OFICIO DE ACTOR
Acababa de estrenar un montaje
sobre la televisión con el Colectivo de Dramatización del IES “Ría del Carmen”.
Finalizado el espectáculo, una profesora del instituto se me acercó con
enhorabuenas y me encargó que felicitase de modo especial a dos actrices. A su
entender, aunque sus personajes respectivos eran muy diferentes y difíciles de
interpretar, ambas habían sido capaces de darles vida con mucha sinceridad y
desenvoltura, haciéndolos sumamente creíbles.
El papel de una, me precisó, exigía ciertas dotes histriónicas, pues
encarnaba a la protagonista de una telenovela y de puro trágico se volvía
cómico. Para mayor complicación, debía hablar con acento latino. La otra, en
cambio, había de hacerse pasar por una mujer fatal en un anuncio publicitario.
Añadió que no conocía a aquellas alumnas y que
por eso me buscaba como intermediario de sus parabienes. Le pedí que me
acompañase y la conduje a donde una chica se afanaba en recoger decorados.
“Ahí las tienes”, le dije, reteniendo cuanto podía la sonrisa que
peleaba por hacerse en mis labios.
“Eran dos”, me contravino la espectadora, como si yo hubiera olvidado a
la otra.
“Dos personajes, una sola actriz”, le repliqué, y reí, ya sin disimulo
alguno.
“Y encima, la conozco...”, constató con un rictus de incredulidad.
Convine con ella que esta vez no se equivocaba. Era alumna suya, la
tenía sentada a diario en un pupitre próximo a su mesa...
“Es lo que tiene hacerse pasar
por otro- concluí-: el oficio del actor...”.