NETANYAHU, HERODES DE
NUESTROS DÍAS
Nunca había oído ese
nombre, Hind Rajab. Supe de que existía por la prensa, el pasado febrero, al
tiempo que conocía que la así nombrada ya no respondería nunca por más que se
la llamase, aunque se elevase mucho la voz.
Era una pequeñita palestina
de 5 años que viajaba en coche con sus tíos y cuatro primos (de 15 años la
mayor), que huían de Gaza capital en busca de un lugar seguro donde refugiarse.
Soldados de Israel abrieron fuego contra el vehículo y dieron muerte a todos
sus ocupantes, si bien ella tardó unas horas en fallecer. Miembros de la Media
Luna Roja y su propia madre escucharon mientras tanto cómo les suplicaba que
acudieran en su auxilio. Por teléfono, les llegaba su angustia. “Ven,
recógeme”, les pedía. Tenía hambre y sed, estaba herida, temía a la oscuridad
que se avecinaba por entre un fondo de disparos. Cuando el ejército de Israel
se retiró, doce días después, atrás quedaba, ya sin vida, Hind Rajab. El
automóvil estaba, como sus ocupantes, cosido a tiros. Cerca, dos sanitarios que
habían acudido al rescate en una ambulancia, habían sido igualmente acribillados.
Qué difícil resulta poner
cara a un número, romper la frialdad de una cifra, visibilizar a quien hay
detrás. Digo esto porque he leído que el ejército israelí ha matado ya, cuando
aún no terminó diciembre, a 17.000 niños en la franja de Gaza. Detrás de cada
uno, de cada una de estas criaturas, hay una historia. La de Hind Rajab (y sus cuatro
primos), por ejemplo, es sólo una de ellas.
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