miércoles, 24 de agosto de 2016

EE UU (1), SEGÚN LLEGAMOS

Habíamos respondido ya a dos cuestionarios, uno vía internet, el otro entregado por una azafata  durante el vuelo. Tocaba, ahora, nada más tomar tierra, pasar por la aduana. Mientras aguardábamos, alineados frente al puesto de control, yo veía cómo a cada recién llegado se le pedía, antes de darle el pase, que impresionara sus huellas dactilares en una pantalla, y se le mandaba que mirase a un aparato para inspeccionarle la pupila. Además, se le formulaban preguntas y, por supuesto, se controlaba su pasaporte.
   A mí me inquietaba no conocer del inglés más que palabras sueltas o expresiones prendidas en la memoria desde un lejano bachillerato. Temía verme perdido en el limbo, descolocado en medio de un diálogo imposible, sin saber a qué carta quedarme ante los requerimientos que se me hicieran. Por eso me tranquilizó observar que a quienes viajaban en familia se les permitía cumplimentar el trámite en comandita. Mi mujer y nuestra hija hablan la lengua de Shakespeare y ya me cuidaba yo de situarme en medio de las dos para no quedar desasistido. Claro que también podrían sacarme del grupo para interrogarme aparte, como me habían dicho que hacían a veces, ya aleatoriamente, ya porque algún rasgo del pasajero motivara su desconfianza.
   A los preocupones como yo, nos viene muy bien encontrarnos con funcionarios como el que nos cayó en suerte. Era una de esas personas que no ríen, pero que hablan de tal modo, al menos con nosotros lo hizo, que acabas por sonreír. ¿Conque una familia, eh?, dijo, contestando a mi mujer, que así nos había presentado. Y algo comentó de que el apellido de ella le sonaba a de la India.
   Luego se interesó por si teníamos algo que declarar. ¿Llevábamos jamón en la maleta? No, no traíamos nada de comida. ¿Y vino, vino tampoco? ¡Qué va, ni una botella! ¿Y diez mil dólares? (límite establecido). ¡Para nada! Nos miró, pretendidamente sorprendido: ¿Y cómo íbamos a vivir nosotros sin jamón, sin vino y, por añadidura, sin apenas dinero, durante nuestra estancia en Estados Unidos? ¡Y, para encima, nuestro primer destino era Las Vegas!    
   Quiso saber de nuestra hija en qué trabajábamos. Cuando le contestó que éramos profesores y que, por su parte, se dedicaba al diseño, pareció disgustarle que no hubiera seguido nuestros pasos en la docencia. Qué mal, apostilló, como en un amago de reprensión.
   En otro momento, ella me explicaba cómo debía colocar mis huellas dactilares en el espacio ad hoc. Entonces la interrumpió para indicarle  que me dejase actuar por mí mismo. Yo era, la advirtió, un big boy. un muchacho grande, ya crecido, no necesitado de auxilio.    

    Comprenderéis que, finalmente, entráramos en Estados Unidos con una sonrisa...

6 comentarios:

  1. Sonrisa que, me imagino, se mantendría bastante tiempo porque Estados Unidos a pesar de los prejuicios con que desde aquí lo juzgamos, es un gran país con muchas más cosas buenas que malas. Y el mejor y más cómodo para hacer turismo.
    Un beso y disfrutadlo.

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    1. Supongo que depende de con quién te topes, o de cómo te vean. Porque sé de quien ha culminado esos trámites sin la sonrisa que a nosotros nos ancheaba la cara...
      Por lo demás, ya estamos de vuelta y ahora toca volver a vivir el viaje, esta vez relatando vivencias que compartir.
      Un abrazo de los fuertes, Rosa.

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  2. Entrar en EE UU se entra pero mirar las maletas también las registran. Un abrazo

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    1. Me parece que en el avión nos informaron de que podía suceder...
      Un abrazo fuerte, Carmen

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  3. Bueno, bueno! Ya nos irás contando cómo fue ese viaje. Tengo curiosidad por la visita a Las Vegas; como ha sido lo primero, habréis tenido tiempo de saborear otros rincones más agradables. Un beso, otro a Bea.

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  4. Un par de entradas semanales irán desglosando impresiones, que haber haylas...
    Un abrazo fuerte para ti y para Chuma.

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