martes, 9 de enero de 2018

LA ARGENTINA QUE VI (9): CAFÉ TORTONI

Pasa la gente por la avenida de Mayo, en el centro de Buenos Aires. En las inmediaciones de su número 825, los viandantes sortean a un grupo que forma cola. Pregunto a los últimos y cuando me confirman que esperan turno para entrar en el café Tortoni, engrosamos la fila.
   Quienes nos preceden son una pareja entrada en años. Por su acento, nótaseyos muncho que son asturianos. Hablan entre sí del robo que sufrieron ayer. La mujer  advirtió cómo  un desconocido le ponía la mano sobre el hombro a su marido y pensó, por cómo tiraba de él, que se trataba de un policía que inexplicablemente quería llevárselo detenido. Sólo cuando vio a su cónyuge caer al suelo, y que el ratero escapaba con su bolso de mano, se dio cuenta de su error. El damnificado se queja de que aún se encuentra dolorido. Sin embargo, no hay enfado en sus voces. Incluso se toman con humor la confusión de la señora.
   Una bandada de bachilleres en ciernes irrumpe en la escena y se aposenta ante el Tortoni. Su monitor dialoga con quienes custodian el acceso y las puertas se les abren. Desde la acera, la realidad se vuelve virtual en las cámaras de sus móviles. Hecha la foto, se van entre risas y parloteos adolescentes. No será hasta que lleguen a sus casas cuando, en diferido, admirarán el interior del café.
   Nos toca, al fin, dejar la calle, y nada más traspasar el umbral es como si diésemos un salto atrás en el tiempo. Todo parece impregnado de una pátina decimonónica. Si algo desentona aquí, somos nosotros. Dominado por un repentino arrebato, esteticista y romántico, pienso que tendrían que exigirnos, para penetrar en este arcano universo, que nos transformásemos. Deberíamos lucir vestuario de época y hacer gala de unos modales igualmente exquisitos, y así tal vez no chocaríamos con el entorno, ni con quienes en el pasado formaron parte de él.
   Veo a una turista repantigarse en un asiento que ha tomado por asalto, los pies desmañadamente apoyados en la silla que tiene enfrente, y me dan ganas de decirle que un respeto, por favor. Que Rubinstein tocó aquí el piano, y que Einstein también estuvo, y Federico García Lorca, que no podía saber que no vería el estreno de La casa de Bernarda Alba porque los franquistas lo matarían; y Pirandello y sus personajes en busca de autor, y Carlos Gardel que en este mismo lugar cantó para él; y Alfonsina Storni, antes de internarse a nado en el río de La Plata para poner fin a sus días. Y el inevitable Borges, y un inesperado Ortega y Gasset, y, y, y.
   Pero no digo nada, seducido por lo que parece la catedral de todos los cafés posibles, o su Versalles.  Los ojos no dan abasto para abarcar tanta magnificencia. Me fije en donde me fije, me puede el asombro. Las sillas se tallaron en roble y las mesas son de la misma madera oscura, y las remata un mármol veteado en verde. Se disponen en dos hileras y debemos mirar profundo y entre columnas corintias para vislumbrar hasta dónde llegan, que la perspectiva se vuelve lejana. Y todavía, como si no bastara,  multiplican el espacio espejos y un arco, muy al fondo, abre paso a un nuevo salón.
   La vista se recrea en las vidrieras del techo, ilustradas de filigranas áureas. Las paredes se convierten en paneles de una galería de arte infinita, tan cuajadas de cuadros que admirar sus dibujos o sus pinturas, de personajes o de paisajes, desbordaría cualquier disponibilidad horaria. Hay bustos en repisas, y un mostrador señorial, y hasta, en un recodo, un escenario. Todo lo baña una luz tenue y amarillenta, que viene de lámparas o apliques.
   Cuando salgo del local, no puedo creer que no me lo haya inventado. Sólo la cola que aguarda fuera me convence de que es real lo que dejo atrás. 

2 comentarios:

  1. De este café no tenía ni idea, pero me he informado y ahora sé que va a cumplir 160 años, que es tan maravillosos como lo describes y que en él estuvieron, en efecto, personajes de la literatura y todas las artes de lo más célebre. Otro apunte para mi futuro viaje.
    Un beso y feliz año.

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    1. No te lo pierdas, cuando vayas a Buenos Aires. De verdad que merece la pena.
      Un abrazo de los fuertes, Rosa

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