jueves, 11 de septiembre de 2014

ANDADURAS JAPONESAS (9): KYOTO EN PAZ

En Kyoto me acordé de fray Luis de León. También nosotros huimos del mundanal ruido, solo que a través de un bosque de bambú. Lo precedía un jardín zen, donde la belleza se concentra en lo pequeño, en sus arbustos y su laguna, sus plantas aromáticas y salutíferas, algún árbol que se mira en el agua. Únicamente interrumpe el sosiego, o tal vez sea parte de él, la reiterada salmodia de las cigarras, como una melodía interpretada por músicos ocultos, que no quisieran dejar mudo el paisaje.
   Los bambúes innúmero que vienen después son solo tronco, hasta que, muy arriba, se coronan con penachos de hojas verdes; cañas que se adivinan huecas, y cuyo perímetro desafía en grosor la circunferencia que trazan nuestros dedos corazones. Semejan tallos desnudos de ramaje que, olvidados de su condición, buscasen el cielo. Anclados con firmeza en tierra, se encaminan, ligeros de equipaje en su lisura, hasta una altura que la suya propia parece volver más lejana a nuestros ojos. Abajo, a sus pies, la mirada pasa entre ellos y se pierde al encuentro de un horizonte que siempre está más allá.
   A ambos lados del camino, se rozan las copas o se entretejen en una bóveda vegetal que origina pasillos de sombra. A su amparo, como si pretendieran competir en finura con esa original arboleda, pasean parejas delicadas, como surgidas de ilustraciones de antaño, con el atavío exquisito de sus kimonos y la levedad de sus andares, y acaso una risa que en nada envidia al gorjeo de los pájaros.
   Abandonamos el bambudal, pero seguimos en calma. Andamos una extensión plácida de casitas bajas y ajardinadas, por calles que destierran de sí el ruido y aman la soledad. Nuestro vagar sin rumbo y sin ansia nos conduce a  sus límites, allá donde asoma el contorno de un templo. Es el mismo donde en la mañana detuvimos la prisa observando cómo unos fieles se envolvían en el humo de unas barritas que previamente encendían, y permanecían un instante estáticos, quizás solo el tiempo que les llevaba la formulación un deseo. Pienso que el mío hubiera sido no salir ya nunca de ese bosque que me ha llenado de tanta paz…

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