viernes, 5 de diciembre de 2014

“RELATOS SALVAJES”, dirigida por Damián Szifron

Había ido al cine con mucha prevención, renuencia incluso. No me apetecía pasar las dos últimas horas de la tarde de un sábado sufriendo, y el título de la película no me auguraba otra cosa que padecimiento y quizás también sobresaltos. Pero es lo que tiene no ser uno solo, que no han de priorizarse las apetencias personales y hay que saber ceder (dicho sea de paso, esas concesiones me han deparado hallazgos que, si de mi voluntad hubiera dependido, nunca se hubieran producido).
   Los relatos eran seis y, en efecto, sitúan al espectador ante situaciones extremas. Los protagonistas son seres corrientes que pasan, en un momento dado y acaso sin proponérselo, al otro lado, el lado oscuro de la existencia, aquel donde habitan nuestros demonios. De los personajes se enseñorean, entonces, el deseo de venganza, el resentimiento, la crueldad, los celos, la corrupción, la ira.
   Todo parecía acomodarse a mis previsiones  y me dispuse a pasar un mal rato. Para lo que no estaba preparado era, en cambio, para el placer que iba a experimentar. Y fue una pena, porque tardé un tiempo en abandonar mis temores, y mi suspicacia no me permitió gozar plenamente lo que veía hasta ya avanzada la proyección.
   Solo sé que en determinado momento empecé a dejarme llevar por una forma de contar que no fija mucho la cámara, como si escapase de dar relevancia a lo que, sin embargo, la tiene. La dureza de los acontecimientos, por fuertes que sean, que lo son, se aminora, la atención no se agobia y tras cada esquina aguarda una sorpresa, que, a despecho de la temática (trágica, propicia para la asfixia), no nos mete la angustia en el cuerpo. No es este un cine que prime la lentitud, o los efectos especiales, que busque sobrecoger al espectador o convulsionar su ánimo. Por el contario, la ligereza narrativa, la presencia de cierto desenfado cuando la sangre está llegando al río, diluyen el dramatismo. Y a ello contribuye eficazmente una dosis de humor bien traído, que nos descoloca y nos arranca una risa con lo que no contábamos.
   Todo lleva a que no nos involucremos, a que nos distanciemos emotivamente del desastre humano que contemplamos. Mira tú por dónde he ido a descubrir a Brecht en una película argentina.

    Y, en fin, pensándolo bien, si mis recelos impidieron que saboreara sin desconfianza alguna el espectáculo, también me ayudaron a degustarlo. ¡Cuánto lo enalteció a mis ojos que no fuera lo que preveía, cómo disfruté el alivio que sentí!

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