miércoles, 26 de febrero de 2014

EL OTRO 23F

El pasado domingo, fui uno de los 5 millones de espectadores del programa Operación Palace, de Jordi Évole sobre el fracasado golpe de Estado del 23F.
   Asistí, perplejo, a  lo que se nos presentaba como una sorprendente revelación de lo que habría sucedido en realidad. Según nos contaban, Tejero había irrumpido en el Congreso interpretando, sin saberlo, una ficción teatral, dirigida por José Luis Garci e ideada por los líderes políticos, con la colaboración del rey y la aquiescencia de los servicios secretos. Con esa pantomima, buscaban hacer inviable, adelantándosele, una intentona golpista, esta sí verdadera, que se avecinaba.
   Yo estaba dividido en dos. “¡No me lo puedo creer!, ¡No puede ser!”, decía a cada paso, y en voz más alta de la que acostumbro a usar. Pero por otra parte, allí seguía, prestando oído a aquella fabulación, como hipnotizado ante la posibilidad de que, por inverosímil que me pareciera, y contra toda evidencia, pudiera ser cierto lo que se decía.
   Daba pie la situación a toda clase de delirios. Creo que en algún momento hasta imaginé qué cara estarían poniendo los autores de libros o artículos sobre el 23F, al constatar cómo sus investigaciones históricas acababan de convertirse en obras de ciencia-ficción.
   Qué digo, si hasta me recordé a mí mismo en aquellas horas turbias del golpe, alejado de mi domicilio, buscando refugio o maquinando una resistencia improbable contra la insania del franquismo redivivo, como sucediera a tantos. ¿No habíamos sido, todos, sino actores secundarios de un drama devenido en farsa? 
   Confieso que, ya después, cuando se nos desveló el engaño, me costó mucho poner en práctica el consejo de un personaje unamuniano, que recomendaba como hábito saludable reírse de uno mismo cada vez que se presentase la oportunidad. Y esta, desde luego, no era menor.
   Se no é vero, é molto ben trovato, me dije, como disculpa a mi actitud ingenua, que lo había sido, por más teñida de incredulidad que hubiera estado. Y sin embargo, esas palabras de Giordano Bruno, lejos de tranquilizar mi ánimo, dieron paso a una constatación inquietante.
   A menudo, contar bien algo, por falso que sea, lo vuelve verdad a ojos de la mayoría. No tiene importancia, siempre que se nos revele finalmente su falsedad, como fue el caso. Lo grave es que no solo no se nos descubra la mentira, sino que, además, se pretenda que creamos ella. ¿A cuántas manipulaciones asistimos, que hacen blanco de lo negro o tratan de que un gato se transmute para nosotros en liebre? ¿Os acordáis, y es tan solo un ejemplo, de lo que sucedió a propósito del 11M?
   Gracias por la lección, Jordi Évole (aunque, qué quieres que te diga, me has cabreado bastante).

1 comentario:

  1. Yo reaccioné de una manera parecida, aunque creo que yo me iba enfadando más que tú a medida que oía cosas como "lo hicimos por la democracia". Cuando se desveló el engaño me lo tomé muy bien, con alivio. O casi.

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