sábado, 16 de marzo de 2013


NEONAZIS

Debe de ser terrible, despertarse en medio de la noche a golpes.
   La víctima de la que hablo dormía, o quizás solo permanecía en duermevela: es muy difícil conciliar el sueño a la intemperie, refugiado en un fotomatón, pues se trataba de un sin techo. Los supuestos agresores eran cuatro, y fornidos, según muestra  la amplitud de sus espaldas, pues en la fotografía de prensa, obtenida esta semana durante el juicio, aparecen retratados desde atrás. Su fuerza y el ensañamiento con que presuntamente la utilizaron podrían explicar la gravedad de las lesiones producidas: traumatismo craneoencefálico, hemorragia, y coma. Estuvo postrado en cama 541 días. No se curó del todo. Los daños neurológicos le impiden realizar por sí solo cualquier actividad relativamente complicada.
   Él no les había hecho nada. Es decir, sí: su sola presencia en la calle -¡ocupando un espacio público con su miseria a cuestas!- les molestaba. Aún más, ¡les provocaba! Porque ha de considerarse que “Esto –el agredido, no los agresores- no son personas humanas”, en declaraciones del abogado de dos de los (presuntos) energúmenos neonazis. Los indigentes son “parásitos de lo decente”, “cánceres” que extirpar. “La mierda siempre se ha recogido”.
   Sorprende que, en medio de ese alegato, el letrado se permita exculpar a sus clientes, que “no han hecho nada. Solo pasaban por allí”, aquella madrugada del 19 de agosto de 2009. ¿Por qué degradar, entonces, al apaleado? Una elogiosa referencia que hace de Franco resulta, en cambio, todo menos extraña en ese contexto.
   ¿Qué siniestros complejos, personales o sociales, alimentan a quien argumenta o actúa de esa manera, a los que solo se afirman en la humillación y/o la violencia sobre el otro? Ciertamente, desposeer a un individuo o a un colectivo de su condición humana revela la falta de humanidad de quien lo hace.

   Pero creo que haríamos mal si pensáramos que semejantes aberraciones son únicamente fruto de mentes estrechas, intolerantes o extraviadas. Mejor no olvidar la Historia, que nos dice, con mil ejemplos, adónde conduce la desvalorización o la negación del otro. Así, seguramente, evitaremos el horror de que se repita.

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