lunes, 17 de julio de 2017

ESCENARIO SIN FRONTERAS, TEATRO SIN MÁSCARAS.


El estreno de “Un escenario sin fronteras” el pasado 8 de julio motivó la crítica de Marisa del Campo Larramendi que reproduzco a continuación. Considero que sería una pena privar a los lectores de este blog de sus valoraciones, que agradezco.
Al principio es la palabra. Abierto el telón descubrimos a hombres y mujeres dispuestos y sentados en una línea encarada al público. Entonces la narración oral se adueña del escenario. Cuentos que mecieron infancias distintas y distantes son contados al público. El cuento subsahariano con los fuertes hipopótamo y elefante perdiendo frente a la inteligente tortuga; el cuento marroquí del padre, el hijo y el burro que vayan como vayan por el camino serán criticados; el cuento español del erizo, la tortuga y la amistad como lazo que une a los diferentes y complementarios; el cuento colombiano que… pero más que cuentos subsaharianos, marroquíes, españoles o colombianos, deberíamos hablar de fábulas narradas por subsaharianos, marroquíes, españoles, colombianos. Todas estas narraciones tienen un aire de familia, ese encanto del érase una vez, esas enseñanzas para la vida que los padres y abuelos transmiten en forma de peripecias a sus hijos.
En el segundo acto las voces callan y el ojo se detiene en el movimiento y el gesto. Una ciudad cualquiera, una calle cualquiera, una hora cualquiera. La multitud pasa, cada átomo humano absorto en su mundo indiferente al resto. Personajes diversos se cruzan en la imaginaria avenida: un cura, el hombre que lee el periódico, el atareado portador de un maletín, las mujeres elegantes, el consumidor cargado de bolsas, hasta un jugador de baloncesto precedido de un fotógrafo que evidencia su fama y a quien se acerca una joven a pedir un autógrafo. Porque de pedir se trata. La música subraya los momentos en que la multitud pasa y los instantes en que el tráfago se congela. Y en ese alternar, se mueve la mano que se extiende y pide limosna, el cuerpo mendigo que nada recibe porque ni siquiera es visto. Y la multitud pasa y repasa, mientras la pobreza se desvanece sentada en la acera de cualquier calle, de cualquier ciudad, a cualquier hora.
En el tercer acto la alternancia de luz y oscuridad nos muestran la historia que una voz fuera del escenario nos va contando. Como viñetas de comic ilustrando una lección. Porque es una lección la que recibe la mujer blanca de la historia a manos del hombre negro del cuento. Sucedió en Suiza nos dice la voz: una mujer entró en un bar y pidió un tazón de sopa. El escenario, hasta entonces callado y sumido en la oscuridad completa, se ilumina y nos muestra el cuadro congelado de un camarero y una mujer pidiendo en la barra. Durante un par de segundos la imagen se clava en nuestra retina… luego la oscuridad vuelve. Retorna la palabra a la narración y nos informa que la mujer se ha sentado a una mesa. De nuevo el escenario se ilumina y podemos observar la estampa del camarero en la barra y la mujer sentada a una mesa frente a un tazón de sopa. Todo es expresión en esa inmovilidad significativa que nos ofrecen por otro par de segundos. Y la oscuridad vuelve. Y a través de este sucederse de oscuridad e instantáneas de vida iluminada se nos va contando una historia que sucedió en Suiza y que nos advierte de nuestros prejuicios dando vuelta a los tópicos.
Por último “La cruzada de los niños” de Bertolt Brecht. Unos niños encarnados por hombres y mujeres de diferentes colores, algunos de los cuales casi alcanzan los dos metros de altura. Pero eso daba igual. El pacto de ficción ya estaba firmado entre el público y el escenario sin fronteras. Mujeres hechas y derechas y hombres como castillos nos hacían vivir las peripecias de un grupo de niños y niñas, solos y perdidos en un mundo en guerra…
Porque quizás sea esto último lo más destacable de la emocionante experiencia vivida ayer en La Casa Municipal de Cultura Francisco Díez sede de la asociación Genoz de Cacicedo durante la representación de “Escenario sin fronteras”, un montaje teatral fruto de la colaboración del Proyecto Dínamo de inserción social de ACCAS y de la Agrupación Escénica Unos Cuantos: un escenario sin actores profesionales o aficionados, un teatro sin máscaras.
Y no deja de ser llamativo y aleccionador que un grupo de personas marginadas por una sociedad egoísta y opulenta, que nunca han actuado en su vida, tan solo con unos cuantos ensayos y una sabia dirección, sean capaces de sacar de sí mismos la esencia del teatro: la palabra que dice, el gesto que muestra, la expresión que define, el movimiento que cuenta. En definitiva: capaces de encarnar otras vidas, que en muchos aspectos son las suyas propias, y hacérselas ver y sentir a esa multitud hecha momentáneamente público… que por desgracia en la vida cotidiana muchas veces pasa y repasa junto a ellos sin verlos, ni reparar en que existen.
Es la magia de un escenario sin fronteras, de un teatro sin máscaras.

                        Marisa del Campo Larramendi

2 comentarios:

  1. Se ve que ha sido una obra en el que todos os habéis implicado mucho, sobre todo los "actores" esos que no son actores, pero es como si lo fueran. Me alegro mucho por lo satisfechos que os debéis de sentir.
    A ver si para la próxima puedo asistir.
    Un beso.

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  2. También yo espero que tengas ocasión de verlo. Y no sólo por ti. Que se vuelva a representar significará que este hermoso proyecto continúa adelante.
    Un abrazo fuerte

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