martes, 27 de junio de 2017

MI BIBLIOTECA Y YO  (y 3)

Dos pasos adelante y uno atrás, o viceversa. Alternando avances y retrocesos, he conseguido al fin despejar mi biblioteca, que ofrece ahora un aspecto más saludable, menos apretado. Los volúmenes no se ahogan unos a otros, el espacio que los aloja parece haberse ampliado y disfrutan de una desconocida comodidad en las estanterías. Siento que me he liberado de una modalidad literaria del síndrome de Diógenes, que comparto con la mayor parte de los adictos a la lectura. Se me plantea, no obstante, un problema.
   ¿Qué hacer con los libros sobrantes? Delante de mi casa, se alinean varios contenedores. Uno de ellos se ofrece a engullir papel. Habitualmente lo alimento con periódicos o revistas y folletos publicitarios. Pero ni en la peor de mis pesadillas me veo haciéndole entrega de mis libros. Una cosa es prescindir del saber o el entretenimiento que atesoran y otra muy distinta silenciar para siempre sus páginas. Por callado que fuese su grito al ser prensados, yo lo oiría.
   Pienso que, aunque sea lejos de mí, pueden tener una segunda vida. Entonces, hasta me veo como un altruista. Conmigo, difícilmente gozarían de una oportunidad de ser abiertos de nuevo. Estarían en las baldas por lo que fueron para mí en el pasado, pero a cambio de sacrificar su futuro. Al desprenderme de ellos, voy a ponerlos delante de otros ojos. Lástima no haberlo razonado así en un principio, no me habría costado tanto extraerlos de las estanterías para no volver a colocarlos después en su sitio.
   Y aquí me tenéis: mendigando, pero de una forma original, al revés. No pido que nadie me dé, sino que me cojan lo que doy: algunos de mis libros. Se los ofrezco al último instituto donde impartí clases de buen decir y pretendí hacer de los alumnos lectores. O se los regalo a amigos que los quieran. Y descubro una librería de viejo que se queda con los que le llevo. 
   Aunque no deja de rondarme una idea que se me ha ocurrido al pronto. Imagino a centros culturales y educativos, ayuntamientos, bibliotecas que abren sus puertas a anónimos donantes de novelas, de obras dramáticas o de poemarios o ensayos, y ceden gratuitamente esos fondos sobrevenidos a quienes los requieren. Tampoco estaría mal.

jueves, 22 de junio de 2017

MI BIBLIOTECA Y YO (2)

Me embarco en el segundo intento por aligerar mis estanterías de libros. Y me hago trampas a mí mismo. Es fácil. Cuando el montón de los desechados alcanza determinadas dimensiones, les doy otra oportunidad, no sea que, por descuido, haya ido a parar allí algún volumen especialmente valioso. Vuelvo a revisarlos, y la consecuencia es que son bastantes los que retornan a su sitio en el ecosistema de la librería, que, sin ellos, no sería el mismo. En este trance, me acuerdo de Sísifo, condenado por los dioses a insistir eternamente en un esfuerzo inútil.
   Y eso que esta vez he hecho las cosas bien, o al menos mejor que en la anterior. Escarmentado por el fiasco con que se saldó mi primera tentativa, comprendí que el éxito de la tarea exigía de mí  más razón que corazón. Así que, antes de nada, me puse a pensar en las pautas con que evaluar de qué ejemplares iba a deshacerme y cuáles seguirían conmigo.    
   Sería más sencillo si sólo hubiese de atender a que me atrapase su temática o me deleitase su escritura. Ése es un principio claro, que me llevará a no prescindir nunca de “Ébano”, de Richard Kapuscinski, por ejemplo (y de tantísimos otros: me siento un poco culpable de citar sólo uno). Pero la empresa resulta mucho más ardua.
   En ocasiones, la ligazón que me une a mis libros los trasciende, va más allá de ellos, de lo que dicen o cómo lo dicen. En la jerarquía de los afectos, entran en juego distintas consideraciones. De muchos, no recuerdo cuándo ni por qué los compré, pero todos fueron fruto de una elección personal y de una circunstancia. No es que sean parte de mí, es que son yo, el yo que fui, sucesiones de mí. Y a ver quién se desprende de algo que lo configura como sí mismo, como si tal cosa.
   Claro que si continúo por ese camino, mejor lo dejo. Busco un criterio objetivo, gracias al cual, si no quedan en olvido, sí pasen a segundo plano los sentimientos. Con salvedades, me parece encontrarlo en el tamaño de la letra o en lo apretado de su disposición en las páginas, que agobian la vista de quien, como es mi caso, empieza a moverse en los límites de la senectud. Ya no podría releerlos sin la queja de mis ojos, y, de todas formas, alguna huella habrán dejado en mí, o sea que no desaparecerán del todo de mi vida.
   Otra posibilidad para la selección me la ofrecen los repetidos, publicados en diversas ediciones, que adquirí ya fuera por la calidad de sus notas o introducciones, ya por simple despiste, olvidado de que ya los tenía. Aquí el problema radica únicamente en qué ejemplar será el preferido. Y para qué guardar los maltratados por el paso del tiempo o aquellos a los que sucesivos traslados han privado de su integridad.
   Están, en fin, algunos que no me han gustado nada. Quién iba a decirme a mí que algún día me servirían de alivio…

sábado, 17 de junio de 2017

MI BIBLIOTECA Y YO (1)

Tal parece que mis libros matrimoniaran, y parieran, y se multiplicaran…
   Nada más escribir esta frase, me paro a considerar la idea y me resulta atractiva. ¿Os imagináis? El Quijote emparejado con la Odisea, el Ulises con las Mil y una noches, Luces de Bohemia y Hamlet… Esas hibridaciones, ¿trascenderían al paso de los siglos? ¿Mezclarían géneros –una novela se uniría a un poemario, una obra teatral a un libro de viajes, un ensayo a un álbum? ¿Hallarían en la semejanza temática una fuente para la mutua seducción? ¿O, por el contrario, sería la diferencia lo que atraería al uno hacia el otro?
   Aún me maravilla más pensar en el fruto literario de semejantes coyundas, que, por inescrutable, no me atrevo siquiera a bosquejar.
   Pero los sueños, sueños son; y la realidad es, en el caso de mi colapsada biblioteca, mucho más prosaica. Únicamente a mí cabe achacar la responsabilidad de que no sepa ya dónde meter tanto volumen. En mi descargo, argüiré que el advenimiento del ebook me ha pillado ya mayor y, por tanto, cuando ya había disfrutado de muchas oportunidades para ir  haciéndome con un considerable botín de letra impresa. Además como, a despecho de que se me tache de antiguo, me encanta pasar páginas, oler a imprenta, anotar márgenes cuando leo, continúan llegando nuevos ejemplares a estanterías ya atiborradas. Así que algún remedio me urgía idear para poner coto al descontrol. Y como ni comprimir los libros ni ampliar el espacio que los acoge entra dentro de mis posibilidades, he terminado por aceptar que debía proceder a un expurgo controlado que hiciera de la selva impenetrable, si no jardín, sí, al menos dehesa despejada.
   Tras demorar durante un tiempo con fútiles pretextos el inicio de la tarea, me puse, al fin, manos a la obra. “Hay algunos que son intocables”, me dije a mí mismo, para eliminar escrúpulos y darme ánimos. Y después de un examen minucioso de varias baldas llegué a la conclusión de que, por uno u otro motivo, lo eran todos. Sentí algo parecido al alivio cuando eché una ojeada a la caja de cartón destinada a los desechados y la vi vacía. Fue un consuelo pasajero. Duró tan sólo hasta que adquirí un par de novelas más y comprobé que nada había cambiado en mi biblioteca. 

domingo, 11 de junio de 2017

OTRA DE REALISMO MÁGICO (CARPETOVETÓNICO)

Suma y sigue en la mojiganga nacional.
   En esta ocasión, los protagonistas fueron la Virgen del Rosario y un cargo público  insospechado, José María González, Kichi, alcalde de Cádiz. Ella, por haber sido condecorada con la medalla de Oro de la ciudad; él, por hacer que tal distinción fuera posible al aunar los votos de su grupo con los del PP, autor de la propuesta, cómo no; y con los del PSOE y Ciudadanos, que también se posicionaron a favor.
   Habituado como está uno a noticias de semejante calibre, debería no asombrarse porque se produzca otra. Pero el respingo que di cuando la leí iba más allá de la extrañeza. Me había dejado atónito que “Cádiz sí se puede” y Kichi, su cabeza de lista, apoyaran una moción como aquélla.
   Confieso, sin embargo, que aún había de quedar más perplejo después del argumentario con que Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero, líderes de Podemos a nivel nacional, se apresuraron a justificar la actitud política de su compañero de partido. Atribuye el primero a la citada Virgen “carácter de dignidad popular”, “tan vinculada a las cofradías de pescadores, no va unida al conservadurismo que nos podría parecer desde fuera”. Y nos alecciona: “Los urbanitas de izquierda tenemos que aprender a respetar esas tradiciones tan arraigadas en el pueblo”.
   Monedero no se queda atrás. Se mete en disquisiciones acerca de la “Virgen de los humildes” y dice de ella cosas como que: “aun siendo cierto que trabaja más tiempo para los poderosos que para los pobres, ayuda a que los golpeados imaginen la vida un poco menos miserable. Y eso, nos guste más o menos, hay que respetarlo”. Kichi “hace bien en escuchar al pueblo en el momento concreto que vive el pueblo, que es el de ahora. Porque en un mundo emancipado es verdad que no habrá dioses ni vírgenes o habrá miles. Pero mientras tanto, gobernamos para el pueblo que está ahí. Y gobernamos sabiendo que no es lo mismo el poderoso que el humilde, aunque coincidan en algunos sitios. Kichi no es el alcalde de mañana. Es el alcalde de hoy. Y qué bueno que lo tiene claro. Y además, sin la ayuda de la virgen, porque dios nunca abandona a un buen marxista”.                          
   Vaya, vaya…
   Y a mí que me parece que no se trata de una cuestión de respetar tradiciones y de ajustarse a la mentalidad actual del pueblo… Que el tema, por más que se escamotee, es que una corporación municipal (por cierto, no al completo: los 2 concejales de Izquierda Unida se abstuvieron) ha premiado con la medalla de Oro de la ciudad a una Virgen. El principio de no confesionalidad del Estado, ¿es de validez universal o ha de aplicarse –o no- dependiendo de quién sustente determinada creencia?
   Y esas referencias al pueblo… ¡hay tanto reduccionismo en ellas, tanta simplificación! Tal se diría que en el imaginario de Pablo Iglesias o Juan Carlos Monedero es un todo sin fisuras, uniforme, sin la diversidad que lo alienta. En Cádiz, habrá católicos que no practiquen la devoción mariana. Me resisto a pensar que todos sean fieles seguidores de la Virgen del Rosario, que no viven de otra manera su religión. Y luego estarán los agnósticos, y los sindiós. Y seguro que no faltan musulmanes, evangelistas, judíos… ¡El pueblo!

   Por mucho empeño que se ponga, no hay forma de cuadrar un círculo. O de volver acierto lo que fue metedura de pata. Pasa como con ése que, al caer en arenas movedizas, cuanto más se agita por salir de ellas, más se hunde.

sábado, 3 de junio de 2017

MONFRAGÜE, AL PASO  (y 2)

Nos adentramos en parajes de retamas a las que la primavera pintaba de amarillo, caminamos entre jarales aún no salpicados de la blancura que esconden sus capullos, nos envolvimos en el aroma del cantueso o el espliego. Aquí y allá, florecían las encinas y, descorchados, los troncos de los alcornoques vestían de rojo una tierra que era verde. Tras ocasionales alambradas, nos contemplaba la testuz poderosa de toros bravos.
   La quietud de la dehesa serenaba el ánimo.
   Desde el mirador de la Báscula, oteo laderas lejanas. A duras penas, entre la espesura aíslo la copa de un árbol, donde se asienta un nido enorme. En sus bordes, como una sombra, el perfil oscuro de un buitre negro descansa, custodio de su cría. Hemos dado con la rapaz de mayor envergadura del mundo, si no fuera por el cóndor de las Américas.
   En Villarreal de San Carlos, aldea de una sola calle, pero a la que no falta una ermita, emprendemos la andadura que nos conducirá a un paisaje encantado. Allí, un riachuelo que parece adelantarse al estío y se agosta hace poesía en su nombre y su trazado. Malvecino lo llaman, y desconocemos el porqué de ese bautismo, aunque quisiéramos saberlo. Es bello el topónimo y nos atrae el misterio de su origen, pero aún vuelve más hermoso a este arroyo su curso.
   Apenas un leve murmullo delata la existencia del agua, que en su transparencia casi se torna invisible y deja ver, según fluye, un lecho de lajas de piedra o de arena, glauco si, en los remansos, se tapiza, como suele, de plantas acuáticas. Parece imposible que no hayan elegido las nutrias, que gustan de la pureza de su hábitat, este apartamiento para vivir. Pero no se manifiestan, por más que escudriñemos según andamos senderos de ribera o nos colgamos de rústicas pasarelas de madera, aprovechando para ocultarnos el cortejo de árboles que acompaña al río.
   Las primeras horas de la tarde nos sorprenden yendo al Salto del Gitano, un farallón rocoso que, desde la altura, cae sobre el Tajo, cuya superficie calma lo hace dos al reflejarlo. Un escribano montesino se columpia en una rama y un roquero solitario se encarama a un cancho: son hallazgos que no perseguíamos, pero que celebramos.
   Sabemos lo que buscamos, pero encontramos lo que no esperamos. El nido de cigüeña negra que conocemos de antiguo tiene okupas. Una del casi centenar de parejas de buitre leonado afincados en el cantil ha encontrado acomodo en aposento ajeno. Es lo que conlleva ser vecino de estos oportunistas, que aprovechan que empiezan a criar antes para despojar a los demás de lo que con tanto trabajo construyeron.
   Debemos de haber puesto cara de mucha decepción, porque, sin decir palabra, una ornitóloga que está a lo que estamos orienta nuestro telescopio hacia otro punto del roquedo, y cuánto nos cuesta no gritar de júbilo donde ha de imperar el silencio. Una cigüeña negra nos ofrece una delicada silueta, sobre rojas patas de alambre. A sus pies, entre pajas, se remueven tres pollos, de un blanco prístino. Fragilidad y ternura se concitan para que olvidemos el mundo. Colmará el éxtasis el descubrimiento, en el lateral opuesto del peñón, de otras dos nidadas. Si no sabemos para dónde mirar no es, precisamente, porque nos falte qué ver…