sábado, 30 de marzo de 2013


OFICIO DE ACTOR

Acababa de estrenar un montaje sobre la televisión con el Colectivo de Dramatización del IES “Ría del Carmen”. Finalizado el espectáculo, una profesora del instituto se me acercó con enhorabuenas y me encargó que felicitase de modo especial a dos actrices. A su entender, aunque sus personajes respectivos eran muy diferentes y difíciles de interpretar, ambas habían sido capaces de darles vida con mucha sinceridad y desenvoltura, haciéndolos sumamente creíbles.
   El papel de una, me precisó, exigía ciertas dotes histriónicas, pues encarnaba a la protagonista de una telenovela y de puro trágico se volvía cómico. Para mayor complicación, debía hablar con acento latino. La otra, en cambio, había de hacerse pasar por una mujer fatal en un anuncio publicitario.
 Añadió que no conocía a aquellas alumnas y que por eso me buscaba como intermediario de sus parabienes. Le pedí que me acompañase y la conduje a donde una chica se afanaba en recoger decorados.
   “Ahí las tienes”, le dije, reteniendo cuanto podía la sonrisa que peleaba por hacerse en mis labios.
  “Eran dos”, me contravino la espectadora, como si yo hubiera olvidado a la otra.
  “Dos personajes, una sola actriz”, le repliqué, y reí, ya sin disimulo alguno.
   “Y encima, la conozco...”, constató con un rictus de incredulidad.
   Convine con ella que esta vez no se equivocaba. Era alumna suya, la tenía sentada a diario en un pupitre próximo a su mesa...
   “Es lo que tiene hacerse pasar por otro- concluí-: el oficio del actor...”. 

miércoles, 27 de marzo de 2013


LOS CANCHOS DE RAMIRO

El camino desciende siempre. A veces parece remansarse, como si se conformase con el nivel alcanzado. Pero enseguida muestra lo ilusorio de esa sensación y reanuda sin tardanza la bajada, como queriendo conseguir en el río el frescor que le niega obstinadamente el encinar. Los árboles, demasiado dispersos en la dehesa, no llegan a  guarecerlo con su sombra. Solo se vuelven prietos hasta lo impenetrable en los altos que, lejanos, nos custodian. Ha faltado allí la mano que escardara para facilitar el pasto, y un júbilo de bosque se expande por doquier. A su amparo se refugia el jabalí, sestea el ciervo, caza la jineta, anida el azor... ¡Quién sabe cuántas pupilas se abren a nuestro paso, alertadas por un tropezón o por una palabra  más alta que otra…! Nos verán, entonces, caminar por el carril, detenernos de cuando en cuando al lado del jaral florecido, escuchar el canto de un pájaro o seguir su vuelo. Como no saben contar, siempre ignorarán  cuántos somos.
   Ya en nuestro destino, antes de que la senda se precipite risco abajo al encuentro del agua, se amplía en breve explanada. En esa anchura se destacan varias encinas. Enfrente, al otro lado del río, asoma la línea quebrada de un roquedo, que en un punto se desploma y dibuja una portilla, por donde salva la sierra el Alagón. Semeja ese canchal el espinazo de un gran reptil partido en dos mitades. Parece la de la derecha la silueta de un dinosaurio sin catalogar, a la que no faltan la giba y la cabezota; la de la izquierda baja progresivamente, dibujando gradas irregulares, como peldaños de una escalera de gigantes, el último de los cuales se inclina con respeto hacia el cauce fluvial.
   Descansamos al abrigo generoso que nos ofrece una encina. No estamos justo debajo de su copa, pero sí en su perímetro de sombra. Tumbados panza arriba, vemos, encima de nosotros, los racimos ocres de sus flores, que despuntan entre el verde apagado de las hojas. Luego está el cielo, tan transparente como si se tratase de las esferas de cristal que imaginaron los antiguos circundando a la Tierra, para albergue de los astros. Apenas el velo blanquecino de una nube corta de ambiciones, próxima a disolverse, estorba el azul, y la mirada se vuelve profunda al encararlo. Una bandada de buitres entra y sale de nuestro campo de visión, con el calmo despliegue de sus alas. Contagiadas por su apacible discurrir, dos águilas perdiceras olvidan momentáneamente la ferocidad de su ser y ciclean también. A unos y otras se los lleva el aire.
   Nosotros permanecemos inmóviles, a la espera de lo que puedan traernos otros vientos. Algo después, una cigüeña negra, que se encamina hacia el canchal, cruza la altura. Nos dejamos serenar por esa paz.

Post scriptum- Los Canchos de Ramiro están en las cercanías del pueblo cacereño de Cachorrilla. En el carril que tomamos al abandonar la carretera, hay toros bravos. Ojo con bajarse del coche, pues, o con dejar abiertas las portillas. El automóvil lo dejamos en un punto donde se levanta un cortijo. Es donde empieza la ruta a pie descrita. Así era, al menos, cuando yo la hice. Aunque ya ha transcurrido el tiempo. 

sábado, 23 de marzo de 2013


DEMOCRACIA DIRECTA

Una noticia llega de Suiza y no afecta al caso Bárcenas ni a otros que se le pudieran parecer. Por el contrario, alude a un suceso ejemplar, digno de imitación.
   125.000 ciudadanos han promovido con sus firmas un referéndum sobre una propuesta de ley que, al obtener el beneplácito de los votantes, ha sido aprobada. A partir de ya, los ejecutivos de empresas cotizadas en Bolsa y que registren pérdidas o despidan a trabajadores no recibirán bonus o paracaídas dorados, por su gestión.  No se repetirá un caso como el del responsable de la compañía aérea Swissair, quien, aunque la empresa se hundió y fue desmembrada, percibió una indemnización de nueve millones de euros.
   Ya sé que mucha gente en España echará en falta una ley semejante. A fin de cuentas, hemos presenciado, estupefactos, cómo directivos de entidades en quiebra o al borde del precipicio se iban por la puerta de atrás, incluso por la principal, con el saco bien lleno de billetes, en compensación a los servicios prestados.
   Que el árbol no nos impida ver el bosque, sin embargo. Con ser importante esa norma -¡Quién nos la diera!-, más aún me lo parece el procedimiento utilizado para establecerla. No salió de los partidos políticos, no fue cosa del parlamento, vino de la calle la propuesta y fue la calle misma la que, formalizada la consulta, la ratificó y le dio el visto bueno.
   La democracia directa existe, no es una utopía, aunque aquí siga siendo una quimera. Lo más parecido que tenemos es la Iniciativa Legislativa Popular, mediante la cual un sector de la ciudadanía, necesariamente numeroso, puede solicitar al Parlamento que discuta un determinado proyecto legislativo. Pero es de los diputados, y no del conjunto de los electores, de quien depende su aceptación o no.
   Se nos dirá que para eso han sido votados por el pueblo. Pero ¿por qué se le niega a ese mismo pueblo el derecho a decidir por sí mismo sobre aquellas cuestiones que en un momento dado considere oportuno plantearse? Máxime cuando los elegidos para gobernarnos distorsionan los programas con que en su día se presentaron, haciendo justamente lo contrario de lo que prometieron.
   De Suiza nos viene la enseñanza de que con depositar una papeleta en una urna cada cuatro años no se agotan las posibilidades de la democracia. Sabemos a quienes no beneficiaría llevarla a la práctica. Los demás haríamos bien en no echarla en saco roto.
   

miércoles, 20 de marzo de 2013


EN EL LUGAR DEL OTRO

Eran mis primeros años como profesor. Yo daba clase en Gijón a alumnas que no pasarían de quince años. Les enseñaba Lengua Castellana, y lo que me interesaba  más era que aprendieran a escribir correctamente. Por eso me quemaba las pestañas delante de sus ejercicios y las correcciones se volvían interminables. A menudo mis anotaciones en sus exámenes ocupaban más espacio que sus respuestas.
   Hoy quiero hablar de un asunto que me trajo de cabeza. Fue cuando se me ocurrió que hicieran una redacción sobre el mundo gitano. Confieso que, quizás por primera vez en mi vida como docente, al leer lo que habían escrito dejé de fijarme en la forma para atender exclusivamente al contenido. También es verdad que no era para menos.
   De sus bolígrafos habían salido todos los tópicos imaginables, siempre negativos. Los peores lugares comunes que se oían entonces -¡cuarenta años atrás!- y se oyen aún hoy a gentes poco aficionadas a pensar estaban en sus cuadernos.
   Sentí que no podía limitarme a poner la coma que faltaba o a corregir una falta de concordancia o de ortografía, por gruesa que fuera. Tampoco quería enzarzarme en una discusión que preveía interminable y de dudosa conclusión, dada la fuerza con que suelen arraigar prejuicios ancestrales. Después de mucho darle vueltas, decidí recurrir a las emociones más que a la lógica y el razonamiento. La idea de qué camino tomar me vino a partir de una pregunta que me formulé, retóricamente, durante la lectura de sus comentarios. ¡Si estuvieran ellas en esa situación...!, me decía, apesadumbrado, a mí mismo.
   Y eso fue lo que hice, ponerlas en situación. Les propuse que se imaginaran gitanas. Ahora ya no se trataba de verter opiniones, sino de crear un personaje y sus vivencias, a partir de un yo inventado. Porque, en efecto, les pedí que escribiesen en primera persona. Debían tener a mano sus redacciones anteriores, que les devolví, para que no olvidasen en qué sociedad vivirían, cómo se valoraba en ella el mundo que iba a ser el suyo, qué contexto se encontrarían.
   El resultado de este ponerse en lugar del otro fue muy bello. Porque, ahora sí, habían empezado a hablar con sentimiento y con humanidad. Solo les faltó decir, como Antonio Machado, que nadie es más que nadie. Seguramente desconocían que, al pasar al otro lado, estaban haciendo verdad uno de sus versos.

sábado, 16 de marzo de 2013


NEONAZIS

Debe de ser terrible, despertarse en medio de la noche a golpes.
   La víctima de la que hablo dormía, o quizás solo permanecía en duermevela: es muy difícil conciliar el sueño a la intemperie, refugiado en un fotomatón, pues se trataba de un sin techo. Los supuestos agresores eran cuatro, y fornidos, según muestra  la amplitud de sus espaldas, pues en la fotografía de prensa, obtenida esta semana durante el juicio, aparecen retratados desde atrás. Su fuerza y el ensañamiento con que presuntamente la utilizaron podrían explicar la gravedad de las lesiones producidas: traumatismo craneoencefálico, hemorragia, y coma. Estuvo postrado en cama 541 días. No se curó del todo. Los daños neurológicos le impiden realizar por sí solo cualquier actividad relativamente complicada.
   Él no les había hecho nada. Es decir, sí: su sola presencia en la calle -¡ocupando un espacio público con su miseria a cuestas!- les molestaba. Aún más, ¡les provocaba! Porque ha de considerarse que “Esto –el agredido, no los agresores- no son personas humanas”, en declaraciones del abogado de dos de los (presuntos) energúmenos neonazis. Los indigentes son “parásitos de lo decente”, “cánceres” que extirpar. “La mierda siempre se ha recogido”.
   Sorprende que, en medio de ese alegato, el letrado se permita exculpar a sus clientes, que “no han hecho nada. Solo pasaban por allí”, aquella madrugada del 19 de agosto de 2009. ¿Por qué degradar, entonces, al apaleado? Una elogiosa referencia que hace de Franco resulta, en cambio, todo menos extraña en ese contexto.
   ¿Qué siniestros complejos, personales o sociales, alimentan a quien argumenta o actúa de esa manera, a los que solo se afirman en la humillación y/o la violencia sobre el otro? Ciertamente, desposeer a un individuo o a un colectivo de su condición humana revela la falta de humanidad de quien lo hace.

   Pero creo que haríamos mal si pensáramos que semejantes aberraciones son únicamente fruto de mentes estrechas, intolerantes o extraviadas. Mejor no olvidar la Historia, que nos dice, con mil ejemplos, adónde conduce la desvalorización o la negación del otro. Así, seguramente, evitaremos el horror de que se repita.

miércoles, 13 de marzo de 2013


¿QUÉ HACEN CON NUESTROS JÓVENES?

Les eliminan el presente, también les arrebatan el futuro. Los están dejando en la cuneta. Ven cómo se les escapa el tiempo, la vida, cómo les ciegan salidas. Lo único que se les ofrece en España, si no es estar mano sobre mano, oxidando sus muchos saberes, son, y no es fácil conseguirlas, becas y prácticas de empresa: subterfugios, no para ahorrarse trabajadores, que ellos lo son, sino contratos de trabajo y cotizaciones a la seguridad social.
   Y les piden que sean emprendedores, que se busquen la vida con iniciativas y planteamientos nuevos. Ojo, eso les dicen quienes nos gobiernan al dictado de otros, sin hacer uso de la mínima creatividad para salir de la crisis, sin buscar otras alternativas que seguir como estamos y peor (lo que, por cierto, no hace que se vayan y dejen el puesto a otros con ideas diferentes o, simplemente, con ideas). Y encima les ponen todo tipo de trabas, empezando por las económicas, con el dineral que han de aportar para hacer frente a impuestos y seguros como autónomos.
   Cuán largo me lo fiais, podrían argüir los jóvenes, cuando oyen que esta situación acabará algún día (dentro de unos diez años, pronostican). ¡Si solo fuera eso, que ya sería bastante, ver cómo se esfuma el presente en aras de un porvenir mejor! Pero pasa que, además, nuestros gobernantes han sido previsores y también figura en su hoja de ruta arruinarles el futuro.
   ¿Qué otra cosa hacen, si no, cuando exigen mayor número de años cotizados para alcanzar una pensión digna? Es una ratonera, un cepo que atrapa y no  suelta. No hacen nada por fomentar el empleo ahora, pero reclamarán ese tiempo de trabajo imposible para obtener el retiro de mañana.
   Muchas familias, cada vez más, subsisten actualmente a costa de la pensión de los abuelos. Estremece pensar que, de seguir así, los chicos de hoy, cuando tengan nietos, difícilmente podrán vivir ellos mismos de su jubilación. Así se cierra un círculo que es perverso en su inicio y en su final. Romperlo es una necesidad. Minuto a minuto se hace más claro que las calles no son solo para pasear. 

domingo, 10 de marzo de 2013


LA SEÑORA DALLOWAY”, de Virginia Wolf

Se nos ofrece en esta novela un día en la vida de varias personas del Londres de los primeros años veinte, el siglo pasado. Algunas están presentes en todo el argumento, aunque sea discontinuamente; otras surgen para desaparecer de inmediato, no sin dejar  huella.
   Ordenan el transcurrir de las horas las campanadas de un reloj, el Big Ben. Casi no sucede nada más que el tiempo y el pensamiento. Y luego están los vaivenes entre la actualidad y el pretérito. Porque el tiempo se proyecta también hacia atrás. Los protagonistas recuerdan cómo eran de jóvenes, en contraste con lo que son, y ponen de relieve las relaciones que mantenían entre sí entonces y las que mantienen ahora.
   Los personajes principales son Clarissa Dalloway y Peter Walsh.  Hay que destacar la insatisfacción vital que, bajo una apariencia convencional y acomodaticia, asoma de cuando en cuando en ella, y también, de modo mucho más perceptible, en él, y cómo entrevemos el tortuoso sentir del uno hacia el otro. No obstante, son para mí dos secundarios –Séptimus y Rezia- los que adquieren mayor interés, el uno por su locura y la otra, su mujer, por su desconcierto, su ternura, su sufrimiento.
   Con todo, lo peculiar es cómo se hila el discurso de la narración, que aparece dominado por el fluir del pensamiento. La trama avanza no a través de lo que refiere la voz narrativa, que es mínimo, sino de las sensaciones, recuerdos o reflexiones de los personajes. Estos actúan e interactúan entre sí, pero lo sustancial son sus constantes monólogos interiores. No importa lo que ocurre fuera, sino dentro de cada uno, en este ejercicio de introspección múltiplicado.
   Como en todo discurso mental, se pasa de un tema a otro a menudo sin transición ni nexo lógico, debido a una evocación repentina o por algo que sucede en el exterior. Debe señalarse el excelente y caótico fluir de imágenes del perturbado Séptimus, desde mi punto de vista quizás lo mejor del libro.
   Resulta llamativo cómo un personaje releva a otro en su discurrir. El recorrido de un automóvil -¿de la Reina, del Primer Ministro, del Príncipe?- o el de un avión que escribe en el cielo, hacen, por ejemplo, que quienes hallan a su paso vayan cediéndose el testigo en sus divagaciones. Aunque mayor relevancia adquieren, para ese cambio de protagonismo en el pensar,  los encuentros de unos con otros: se nos descubre entonces cómo se ven mutuamente, o la repercusión que tiene para ellos el otro. Ese procedimiento da pie, cuando el encuentro es simplemente visual, entre desconocidos, a curiosas confusiones entre interpretación subjetiva y realidad objetiva.

      El lenguaje es ampuloso, a menudo de largo período oracional, que el pensamiento mana sin interrupciones. Y el adjetivo se torna valorativo, porque todo se muestra desde el ser íntimo de cada individuo...

martes, 5 de marzo de 2013


DE QUÉ ME SIRVIÓ ESTUDIAR ÁRABE

Sucedió hace ya tiempo.
   Quien sabe si el calor o el estado nervioso producido por tanta novedad como veía en Marruecos, el caso es que me resultaba difícil conciliar el sueño. En demanda de remedio para ese mal, entré en la primera farmacia que encontré, que resultó ser naturista. Un  dependiente que chapurreaba español me mostró unas semillas y, mientras procedía a examinarlas, se puso a hacer comentarios en árabe con otro allí presente. Por fuerza serían jocosos, pues los acompañaban de risas.
   Me indicaron el nombre de la planta cuando se lo pregunté. Quise que me lo escribieran y lo hicieron en su lengua, pero mal, y se lo advertí, que no ponía lo que me acababan de decir. Aunque mis estudios de árabe en la universidad quedaban lejos, todavía no había olvidado el alfabeto.
   Dejaron entonces  su talante risueño y me miraron alarmados. ¿Conocía yo su idioma? Los burladores, burlados, pensé, al notar cómo les cambiaba la cara, que adquirió de pronto una tonalidad casi colorada. A saber qué habían estado hablando de mí,  y en voz alta y sin recato alguno, en la creencia de que no les entendía, cosa de la que empezaban a no estar tan seguros. Yo, lejos de deshacer su error, esbocé una mirada que quiso transmitir un cierto enojo y reconvención por lo que supuestamente había escuchado.
   Excuso decir que no volvieron a dirigirse uno al otro la palabra y que rehuyeron todo contacto visual conmigo. Es más, el que me atendía estaba tan azorado que se olvidó incluso de regatear el precio del producto, y yo salí de su tienda convencido de que, con tal de ahorrarse mi presencia, me lo había vendido a precio de saldo. Claro que, a cambio, he de reconocer que no lo consumí, desconfiando de lo que pudiera ser.

sábado, 2 de marzo de 2013


PULPO A FEIRA

Fue hace unos años, en un puerto de la costa coruñesa. Un individuo con trazas de pescador estaba propinando una monumental paliza a un pulpo. Ante los ojos de todo el que pasaba por allí, lo golpeaba sin recato una y otra vez contra la piedra. Tentado estuve de acercarme y decirle que un poco de comedimiento y sentido de la mesura. Si no lo hice, fue porque alguien me comentó que se le sometía a trato tan degradante para que ablandase y no resultara intragable, pues era animal duro de roer. A mayor abundamiento, señaló que eso se venía haciendo desde la noche de los tiempos y tranquilizó mi conciencia revelándome que el pulpo, tras la primera embestida, ya no se estaba enterando de nada, incluso era probable que lo hubieran matado antes de iniciar aquel ritual.
   De esa anécdota, me quedó claro que, si uno quiere cocinar este bicho, debe preocuparse antes por domeñar su reciedumbre. Pero tranquilos, que no voy a aconsejaros que lo macéis como se usaba antaño.
   Empecemos por el principio. Si tenéis la suerte de estar en Galicia, en el mercado pedidlo de la ría, esto es, pescado en la zona, y no traído de allende los mares. Compradlo, además, un tiempo antes de cuando penséis degustarlo. Lo digo porque, para distender sus músculos y romper su natural coriáceo sin el recurso de azotarlo, debe pasar  en el congelador tres días al menos.
   Llegado el momento destinado a su consumo, y convenientemente descongelado, lo sujetáis delicadamente por la cabeza y lo sumergís por tres veces consecutivas en agua hirviendo. Tal baño interruptus es necesario para que después no se le estropee la piel. Y, ahora ya sí, lo dejáis cocer 40 o 45 minutos, eso pinchándolo lo podéis saber. Tened en cuenta, en cualquier caso, que todavía hay que dejarlo a remojo en la olla, aunque ya sin fuego que la caliente.
   Transcurrida media hora bien larga, se le pone en seco y se procede a cortarlo. A mí me gusta que los trozos no excedan de una moneda de dos euros. Y mejor que la fuente sea de madera, así se sirve en las ferias (o feiras) gallegas. Saladlo al gusto con sal gruesa, espolvoread pimentón dulce por encima y rociadlo todo con un chorro de aceite de oliva virgen, que es este manjar donde han de encontrarse el mar y la tierra.
    Y no me olvidéis cuando lo probéis.