sábado, 27 de diciembre de 2014

NOCHEBUENA, EN 1970

Fue la primera Nochebuena que no celebré con mis padres y hermanos, y la culpa la tuvo el general Franco, o sus acólitos de uniforme.
   Me había tocado hacer la mili, que, como casi todo bajo la dictadura, era obligatoria, en la Marina. 18 meses, un año y medio de vida perdidos.
   Como coruñés, los meses de instrucción, los últimos del año, debía pasarlos en  Ferrol, que por aquel entonces completaba su denominación con el apelativo “del Caudillo”, por haber nacido allí tal personaje, como si de ello constituyera timbre de gloria para la ciudad.
   Cuando, concluido aquel período iniciático, llegaron los destinos asignados a cada cual, el mío y los de siete vascos, estaban en blanco, y no en cualquier navío o base del Cantábrico, como cabía esperar. Tal anomalía obedecía a que se consideraba que en la vida civil habíamos mostrado desafección al régimen imperante.
   A mí ningún juez me había condenado, ni siquiera había sido procesado. Pero antecedentes policiales sí que debía tener. En aquel tiempo siniestro, bastaba ser delegado estudiantil en la universidad, haberse declarado favorable a las libertades que no había, o participar en asambleas o manifestaciones para que se te considerase un peligro para el sistema.
   Me acuerdo de que ya había mediado diciembre cuando nos quedamos solos. Nos alojábamos los ocho en un sollado enorme, dormitorio, hasta que se fueran, de muchos  más. Nos faltaba el calor humano. Yo acumulaba mantas con que combatir el frío y poco más conseguía que sepultarme bajo un enorme peso, que me oprimía. La humedad se nos metía en el alma.
   Los días se sucedían y no sabíamos qué sería de nosotros, adónde nos enviarían, ni cuándo. Así, hasta que llegó el 24, Nochebuena. Como normalmente a los residentes en localidades próximas nos concedían autorización los fines de semana para estar con nuestras familias (franco de ría, se llamaba), me dirigí al oficial al cargo para ver si podía cenar en mi casa alguno de mis compañeros.
   Me dijo que no iba a ser posible, ni siquiera para mí, ese permiso. Aquella misma noche, Nochebuena, salimos en tren para Madrid. Desde allí, al día siguiente, Navidad, cuatro iríamos para Cartagena y otros tantos para Cádiz.     

   No recuerdo que nos deseara felices fiestas.

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