martes, 11 de octubre de 2016

POR EE UU (14): EN EL METRO DE LOS ÁNGELES

Localizamos una boca de metro. Peleamos un poco con la máquina expendedora de billetes. Un guarda de seguridad viene y nos echa una mano amable, que resuelve el conflicto a nuestro favor, pues el artilugio mecánico  suelta dócilmente los tickets que un instante antes se resistía a entregarnos.
   Habla castellano nuestro mediador, y quisiera ir con nosotros hasta el andén que buscamos, pero tareas de mayor importancia lo reclaman en otra parte, y va a dejarnos. “Yo los acompaño”, oímos decir a nuestras espaldas cuando ya el guarda se aprestaba a indicarnos el camino que hemos de seguir. Miramos adonde proviene esa voz que suena tan amistosa y nos encontramos con la sonrisa de un joven español. Es abogado y participa en un programa de intercambio con Estados Unidos.
   Él y nosotros llamamos la atención en el vagón. Algunos pasajeros nos miran con indisimulada sorpresa. Enseguida me doy cuenta de por qué. Nuestra piel es demasiado blanca para no chocar con el entorno humano que nos rodea. Lo componen en exclusiva gentes latinas y afroamericanas. Al percatarme de ello, el extrañado soy yo. Sé que no hay medios de transporte que discriminen por tipo de usuario, pero no puedo evitar la sensación de habernos metido en territorio ajeno.
   Me vuelvo hacia nuestro improvisado ángel de la guarda. A la claridad de la epidermis suma traje, corbata y maletín de letrado, que hacen de él un bicho aún más raro que nosotros en este contexto. ¿Dónde están los rostros sonrosados de los estadounidenses de antepasados europeos?, le pregunto.
   Andan ahí fuera, en el exterior, en sus coches, sumidos en algún atasco, tal vez. En su concepción de la vida, utiliza el transporte suburbano quien no tiene vehículo propio. Se ve obligado a compartir espacio el que no posee el suyo en exclusiva. Es una filosofía individualista, que atribuye a los servicios públicos un carácter meramente subsidiario, del que no usan, precisamente, los triunfadores. Echando una ojeada alrededor, pienso que lo que comienza por ser una cuestión social acaba por devenir en étnica, en racial, hacedora de guetos.
   Interfiere en mis cavilaciones un desconocido. Parece mejicano por sus trazas y su acento, y todavía es joven, aunque no tanto como para prescindir del adverbio que matiza su edad. Me señala un asiento que acaba de dejar libre, para que lo ocupe. Ha sido lo suficientemente perspicaz para darse cuenta de que hace tiempo que cumplí los años que aparento. Con una sonrisa rechazo –qué palabra más fuerte, para describir un gesto tan afectuoso como lo fue el mío- su ofrecimiento.
   Cuando me dispongo a seguir con mis elucubraciones, la megafonía anuncia que la próxima parada es la nuestra. Y la voz que oigo habla en inglés y en español. 

4 comentarios:

  1. A nosotros nos pasó en Nueva York que estábamos en una parada de tren elevado, no recuerdo si en Brooklyn o en Queens y de pronto nos dimos cuenta de que nosotros dos éramos los únicos blancos de todo el andén. llegó el tren y éramos los únicos blancos de todo el vagón. Aunque, por otra parte en Nueva York, más en Manhattan, se ve en el metro gente de todo tipo: trajes, maletines... Posiblemente se hayan rendido con más facilidad a la comodidad de no tener que sufrir atascos y falta de sitio para aparcar. En Nueva York yo creo que la gente es más cosmopolita y se mezcla más.
    Un beso.

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  2. A mí lo que más me llamó la atención fue la concepción del mundo que late tras esa actitud... Me parece la quintaesencia de la mentalidad liberal, capitalista...
    Un abrazo de los fuertes

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  3. Viaje intenso, porque todo lo vivido lo revives con tus escritos. Gracias por compartirlo. Un beso

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  4. Gracias por leerlo, Irene. Siempre es una satisfacción, compartir con los amigos. Un abrazo fuerte

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