sábado, 26 de enero de 2019


JULEN

Al fin ha aparecido, al fondo del pozo que lo engulló. 13 días aguardó su cuerpecito de dos años a que lo rescatasen. Todo el mundo deseaba que lo sacasen con vida, y ahora a todos reconfortaría pensar que estuviera muerto desde el mismo instante en que fue a parar allí. Ojalá la autopsia confirme esa esperanza, acorde con la lógica de las cosas. ¿Quién salvaría la vida tras precipitarse al vacío, si la tierra que detuviese su caída se hallara 71 metros más abajo?
   Contra todo pronóstico razonable, durante este tiempo hicimos por creer en la posibilidad de que superviviera no sólo al golpe, también a las circunstancias que iban sumándose al paso de los días. Al ayuno, al frío, y a la previsible falta de oxígeno. Silenciamos la fundada sospecha de que hubiese fallecido. Nos resistíamos siquiera fuera a verbalizarla, como si no decirlo fuese una especie de callado conjuro que acabara por obrar el portento. Por encima de todo, queríamos verlo salir alentando de aquel agujero interminable.
   A lo largo de casi dos semanas, este bebé nos ha ganado el corazón. Él y sus rescatadores, que tanto empeño pusieron. Cuantas más dificultades les oponía la montaña, mayores fueron su determinación y esfuerzo. Ingenieros y geólogos, trabajadores del metal, gruistas, guardiaciviles, mineros… y todo el pueblo malagueño de Totalán ofreciendo alojamiento y comida al operativo… fueron un nuevo Fuenteovejuna –todos a una- en la  intrahistoria de España, ésa que con tanto acierto retrató Lope de Vega en el drama homónimo.  
   Hay ocasiones en que un desenlace no se acomoda al camino que conduce hasta él, y ésta es, ciertamente, una de ellas. La pérdida de Julen es el peor de los finales,  estremece con sólo imaginarlo. Pero tras de sí ha dejado -¡bendito sea!- un recorrido que constituye un halo de solidaridad y saca a relucir lo mejor del ser humano.
   Descanse en paz.

jueves, 17 de enero de 2019


VOX Y LA SANTA ALIANZA

A mí, como a muchos españoles, me desasosiega la irrupción de la extrema derecha en el parlamento andaluz, 12 diputados, aupados por cuatrocientos mil sufragios. Porque veo lo que significa, de vuelta a un pasado que solamente debería ocupar un lugar en la memoria del mal recuerdo.
   Pero aún me preocupa más la postura adoptada por el Partido Popular y secundada por Ciudadanos. De un lado, pactan con los ultras (PP) o aceptan ese contubernio (Cs) y se benefician de que los apoyen. Así, en lugar de establecer un cordón sanitario que los aísle, de considerarlos un problema para la democracia, revelando sus falacias y alertando de su peligrosidad, los suben a un pódium y los hacen más visibles. Llegan a acuerdos con el diablo para desbancar al Partido Socialista, que fue la fuerza más votada, del gobierno de Andalucía. Y ese diablo, en tanto, ni siquiera se ha molestado en blanquear un poco la patita, para disimular su catadura retrógrada. Ahí está, tratando de eliminar derechos que tanto ha costado obtener, o de evitar que se implementen, como es el caso, por poner algunos ejemplos, de la ley contra la violencia de género (no quieren una normativa especial que proteja a la mujer, ¡con la que está cayendo!), la de memoria histórica (que busca una reparación para las víctimas del franquismo, aún enterradas en las cunetas, y la desaparición de símbolos que pretendan dignificarlo), reniegan de la descentralización del Estado y de competencias autonómicas, se manifiestan ferozmente contra la llegada de inmigrantes...
   Pero si peligroso es tratar a ese partido como uno más, dotándolo de una apariencia respetable por pura conveniencia, peor aún lo es extremar el discurso propio para competir con él. Aunque, ciertamente, poco sacrificio les supondrá. A la derecha posfranquista española siempre le ha faltado un hervor… democrático. Es de por sí un tanto reaccionaria en sus postulados: sin forzar la marcha, no le faltan coincidencias con Vox. Y cuando alardea de mostrarse sin complejos, tal cual es, esos puntos en común se vuelven más notorios.
   Es mucho lo que está en juego. Así lo han comprendido muchas mujeres, las primeras en salir a la calle frente a esa santa alianza que compromete sus derechos. Un primer paso para que el tiro le salga por la culata.
   Me sumo, a ése y a otros que vendrán...

lunes, 7 de enero de 2019

FELIZ 2019: SÍ, PERO...

Firma la viñeta, publicada en el periódico “El faro de Vigo”, DAvila.
   En la mitad inferior de la imagen se ve un talud. Sobre él, asoma un campo muy verde y, al fondo, una cadena de montañas de contorno suave. Aún, detrás, se dibuja una línea  de nubes blancas y, arriba, el cielo es de un azul desvaído. Impresa en el muro de tierra, una leyenda escrita con grandes caracteres felicita el 2019. Podría ser, simplemente, uno de esos amables parabienes que se estilan por estas fechas, pero hay más.  
   A la derecha de esa ilustración, una mujer que viste como campesina se apoya en una azada. El esquematismo del dibujo no le resta un ápice de expresividad, realzada por la viveza de unos ojos que son apenas un par de puntos y una boca desmedida. Y muy abierta, porque nos está hablando. El bocadillo que enmarca sus palabras dice:
    “...E a seguir sachando!!”.
   O lo que hubiera sido lo mismo si se hubiera manifestado en castellano:
“¡…Y a seguir cavando!”.
   O sea, en el tajo. Toca continuar sachando. Y sachar es un trabajo duro, que desloma la espalda y del que se duelen  brazos y piernas. Para colmo, sólo da para mal vivir, y no porque la tierra sea pobre y escasa la cosecha, que Galicia es pródiga. Pero del pago del producto in situ al precio de mercado media una distancia sideral.
   “Feliz 2019”, sí, pero ese buen deseo no elimina la realidad cotidiana que nos tiene pillados. Quiero lo mejor para ti en el año que estrenamos, pero, ojo, no olvides que vas a seguir siendo, como yo, quien eres. No nos hagamos ilusiones. Frente a la idealización, se levanta la labor del día a día, que no alterará una efemérides de calendario. Hay mucho de sorna, de retranca galaica, en esta felicitación que a mí me deja un regusto, un sí es no, de amargura. Por debajo del oropel de luces emerge la fea catadura de un mundo de existencias demediadas. Como si el respeto a las convenciones gratas no excluyera, antes bien pusiera de relieve, así fuera por contraste, con un fatalismo que a la postre resulta verdadero, las penalidades de la vida.  
   Tal vez me he puesto filósofo. Es mi interpretación. Seguro que habrá otras.