado, como me iba saliendo. Claro que no se trataba de una manía personal. Nunca me ponía ante el ordenador ni decidía qué hacer hasta tenerlos a todos delante, hasta saber con cuánta gente contaría, el número de chicas y el de chicos, las habilidades de cada uno. Sabían dónde principiaba  el barco su travesía, no adónde llegaría. Lo curioso es que nadie dudase de que, finalmente, tocaría puerto. He de confesar que, sin sus ganas, nunca me habría lanzado a semejante aventura.
   Diré aún una cosa más. Que he disfrutado viéndolos crecer sobre el escenario, coger confianza en sí mismos, mejorar. Y, a la par, observaba, con una rara sensación de extrañamiento, cómo, gracias al arte que emergía de ellos, cobraban vida personajes y argumentos que había ideado, cómo llegaban a un público conmovido por la sinceridad de su interpretación, por su buen hacer.

   ¿Quién está, pues, en deuda con quién?

sábado, 11 de enero de 2014

LA SHARIA DE GALLARDÓN 

Debería resultar ocioso aclararlo. Pero sucede que no falta quien interesadamente oficia una ceremonia de la confusión, con fines espurios.
   No es lo mismo defender la libertad de las mujeres a abortar que estar a favor del aborto. No conozco a nadie que sea partidario del aborto, a fin de cuentas una agresión contra el cuerpo femenino. De lo que hablamos es de que la afectada pueda recurrir voluntariamente a interrumpir su embarazo, pese a los costes que le suponga, si ella misma valora que serían mayores de continuar adelante. Lo que está en juego es el derecho de la gestante a decidir sobre su capacidad reproductiva.
   La ley vigente se lo reconoce dentro de unos plazos razonables. El actual ministro de Justicia está promoviendo, con el beneplácito del presidente del Gobierno, una nueva regulación que penalizaría lo que ahora mismo es legal. Solo en los supuestos de violación o peligro para la vida de la mujer, y previo informe médico, se permitiría abortar.
   El señor Gallardón ha pasado de ser un avanzado social dentro del PP, según lo calificaban algunos ingenuos, a paladín de las ideas más rancias de la derechona (que es como siempre lo he visto yo, modestia aparte).
   Seguramente bebiendo de fuentes episcopales (y no de muchos cristianos que no opinan así), este personaje dice defender la vida humana, que en su ideario es fuente de derechos desde la concepción. Y como esas son sus convicciones, pugna por convertirlas en normas de obligado cumplimiento, incluso para quienes, recelando de la cientificidad argumental de Rouco Varela, uno de sus mentores, no vemos en un embrión  a un niño.
   Como una aplicación de su peculiar sharia a tiempos modernos y occidentales, tratan de imponer a las mujeres que no piensen como ellos su credo. Lo que aquí está en situación de riesgo es la democracia misma, la libertad de actuar según la propia conciencia, que choca contra su intransigencia y su despotismo cerril.

miércoles, 8 de enero de 2014

PROFESORES Y BEDELES QUE FUERON ACTORES...

El teatro me ha brindado momentos singulares, de esos que no admiten plural, porque nunca son iguales a otros. Pero, si son irrepetibles, al menos pueden reproducirse al ser contados.
   Yo trabajaba en el instituto cántabro “Ría del Carmen”, donde enseñaba Lengua y Literatura y dirigía su Colectivo de Dramatización. Para este último había escrito una versión de cuentos clásicos. Dos iban a ser protagonizados por sendos exalumnos que cursaban ya estudios universitarios. Como por cuestiones de horario no podían ensayar con el resto, pensé que sus escenas debían ser, por fuerza, unipersonales.
   Así fue cómo ideé que todas las voces de “El gato con botas” corrieron a cargo de un mismo intérprete, que se transmutaba en uno u otro personaje, asumiendo diferente dicción o postura corporal según se lo demandase la trama. Cumplió con creces su cometido y dio una excelente lección actoral, muy aplaudida por el público.
   También la actriz que daba vida a “La pequeña cerillera” se metió pronto en la piel de aquella muchacha desvalida que intentaba vender fósforos en Nochebuena a quienes pasaban a su lado sin detenerse. Agobiada por el frío, encendía sus cerillas y, al calor de las débiles llamas, sufría alucinaciones. Se veía, en ese trance, ya ante el fuego de una chimenea, ya invitada a una mesa bien surtida de viandas y comensales, o en compañía de su abuela,  ya fallecida. Ciertamente, consiguió conmover a los espectadores. Pero antes de que esa emoción los embargase, hube de plantearme cómo traer al escenario a los viandantes y la calle y, más difícil aún, las quiméricas ensoñaciones de la chica.   Debí de pensar, entonces, en lo fácil que resultaría hacer esto en cine. El caso es que pronto me vi dirigiendo un corto. Desde la pantalla, los transeúntes caminarían indiferentes a la suerte de la joven, o mirarían hacia el lugar que ocupaba en el escenario y comentarían su estado; incluso se le acercarían, saliendo de la película. Y sería factible duplicarla a ella, que aparecería, en sus visiones, simultáneamente en la proyección y sobre el escenario.
   Un padre de alumnos, que era fotógrafo, ofició de cámara. Y tuve la ocurrencia de que fueran profesores y conserjes del instituto los actores. Lo curioso es que no me pareciera en absoluto disparatada la idea. Pero si se quiere una prueba de lo que el teatro puede conseguir, aquí está. Una veintena larga de colegas aceptaron participar en el rodaje. Más aún: se comprometieron a vestirse de época para la ocasión y cumplieron con el empeño. ¡Había que oír las exclamaciones con que saludábamos las salidas de las habitaciones –que nuestra conveniencia transformó en camerinos- de la casa de campo donde filmamos las escenas de interior! ¡Si hasta hubo quien acudió a un convento en busca de hábitos monjiles! No olvidaré nunca la comitiva que formamos caminando un sendero de tierra, en busca del minibús que nos conduciría a donde íbamos a grabar exteriores. ¡Qué maravillosamente dickensiano resultaba todo!  Aunque mejor fue, todavía, el ejemplo de trabajo en equipo, de cooperación, que ofrecimos a nuestros alumnos (y a otros públicos).

sábado, 4 de enero de 2014

ANGÉLICAS DE CARNE

Nunca he pensado que, dado su natural humilde, haya sido mi abuela materna la que bautizó con su propio nombre este plato, por más que ella lo inventara. Seguramente fue el entorno familiar quien lo llamó de esa forma, en reconocimiento a su labor.
   A la abuela Ángeles le gustaba pintar cuadros y tocar el piano, o sea, que era una artista, aunque anónima. Pero no abandonaba su creatividad al traspasar las puertas de la cocina. Y puede que fuera una picadora que había en esos dominios lo que estimulara su imaginación cuando concibió esta comida. Al menos eso me agrada suponer a mí, que siempre he sido muy novelero.
   Recuerdo ese aparato, que siempre brillaba a la luz del mediodía, posado como un pájaro en el borde de una mesa blanca. Valiéndose de una manivela dispuesta lateralmente, movíase todo el engranaje para triturar la carne. Pero ¿qué hacer con tal picadillo?
   Se le ocurrió, y no fue mala idea, doy fe, o la daba mi ser de niño, adobarlo con ajo, perejil y sal machacados en un mortero de madera, y añadir aún un trozo de miga de pan remojada en leche y exprimida, dos cucharadas de nata líquida y un huevo batido, y mezclar todo ello a conciencia.
   Ideó después introducir esa mixtura en moldes individuales, de metal. Todavía los estoy viendo, aguardando su momento, todo un ejército de vasitos alineados, cuyo interior había sido untado previamente de mantequilla.
   La cocina era bilbaína, de las de hierro, con unos buenos fogones y mejor horno. Parecía este último hecho a medida para que fueran a parar a sus adentros nuestros recipientes con la amalgama antedicha. Expuestos al calor, irá adquiriendo poco a poco su contenido la tonalidad dorada que advierte de que está en sazón.
   Y una cosa lleva a la otra: desmoldarlos no requiere de grandes dotes de imaginación culinaria. Tal vez sí, en cambio, elegir la salsa con que cubrir los pequeños conos truncados resultantes, pues es cuestión en la que se unen paladar y gusto por el color, si bien he de hacer constar que en mis recuerdos era la bechamel la preferida (aunque tampoco desentonaría el tomate).
   Al degustar estas angélicas de carne, quizás se os presente una duda. ¿Obedecerá su denominación a la autoría de mi abuela Ángeles o a que son bocado propio no ya de cardenales, como reza el dicho, sino de ángeles, dada su exquisitez? En mi opinión, no hay tal dilema, por resultar ciertas, y por tanto no excluyentes, ambas hipótesis...