viernes, 27 de diciembre de 2013

LA PRIMERA PEDRADA

Este poema, que escribí cuando aún no había cumplido los 21 años, recrea un momento anterior, de mi infancia. Vivíamos en una calle que daba a otra, dominio de niños pobres que, celosos de su territorio, no veían con buenos ojos que otros pequeños traspasasen sus lindes. Sobre todo, si disponían de la bicicleta y las canicas que a ellos les faltaban.

Cuando alguien tiene en la
mano
una piedra
puede comenzar allí mismo su casa.
Con una ventana grande que mire a la
calle
y una gran cocina.
Pero si entre los dedos no hay
también
            -y son pequeños-
bicicleta, bola de
barro
y sonrisa, entonces
el brazo puede extenderse hacia
atrás
y la piedra chocar contra alguna piel.

Yo estaba aquel día más
cerca.

Pero la pedrada no fue
suya. Mía,
tampoco.
Yo pensaba:
  - ¿Por qué va a tirarme esa
      piedra?
  - No le he hecho nada...
  - Le voy a decir...
Y alargaba mi brazo adelante.
Él no pensaba
nada.
Solo decía:
  - No te acerques, no te
     acerques.

Y al fin se hizo su mueca asustada, mi mueca
asustada,
su gesto de desamparo, y el
mío.
Nuestra sorpresa
y la sangre corriendo
en la piel.

Este es ya otro
día.
Me han tirado otras piedras,
las he arrojado también.
Ninguna
me ha dolido más.


                                   A Coruña, 29 de marzo de 1968

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