lunes, 4 de abril de 2016

SEMBLANZA DE Fátima Báñez

Es asunto peliagudo hablar de la nada (y más todavía sin ser nihilista). Cómo tratar, sin embargo, de un personaje público como el que me ocupa sin que tal palabra se cuele en lo que escribo.
   Confieso no entender el porqué de la sonrisa que se le dibuja en la boca, perenne como hoja de alcornoque. Se diría, viéndola, que es la ministra más feliz del Gobierno de España, y no por estar en funciones y a punto de dejar el puesto, que eso se entendería, dados los resultados de su mandato. Ya antes, durante los cuatro años que lleva ejerciendo, pertinazmente ostentaba esa muestra de alegría sin par.
   Tentado estoy siempre a pensar en un fingimiento, casi en una mueca que fuese con el sueldo, un poner a mal tiempo buena cara, un disimulo. Pero parece insólitamente sincera esa expresión de contento, como si reflejase lo bien que se lo pasa en el desempeño de sus funciones.
   ¿Es manifiesto impudor, le importa un comino todo? ¿o  responde ese gesto a la inconsciencia pura de quien ignora dónde está pinada? Claro que peor sería, aún, que creyese que lo está haciendo a plena satisfacción.
   Se cuentan por millones los españoles que no encuentran el trabajo que justificaría la existencia de un ministerio con un nombre como el del suyo, otros muchos subsisten en condiciones de extrema precariedad, miles de jóvenes titulados buscan en el extranjero el empleo que aquí se les niega, la caja de las pensiones se vacía... ¿de qué se ríe?
   Debe de ser muy feliz en su vida privada. Pero incluso dando por supuesto que sea así, ¿cómo se las ingenia para que no se la amargue su actividad pública? ¡Se me antoja tan difícil dividir una existencia como la suya en compartimentos estancos, particular el uno, político el otro!
   ¿O se librará de polvo y paja transfiriendo la responsabilidad de su gestión a un tercero?  Hasta en eso es su conducta peculiar: yo la recuerdo encomendando la salida de la crisis a la virgen del Rocío. Si resulta un tanto paradójica en un Estado que se dice aconfesional la confianza en semejante amparo, tiene la innegable ventaja de que nadie podrá pedirle que rinda cuentas, por mal que vayan las cosas…

2 comentarios:

  1. Juan, es lo que se llama gente incombustible. Da igual como vengan dadas, ellos sonríen y esperan y los demás nos preguntamos "¿se puede saber de qué coño se ríen?"
    Un beso.

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  2. Veo que compartimos estupefacción y enfado, Rosa...
    Gracias por acercarte al blog.

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