jueves, 15 de noviembre de 2012


LA HUELGA GENERAL

Ayer, 14 de noviembre (14N), fue un día diferente a los demás. Se me hizo extraño no entrar en el supermercado, ni detenerme ante el quiosco a comprar el periódico, pasar de largo por la panadería, no hacer un alto para tomar un café en una cafetería, arreglarnos con lo que había en casa.
   Lo peor, cuando sucede lo malo, es hacer como si no ocurriera nada. Había que paralizar la vida, precisamente para que no se paralice la vida: para que no se quede parado el que todavía trabaja, o el que ya lo está pueda emprender al fin el camino hacia alguna fábrica, colegio u hospital. O para que no acabe definitivamente inmóvil alguno de quienes se quedan sin piso.
   Me he sentido muy bien dejando de circular por las aceras para tomar la calzada, sumando mi voz a un grito que no salía solo de las gargantas, que se hacía también de pancartas que hablaban por quienes marchaban en silencio, de mucho pito y mucho tambor, de tanta gente como había.
   Éramos una marea humana, que avanzaba por calles y avenidas y clamaba desde el silencio de las máquinas o las aulas y los despachos, y llevaba consigo y dejaba tras de sí un mensaje comunal y compartido, solidario y reivindicativo.
   Los que están enfrente, del otro lado, en las alturas, ¡qué solos se deberían de sentir! ¡O que mal acompañados! ¿Se harán, también, los sordos, para no escuchar y cambiar el rumbo?

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