viernes, 28 de junio de 2013

CAYÓ EL (PRESUNTO) CAIMÁN

Un caimán es un saurio de considerables dimensiones, dotado de una boca grandísima y una dentadura estremecedora. Actúa con sigilo cuando quiere hacerse con sus presas y es capaz de zamparse de una tacada lo que no está escrito. Por si acaso, resulta aconsejable mantenerse a distancia de sus temibles dentelladas.
  En España solo existen estos reptiles en una versión figurada, como metáfora, lo que no implica, necesariamente, que su peligro sea menor.
   Hablo de individuos a los que caracteriza una extraordinaria voracidad, un ansia por atesorar riquezas que ni tiene parangón alguno ni se sacia jamás. Espoleados por el apetito de la codicia, al que dispensan de todo límite, engullen euros en cantidades de mareo, cuyo cómputo escapa al común de los mortales. Y, por extraño que parezca, nunca alcanzan una fortuna que los satisfaga, al fin. Todos queremos más, dicen al mundo, parafraseando la canción. 
  Uno de ellos acaba de ingresar en prisión, acusado de prácticas económicas nada santas. Cierto que todavía es un presunto caimán, pues su culpabilidad aún no se ha probado, pero ha de haber indicios suficientes de comisión de delito cuando el juez que instruye el caso lo ha enviado a la cárcel y, al menos por el momento, sin posible fianza que lo devuelva a la libertad.
   Parece que no estuvo solo antaño en sus afanes, y hasta es vox populi que cierta organización política y algunas grandes empresas, que no preciso nombrar pues una y otras están en boca de todos, supuestamente se beneficiaron de sus artimañas.
  Me lo imagino en la soledad de su celda, sin el disfrute de las comodidades de hace bien poco, maquinando cómo salir del atolladero. Yo, modestamente, me permitiría aconsejarle que no olvide aquello de que cantando se olvidan las penas. Y no me refiero a La Traviata, precisamente. 

1 comentario:

  1. Muy buena la comparación, con tu permiso, lo compartiré en el twitter.

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